domingo, 15 de junio de 2025

El hombre que hablaba poco

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Tenía 21 años, un oficio y tal vez muchos sueños.
Un tiempo antes, su hermano mayor había viajado a un país lejano y desconocido. Ahora, el hermano le proponía ir a ese país lejano y desconocido a trabajar.
Así que, a los 21 años, metió sus posesiones a una maleta y con sus sueños a cuestas partió por mar. Se despidió de su madre, que se quedó en la puerta de la casa familiar viendo partir a otro hijo. Probablemente, fue una despedida con pocas palabras, tal vez a sus 21 años ya era el hombre que hablaba poco que fue más adelante.
Él volteó muchas veces, y la madre seguía en la puerta, quién sabe si con el corazón con el puño o conteniendo las lágrimas, o ambos. Otro hijo se iba al otro lado del océano. Al llegar al punto en el que debía voltear, giró una vez más para ver a su madre, que seguía en la puerta. Levantó la mano en señal de despedida.
Fue la última vez que se vieron.
Abordó un barco en un puerto del que no quedó registro. Atravesó el océano, llegó a la desembocadura del río más largo y más caudaloso del mundo. Lo navegó a contracorriente y después de quién sabe cuántos días, por fin llegó a esa ciudad amazónica donde lo esperaba su hermano.
Los hermanos empezaron a trabajar juntos en el oficio familiar. Participaron en la construcción de diversos edificios en la ciudad, siempre juntos. Debieron enfrentar un revés económico, del que no vale la pena hablar.
A esas alturas, ya tenía una familia propia. Llegó a tener siete hijos. Siempre siguió en contacto con la familia en su tierra natal.
En algún momento, lo contrataron en una ciudad más pequeña, a donde fue solo, sin el hermano mayor. Unos sacerdotes de la ciudad pequeña le encargaron hacer la iglesia local. Y por un tiempo fue de una ciudad a la otra, siempre por río. Con la corriente a la ida, a contracorriente a la vuelta.
Fueron tantos los viajes que ya no supo cuándo viajaba de ida y cuándo de vuelta. Hasta que decidió trasladarse con toda su familia a la ciudad pequeña. En esa ciudad pequeña empezaron a hacerle diversos encargos de construcción. Y fueron tantos los encargos que su nombre estaba por todos lados, en la iglesia, en la plaza, en el colegio de niños, en el colegio de niñas, en la municipalidad, en el hospital y en tantos otros. Tiene su nombre hasta en una calle de la ciudad pequeña.
Andaba con una cinta métrica plegable en el bolsillo, su inseparable herramienta de trabajo.
Tuvo nietos, que lo conocieron y lo recuerdan con infinito cariño.
Tuvo bisnietos, que no lo conocieron, pero que siempre oyeron hablar de él.
Terminó sus días en la ciudad pequeña.
Desde acá, en este Día del Padre, unas líneas dedicadas a mi bisabuelo, José Riera Torra, que nació en Rajadell, Barcelona, España en 1888, y murió en Yurimaguas, Loreto, Perú en 1965, a quien no conocí, pero de quien siempre oí hablar.
Siempre oí hablar del hombre que hablaba poco.

lunes, 12 de mayo de 2025

Punto de encuentro

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Era día de fiesta en el colegio grande. Así que fueron todos, grandes y niños, padres e hijos, a celebrar la fiesta.
Durante horas, los cuatro niños jugaron, entraron y salieron del colegio. Lo conocían bien. Era el colegio del que serían alumnos cuando les llegara el momento.
Así pasaron horas y casi llegó la noche. La fiesta estaba por terminar, pero los niños eran ajenos al tiempo, a la hora. Siguieron entrando y saliendo del colegio sin pensar en nada más que en divertirse.
Finalmente, cuando quisieron entrar una vez más, ya no pudieron. La marea de gente que salía los empujó hacia afuera. Se quedaron juntos, parados y sin saber qué hacer más que esperar. Cuando la marea humana amainó, llegaron al lugar donde habían estado sentados sus padres y sus tíos, y lo encontraron vacío. Y casi no quedaba nadie dentro del colegio.
Quedaron con el miedo en el cuerpo por no saber qué hacer ni a dónde ir.
Salieron del colegio. La gente ya iba subiéndose a sus autos, ya se iban. Y ellos seguían sin saber qué hacer.
Hasta que uno de los niños recordó: "mi papá siempre dice que, si nos perdemos, vayamos al auto a esperarlo, que en algún momento llegará". Vino el debate de a qué auto, al del papá de quién. Y finalmente optaron por el del papá de quien dio la idea.
Juntos los cuatro caminaron hasta llegar al auto y se pararon a su costado. Ya era casi totalmente de noche. Pasó un rato de incertidumbre, el miedo de los niños creía.
De repente, uno de los tíos de la comitiva familiar los encontró. La historia tuvo final feliz.
El sabio consejo del padre fue salvador.

jueves, 10 de abril de 2025

La sonrisa impensada

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Regresé de visita a una ciudad que no es la mía. Estuve ahí dos años antes, todo era nuevo esa vez. En el segundo viaje, recorrí sitios ya conocidos y conocí sitios que no había recorrido.
Uno de los sitios revisitados fue una tienda de barrio que atiende una pareja que visiblemente no es del lugar. "No me gusta comprar ahí", me dijeron hace dos años. Cuando quise saber por qué, la respuesta fue que la dueña no es muy amable, su forma de hablar a veces es agresiva. Que incluso grita molesta a nadie en particular, parece renegar con el aire sin que nadie le responda y sin que nadie le entienda, porque reniega en su idioma. 
"El esposo es otra cosa, es muy amable, sonríe cuando te atiende", me dijeron esa vez.
Lo cierto es que en todas las pequeñas compras que hice, me atendió siempre la mujer, y confirmé lo que me dijeron. Ella se limita a pasar los artículos por su lectora de código de barras y dice la cantidad total. Casi ni contesta el "gracias" que acompaña la compra de prácticamente todos los clientes.
En este nuevo viaje, volví más de una vez a la misma tienda. Por casualidad, o quién sabe qué, siempre me atendió la mujer. Apenas contestaba el saludo, decía la cantidad a cobrar como si estuviera dando órdenes, no contestaba el agradecimiento ni respondía a la despedida.
"Así son sus modos. Atiende a los clientes, cobra, da el vuelto y nada más", concluí, sin darle demasiada importancia al asunto.
La última vez que estuve por ahí, la música de la mujer lo inundaba todo. Ella cantaba feliz, a voz en cuello. Me hubiera encantado saber qué decía la letra, incomprensible para mí, que a la mujer la tenía tan contenta. Casi parecía otra persona, muy diferente a la persona habitual, siempre con el ceño adusto y que prácticamente no interactúa con nadie.
Mientras escogía los productos, comparaba los precios y convertía mentalmente las cantidades a monedas conocidas, entró un grupo de muchachos. Eran cuatro o cinco adolescentes que entraron haciéndose bromas entre ellos. Al darse cuenta de la música, comenzaron a imitar los sonidos, a bailar toscamente, a improvisar una coreografía que por mala era muy graciosa.
"Van a quitarle la alegría a la mujer", pensé. "No creo que le guste ver ese espectáculo con esta música que, evidentemente, a ella le gusta tanto".
En eso, ocurrió algo inesperado. Sin salir del espacio desde donde cobra a los clientes, la mujer empezó a moverse al son de los muchachos, cantando más fuerte. Ellos empezaron a imitar los sonidos mientras seguían bailando torpemente y riendo entre ellos.
Todos reían, felices. Hasta yo me descubrí riendo ante una escena impensada momentos antes.
Bailando y cantando, la mujer les cobró las cosas que los chicos pusieron delante de ella. En cuestión de segundos, la transacción se completó.
Los chicos se fueron con su contagiante alegría. La mujer se quedó contagiada de alegría y, por una vez, me contestó con un "hasta luego" cuando me despedí al salir de la tienda.

jueves, 27 de marzo de 2025

Imagínate...

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Imagínate que tienes más de 20 años viendo una serie televisiva que viene de un país al otro lado del continente y al otro lado del océano, una serie que te cuenta cómo pasó y que prácticamente nadie conoce y menos ve, salvo las personas de tu entorno a quienes casi has obligado a ver.
Imagínate que tienes la suerte de ir de visita a ese país al otro lado del continente y al otro lado del océano de donde viene esa serie televisiva que viste más de 20 años.
Imagínate que un día vas caminando en la capital de ese país en el que estás de visita junto a la compañía perfecta por una pequeña calle dedicada a un famoso escritor de cuyo nombre no quiero acordarme.
Imagínate que a tu lado se detiene un auto al que sube una chica en la que casi no reparas, y que ni bien sube el auto, pide disculpas al chofer, pues debe regresar a la casa de donde salió porque "se olvidó el móvil".
Imagínate que reconoces la voz de la chica, que volteas a verla y crees que es una de las tantas caras que desfilaron por esa serie televisiva que viste durante más de 20 años.
Imagínate que se lo comentas a tu perfecta compañía, quien te alienta a decirle algo: "no tienes nada que perder", te exhortó.
Imagínate que lo piensas medio segundo y resuelves que si no te acercas a la chica cuya voz reconociste vas a arrepentirte por mucho tiempo.
Imagínate que te acercas a la chica y le preguntas si es quien crees que es.
Imagínate que te mira con ojos de curiosidad y que con voz confundida te dice "sí"...
Imagínate que le dices que vienes de un país que queda al otro lado del océano y al otro lado del continente, que viste LA serie durante más de 20 años y que la reconociste por su voz.
Imagínate que te mira con sorpresa, y con una sonrisa enorme te dice "mucho gusto", te extiende los brazos, te recibe un beso y que, por la diferencia de costumbres, no le das la mejilla para el segundo beso que es habitual en ese país que queda al otro lado del océano y al otro lado del continente.
Imagínate que ni tú ni la compañía perfecta atinan a pedirle una foto, pero que no te importa porque acabas de vivir un momento que duró un instante y te acompañará toda la vida.
Imagínate...