lunes, 20 de noviembre de 2017

Bodas de aluminio

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Sin darme apenas cuenta, casi como por arte de magia como dice la canción, este blog cumplió diez años. Qué lejana y qué cercana a la vez se siente esa primera publicación, que vino llena de dudas.

Y acá estamos, apagando diez velitas, celebrando bodas de aluminio, cumpliendo aniversarios metálicos, contando ya los años con dos dígitos y en décadas.

Ha sido un viaje fantástico, y lo seguirá siendo. Viene junto con otro viaje fantástico, diez años de una hermosa amistad descubierta en Global Voices.

Vamos por diez años más, y muchos más.
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Hablando de Global Voices, acá mi más reciente artículo en su sitio web.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

Ardilla osada

Desde hace algún tiempo se ven ardillas en Lima, aunque de todas maneras no son muy habituales. Las que se ven por acá son plomas y de colas poco frondosas, no como las tradicionales marrones que hemos visto toda la vida en los dibujos. Eso sí, tienen la cola lo suficientemente larga como para indicar claramente por dónde andan.

Siempre que las veo, andan a salto de mata, o a salto de cables aéreos, sobre las copas de los árboles que adornan las calles por acá cerca, generando revuelo a su paso. Nunca las había visto desplazarse a ras del piso.

Hasta hace poco.

El otro día caminaba por la avenida Larco, entre el ruido y la prisa de esta avenida tan transitada por peatones y vehículos, donde se oyen todos los acentos y todos los idiomas. Es una vía cosmopolita, imagino que prácticamente todos los turistas que vienen a Lima pasan por ahí.

De repente, con el rabillo del ojo noté un movimiento acelerado muy cerca de mí, y cuando volteé en esa dirección, logré ver a una ardilla que bajaba de un árbol. Su paso iba cambiando de rápido a cauto a medida que se acercaba al suelo. En un momento se detuvo, como calculando dónde dar el siguiente paso.

Ya para ese momento, algunas personas se habían detenido a mirarla. La ardilla seguía observando fijamente el suelo casi sin moverse.

Finalmente se decidió. En un instante, saltó del delgado tronco del árbol al suelo, giró 180 grados y quedó frente a la pista que, coincidentemente, estaba vacía. La luz de un semáforo cercano contenía a los autos en ese momento. La ardilla se quedó calculando unos segundos más y de repente, saltó a la pista y cruzó la avenida corriendo. Como si hubiera habido una sincronización previamente ensayada, en el segundo en que el animalito ya estaba a salvo en la otra acera, los autos comenzaron a pasar a gran velocidad.

Por un breve momento, la ardilla se quedó mirando el tramo que había recorrido. Casi se podía sentir que se felicitaba, admirada de su propio valor.

Después, en un segundo, se trepó al árbol que tenía más cerca y se perdió entre sus hojas en un abrir y cerrar de ojos. Interiormente, aplaudí esa muestra de coraje que tuve el privilegio de presenciar una tarde cualquiera de primavera.