Esta historia es prestada, me la contó una persona que me autorizó a usarla en el blog. Así que, con ese permiso, la cuento.
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Era una una tarde fría, como los últimos días de este invierno que no quiere irse. Salía del complejo médico en el que había pasado buena parte de la tarde, tras la consulta con un oftalmólogo. Iba un poco mareada por unas gotas que me pusieron para verme el fondo de ojos. Tras una larga espera, finalmente llegó mi ansiado turno. El médico me atendió, recibí papeletas con citas para nuevos exámenes, y lo que más esperaba: las gotas que me aplico religiosamente todas las noches y que tienen un alto precio en las farmacias.
Ya en la calle, tomé un taxi para ir a casa, en medio del tremendo tráfico de la llamada hora punta. El taxista era un joven atento y muy correcto, y tomó el camino a mi casa por la ruta más corta, como yo le indiqué. Llegamos a mi destino, le pagué lo acordado y entré al edificio donde vivo.
Ya dentro de mi casa, me dispuse a arreglar mis cosas y poner todo en su lugar. Fue ahí que me di cuenta de que no veía la bolsa que me dieron después de mi cita, la pequeña bolsa donde había guardado los frascos con las gotas y las papeletas de las nuevas citas. Busqué y busqué, miré dos y hasta tres veces en los mismos cajones y rincones sin éxito. Así pasó cerca de media hora, hasta que tuve que decirme resignadamente que había olvidado la bolsita en el taxi. "Toda la tarde perdida y sin conexiones para seguir el tratamiento. La dejé en el taxi, mejor lo doy por perdida", reflexioné tristemente.
Fue un momento de confusión, pero felizmente no duró mucho.
En el preciso instante en que el pensamiento de confusión cruzaba mi cabeza, escuché un timbre que no era el de mi departamento, sino el del costado, Aun así, yo estaba segura de que era mi taxista. Entonces salí corriendo y ahí estaba efectivamente el hombre, tocando todos los timbres y mirando todas las ventanas para ver si acertaba y divisaba mi cara. Por fin me vio, me dijo que venía a entregarme la bolsa que dejé olvidada en su taxi. Le agradecí mucho y le dije, hoy le va a pasar algo muy bueno, por este acto de bondad que acaba de hacer. Que Dios lo bendiga. Lo único que pensé en ese momento era cuánto habría recorrido ya, a una hora en que todo lo que hay en la calle son autos, personas apuradas, bocinazos, apuro, impaciencia, este hombre se había tomado la molestia y el esfuerzo de regresar a mi casa, a la casa de una desconocida cuyo nombre ni siquiera sabía, solamente para devolverme una bolsita muy valiosa para mí, pero que para él no significaba gran cosa.
Claro que hay gente buena y generosa en el mundo. Hechos así nos devuelven la fe en la humanidad.
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Era una una tarde fría, como los últimos días de este invierno que no quiere irse. Salía del complejo médico en el que había pasado buena parte de la tarde, tras la consulta con un oftalmólogo. Iba un poco mareada por unas gotas que me pusieron para verme el fondo de ojos. Tras una larga espera, finalmente llegó mi ansiado turno. El médico me atendió, recibí papeletas con citas para nuevos exámenes, y lo que más esperaba: las gotas que me aplico religiosamente todas las noches y que tienen un alto precio en las farmacias.
Ya en la calle, tomé un taxi para ir a casa, en medio del tremendo tráfico de la llamada hora punta. El taxista era un joven atento y muy correcto, y tomó el camino a mi casa por la ruta más corta, como yo le indiqué. Llegamos a mi destino, le pagué lo acordado y entré al edificio donde vivo.
Ya dentro de mi casa, me dispuse a arreglar mis cosas y poner todo en su lugar. Fue ahí que me di cuenta de que no veía la bolsa que me dieron después de mi cita, la pequeña bolsa donde había guardado los frascos con las gotas y las papeletas de las nuevas citas. Busqué y busqué, miré dos y hasta tres veces en los mismos cajones y rincones sin éxito. Así pasó cerca de media hora, hasta que tuve que decirme resignadamente que había olvidado la bolsita en el taxi. "Toda la tarde perdida y sin conexiones para seguir el tratamiento. La dejé en el taxi, mejor lo doy por perdida", reflexioné tristemente.
Fue un momento de confusión, pero felizmente no duró mucho.
En el preciso instante en que el pensamiento de confusión cruzaba mi cabeza, escuché un timbre que no era el de mi departamento, sino el del costado, Aun así, yo estaba segura de que era mi taxista. Entonces salí corriendo y ahí estaba efectivamente el hombre, tocando todos los timbres y mirando todas las ventanas para ver si acertaba y divisaba mi cara. Por fin me vio, me dijo que venía a entregarme la bolsa que dejé olvidada en su taxi. Le agradecí mucho y le dije, hoy le va a pasar algo muy bueno, por este acto de bondad que acaba de hacer. Que Dios lo bendiga. Lo único que pensé en ese momento era cuánto habría recorrido ya, a una hora en que todo lo que hay en la calle son autos, personas apuradas, bocinazos, apuro, impaciencia, este hombre se había tomado la molestia y el esfuerzo de regresar a mi casa, a la casa de una desconocida cuyo nombre ni siquiera sabía, solamente para devolverme una bolsita muy valiosa para mí, pero que para él no significaba gran cosa.
Claro que hay gente buena y generosa en el mundo. Hechos así nos devuelven la fe en la humanidad.