miércoles, 26 de diciembre de 2012

Una doncella viajera

La historia que relato acá me la contaron, y la comparto como para no dejar que la Navidad se nos pase tan rápido.

Lilia, que no es su nombre real pero hay que reconocerla de alguna manera, es y siempre fue una voraz lectora. En una visita al hogar paterno, hace ya muchas lunas, cayó en sus manos un libro llamado La doncella de Miss Million, de Berta Ruck. Por alguna razón, el libro que Lilia leyó no tenía las primeras ni las últimas páginas, así que Lilia podía intuir el inicio que no pudo leer, pero el final quedó abierto a su imaginación.

Pasaron muchos años hasta que un día, sin razón aparente, Lilia recordó esa lectura inconclusa y se la comentó en voz alta a alguien a quien llamaremos Rafaela. Ni corta ni perezosa, Rafaela tomó nota mental del título y se propuso buscar el libro para que Lilia pudiera reencontrarse con la historia y, quién sabe, quizá hasta leerla completa.

Como creyó que en Lima no encontraría el libro ni buscándolo con lupa, Rafaela le preguntó a Cata, que vive en Buenos Aires, si podía hacer una búsqueda en alguna librería de esa ciudad. Al cabo de un tiempo, Cata le dijo que por más que buscó, no había encontrado el libro.

Rafaela no se desanimó y siguió buscando hasta que llegó a una librería virtual española que hacía entregas a domicilio. Tenían el libro, usado pero en buenas condiciones. Con todo y reparto el precio era muy bueno, aunque solamente repartían dentro del territorio español. Recurrió a Sofía, que vive en la capital española, y tras contarle brevemente la historia, le preguntó si podía comprar el libro por Internet con entrega en su dirección en Madrid. Sofía le dijo que no tenía problema, pero le advirtió que la fecha más probable de viaje a Lima sería para la Navidad y estaban recién a comienzos de junio. A Rafaela no le importó: Lilia había esperado años por conocer el final de esta historia, así que unos meses no importarían, sobre todo porque no tenía idea de esta búsqueda intercontiental.

Así fue que a los pocos días, Sofía avisó a Rafaela que el ansiado título había llegado sano y salvo a su casa. "Te lo llevo en diciembre", prometió. Pero no hubo necesidad de esperar tanto, pues en octubre, Sofía le dijo que una tía había ido a visitarla sorpresivamente y que mandaría el libro a Lima con ella.

Para que este cuento largo no sea tan largo, simplemente diré que antes de noviembre, la tan buscada y viajada doncella estaba en casa de Rafaela. Sería el regalo perfecto de Navidad para Lilia.

Si doy fe de lo que me contaron, fue un regalo perfecto, pues hasta donde sé, Lilia lo leyó en pocos días, a pesar de su minúscula letra. Y pudo por fin saber el final de la historia.

A todos los lectores de Seis de enero, sus familias y personas más queridas, deseo lo mejor en 2013, y en todos los demás días por venir.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Diciembre

Foto sacada de este blog 
Ya tenemos a la Navidad tocando nuestras puertas. Con ese motivo, reproduzco una entrada publicada en 2008, referida al mes que estamos viviendo.

Diciembre es un mes de emociones encontradas, no tengo la menor duda. Hace algunos años, el escritor peruano Abelardo Sánchez León publicó un excelente artículo en su columna semanal del El Comercio. Por suerte guardé el texto completo, aunque no el sitio web ni la fecha exacta de su publicación.
Rincón del autor: Diciembre

Por Abelardo Sánchez León

Este mes es una piedra difícil de trasladar y tropieza con el hueco negro de la despedida. Diciembre sacude lo hecho. A fin de cuentas es un mes de evaluaciones. 
Experimenta una extraña sensación de vacío. Se acerca la Navidad y su corazón late como un reloj atascado en la arena. Siente poco, incluso en su relación con las personas más cercanas: su pareja, sus hijos, sus amigos, sus colegas.


Considera que se ha vuelto huraño, cascarrabias, que todo le molesta. Ni qué decir de la política. No puede criticar a la juventud por ser tan indiferente con la política, pues él mismo está como endurecido. No le interesan aquellas riñas y confrontaciones entre candidatos. Está, sin saber por qué, de mal humor.

Ha ayudado en su casa a que se levante, como un verdadero himno de esperanza, el árbol de la Navidad. Aquel árbol, comprado hace unos veinte años en una tienda de segunda mano por la Arenales, le recuerda a tantos otros árboles, cuando era un muchacho y ayudaba a su padre a levantarlo en aquella casa hoy derrumbada. Pacientemente ha contribuido a que durante las noches se llene de luces intermitentes.

Piensa que diciembre es un mes feliz, pero que por extrañas razones, completamente desconocidas, siente malestar en lugar de alegría. Llega exhausto al último mes del año y anhela descansar en el pequeño jardín que su esposa cuida con verdadero esmero. Pero las cosas no se dan. Quiere revisar unos poemas, regar, contemplar la luna de diciembre, hacerle el amor. Lo intenta, pero no se dan las circunstancias. Diciembre es una piedra difícil de trasladar y tropieza con el hueco negro de la despedida. Diciembre sacude lo hecho y se lo refriega en la cara, a fin de cuentas se trata de un mes de evaluaciones, de lejanas calificaciones escolares, de rojos en la libreta.

Piensa que en las épocas del colegio diciembre tenía un sabor especial: por ejemplo, no tener más de dos cursos desaprobados, frecuentar La Herradura con sus amigos Andrés y Vicente, ir a la vermouth del cine Orrantia. Diciembre era risa si pasabas de año. No había malestar acumulado. Las luces navideñas iluminan las fachadas a falta de estrellas y en el centro de su cerebro algo no funciona. Sus cálculos, sus simples deseos, no le han salido.

Decide encerrarse. No asistir a los diversos festejos de fin de año, cuando diciembre es una agenda apretada. Pero si no va tendrá que estar solo y soportarse. Se trata del destino: el tibio sol de diciembre tiene ahora un sabor a metal antiguo. Lo distingo a la distancia, trato de pasarle la voz, pero me abstengo.

Este mes es una piedra difícil de trasladar y tropieza con el hueco negro de la despedida. Diciembre sacude lo hecho. A fin de cuentas es un mes de evaluaciones.
... y de despedidas y de reencuentros y de balances y de nostalgias y de ausencias y de presencias y de esperanza, agregaría yo.

A todos, ¡FELIZ NAVIDAD!

martes, 11 de diciembre de 2012

Misterio sin resolver

Como bien saben los que me conocen, y para extrañeza de los que recién se enteran, no tengo cuenta en Facebook. Tampoco tengo intenciones de tenerla. No se trata de aburrirlos con razones ya explicadas, ni de que intenten convencerme de las bondades de la mencionada red social pues esta entrada no va por ahí.

Resulta que hace algunos días, noté muchas visitas a este blog desde Macedonia. Cuando digo muchas quiero decir más de 40 visitas en un mismo día. Desde diversas ciudades de Macedonia: la capital Skopje, Kumanovo, Stip, Lisice y Kavadarci. Y de otros lugares lejanos como Bucarest en Rumania, Jagodina en Serbia, Ciudad del Cabo en Sudáfrica, Colonia en Alemania y Melbourne en Australia. Todas estas visitas venían desde Facebook y ninguna de ellas estaba dirigida a alguna entrada en particular, sino al propio blog.

Le pedí a una persona cercana que tratara de averiguar el origen de esas visitas, si podía saber quién había hecho referencia a Seis de enero, pero la respuesta fue: "no deja ver quién lo ha puesto, me lleva de frente al blog". No es la primera vez que me llegan visitas desde Facebook, pero las veces anteriores han sido personas conocidas las que han recomendado alguna entrada.

El misterio crece más todavía porque son países donde no se habla castellano y porque, en tiempos de inmediatez en que las noticias pierden actualidad cada cuarto de hora, pasan los días y las visitas de Macedonia siguen llegando.

Misterios de la red...

viernes, 7 de diciembre de 2012

Por eso no tengo un smartphone

Dos muchachos caminan juntos por la calle en dirección contraria a mí. Asumo que son amigos, aunque no se hablan ni interactúan. Cada uno está pegado a una pequeña pantalla, que tiene puesta frente a sus ojos. Veo que sus dedos viajan velozmente por encima de unas teclas que parecen cabezas de alfiler. Ni siquiera miran la calle por donde caminan. Lo que escriben con esas teclas mínimas debe ser sumamente importante.

Una mujer y una niña van por la calle. La niña no tiene más de cinco años, pero prácticamente está caminando sola por una transitada avenida miraflorina. La mujer que la acompaña, presumiblemente su mamá, no le presta atención. Está concentrada en una pantalla, atenta a sus dedos que recorren ágil y diligentemente teclas que parecen cabezas de alfiler. Muchas de las personas con las que se cruzan, atentas a sus propia cabezas de alfiler, empujan a la niña a cada paso. Pero la mujer que la acompaña tiene asuntos más apremiantes que atender.

Una muchacha hace compras en un autoservicio. Al menos, es lo que parece, pues tiene un carrito de compras con algunos artículos adentro. Pero está detenida hace rato, en medio de las botellas de aceite. No está escogiendo la marca que llevará, ni siquiera está mirando el aceite. Está muy distraída escribiendo con esas teclas que parecen cabezas de alfiler. Mientras tanto, los otros clientes que quieren comprar aceite no tienen cómo acceder a las diferentes botellas para comparar los precios y escoger libre y cómodamente.

Un muchacho está en la caja del mismo autoservicio. Tiene pocas compras, que acomoda rápidamente sobre la faja transportadora. Ignora el saludo de la atenta cajera, que lo saluda con una sonrisa. Como el hombre de negocios de El Principito, es una persona muy ocupada y no puede despegar la vista de las teclas que parecen cabezas de alfiler. Menos para responder un amable saludo.

Una pareja está en el cine. Es ese momento de silencio que hay antes de que se apaguen las luces. Están conversando animadamente. Hasta que un zumbido suena dentro de la cartera de ella, que saca un aparatito y lo empieza a mirar detenidamente. Un segundo después, sus dedos vuelan sobre teclas que parecen cabezas de alfiler, mientras ríe casi para sus adentros. Se acabó la animada conversación. El hombre se queda mirando el techo del cine, hasta que la luz se apaga completamente. La pequeña pantalla que está a su costado se queda encendida un rato más.

Me gusta tener el control de mi teléfono, y no que el teléfono sea el que tenga el control.

Por eso, no tengo un smartphone.