martes, 19 de febrero de 2019

Indignante negligencia

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Faltaban algunas semanas para Navidad, y ya las casas, tiendas, oficinas y calles estaban decoradas para la ocasión. En verdad, creo que las decoraciones para la ocasión empiezan desde septiembre, pero ese es otro tema.

Caminaba por una calle medianamente transitada de Lima, pocos autos, poca gente. Era casi mediodía y todo iba bien.

En sentido contrario a mí venían caminando una mujer y un niño de unos tres años. Presumiblemente eran madre e hijo.

La mujer que venía caminando en sentido contrario a mí no despegaba los ojos de la pantalla personal que tiene esclavizados a prácticamente todos en este planeta independientemente de su edad y ocupación. El que iba a su lado casi caminaba por su cuenta y riesgo.

De repente, el niño notó algo que yo ya había visto: en un árbol de la calle, habían colgado luces y adornos navideños. El árbol estaba a la entrada de un jardín de la infancia, y los adornos eran de evidente hechura infantil. Era fácil darse cuenta que los habían hecho los niños de ese jardín.

Al instante que el niño notó los adornos, se le iluminó la carita. Se adelantó corriendo hacia los objetos colgantes que tanto lo entusiasmaron. La mujer que iba a su lado ni se inmutó que el niño había avanzado. Hasta casi diría que ni cuenta se dio.

El niño llegó al pie del árbol y comenzó a gritar alborozado hasta casi quedarse sin voz:
- ¡Mira cómo lo han ponido! ¡Mira cómo lo han ponido!

Se volteó feliz hacia la mujer, que seguía hipnotizada, con la atención puesta completamente en la bendita pantalla. Sin levantar la vista un segundo ni interrumpir su importante actividad, solamente atinó a responder:
- Ajá, sí.

El niño daba saltitos de emoción frente al árbol, a los adornos. Tal vez la expectativa por la fiesta que se venía y los regalos que sabía que llegarían era demasiada para su pequeña humanidad.

Era conmovedor verlo.

Por mi parte, pese a la emoción de verlo tan contento y entusiasmado, tuve un sentimiento de indignación profunda y enorme. Hasta ahora no sé qué me indignaba más: que la mujer no fuera capaz de dedicar dos segundos de atención a lo que el niño le señalaba o que ni se tomara el trabajo de decirle que no se dice "ponido".

Y después tienen el cuajo de quejarse de que sus hijos no se despegan del celular...

lunes, 4 de febrero de 2019

¡Vaya desperdicio!

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Hace algunos días fui a un supermercado. Fue una visita rápida, solamente tenía que comprar dos cosas casi al paso.

Entré, encontré lo primero que buscaba. Pregunté por la sección donde encontraría la segunda y me dijeron que estaba en el segundo piso. Nótese que en el Perú, llamamos primer piso a la planta baja. En consecuencia, debía subir un solo piso para encontrar el artículo que buscaba.

Busqué las escaleras, pero no las encontré. Pregunté cómo podía subir y me dijeron que por el ascensor:
- ¿No hay escalera? -pregunté.

Me dijeron que no. Ya eso me pareció mal.

Siempre he criticado a quienes, sin tener necesidad alguna ni razones de salud, toman el ascensor para un piso o dos. Hasta tres pisos generan mi fastidio.

Pero lo que vi fue el colmo.

En ese supermercado hay seis ascensores. ¡SEIS! Y no se crea que es una tienda grande. Con las justas la calificaría de mediana. Llegó el ascensor, y cuando se abrió no pude creer lo que vi: cada ascensor tiene capacidad para 11 personas. En total, tienen ascensores para transportar a 66 personas a la vez.

Yo subí sola.

Al llegar al segundo piso, se abrió el ascensor de mi costado y entró otra persona cuya intención era bajar. Es decir, dos ascensores diferentes funcionaban a la vez para transportar a dos personas, una que subía y otra que bajaba, cuando perfectamente ambas personas podían usar el mismo ascensor.

¡Qué desperdicio!

Por donde se le mire, es un desperdicio: primero, de energía para tener funcionando seis ascensores, simultáneamente con las luces que cada uno debe tener prendidas todo el tiempo. De esfuerzos para tenerlos siempre limpios y bien conservados. Y también de espacio para la tienda, que en estos tiempos aprovechan hasta el último rincón para poner mercadería... con el consiguiente riesgo en caso de emergencia, pero eso es otro tema.

Volví a usar el ascensor para bajar y pagar lo que había comprado. Yo entré al primero que se abrió. En lo que se tardaba en cerrar, logré ver que otra persona, también sola, subía al ascensor del costado del que yo estaba.

Todavía me duele tanto desperdicio.