sábado, 21 de diciembre de 2013

Colores navideños: Rojo

Siguiendo con la dualidad cromática navideña, vuelvo a publicar otra entrada de colores.
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- ¿Y? ¿Ya encontraste a tu esquiva princesa?
- No...

Antonio estaba arrepentido de haberle contado a su hermano lo que pasó ese día, hacía casi tres semanas. Ya estaba hecho y no lo podía deshacer. Ahora estaba resignado a aguantar sus burlas. En realidad, eso no le importaba tanto como encontrar a la esquiva princesa, como la había bautizado Ricardo.

Tres semanas antes, Antonio había salido a comprar a la bodega. Un repentino antojo de un chocolate lo hizo levantarse de donde estaba sentado, hojeando el periódico sin muchas ganas. Tomó unas monedas del lugar habitual en el siempre había monedas y caminó la breve cuadra que separaba su casa de la bodega de la esquina.

Sabía exactamente qué chocolate quería, pero de todas maneras paseó la vista por la parte del mostrador donde estaban expuestos todos los chocolates. En realidad buscaba uno con nombre de una ciudad italiana, con alegre envoltura roja, pero la fábrica lo había descontinuado hacía años sin ninguna explicación. Sin justificación además, porque era el chocolate más delicioso que su memoria guardaba.

En fin, se dijo, y escogió otro de envoltura roja, de sabor igualmente muy agradable. Pagó y salió.

Y ahí ocurrió.

Ella. La esquiva princesa, sentada en el asiento del copiloto de un carro rojo. Curiosamente, vestida con una casaca también roja, aunque de tono diferente al del carro. Antonio recordaba la secuencia como en cámara lenta. Fue todo muy rápido. Ni siquiera tuvo tiempo de sentirse como un tonto con el chocolate en la mano y la boca abierta, que fue como estaba en el preciso instante en que la esquiva princesa lo vio. Eso quedó para después. En ese fugaz lapso, ella se lo quedó mirando una fracción de segundo, y le sonrió en una fracción de esa fracción de segundo.

Antonio no atinó a nada. En el último instante, justo cuando el carro volteaba la esquina, su cerebro despertó. Dio una mirada a la placa, y apenas alcanzó a ver los números: 149. Un carro rojo como miles de Lima, cuya placa terminaba en 149.

Llegó a su casa como en una ensoñación, sin ser muy consciente de lo que hacía y decía. Era la única explicación que tenía para haberle contado todo a Ricardo. Eso no importaba ya.

Lo único importante era encontrar el carro rojo. Antonio no creía que fuera muy difícil. Total... sabía la marca y el modelo del carro. No tenía las letras de la placa, pero si tenía los números. ¿Cuántos carros con esa característica podía haber por ahí? No creía que muchos. Pondría manos a la obra.
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¡Feliz Navidad!
¡Y que 2014 traiga lo mejor para todos!

martes, 17 de diciembre de 2013

Colores navideños: Verde

Para estar a tono con los tiempos navideños que corren, vuelvo a publicar una entrada colorida.
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Te despertaste ese día con la sensación de estar ante un día especial. ¡Cómo no iba a ser especial! Era la primera vez que él te pedía que le cocinaras algo que le encantaba: tallarines verdes.

Una vez que te quedaste sola en la casa y te organizaste un poco, comenzaste a planificar el día.

Fuiste a la tienda a comprar todo lo necesario. No podía faltar ningún detalle. Todo tenía que ser perfecto. Escogiste la espinaca, un poco de albahaca. Un paquetito de ensalada con el cartel de "todo verde" para estar a tono.

Regresaste a la casa y pusiste manos a la obra. Lavaste bien todas las hojas, preparaste la salsa cuidando el mínimo detalle. Hasta le agregaste un poco de pecanas reservadas para una ocasión importante. Más importante que esta no podía haber.

Por otro lado, cocinaste la pasta y esperaste con paciencia hasta que estuvo a punto. Tapaste la olla, y miraste el reloj. "En cualquier momento llega", te dijiste. Recién en ese momento te diste cuenta de que el reloj que adorna tu cocina está lleno de ilustraciones de verduras y frutas.

Te sentaste a esperarlo. La radio prendida lanzaba las noticias de la hora, pero tú casi no las escuchabas. Hasta que por fin... el ruido de sus pasos, de la puerta. Te le adelantaste y la abriste primero. Ahí estaba, parado con cara ansiosa, con su chompa verde oscuro:
- Hola mamá. ¿Te acordaste de mis tallarines verdes?

domingo, 8 de diciembre de 2013

Nueve palabras castellanas (casi) extinguidas

Caí por casualidad en el blog llamado Transpremium que, como dice su propio perfil, es un proveedor de servicios que tiene por objetivo brindar traducción de calidad de textos desde y hacia árabe, inglés y francés.

La entrada que leí se titula "Nueve interesantes palabras inglesas antiguas", donde presentaba una lista de nueve palabras que han caído en desuso en inglés, con su respectivo significado. Dejé un comentario en la entrada diciendo que sería interesante tener una lista similar para el castellano y el administrador del blog me contestó que le gustaría publicarla.

Así que acá está mi lista de nueve interesantes palabras castellanas antiguas, con su respectiva definición:

1. Abeitar: engañar (ya no figura en el diccionario).

2. Acabijo: término, remata, fin (se parece a atadijo, como la tía Angelita llamaba a un pequeño atado de ropa).

3, Celícola: habitante del cielo (seguramente, la inspiración de la palabra terrícola).

4. Deliñar: aliñar, aderezar (me suena a despeinar, ¿será porque se parece a desaliñar?).

5. Estrapazar: hacer mofa y desprecio de alguien, maltratándole de obra y palabra, desdeñándole y cargándole de injurias (cuántas esdrújulas en esta definición).

6. Flagar: arder o resplandecer como fuego o llama (como un delito flagrante).

7. Maguer: ojalá (una de mis palabras castellanas favoritas).

8. Pasagonzalo: golpe pequeño dado con la mano y, particularmente, en las narices (conozco alguien a quien le causará risa esta palabra. ¿Habrá pasamarcela?).

9. Roborar: dar fuerza o vigor a algo (es prima hermana de corroborar, que sí está en pleno uso).

La sección de comentarios queda lista para recoger más palabras antiguas del castellano, si conocieras alguna.

martes, 3 de diciembre de 2013

Una simple historia simple más

Hace pocos días, fui a casa de una amiga a recoger un encargo que me había traído de un viaje del que acababa de regresar. Tal como quedamos, llegué un poco antes de las 11 am.

Toqué el timbre respectivo a su departamento del quinto piso, y si bien mi amiga no estaba, la persona que me contestó me dijo que subiera pues tenía mi encargo.

Entré al vestíbulo del primer piso con toda la intención de subir por las escaleras. Desde siempre, cuando debo subir hasta un quinto piso, prefiero usar las escaleras antes que el ascensor. Deben ser rezagos de tiempos que es mejor olvidar, cuando de improviso nos quedábamos sin energía eléctrica. O tal vez la idea de que subir unos escalones es beneficioso para la salud. Además, el día anterior habíamos tenido un temblor en Lima, y no se le ocurriera a la tierra volver a temblar justo cuando estuviera yo en una caja suspendida a cinco pisos de altura del suelo.

Busqué las escaleras, pero no las encontré. Mientras miraba tratando de hallarlas, otra persona entró desde la calle. Era evidente que la muchacha recién llegada vivía en el edificio pues se movía con familiaridad. Llamó al ascensor y una vez adentro, dejó la puerta abierta esperando que yo entrara. Decidí entrar con ella. Total, podía hacer una excepción por una vez.

Ella marcó el sexto piso, yo el quinto. Cuando el ascensor marcó el número 5 con una brillante luz azul, salí del ascensor y la chica salió conmigo. Me pareció raro, yo estaba segura de que su destino era el piso siguiente. Obviamente, no dije nada.

Me dirigí a la izquierda a tocar el timbre del departamento de mi amiga, mientras la chica trataba de meter la llave que tenía en la mano en la puerta del departamento vecino. La llave no entró, ella insistió. Yo veía todo en silencio mientras recibía el sobre con el encargo y agradecía a quien me lo entregó.

Recién en ese momento la muchacha se dio cuenta de algo y, mirándome, preguntó:
- ¿Qué piso es este?

Cuando terminó de darse cuenta de su equivocación, se echó a reír con una ruidosa carcajada contagiosa. Yo le dije que me había parecido raro verla bajar en el quinto piso después de haber marcado el sexto. Mientras tanto, desde donde estábamos, vi que la luz del tablero del ascensor mostraba que estaba detenido en el sexto piso, una parada en la que nadie bajaría. Por lo menos esa vez.

Sin dejar de reír, ella volvió a llamar al ascensor y subió ese piso adicional que le faltó en el primer viaje. Yo subí con ella, y después descendí directo hasta que el número 1 se iluminó brillantemente de azul.

martes, 26 de noviembre de 2013

Recogiendo moras

Siempre habías visto los árboles de mora en tus habituales caminatas por las calles del barrio. Los puntos negros oscuros delatores en el suelo, vistos a la volada, habían hecho prometerte más de una vez que vendrías a recoger algunas para hacer mermelada.

Una promesa largamente incumplida.

Hasta que llegó ese domingo, uno que era especial a pesar de todo, y tuviste la idea de por fin recoger las moras. Esta vez tenías compañía, alguien que sabías que iría feliz contigo.

Le propusiste la idea y con esa forma de ser tan propia de sus seis años te respondió alegremente que sí. Así que le diste una pequeña bolsa de plástico, tomaste otra igual para ti y salieron a buscar esas oscuras frutitas que se han hecho famosas por haber dado nombre a un aparato lleno de teclas diminutas que parecen cabezas de alfiler, imprescindible para muchos.

Caminado en sentido contrario al habitual, le enseñas que en esa casa color turquesa vivió hace muchos años un escritor muy famoso que siempre cuenta historias de cuando vivía en ese mismo barrio por el que ahora pasean. Cuando le dices cómo se llama el escritor, te dice que su mamá está leyendo algo con ese nombre.

Hasta que por fin ves las frutas tiradas en el piso y comienzan a recogerlas y meterlas en las bolsas que llevaron. Forman un buen montón, dos buenos montones, cada uno en su respectiva bolsa. Caminan hasta el siguiente árbol y repiten la operación. En esa cuadra no hay más, así que siguen avanzando. Tienes la certeza de que hay más árboles de mora por ahí cerca, pero no los encuentras.

Encuentran otro árbol, con menos moras que los primeros, pero igual todas van a las bolsas. Siguen caminando, pero ya dando la vuelta como para regresar. Descartas el pedido infantil de volver en taxi, dices que están muy cerca de casa.

Regresan por la misma calle por donde empezaron la travesía, que se te hizo muy breve. Cuando preguntas a tu acompañante si sabe dónde por dónde están caminando, te dice que sí. Luego señala un martillo que ve en un jardín, "como el de Thor" lo describe. Te dice que su papá tiene un libro con historias antiguas. Tú le cuentas que esos antiguos decían que con su martillo, Thor provocaba los truenos que se escuchan en esas tormentas que en Lima no hay.

Se lleva feliz las dos bolsas de moras a su casa. Al día siguiente llamas por teléfono y te cuenta feliz que ya se acabaron la mermelada que hicieron, que quedó muy rica. Le prometes que otro día van a volver a recoger moras.

Y tú te prometes buscar dónde están los árboles que no encontraste esta primera vez. Esta promesa no se quedará incumplida.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Bodas de hierro

Hoy, 20 de noviembre de 2013, Seis de enero cumple seis años, bodas de hierro según la cronología de los aniversarios. Hace exactamente seis años que la primera entrada de este blog se publicó, después de haber estado en calidad de borrador una buena cantidad de semanas, sin atreverme a apretar el cuadradito anaranjado con la intimidante palabra PUBLICAR.

Seis años y 305 entradas más tarde, puedo decir que me alegra haber vencido ese temor pues Seis de enero ha superado con creces mis expectativas. Si alguno de mis lectores tiene la idea de iniciar un blog pero tiene miedo de la "página en blanco", lo exhorto a que se mande. Lo más fácil es hablar de lo que más se conoce, lo demás viene por añadidura.

Un niño que haya nacido el 20 de noviembre de 2007 ya debería estar yendo al colegio, muy probablemente sabría leer, ya habría perdido más de un diente de leche y se pasaría el día aprendiendo palabras nuevas y adquiriendo experiencias nuevas. Bien por los contemporáneos de este blog.

Me dio curiosidad saber cuáles habían sido las entradas más leídas, y acá va la lista:
- Más frases memorables, 4333 visitas
- El ventilador asesino, 3,142 visitas
- Pequeños diálogos inolvidables, 2,767 visitas
- Diálogo abecedario, 1,802 visitas
- Una cinta amarilla (por cierto, todavía no se cae), 1,364 visitas
- El humor vítreo, 1,302 visitas
- Una simple historia simple, 1,283 visitas
- Yurimaguas, 1,234 visitas
- Zapatitos, 1,203 visitas
- Otras perlitas más, 1,142 visitas

Gracias a los lectores, a los seguidores, a los que comentan en las entradas, a los que leen y no comentan, a los releen, a los que se pusieron en contacto directo conmigo. A todos, gracias por estar ahí.

martes, 12 de noviembre de 2013

Pedido homogéneo

En el Perú, la comida china se conoce como chifa. Dicen que el origen de la palabra está en el primer local de comida china que hubo en el Perú, que se llamaba simplemente Chi Fa. De ahí el chifa devino en nuestra manera de designar a los restaurantes de comida china y a la propia comida, que acá tiene nuestro particular toque.

Los mozos de los chifas tradicionales son personajes verdaderamente peculiares. No se caracterizan por su paciencia y por lo general hablan muy poco castellano. Y algo que siempre me ha dejado pasmada: nunca apuntan las órdenes de los comensales. Registran todo en algún lugar de su mente y antes de retirarse a efectuar el pedido, lo repiten de memoria ante los clientes a manera de confirmación. Nunca he visto que haya que corregirlos.

Cuenta la leyenda que una vez hace ya algunos años, un animado grupo decidió comer rico en un chifa luego de una velada en el teatro. Eran unas 10 personas que recalaron en uno de los mejores chifas de Lima, por lo menos en aquel tiempo. Un mozo los instaló en un salón suficientemente grande para albergarlos a todos cómodamente y les repartió las cartas para que eligieran sus platos.

Entre risas y comentarios, todos empezaron por elegir la sopa con que iniciarían su cena. Unos escogían sopa wantán, otros sopa de pato, algún otro sopa fuchifú y no faltó el que prefirió no pedir sopa. Todas estas elecciones las hacían de viva voz, pero entre ellos, sin dar su orden oficialmente al mozo, que escuchaba todo con aparente paciencia.

Pasado un rato en ese plan, tal vez cuando el mozo decidió que ya había sido suficiente, recorrió la vista por todos los comensales y sentenció:
- ¡Sopa pato pa'todo el mundo! -y sin más, salió.

Contrariamente al alegre bullicio de segundos antes, en el salón donde estaban los comensales un silencio atronador se apoderó del lugar.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Perlitas y perlotas

Son de nunca acabar...
Imagino que el tuneCino Abdellatif Kechiche debe estar muy contento por haber ganado la Palma de Oro en Cannes. Lo que quizá no le alegraría mucho sería ver tremendo error en la noticia que da cuenta de su logro.

Sería bueno saber en qué momento el euro se valorizó tanto, o el dólar se desvalorizó tanto, al punto que 19,900 de uno equivalen a 150,000 del otro. Me perdí esa debacle de la moneda estadounidense.

Sería mejor que este diario, el mismo de siempre, eliGiera escribir bien. Esa J mal puesta estuvo horas en el sitio web sin que nadie la corrigiera.

A este redactor hay que mandarle la tabla de conjugación del verbo COLARSE para que sepa que una persona se CUELA, no se cola. Cola es la extremidad posterior del cuerpo y de la columna vertebral de algunos animales. Por lo que se deduce de la definición, hay algunos animales que no tienen cola.

Esta H intrusa estuvo mostrándose muy feliz todo el día. Ni porque se trataba de una noticia polémica la pudieron corregir.

Dios mío, lo que hay que ver.

lunes, 28 de octubre de 2013

¡Pobre noviembre!

El otro día entré a un autoservicio a comprar algunas cosas sin importancia. No me imaginé lo que encontraría.

Desde que puse el pie dentro de la tienda percibí el inconfundible sonido de las típicas campanitas navideñas. Cuando miré hacia mi izquierda, detrás de la zona de las cajas, lo único que mis ojos lograron ver fueron árboles de Navidad, adornos para árboles de Navidad, muñecos de Papá Noel en todos los tamaños y colores, hombres de nieve, guirnaldas, tarjetas de saludo, papeles de regalo, cúpulas de las que cae la nieve cuando se les da la vuelta. En fin, Navidad por todas partes.

Pero, ¿qué pasa? Todavía estamos en octubre... ¿y ya nos están metiendo la Navidad por todos lados? Ya me dirán que es la época del año en que más se vende, pero claro que sí. ¡Si dura casi tres meses!

Nada haría más feliz a los comerciantes que pasar de la campaña de Fiestas Patrias, que en el Perú se celebran a fines de julio, a la Navidad. O sea, una campaña de agosto a diciembre, medio año de campaña navideña. Que hasta se sentiría más acorde con todo porque en julio en Lima sí hace el frío que en diciembre ya se fue.

Este es uno de los motivos por los que el Ebenezer Scrooge mezclado con el Grinch que andan agazapados en algún lugar de mi mente afloren con toda fuerza. Nos quieren hacer creer que es la época más feliz del año y se mira raro a quienes piensan diferente.

El más afectado es el pobre noviembre. Lo han dejado sin personalidad. A este paso, octubre es la próxima víctima.
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Esta es la entrada número 300 de Seis de enero. Gracias por estar ahí.


martes, 22 de octubre de 2013

3,499 piezas

Hace algunos años descubrí que me gusta armar rompecabezas. En más de una ocasión me he pasado horas enteras dedicada a la ardua tarea de encajar pequeñas piezas de rompecabezas enormes. Es una alegría inmensa encontrarle sitio a las piezas, una por una. Y no hay posibilidad de equivocarse pues si la pieza no está en su lugar, simplemente no encaja. Aunque parezca que ese ES su sitio.

El primer rompecabezas que armé en esa racha fue uno de 3,500 piezas. La imagen era un faro rodeado de árboles con una colina al fondo. Todo un reto, comenzar en algo que requería de tanta precisión rodeada de piezas tan chiquitas.

Empecé por ubicar las esquinas, luego los bordes y después procedí a armarlo desde la parte de arriba, desde el cielo, hacia abajo. Previamente había separado por grupos las piezas que correspondían al cielo, a la colina, al faro, al mar y a las plantas. Por eso fue relativamente fácil ver más o menos por dónde iba armando.

Era emocionante ver crecer la cantidad de pequeñas partecitas completando un todo enorme. No puedo precisar cuántas colocaba cada día, pero el avance era notorio.

Pasaron casi tres meses, con sus días y sus noches. Casi sin darme cuenta, podría decir. Y cada vez quedaban menos piezas sueltas por encajar.

Así avanzaron los días hasta que llegó el momento en que podía contar cuántas piezas quedaban sueltas y cuántos lugares vacantes quedaban en el cuadro que ya estaba formado casi en su totalidad. Y fue ahí que vino el sobresalto, pues no importaba cuántas veces contara, siempre faltaba una pieza. Por más que pensé dónde pudo haberse perdido la pieza 3,500, no logré encontrarla. Es más, sabía que era un ejercicio inútil porque era difícil, imposible incluso, saber en qué parte quedaría el ten temido agujero delator.

Sin perder el entusiasmo, coloqué la pieza 3,499 y fue un gran alivio comprobar que la inquieta pieza perdida era totalmente negra. Me fue muy fácil completar el agujero negro de mi rompecabezas de 3,500 piezas.

Incluso ahora, me cuesta trabajo encontrar dónde quedó el parche que permitió que mi obra se exhibiera sin problemas. Me gustaría pensar que la pieza 3,500 está agazapada con alguna amiga que la convenció de escapar.
Helas aquí, las 3,499 piezas

martes, 15 de octubre de 2013

Sobre la felicidad

Después de mucho pensar, he llegado a la conclusión de que la felicidad es un estado de ánimo más que un estado permanente.

Felicidad es que el timbre de la casa suene inesperadamente un domingo en la noche y que del otro lado de la puerta, una exvocecita te salude con esas tres letras que son casi su propiedad exclusiva.

Felicidad es que una pequeña quiera sentarse a tu lado en un almuerzo donde todo el mundo quiere tenerla cerca y que además se pase todo el rato hablando contigo.

Felicidad es recordar a tu hermano mayor cantando que la felicidad es tener una hermana. Él tenía dos, tal vez era doblemente feliz.

Felicidad es recordar a tus hermanos sentados en el suelo, mientras el más grande le enseña a leer a la más chiquita que recién está en sus primeros días de colegio.

Felicidad es ver a dos amigas que se conocen hace más años de los que les gustaría reconocer abrazarse en el aeropuerto el día que una de ellas llega de visita a casa de la otra.

Felicidad es caminar por la calle sin prisas, es prender el televisor y encontrar que están dando un programa que no te querías perder por nada del mundo, es encontrar el mensaje de un amigo que solamente te dice que quiere saludarte, es encontrar el regalo perfecto para alguien cuyo cumpleaños es dentro de tres meses, es hablar por teléfono con una persona que has conocido a través de un blog y a quien llamas amiga.

La felicidad, ese bien esquivo.

domingo, 6 de octubre de 2013

Disparejas y perdidas

Es un misterio universal, que no conoce fronteras. He leído al respecto en artículos con toques de humor. He oído sobre esto en programas cómicos provenientes de diversas latitudes. También ha ocurrido en mi casa, y eso hace que el asunto sea más misterioso todavía.

Me refiero a las medias que desaparecen cuando se van a lavar.

Muchas veces he seguido el proceso para entender en dónde es que una de las dos medias que conforman el par simplemente se desvanece. Uno se saca las medias, las dos medias a la vez. En mi caso, van a dar a una bolsa de tela que tiene un cierre y de la que no pueden salir ni aunque den mil vueltas en la lavadora. Es más, cuando la bolsa debidamente cerrada sale de la lavadora, las medias están completas. Están completas también el momento de tenderlas al sol.

El misterio surge en el momento en que las medias deben regresar al cajón donde esperarán que las escojamos de nuevo para volverlas a usar. Es ahí donde el número de medias, que en en todo ese proceso se contaba de dos en dos, se vuelve impar.

Puedes buscar hasta cansarte en todos los sitios lógicos, en los ilógicos, en los probables y en los improbables. Podrás mirar dos, tres y más veces en los mismos lugares y tu búsqueda será infructuosa. Simplemente te resignas a tener una media impar o la terminas emparejando con una de color casi idéntico que tiempo antes había quedado misteriosamente sin pareja.

Cuando ya ni te acuerdas del asunto, abres un cajón en donde no habrías buscado jamás la media perdida porque es un cajón que nada tiene que ver con las medias y... ¿será? Pero... ¿cómo llegó acá? Es la media pródiga, bien puesta en un lugar muy visible por el que has pasado innumerables veces desde que la media decidió fugar.

La media puede haber aparecido, pero el misterio sigue vigente. Volverá a pasar, con toda certeza. Como que con toda certeza se multiplicarán los colgadores de ropa, pero ese es otro cuento. O será como dice Seinfeld, que el día de lavado es la fiesta de la ropa y en medio de la efusión de ropa que nunca se ve porque no combinan juntas, las medias aprovechan la confusión y el barullo para escapar.

Quién sabe.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Como siempre

Ese día, Mercedes se despertó temprano. Como siempre, sin ayuda de ningún despertador. Al abrir los ojos, su primer pensamiento fue de cansancio. Si por una vez pudiera quedarme en el cama un rato más, se dijo. Pero sabía que era inútil. Toda su vida, casi desde que tenía uso de razón, había tenido que levantarse temprano. Aunque no tuviera necesidad. Ya se había acostumbrado. En el fondo, sabía muy bien que aunque tuviera la oportunidad, no dejaría de levantarse casi al amanecer.

Además del cansancio, como siempre, sintió que le dolía todo. Como se dice, le dolía desde la raíz del pelo hasta las uñas de los pies. En su caso, no era exageración ni una simple frase hueca. Realmente le dolía todo. Se moviera o no se moviera, hiciera esfuerzos o no hiciera esfuerzos, daba lo mismo. Como siempre, el dolor estaba presente. Era una compañía constante. A veces hasta lo sentía como un amigo fiel que nunca la abandonaba. Quizás hasta lo echaría de menos si un día dejara de sentir dolor.

Se levantó de su sencilla cama plegable. La oyó crujir, como siempre. Recordó la vez que le puso aceite a los resortes. Y recordó cómo extrañó ese crujido compañero. Lo echó en falta hasta que finalmente volvió. Fue recién con ese regreso que pudo volver a dormir tranquila.

Escogió la ropa que se pondría ese día. No era una tarea muy difícil porque no eran muchas sus opciones. No solamente porque tenía muy poca ropa, sino porque además era casi toda igual, de colores oscuros, nada llamativa.

Así transcurrió su mañana. Rutinaria. Repetitiva. Empezó con la limpieza, como siempre... hasta que se vio obligada a postergarla porque notó que se le había acabado el detergente. Notó también que quedaba muy poco jabón. Así que sacó la cajita donde guardaba su plata. Era de las que seguía cobrando en el banco mes a mes, nunca había optado por abrir una cuenta de ahorros para que se la depositaran mensualmente. ¿Y si se olvidan y un mes no me depositan?

Tomó algunas monedas, las metió en su diminuto monedero y partió al supermercado. Le gustaba sentir el aire friecito de la mañana, de la época en que los días fríos y húmedos comienzan a escasear y se asoman de vez en cuando tímidos y ocasionales rayos de sol. Le gustaba adivinar de dónde venían y a dónde iban las personas con las que se cruzaba en su camino. Discretamente, no fuera a ser que las incomodara.

Llegó a la tienda y se dio permiso para recorrer los pasillos sin apuro. Al cabo de un rato, y con un poco de culpa por la demora, buscó el pasillo de los artículos de limpieza. Agarró una bolsita de detergente, de las más chicas. Y buscó el jabón más baratito. Ya tengo todo lo que he venido a comprar, y se encaminó a la caja.

A lo lejos las vio. Paltas en perfecto punto de maduración. Pocas veces se permitía un antojo. Lo pensó dos veces, y no hubo necesidad de una tercera vez. Escogió la más grande y se fue rápido a la caja.

Entregó sus pocas cosas a la cajera, que luego de saludarla con una amable sonrisa, empezó a marcar los artículos. No le tomó mucho tiempo terminar. La cajera mencionó el monto total, y a Mercedes se le hizo un nudo en la garganta. No le alcanzaba. Le faltaban 80 céntimos.

Mientras decidía qué dejar, sabiendo que la decisión razonable sería dejar la palta, la mujer que estaba detrás de ella dijo: señora, no se preocupe, yo le cubro esa diferencia. Y le entregó a la cajera los centavos que faltaban.

Mercedes se sintió tan agradecida y abrumada por ese gesto de una extraña que apenas atinó a voltear y agradecer con un movimiento de cabeza. Al salir de la tienda se dio cuenta de que estaba viviendo un día diferente. Colorido y diferente. Como nunca.
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El bloguero Cyrano, habitual lector y comentarista de este blog, ha lanzado su libro "El párkinson y yo", donde cuenta sus experiencias como paciente con esa condición médica. Es una lectura muy interesante que les recomiendo y que nos hace ver las cosas desde los zapatos del otro, una de las enseñanzas de vida que practica Atticus Finch.

jueves, 19 de septiembre de 2013

La pizza

La protagonista de esta historia era una mujer muy especial. Su principal característica era que siempre pensaba primero en los demás. Había sufrido de mucha pobreza en su niñez y eso la había marcado para siempre.

Ya en sus años dorados vivía en casa de una sobrina nieta. Sus sobrinos bisnietos la adoraban. Se hacía cargo del manejo de la casa, que bajo sus órdenes funcionaba casi a la perfección. Ese "casi" la hacía exasperarse muchas veces, pero era parte de su forma de ser. En verdad, era casi imposible concebir la casa sin su presencia.

Tenía un don extraordinario para la cocina. Casi siempre veía las recetas en algún programa de televisión y sin apuntar ni nada, al día siguiente sorprendía a todos con una comida que provocaba los aplausos de los comensales.

Su rápida mente siempre estaba pensando en diferentes maneras de generar recursos. Esa pobreza tan grande que conoció en sus primeros años le había enseñado a no dejarse estar, y así fue que se le ocurrió unir esa voluntad de ganar un beneficio económico con su habilidad para la cocina.

Cerca de su casa había una panadería. Una mañana se fue a hablar con el propietario y le propuso que cada día le dejaría una pizza completa para que él la vendiera por trozos. Al hombre le pareció una buena idea y quedaron en comenzar al día siguiente.

Efectivamente, al día siguiente, poco después de las 3:00 de la tarde, ella cumplió su parte del trato, dejó la pizza y recibió el pago acordado. La operación se repitió a lo largo de varios meses y tanto ella como el dueño de la panadería estuvieron más que contentos con el trato.

Hasta que un día, cuando llevaba la pizza caliente recién sacada del horno a su lugar de destino, se percató de que un perro la seguía. El pobre can, a todas luces un animal callejero, debe de haber sentido el delicioso aroma de esta delicia e instintivamente lo siguió.

Ella primero no le hizo caso y siguió su camino. El perro no cejaba en su empeño. Así que trató de desprenderse del animal, pero no pudo. Caminaban al mismo ritmo. Deben haber formado un par digno de atención: la mujer con la fuente de olorosa pizza caliente y el hambriento perro que no se despegaba de su lado. Hasta que le dio miedo que el hambre hiciera que el pobre animal callejero la atacara y tomó la decisión de regresar a casa con la fuente llena.

Los más felices fueron los sobrinos, a los que normalmente no permitía ni acercar la nariz a la cocina para que no le arruinaran la mercadería. Se dieron un banquete ese día. En cuanto a ella, decidió unilateralmente dar por terminada la venta diaria de pizzas.

El dueño de la panadería debe seguir esperando hasta ahora la llegada puntual de su producto estrella.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Historia en dos momentos

Sonaba el teléfono y el diálogo iba más o menos así:
- ¿Puedo quedarme a dormir en tu casa el sábado?
- ¿Qué dice tu mamá? -era la pregunta que respondía a la pregunta.
- Que sí.
- Entonces sí, claro, ven el sábado.

Alrededor de las 7 pm del sábado llegaba el niño. Traía por equipaje una mochila azul, negra y roja con el logotipo de unos famosos ladrillitos de juguete con los que se armaban todo tipo de edificaciones e instalaciones. Dentro de la mochila había primorosamente doblada la pijama y una muda completa de ropa para el día siguiente, todo impecablemente limpio y oloroso. No faltaba el cepillo de dientes y ocasionales remedios con la consiguiente indicación de horas en que debían tomarse.

Luego de comer algo rico y de compartir historias narradas o leídas de algún libro tantas veces releído, el niño pasaba la noche viendo televisión hasta horas que normalmente le eran prohibidas. No había problema pues al día siguiente no había que levantarse temprano. De todas maneras, su cansancio lo vencía 30 minutos más tarde de la hora límite.

Al día siguiente, se levantaba tarde y alguna actividad lo mantenía ocupado y distraído hasta que pasaban a recogerlo alrededor del mediodía. La frase final que escuchaba antes de partir era:
- Vienes otro día.

Por toda respuesta, venía un movimiento afirmativo con la cabeza, acompañado de una sonrisa.
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Suena el teléfono y el diálogo va más o menos así:
- ¿Puedo quedarme a dormir en tu casa el sábado?
- ¿Qué dice tu mamá? -es la pregunta que responde a la pregunta.
- Que sí.
- Entonces sí, claro, ven el sábado.

A horas variables del sábado llega la niña. Trae por equipaje una pequeña maleta de colores rosado, celeste y lila con dibujos de personajes con sangre azul. Dentro de la maletita viene primorosamente doblada la pijama y una muda completa de ropa para el día siguiente, todo impecablemente limpio y oloroso. No falta el cepillo de dientes y ocasionales remedios con la consiguiente indicación de horas en que deben tomarse.

Luego de comer algo rico y de compartir historias narradas o leídas de algún libro tantas veces releído, la niña pasa la noche viendo televisión hasta horas que normalmente le son prohibidas. No hay problema pues al día siguiente no hay que levantarse temprano. De todas maneras, su cansancio la vence 30 minutos más tarde de la hora límite.

Al día siguiente, se levanta tarde y alguna actividad la mantiene ocupada y distraída hasta que pasan a recogerla alrededor del mediodía. La frase final que escucha antes de partir es:
- Vienes otro día.

Por toda respuesta, viene un movimiento afirmativo con la cabeza acompañado de una sonrisa.
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Acá hay otro misterio resuelto, gracias a Autoliniers y Macanudo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Pequeños misterios resueltos

El sonido misterioso
La mujer entró a su casa, que encontró vacía. Era esa hora en que ya casi no es de día pero todavía no es de noche, cuando en la calle sigue habiendo luz pero en las casas ya está oscuro.

La mujer entró por la puerta de la cocina, la entrada habitual a la casa. Dejó unas bolsas que tenía en la mano con compras y fue ahí que lo escuchó: "tic, tic, tic, tic". Imparable, casi inaudible en un comienzo pero persistente una vez que se percató del sonido. Tic, tic, tic, tic.

Puso su reloj a la altura de su oreja, aunque sabía que esa no era la fuente del misterioso sonido. Lo comprobó segundos después, el tic tac de su reloj era diferente. Este sonido le llegaba de lejos. Tic, tic, tic, tic.

Salió de la cocina rumbo al comedor en penumbra, y sintió alejarse el sonido. Definitivamente, provenía de la cocina. Miró por todos lados, se dijo primero que tal vez fuera un roedor entrometido. Luego del sobresalto inicial ante tal posibilidad la tranquilizó pensar que ningún animal haría un ruido tan acompasado. Tic, tic, tic, tic.

En eso, prendió la luz de la cocina y lo vio. En la pared opuesta a la puerta por donde había entrado, la oscuridad no le había permitido ver el flamante reloj anaranjado nuevecito que colgaba orgullosamente de un clavo puesto especialmente para la ocasión. De ahí venía el misterioso tic, tic, tic, tic.

El pan mordisqueado
En los últimos días, cada vez que sacaba una tajada de pan de la bolsa, la encontraba mordisqueada. O como si alguien hubiera arrancado toda una esquina.

La primera vez que encontró el pan así, revisó la bolsa buscando algún hueco por donde alguien hubiera podido arrancar el pedazo faltante. Nada, la bolsa estaba completa. Revisó el resto de tajadas y comprobó que la única incompleta era la que había estado encima de todas. Después de una concienzuda inspección, decidió que no había peligro en comérsela.

Al dia siguiente, de nuevo a la tajada de encima le faltaba toda una esquina. Volvió a revisar la bolsa, no había huecos y la única tajada afectada era la de encima. Una vez podía ser mala suerte, pero dos ya no. Sobre todo, después de que la vez anterior había las revisado todas las tajadas que quedaban en la bolsa.

Lo mismo pasó cuando ese paquete de pan se acabó y compró uno nuevo. Ya la cosa estaba teniendo asomos de algo en lo que no quería ni pensar.

Hasta que casi casualmente, como si lo acabara de recordar, su madre le dijo que iba a comprar una nueva bolsa de pan porque de las dos anteriores había estado sacando pequeños trozos para evitar tomar una pastilla en ayunas muy temprano cada mañana.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Rebelión adolescente

Si yo fuera adolescente en estos días, definitivamente estaría más que furiosa con los guionistas de los programas que ellos consideran son para ese público, es decir, para adolescentes.

Primero, había un programa de hechura latinoamericana de cuyo nombre es mejor olvidarse que transcurría en un colegio. Supuestamente, eran las vivencias de un grupo de estudiantes de secundaria de un colegio que, asumo yo, ellos creen que es muy normal. Todos los chicos que actuaban ahí eran sobreactuados. En verdad, eran sobreactuadísimos hasta el hartazgo, con gestos y caras que yo jamás he visto en seres humanos comunes y corrientes. Además de eso, todos iban al colegio con unos uniformes escolares que más parecían ropa para un desfile de moda que prendas para ir al colegio. No tenían nada que ver con los grises uniformes que todos los escolares peruanos usamos durante muchos años hasta hace pocos años.

Eso no es todo. He dejado la parte más picante para el final. Los alumnos de ese colegio usaban conjuros de brujería para lograr sus fines. Y como por arte de magia (nunca mejor dicho), los personajes dejaban su forma original y pasaban a ser sapos, perros, lagartijas o alguna alimaña igualmente simpática.

Hablo en pasado sobre el programete este porque espero que su ausencia de las pantallas de televisión sea definitiva y que no se trate simplemente de un receso entre temporadas.

Ayer vi otro programa etiquetado también como juvenil. Venía este de una cadena estadounidense, debidamente doblado al castellano, donde lo único que quieren los chicos cuyas vidas ficticias se retratan acá es salir en televisión. Ese es su máximo logro y cometido y para eso son firmes creyentes y practicantes de que el fin justifica los medios.

Entre unos y otros se ponen unas trampas tremendas para lograr que otros y unos no cumplan con las citaciones que reciben para pasar las diferentes pruebas que determinarán si salen o no en televisión.

Antes de que alguien se pregunte por qué razón me dedico a ver estos bodrios televisivos, diré que del primer programa veía muy de vez en cuando sus dos minutos finales, mientras esperaba el programa que venía a continuación. El otro lo vi hace pocos días de casualidad, mientras escogíamos con Marcela algo para ver juntas. Menos de dos minutos más tarde simplemente cambié de canal.

Francamente, qué paupérrimo concepto tienen algunos de la mente adolescente. Ojalá dejaran de alimentarlos con programas como estos lamentables ejemplos que menciono. Tal vez ese supuesto público objetivo debería rebelarse de alguna manera ante tan grande subestimación a su capacidad intelectual.

jueves, 22 de agosto de 2013

Nueces

A raíz de la última entrada, recordé una publicada hace algún tiempo y que a continuación reproduzco.
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El gerente de la tienda había notado últimamente que las cantidades de chocolates en las estanterías no coincidían con el inventario. Faltaban muchos chocolates, sobre todo de los más caros. De los que tenían avellanas y nueces enteras dentro. Era evidente que alguien se estaba robando los chocolates.

Decidió averiguar quién.
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Sus pequeños hijos le habían pedido nueces. Nueces en cualquiera de sus formas. Lo que fuera: castañas, pecanas, avellanas. Con tal de que fueran nueces, lo demás era lo de menos.

Así pasaron varios días de desesperación para esta pobre madre. Sus pequeños le reclamaban nueces, y ella no sabía de dónde sacarlas. Lo peor es que ella misma hubiera agradecido un puñado de esos frutos. Pero se le hacía tan difícil encontrar nueces... y todo era más difícil todavía sabiendo que sus hijos querían esas nueces con tanta desesperación.

De repente, algo llegó en forma de inspiración. Si hacía un esfuerzo podría encontrar nueces. Era algo arriesgado, pero era tanta su desesperación que estaba dispuesta a correr el riesgo.

Esperó a que fuera de noche. Cuando la afluencia de gente disminuyó, asomó la cabeza por la ventana entreabierta y entró. Un aterrizaje perfecto. Miró a ambos lados y empezó a correr ágilmente entre los pasadizos. Guiada por su olfato y casi sin ver, pues las luces estaban apagadas, llegó al estante de las nueces. En verdad, eran nueces dentro de chocolates, pero no importaba. Sacó todos los que pudo, dejó botados muchos más de los que pudo sacar.

Satisfecha con su botín, llegó hasta donde estaban sus hijos. Les mostró las nueces, les hizo ver que dentro de los chocolates había nueces. Muchas nueces. Suficientes nueces. Estaban felices.

Cuando se acabaron las nueces, repitió la operación. Y así lo hizo, varias veces.

Hasta que llegó el día en que, en medio de su operativo de aprovisionamiento, unas luces le dieron de lleno en los ojos. No sería posible saber quién estaba más sorprendido: el vigilante de la tienda, que sujetaba una enorme linterna encendida en la mano. O la pequeña ardilla que durante semanas había estado llevándole a sus crías las nueces que estaban dentro de los chocolates.

jueves, 15 de agosto de 2013

Compras en tiempos de realidad virtual

Un día de semana cualquiera vas paseando por una avenida muy comercial. De verdad, vas paseando y mirando, sin las prisas propias con las que la vida diaria nos ha acostumbrado a movernos.

En eso, te ves en la entrada de una gran tienda de ropa. Un cartel enorme en la puerta dice "GRAN REALIZACIÓN - HASTA 50% DE DESCUENTO". Sabes que no necesitas nada, pero la tentación es más fuerte y entras con la idea de mirar solamente.

Miras acá, ves más allá, algunas cosas te llaman la atención, otras no merecen ni una segunda mirada. Hasta que en un estante una casaca, chaqueta o chamarra llama tu atención. Te gusta, pero no para ti, sino para alguien que quieres mucho. Te gusta el diseño a cuadros, la tela es gruesa y la prenda es abrigadora. Ves que hay tres combinaciones de colores en un tejido tipo escocés: negro con rayas guindas y toques plomos, plomo oscuro con rayas azules y toques celestes y marrón con rayas anaranjadas y toques mostaza. Te gusta la que tiene azul, pero como no es para ti, decides llamar al verdadero destinatario de la compra.

Luego de los saludos de rigor, describes la casaca, dices que tiene capucha, dos bolsillos para mantener las manos abrigadas y cierre. Cuentas cómo son los colores hasta que te das cuenta de algo y dices:
- ¿Sabes qué? Mejor le tomo una foto a las tres combinaciones y me dices cuál prefieres.

Procedes con la foto, la mandas a través de una aplicación mágica que has aprendido a usar. Cuando ves las dos marquitas verdes que indican que el destinatario ya vio tu mensaje, vuelves a llamar y viene la pregunta:
- ¿No hay así, igual, pero de un solo color? Me gustaría marrón, si se puede.

Miras alrededor y sí, hay de color entero. Hay tres tonos de marrón. Con un solo color es fácil que con las telas estampadas, porque con dos palabras el color se describe solo. No crees mucho en los colores con nombres como camote, camello, caramelo. Vas a lo básico: marrón oscuro, marrón claro, marrón chocolate, etc.

Ya sin foto, convienen en el marrón elegido. Sales con la compra en una bolsa roja, diciéndote que vivimos tiempos inimaginables, en que una compra se puede decidir instantáneamente gracias a una cámara que tienes en el teléfono que llevas en el bolsillo.

jueves, 8 de agosto de 2013

Cuestión de talla

Entre las muchas cosas que no entiendo hay una que amerita especial atención pues mi incomprensión al respecto es tremenda.

No entiendo cuáles son los parámetros de los confeccionistas de ropa, sobre todo de ropa de mujer, al momento de fijar las tallas de la prendas. Estoy convencida de que usan a niñas bajitas de 12 años o menos para determinar las medidas de las tallas S, M y L para adultas.

En parámetros normales, me basta con ropa de talla mediana. Nunca tengo problemas cuando elijo esa talla en prendas hechas con medidas razonables. Debo confesar que son muy pocas las veces que encuentro ropa con medidas razonables.

En realidad, no me molesta mucho. Simplemente reniego un poco de esta característica de mucha ropa que venden por acá, sobre todo en las tiendas por departamentos que tenemos en esta ciudad, y opto por tallas más grandes.

Lo que me genera más de una molestia es pensar en mujeres con baja autoestima, que se sienten mal por estar pasadas de peso. Recordemos que en los tiempos actuales, a las mujeres no se les perdona ser gordas, tener canas ni tener arrugas. Son tres cosas que, a pesar de ser un mandato no escrito, prácticamente todo el mundo evita tener.

Esas mujeres, preocupadas por su exceso de peso, ¿qué sentirán cuando ni la ropa XXL les queda bien? Estoy segura de que son muy pocas las que saben o se dan cuenta de que el problema no está tanto en ellas, aunque tienen su aporte por los kilos extra, sino en las tallas hechas para mujeres con dimensiones que no existen en la realidad. Por lo menos, en la realidad circundante.

El caso se agrava cuando la afectada es una quinceañera insegura de su aspecto porque sabe que tiene sobrepeso. Uno de sus peores temores hecho realidad, pues no encuentra nada que le quede bien. Es muy poco probable que culpe a esta incomprensible escala de tallas de ropa. En un momento de la vida en que los seres humanos enfrentan sus peores inseguridades, casi con certeza su ánimo se va a ir al suelo.

Más allá de expresar mis ideas en este blog, no se me ocurre ninguna solución práctica o útil. Ni siquiera la manera de hacerlas llegar a las instancias respectivas, es decir, a los confeccionistas de ropa de mujer para saber de sus razones.