domingo, 25 de octubre de 2009

La bodega de doña Rosa

Hace pocas semanas, mi amiga Katia escribió un post titulado El último almacén. Y me hizo recordar un episodio que viví hace algunos años.
En el Perú llamamos bodega a esas tiendas de barrio que tienen de todo. En otros países se llaman colmados. En Argentina, donde vive Katia, se les llama almacenes. Tal como ella lo cuenta, en el Perú, muchisimas de esas bodegas eran propiedad de chinos. Su ubicación habitual eran las esquinas, de ahí viene la frase de "el chino de la esquina".
En mi niñez, en el barrio de Jesús María, el barrio donde crecí, teníamos nuestra doña Rosa. Era la dueña de la bodega en la que comprábamos todos los de la quinta donde vivíamos en la Av. General Garzón. En ese barrio había y, hasta donde sé, sigue habiendo más o menos una bodega en cada esquina. O sea, que cada bodega abastecía a más o menos una cuadra.
El esposo de doña Rosa era bastante mayor que ella. Nunca supe su nombre, pero era un hombre muy cariñoso que hablaba muy mal el castellano. A mis escasos 4 años, casi no le entendía las pocas veces en que él atendía. No sé si doña Rosa sería o no peruana, pues hablaba perfecto castellano. Tenían tres hijos: una hija grande, cuyo nombre nunca supe y a la que se le veía muy poco; un hijo hombre de nombre Ato (al menos, era lo que yo entendía) y Verónica, que era de mi edad.
Un día, el señor murió. Recuerdo que se me hacía raro ya no verlo saludar con una amable sonrisa cada vez que entraba a su tienda.
Verónica y su mamá envolvían el arroz, el azúcar y otros productos usando páginas de guías telefónicas de años anteriores. Hacían un envoltorio magistral, con una facilidad envidiable, que nunca he visto hacer a nadie más que a vendedores de origen chino, ni a las caseras del mercado. Era raro que en sus anaqueles de madera, doña Rosa no tuviera lo que necesitábamos. Las raras veces que eso ocurría, era cosa de llegar a la siguiente esquina para encontrar lo que buscábamos. Eso si, no le faltaba nunca el arrocillo al lado del mostrador, ese antojito que se compraba con las monedas del vuelto. Tampoco faltaban los inolvidables corazones de leche.
Un día, la bodega no abrió. Por el barrio corrió el rumor de que doña Rosa había vendido el negocio y se había ido con sus hijos a China. La tienda quedó vacía un buen tiempo, con lo que nos vimos obligados a cambiar de bodega, a la de la otra esquina. Así fue por cierto tiempo hasta que la bodega reabrió, atendida por Mauro, que no era chino, pero que supo darle ese mismo toque familiar a la compra cotidiana. A pesar de que sus anaqueles ya no eran de madera sino de aluminio.
A finales de 1993, viajé a Caracas, a pasar las fiestas de fin de año con mi tía Dora, hermana de mi mamá que vivía en Venezuela casi 30 años. Una noche, mi primo Juan me dijo: "vamos a comprar comida china, aunque la del Perú nos deja chiquitos a nosotros con la nuestra".
Entramos al restaurante, y mientras Juan elegía qué platos llevar a su casa para comer todos ahí, vi que una cara conocida le tomaba el pedido. No podía ser. ¿Sería? "¿Tú no eres Verónica, la hija de doña Rosa?" La cara conocida dejó el lapicero a un lado, me miró con la cara de incredulidad más grande que he visto nunca y me dijo simplemente: "Si".
El mundo es un pañuelo.
Me preguntó por todos, empezando por la tía Angelita. Yo hice lo mismo, y así supe que al vender la tienda no se habían ido a China sino a Venezuela. Que ese restaurante era de un tío, y que ella trabajaba ahí por las noches. Le mandé saludos a su mamá, y nos fuimos.
No volví a saber de ella. No regresamos a ese restaurante en los días que seguí por allá.
Mi doña Rosa de ahora se llama Luz María. Luzma. Su bodega tiene ese mismo toque acogedor que tanto recuerdo, aunque sus anaqueles son de aluminio y no de madera. También tiene de todo... menos corazones de leche y esos dulcísimos y deliciosos cuadraditos que comprábamos por cajas y devorábamos en cuestión de horas.

jueves, 15 de octubre de 2009

Semana de blogueo en contra de las encuestas

Hace algunas semanas, leyendo el blog de AbuFares y haciendo una traducción de un post para Global Voices Online, me encontré con una campaña titulada: "Semana de blogueo en contra de ...", donde animaban a los autores de blogs de todo el mundo a iniciar su propia semana en contra de algo.
Varios blogs amigos eligieron sus diversos temas contra los cuales escribir. A mí me tomó un tiempo decidirme por uno, y luego de darle vueltas al tema, opté por "Semana de blogueo en contra de las encuestas de intención de voto".
Me tienen harta las encuestas de intención de voto. Para los que no lo saben, en el Perú elegiremos a alcaldes y presidentes regionales hacia fines del próximo año. Las elecciones presidenciales serán en 2011. En buena cuenta, las próximas elecciones en el Perú serán dentro de más o menos un año.
El presidente actual está en su cargo desde el 28 de julio de 2006. Creo que desde agosto de 2006, los diversos medios de comunicación comenzaron a bombardearnos con sus "últimas encuestas": ¿por quién votaría usted si mañana fueran las elecciones?
Perdón, pero las elecciones presidenciales no serán mañana. Serán dentro de un año y medio. Porque las encuestas de intención de voto casi siempre, y creo que siempre, son acerca de elecciones presidenciales. Como si fueran las únicas que existen.

Muchos domingos al año nos despiertan con el titular: "Fulano acapara al electorado". Y si uno lee bien la ficha técnica, en el 99.99% de los casos, la encuesta se realizó en Lima y Callao con nombres que solamente suenan en Lima y Callao. Una que otra encuesta refleja lo que piensan los electores de las ciudades del interior del país. Rarísima vez incluye poblaciones rurales un tanto alejadas.

Por ahí argumentarán que es complicado hacer encuestas en núcleos no urbanos. Entonces no hagan parecer que las encuestas que publican se refieren al sentir de todo el país. Para empezar, a mí jamás me han preguntado por quién pienso votar si las elecciones fueran mañana. Pregunta que parte de una premisa falsa, porque las elecciones no son mañana. Ni pasado mañana.

Además, no todo queda ahí, porque en los dos o tres días subsiguientes, solamente se hablará de eso en los medios. Sesudos comentaristas desmenuzarán los resultados de la importantísima última encuesta, otros se plantearán infinitas dudas cuasi hamletianas de cómo sería el Perú a partir de unos resultados que no son reales porque mañana no hay elecciones. Los nombres que figuran en los primeros lugares se ufanan ante los resultados. Los demás dicen que una encuesta no representa nada, argumentos que serían completamente opuestos si ellos fueran los primeros de la última encuesta.

Por eso, porque creo que es un inútil desperdicio de tiempo, de esfuerzo y de recursos...

¡NO MÁS INÚTILES ENCUESTAS DE INTENCIÓN DE VOTO!


jueves, 8 de octubre de 2009

Parrillada nocturna

Hubo de todo esa noche de viernes. Desde un ascensor que se resistía a subir, con seis personas adentro durante noventa interminables segundos, hasta un pisco sour del que solamente pudimos sentir el olor porque la licuadora nos jugó una mala pasada, pasando por las risas y charlas que suele haber cuando se reúnen personas que se conocen desde la prehistoria de sus vidas. Es decir, desde antes de la escritura.

El motivo de la reunión era la breve visita de P a la patria, luego de cuatro años de haber partido a Australia. Además, C inauguraba departamento con pequeño patio de parrillas incluido, ideal para una parrillada nocturna de esas a las que el Grupete es tan aficionado.
Luego de varios días y de más de no sé cuántos e-mails de confirmación, llegó la fecha fijada. Acordamos que cada uno llevaba lo que comería, salvo P que era el invitado de honor. Así que ahí estuvimos el Grupete casi completo, pasándola tan bien como siempre la pasamos cuando nos reunimos. Hasta las respectivas parejas se han integrado tanto que ya es casi como si todos hubiéramos estado en el mismo salón.
La noche estaba especialmente húmeda y fría, como saben serlo las noches limeñas a pesar de estar bien entrado setiembre. A pesar de estar en primavera. Aun así, ahí estábamos alrededor de la mesa al aire libre, bien abrigados, compartiendo lo que habíamos llevado (no sé en qué momento desaparecieron mis salchichas blancas, de las que no probé ni un pedacito... aunque me queda el consuelo de saber que estuvieron muy ricas), compartiendo recuerdos, acompañando casi todos de un "¿¡te acuerdas?!", seguido de sonoras carcajadas.
Siempre es así.
Se anuncia otra reunión en las próximas semanas. Otro del Grupete viene a Lima a atender asuntos familiares, así que nuevamente la ocasión será propicia. Ojalá esta vez el pisco sour no se quede simplemente en olor.

jueves, 1 de octubre de 2009

Mensajeros

Del baúl de los posts ya publicados en este blog, rescato uno de los primeros. Tuvo dos comentarios, que incluyo acá y acá (con las gracias a esos fieles lectores). Cada vez que paso por esa esquina, es decir, prácticamante todos los días, recuerdo este episodio ocurrido el último día de noviembre hace casi dos años.
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Era casi mediodía. Yo intentaba cruzar la esquina de Larco y 28 de Julio, en Miraflores. Estaba harta de todo, me sentía harta de muchas de las cosas que me rodeaban y estaba realmente fastidiada.
Dos o tres pasos delante de mí vi a una elegante señora que debía tener bastante más de 70 años, con el pelo perfectamente peinado y totalmente blanco, chompa roja y cartera negra que miraba con cierta desorientación a ambos lados de la pista.
Sin hacerle mayor caso, seguí avanzando hasta el borde de la vereda, para esperar a que la luz del semáforo me permitiera cruzar. Entonces, se me acercó la señora y me preguntó con una voz muy dulce: hijita, ¿vas a cruzar?

Le dije: ¿quiere cruzar? Pues vamos. Se aferró a mi brazo y empezamos caminar juntas con paso firme y decidido. Llegamos a la berma central que divide ambos sentidos de la Av. 28 de Julio. Ahí esperamos al nuevo cambio de luz, porque este semáforo tiene un sistema diferente para cada sentido del tránsito.

En ese medio minuto de espera, volteé hacia la señora, quien con una sonrisa me dijo que mi chompa le parecía linda. Se lo agradecí, mientras pensaba que no había sido mi primera elección del día, sino que me había visto obligada a cambiarme antes de salir de la casa porque el clima del día resultó no ser el que yo esperaba (lo que hace que no me gusten estos días de indefinición climática tan limeños).

Cruzamos la segunda mitad de la avenida, y le pregunté hasta dónde se iba con la idea de ir con ella hasta donde me indicara. Pero me contestó que no me preocupara, que había quedado en encontrarse con su hijo en la puerta de la empresa de celulares que queda en esa esquina. Y al soltar mi brazo me dijo: "Dios te bendiga, hijita. Nunca hubiera podido cruzar sola".

Caminé dos pasos, y decidí voltearme a verla. Estaba segura de que ya no la vería, como pasa con los ángeles en las películas. Tenía la esperanza de no verla donde la había dejado.

Pero mi ángel mensajero, el que me alegró él día con una simple frase oída tantas veces, seguía parada en donde la había dejado. Buscaba con la mirada al hijo que no supe si se demoró en llegar. No volví a voltear. Creo que me dio miedo comprobar que esta vez ya no estaría.

O tal vez seguiría ahí para despistarme, como si, a pesar de estar sin sus alas, no me hubiera dado yo cuenta de que era un ángel mensajero que me devolvió buena parte de la tranquilidad que me faltaba.