Imagen |
Era un día especial, la abuela había invitado a almorzar al nieto. Iban más personas, pero el niño de diez años era el invitado de honor.
Desde temprano, la abuela se dedicó a cocinar el plato favorito del invitado, desde la entrada hasta el postre. Los demás invitados sabían quién era la estrella y nadie lo discutía.
Cerca del mediodía, sonó el teléfono pero la abuela no tuvo necesidad de contestar, su hija estaba más cerca. Unos minutos después, la hija se acercó a la cocina y le trajo la novedad: había llamado la mamá del nieto, que por motivos de trabajo estaba fuera de su casa, en otro punto de la ciudad. Estaba tan lejos que si iba de ahí a su casa para recoger al nieto para luego ir juntos a la casa de la abuela iban a llegar muy tarde. Así que le había pedido a un taxista de toda su confianza que recogiera al niño y lo llevara a casa de la abuela, y que calculaba que ella llegaría casi al mismo tiempo que el niño en el taxi.
La abuela reaccionó inmediatamente:
- Ni hablar, yo voy a recoger a mi nieto y lo voy a traer.
La hija le dijo que eso no tenía ningún sentido, que si la mamá del niño había pensado en esa solución era porque sabía que no habría problema, que confiara que todo estaría bien. Además, le hizo ver que entre ir y venir todo se retrasaría y sería peor.
La abuela se resignó y regresó a la cocina. Sabía que mandar al niño con un taxista conocido era la mejor decisión, pero no pudo evitar preocuparse. Su único pensamiento estaba en el niño, esperaba que llegara pronto y bien. Tan concentrada estaba en eso que casi se le quema lo que tenía en el horno.
Después de media hora interminable, sonó el timbre. La abuela se apresuró a abrir y suspiró aliviada cuando el niño entró tranquilo, ajeno a las preocupaciones de su abuela, con una pelota bajo el brazo. Saludó y fue corriendo al patio del fondo a jugar un rato hasta que lo llamaran a almorzar.
Al poco rato, llegó la mamá del niño, que corrió a saludarla. Cuando vio la pelota, la mamá preguntó:
- Hijito, ¿esa no era la pelota que estaba desinflada?
- Sí. Le pedí al taxista que fuéramos a inflarla. Él mismo se bajó, la infló y me la dio --contestó el niño con una sonrisa ufana.
La abuela y la madre del niño se miraron, sin pronunciar palabra se dijeron lo mismo: "y yo preocupada por todo el asunto".