viernes, 30 de diciembre de 2016

Bienvenido, 2017

Estamos a pocas horas de estrenar nuevo año, así que no me queda más que desearles a todos un 2017 muy positivo.
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domingo, 11 de diciembre de 2016

Pastoreadas navideñas

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ACTUALIZACIÓN: El blog "decidió" borrar varios comentarios sin consultar. He logrado recuperar algunos, pero de todas maneras me disculpo con aquellos comentaristas cuya opinión quedó eliminada.

Se acerca la Navidad, que siempre llega con su cuota de recuerdos y nostalgia. Presento acá lo que me envió alguien que recuerda las celebraciones de su infancia en su muy querido rinconcito del Perú.
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La Navidad en la selva peruana se celebraba con las "pastoreadas". Los ensayos comenzaban dos meses antes. Era ya de noche cuando se escuchaban a lo lejos los cánticos, los pitos y los tambores. Las organizaban familias devotas que continuaban con esa tradición año tras año.

Se acercaba la Navidad.

Cuando llegaba el esperado día del 24 de diciembre, en la tarde anterior a la Navidad, salía el grupo muy bien formado y con sus respectivas vestimentas, un elenco encabezado por el Ángel, una niña vestida de blanco, con alitas, diadema y varita dorada. Seguían las pastorcitas, con falditas, chalecos, pañuelos en la cabeza, collares, sonajas y panderetas. Luego los pastores, también con pañuelos y bolsos. Finalizaban el grupo "los indios", con plumas, tambores y pitos, que danzaban frenéticamente y muchas veces causaban temor a los pequeños espectadores.

Había varios grupos de pastores que iban por distintos barrios para llegar a las casas donde encontraban los Nacimientos más grandes. Durante el trayecto cantaban, sonaban los tambores y los pitos, en medio del regocijo de chicos y grandes, espectadores gratuitos del espectáculo navideño.

Cuando llegaban a la casa con el Nacimiento, entraban, hacían su rutina de cantos, declamaciones y danzas para adorar al Niño. Era toda una fiesta apreciada no solo por los dueños de casa, sino por todos los que acompañaban a los pastores en su camino, y que se acomodaban para ver mejor.

Terminada la actuación, se acostumbraba obsequiar a los pastores con dulces, caramelos y bebidas. Luego la pastoreada partía en busca de otro Nacimiento casero, con sus cánticos, tambores y pitos, y dejaba a su paso una estela de emoción y algarabía por un momento inolvidable que se unía a la alegría de la Navidad.
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Presento este encantador comercial alusivo a la Navidad. Tiene algunos años ya, pero no pierde vigencia, menos en estas fechas.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

GPS dixit

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Es un hecho que los avances tecnológicos llegaron para quedarse, y que nos alivian de muchas tareas cotidianas. Pero de ahí a dejar que la tecnología reemplace nuestro cerebro y sentido común hay un gran trecho.

Esta reflexión viene a colación por la omnipresencia del GPS, ese dispositivo que ayuda a los vehículos a encontrar los caminos más despejados y supuestamente más cortos entre dos puntos, entre otras funciones. Todo estaría muy bien si no fuera porque a veces el aparatito obliga a dar vueltas innecesarias.

Me pasó hace algunos días. Estaba en un taxi de los que se llama a través de una aplicación móvil. Observaba que el chofer seguía obedientemente los mandatos del GPS. Es una ruta que conozco muy bien pues iba a mi casa. Desde mi asiento, lograba ver el camino sugerido y si bien no era el que yo hubiera tomado, no le veía mayor objeción.

No dije nada hasta que llegamos a un punto en que lo lógico era voltear a la izquierda para llegar a mi casa, pero el chofer siguió de largo. Se lo dije así, y su respuesta fue "es lo que me indica el GPS". Esa opción nos alejaba del punto de destino. Para no aburrir a quienes no conocen las calles de Lima, digamos que de haber volteado a la izquierda, es decir, de haber seguido la lógica, solamente faltaba seguir de frente unas cuadras y volver a voltear a la izquierda para llegar al destino final.

Con el camino que tomó el chofer, llegó a una avenida paralela a cuatro cuadras de distancia, donde recién giró a la izquierda, avanzó unas cuadras y volvió a girar a la izquierda hasta que regresó a la misma avenida por la que debió haber pasado un rato antes. La ruta "sugerida" por el GPS significó recorrer innecesariamente cuatro cuadras de ida más las correspondientes cuatro de vuelta, tres semáforos (dos de los cuales nos tocaron en rojo) y unos diez minutos perdidos.

Se lo hice notar al chofer, y me repitió el argumento del GPS. Le insistí que debía hacerle caso a quien conoce la zona más que a un aparatito y su increíble respuesta fue que en la central de taxis les obligan a seguir la ruta que indica que GPS.

No discutí más, le pagué y me bajé.

Pocos días después, tomé otro taxi de la misma empresa y le pregunté al chofer si era cierto que los conductores estaban obligados a seguir lo que indica el GPS. Me dijo que no era cierto, que más bien les exhortan a aprender nuevas rutas, más aun si las indicaciones vienen de quien vive por la zona y conoce bien las calles.

Lo que más llama la atención es que ni siquiera lo hacen por cobrar más, pues estas empresas tienen tarifas fijas por el tramo recorrido, no cuenta la distancia ni el tiempo que tomar llegar de un punto a otro. Es decir, al subir al taxi el pasajero sabe lo que le va a costar ir de A a B, sin importar si el chofer rodea todo Lima antes de llegar a su destino. Entonces, queda descartado cualquier afán de cobrar más por un recorrido mayor.

Es simple pereza mental.

Otra persona me contó una historia parecida, al punto que ya no quiere tomar más taxis de ninguna empresa sino que prefiere recurrir solamente a los taxis que se toman en la calle. Con eso, el remedio termina siendo casi peor que la enfermedad.
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Acá mi último artículo para Global Voices.


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Bodas de arcilla

Y sin darme apenas cuenta, como por arte de magia, tal como dice la canción, este blog cumplió nueve años el domingo 20 de noviembre.

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Gracias por haberme acompañado en el camino hasta aquí. Veamos lo que se viene en adelante.

sábado, 12 de noviembre de 2016

El misterio de las dos esferas

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Quienes me conocen saben que me gustan los relojes. De pulsera, de pared, de mesa, los relojes en general. Es por eso que tengo muchos, de todos los tipos, clases y colores.

Resultó que casi al mismo tiempo, dos relojes de pared de la casa quedaron sin funcionar. Uno en mi cuarto y otro en la cocina. Nada que un par de pilas nuevas no pudiera solucionar, así que fue a la tienda que está al lado de casa y compré dos paquetito con dos pilas. Uno para los relojes, el otro de repuesto.

Procedí a cambiar la pila del primero de los relojes, pero no comenzó a andar de inmediato. Volteé la pila creyendo que la había puesto mal, pero nada, el reloj seguía parado. "Ya lo llevaré al relojero después", pensé.

Repetí la acción con el otro reloj y tuve el mismo resultado: con pila nueva, el reloj seguía sin funcionar. Lo sacudí creyendo que los días de inactividad lo podían haber afectado, pero nada.

Pensando que el problema eran las pilas, tomé el paquete de repuesto y volví a cambiar las pilas de ambos relojes. El resultado fue el mismo, los relojes no caminaban.

Agarré el reloj más grande y pesado, el de la cocina, y me fui caminando hasta el relojero que hace años se encarga de reparar mis relojes y de cambiarles las pilas. Son unas seis cuadras de distancia. El reloj pesa lo suyo, la distancia se me hizo un poco larga, pero todo valía con tal de recuperar el tiempo perdido.

Cuando llegué donde el relojero, le pedí que revisara el reloj pues le conté que no funcionaba a pesar de tener pila nueva. Al entregárselo, el relojero me miró y me dijo: "pero está caminando". Y era verdad, el reloj andaba sin problemas. El relojero lo puso a la hora y me lo entregó sin cobrarme nada, a la vez que me decía: "tal vez la caminata ha activado algo en el mecanismo".

"Será eso", pensé, mientras regresaba a la casa. Al llegar, lo puse en su sitio y me fui a ver el otro reloj. Nada, seguía parado. Lo sacudí, aplicando casi el mismo remedio que podría haber tenido resultado con el reloj de la cocina, pero no tuve éxito. Pensé en regresar otro día al relojero.

Pasaron varias horas y tras muchas idas y venidas de esa tarde, entré a mi cuarto y por instinto, como hago casi todos los días, levanté la vista hacia el reloj. No recordaba que no funcionaba, así que acepté la hora que marcaba como correcta.

En eso, recordé que el reloj se había negado a echarse a andar en la mañana. Volví a mirar y... el reloj no solamente estaba funcionando a la perfección, sino que marcaba la hora correcta. Tuve que acercarme para ver si no estaba presenciando ese dicho según el cual hasta un reloj malogrado da la hora correcta dos veces al día. No, el segundero avanzaba.

El reloj de mi cuarto marcaba la hora exacta, ni un minuto más ni un minuto menos.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Recuerdos del pueblo

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Estos recuerdos no son míos, me los mandó un habitual lector de este blog, con el pedido de publicarlos. Acá están.

Recuerdos de mi pueblo
Nací y pasé mi infancia en un pequeño pueblo de la Selva. Eran otros tiempos. Las puertas de las casas estaban abiertas todo el día, corríamos y jugábamos sin peligro alguno al aire libre.

Y algo muy propio de pueblos pequeños: casi nadie conocía el nombre de las calles. Nos ubicábamos por zonas o algo cercano: vive por La Loma, está por Moralillos, se ha ido por el puerto, está por el aeropuerto.

Un día llegó al pueblo un señor que se instaló en una casa grande y puso una tienda de artículos diversos. Encima de la puerta colocó un letrero que decía "GRAN REALIZACION".

Ese letrero permaneció ahí años de años aunque la tienda se cerró.

Muchos años después yo trabajaba en una oficina y atendía público. Por casualidad, llegó un señor y nos reconocimos de inmediato: era del mismo pueblo donde yo nací. Conversamos un momento y yo le pregunté, ¿dónde vivían ustedes? Y me dijo, en la calle Arica. Y luego precisó: "por la Gran Realización". Nos reímos con ganas porque esa simple frase nos recordó usos y costumbres de un pueblo en una época inolvidable e irrepetible.

Cuando ahora visito mi tierra, veo todo tan cambiado, tan diferente, que no la reconozco. Ha crecido, ha progresado. Mucho bullicio y movimiento en las calles. Nada queda de la placidez y tranquilidad de antes, de nuestros años felices.

Y es que la vida sigue aunque quedan los recuerdos.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Algo gracioso sucedió en el teatro

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La semana pasada fui al teatro. La obra era una comedia, y estuvo bastante buena. Pero lo que voy a contar acá ocurrió antes de la función.

Llegué suficientemente temprano y me encontré ahí con las dos amigas con las que había quedado en días anteriores. Previsoramente, decidí ir al baño para disfrutar de la obra con toda tranquilidad.

Este es un teatro chico, por lo que tiene solamente dos baños, uno para mujeres y el otro para hombres. Cuando llegué, una mujer joven estaba esperando su turno, pero el baño se desocupó a los pocos segundos y ella entró.

Mientras mentalmente expresaba mi deseo de que no se tomara una eternidad, se puso en fila detrás de mí otra mujer, que se dispuso a esperar su turno, como debe hacerse civilizadamente en todas las filas del mundo. Grande fue mi sorpresa cuando la vi que empezaba a tocar insistentemente la puerta del baño, lo yo interpreté como una señal para que la persona que estaba dentro se apurara.

Me volteé y le dije:
- Casi acaba de entrar una chica- para que supiera que no se trataba de un uso abusivo del único baño de mujeres.
- Ya sé, es mi hermana la que está adentro y la quiero fastidiar- me contestó, con cara divertida.

Yo me reí simplemente. En ese preciso momento, se abrió la puerta del baño y emergió quien hasta ese momento lo estaba ocupando. Cuando me miró directamente a los ojos, yo dije levantando las manos a manera de defensa:
- ¡Yo no fui!- y no pude contener la risa.
- Ya sé- dijo mientras su mirada pasó a quien estaba atrás de mí-. Desde adentro reconocí tu voz.

Las tres nos reímos. Entonces, rápidamente entré al baño tratando de demorarme lo menos posible. No fuera que, en su afán de entrar, quien ahora era primera de la fila me tocara la puerta con la misma insistencia con que había tocado para apurar a su hermana momentos antes.

Salí sin contratiempos ni golpes inoportunos a la puerta y procedí a ubicar mi asiento en el teatro y a disfrutar de la obra dominical.

domingo, 16 de octubre de 2016

"Busca en la basura"

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Esta historia no me pasó a mí sino a alguien muy cercano y casi viví los acontecimientos a su lado. Para no revelar nombres, llamaremos a esta persona simplemente M.

La hija de M estaba próxima a casarse, y como suele pasar en ocasiones de ese tipo, la novia tenía muchas actividades que hacer antes de la gran fecha.

Para algún almuerzo familiar, pocos días antes del matrimonio, M se puso unos zapatos nuevos. Casi siempre, zapatos nuevos y zapatos incómodos son sinónimos, y esta vez no fue la excepción. Lo único que M quería era sacárselos y ponerse otros que no le causaran tanto dolor en los pies.

En cuanto acabó el almuerzo, partió a su casa con su hija. De ahí debían hacer otra diliegencia, pero decidieron cambiarse antes. M pudo así zafarse de su par de verdugos. Se cuidó mucho de poner los zapatos dentro de una bolsa especial antes de guardarlos en su clóset.

Salió con su hija, regresaron a su casa después de un rato y ni pensó más en los zapatos, a pesar del dolor de sus pies.

Pasados unos días, llegó el momento de otra comilona previa al matrimonio y decidió ponerse los mismos zapatos de la vez anterior. Tenía la esperanza de haberlos amansado la primera vez que se los puso y que esta vez no sufriría tanto.

Buscó en el clóset donde los había dejado un tiempo antes. Nada, no estaban.

Miró en el clóset de otro cuarto, a pesar de tener la certeza de que no los había puesto ahí. "Alguien puede haberlos cambiado de sitio", pensó. Fue por gusto, tampoco los encontró en ese segundo clóset.

Buscó debajo de su cama, debajo de las demás camas, debajo de todas las camas de la casa. No había zapatos. Preguntó, buscó por todos lados, hasta en los sitios más absurdos. Hasta miró dentro de la maletera de su auto pensando que tal vez los hubiera puesto ahí sin darse cuenta a su regreso del almuerzo.

Los zapatos eran historia antigua.

No podía perder más tiempo, se puso otros zapatos menos elegantes pero infinitamente más cómodos y partió a su compromiso sin dejar de pensar en el par que no quería dar por perdido. Estuvo pensando en todos los lugares donde no había mirado, y al regresar a su casa prácticamente volteó la casa, pero fue un esfuerzo inútil.

Ya cansada de estar jugando a las escondidas con su calzado, recurrió a internet. Buscó en Google: "encontrar zapatos perdidos", y después de una serie de lecturas de personas que contaban historias similares, vio un mensaje revelador: "si has mirado en todos sitios y no encuentras tus zapatos, busca en la basura".

M lo hizo, sabiendo por supuesto que si los hubiera echado a la basura, hace días que se hubieran ido en el camión que recoge los desperdicios puntualmente cada noche.

"Chau, zapatos, nuestra historia fue linda mientras duró".

Ciertamente, la de M y sus zapatos fue una historia muy linda, aunque sumamente breve.
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Les invito a leer mi más reciente artículo para Global Voices. Un regalo para los sentidos.

martes, 4 de octubre de 2016

Novela al paso

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Caminando estaba hace algunos días por una pequeña y poco transitada calle muy cerca de mi casa. Era casi la mitad de la mañana, un rato antes habían estado cayendo unas gotitas mínimas de agua que habían dado al ambiente una sensación de frío bastante agradable.

Iba yo sin prisa, venía de la quinta visita de las últimas dos semanas al operador móvil que dice que compartida la vida es más. Esas visitas no son placenteras, casi siempre terminan en disconformidad de mi parte, pero como reconozco que los servicios que brinda la empresa son un mal necesario, ya casi debo decir que me he acostumbrado a ese resultado.

Como fuera, estaba ya muy cerca de mi casa. Me quedaban pocos pasos para llegar a una casa que en una de sus ventanas exhibe un cartel con las palabras "Alquilo habitación", y un número de teléfono celular en la segunda línea. El cartel tiene ya un tiempo, no sabría decir cuánto exactamente, pero ya lo había notado antes.

En sentido contrario a mí venían caminando dos hombres. Era evidente que venían de hacer una compra menor en una de las tiendas del barrio, de esas que en el Perú llamamos bodegas. Eran dos hombres cuya edad fluctuaba entre los 50 y los 60 años. Hablaban por ratos, no era una conversación fluida. Simplemente caminaban juntos mientras hacían algún comentario.

Justamente cuando pasaba por la casa del cartel me crucé con ellos. No les hubiera prestado atención si no hubiera oído al paso lo que uno le dijo al otro:
- Ahí está. Arráncalo -mientras señalaba el cartel con el aviso de la renta.
- No, ¿para qué? -respondió el otro, y se encogió de hombros con la actitud de quien ha enfrentado batallas y ve que es inútil seguir insistiendo en algo que no va a lograr.

No oí más y seguí mi camino.

En ese momento, se formó la novela en mi cabeza: la esposa de uno de ellos está harta de que el hombre no trabaje. No era una deducción difícil, delante de mí tenía al motivo del dolor de cabeza de esta mujer, caminando con un amigo por la calle antes de mediodía de un día de semana. Es evidente que, al menos ese día, no había ido a trabajar. Habría que mencionar que su interlocutor estaba en la misma situación, pero esta novela se refiere al primero de estos cincuentones.

Volviendo a la novela, viendo la esposa que el hombre no trabaja y que no cuentan con recursos para mantenerse holgadamente, la mujer decidió alquilar una habitación de su casa. Están tan faltos de dinero que no puede darse el lujo de contratar un aviso en un periódico ni menos contratar un corredor de inmuebles. Se ha visto en la necesidad de recurrir a una hoja grande de papel y un plumón negro grueso para publicitar la habitación que ofrece.

Al hombre, que a pesar de no trabajar dice tener orgullo, le molesta la posibilidad de tener extraños en su casa. Aunque sean esos extraños quienes al final le den sustento, la idea le incomoda. Y pelea con la esposa por ese motivo.

Pelean varias veces, hasta que ella, harta de ver que el hombre se opone a la idea de tener huéspedes pero que tampoco ofrece una solución al problema económico que pasan, decide hacer el cartel y exhibirlo sin más trámite.

El amigo conoce toda la situación y, en broma y en serio a la vez, sugiere arrancar el cartel. Es una muestra de solidaridad con la dejadez del compañero, actitud que termina siendo tan irresponsable como la del amigo.

Hace un rato pasé por ahí. El cartel ya no está. O la señora logró alquilar la habitación o el hombre impuso su voluntad. O tal vez él encontró trabajo y ya no necesitan recurrir a alquilar a extraños para tener recursos.
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He aquí mi más reciente artículo en Global Voices.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Otra de perros

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Casi como si lo hubiera pedido, pocos días después de las estampas caninas, fui testigo de un incidente que me ha dejado asombrada hasta ahora.

Caminaba por la calle, una tarde de estas, sin mayor apuro que el de llegar a tiempo para la hora de salida de colegio de una persona muy especial. Iba con tiempo de sobra, sin ningún problema.

Por la acera del frente a la que caminaba, vi pasar un hombre que llevaba cerca de ocho perros con sus respectivas correas. Iban a buen paso, al mismo ritmo y velocidad, a pesar de que los perros eran de diferente tamaño y no todos iban mirando al frente. Aun así, el grupo avanzaba sin complicaciones.

De repente, desde otro lado, se escuchó el ladrido insistente de un perro. Era el inconfundible ladrido de un can pequeñito. Lo busqué con la mirada, y lo vi a pocos metros de la comitiva perruna, enfrentando desafiante y desde su lugar al paseador de perros y sus clientes de cuatro patas, que no le hacían el menor caso. Ellos seguían en lo suyo, ignorando totalmente al renegón. El perrito estaba empeñado en ladrarles a los que venían en grupo. Verlo en esa situación me provocó una mezcla de pena, risa y ternura.

En eso, desde una tercera fuente, empecé a oír ladridos de otro perro, acompañados del típico ruido de patitas que corren. Todo eso sumado a los llamados insistentes pero cariñosos de una mujer. Me volteé totalmente en 180 grados, y por la acera por la que yo también estaba caminando, venía a toda velocidad otro perro igualmente pequeñito, ladrando a su paso, arrastrando su correa por detrás de él. Pocos pasos más atrás, una mujer que era obviamente la dueña del perro corría cada vez más desesperada.

El perrito correlón cruzó la pista irreflexivamente. Un carro venía en sentido contrario. Lo siguiente fue un chillido de desesperación de la dueña. Hasta ahora logro escucharla gritar. Hasta ahora oigo el sonido del carro al frenar su marcha, que no era tan veloz. Me quedé petrificada, con temor de mirar al lugar preciso de los hechos. Alguna vez vi un perro atropellado, no querría volver a ver algo así.

En medio de la confusión donde se mezclaron los ladridos del primer perrito renegón, los gritos de la dueña del perrito que corría, el sonido del auto al frenar de golpe, todo en menos de un segundo, todo al mismo tiempo, logré ver que de debajo del carro salía el perrito correlón. Siguió corriendo hacia donde se había estado dirigiendo, como si nada hubiera pasado. Mejor dicho, como si nada hubiera estado a punto de pasar.

Con él no había sido la cosa, como decimos por acá.

Todo pasó en un instante, pero yo lo vi con todo detalle y en cámara lenta. Sentí como si todo hubiera tomado varios minutos. Me pareció que todo se detuvo, que nada se movía, que no había sonido alguno, salvo el perro y su alocada carrera.

Pasado el susto, una persona que también lo había visto todo logró sujetar la correa de la huidiza mascota. Ya con calma, se la entregó a la dueña en la mano. La mujer se lo agradeció sin voz. No podía hablar luego de tanto gritar, además del susto que sin duda había pasado.

Un incidente canino con final feliz.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Estampas caninas

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Un hombre pasea a un perro de tamaño mediano. Los dos caminan a buen paso, sincronizadamente, el perro va por delante pero no se puede decir que sea quien lleve el mando. De repente, la mascota se detiene y el dueño hace lo mismo. El perro adopta una posición típica para lo que viene, y lo que viene se conoce elegantemente como excretas. Una vez terminada la faena, el dueño saca una bolsa de plástico del bolsillo, se agacha y recoge los residuos de su perro, anuda la bolsa y ambos retoman el paso. Esto hace recordar a Jerry Seinfeld, cuando dijo que si un extraterrestre recién llegado a la Tierra viera la escena recién descrita, no tendría duda alguna de quién manda aquí.

Una mujer lleva a un perro mínimo sujetado de una gran correa en la que el can casi se pierde. Van con pausa y sin prisa. De repente, por la acera del frente pasa un muchacho con un perro enorme bien agarrado de una cadena. Desde el otro lado de la calle, cuando el perrito mínimo ve al perrote enorme, empieza a ladrar sin parar, gruñe desafiante. La dueña trata de calmarlo. Al frente, ni el perro enorme ni su dueño se dan cuenta de la tremenda furia que han provocado a pocos metros de distancia.

Una multitud de perros vienen caminando ordenados, todos sujetos por sus respectivas cadenas que lleva un muchacho alto y flaco. Deben ser por lo menos diez perros, cinco en cada mano. Los hay pequeñitos, medianos y grandes. Todos avanzan a la vez, el muchacho tiene la voz de mando a la que todos los animalitos responden obedientemente. Surgen las ganas de preguntarle al muchacho cuántas bolsas para excretas lleva en sus bolsillos.

Por la ventana de un departamento en un segundo piso se divisa un perrito mirando hacia la calle. Parece una pinturita, no se mueve, está atento a todo lo que pasa debajo de sus ojos. La calle está animada, es temprano, hay niños yendo a su jardín de la infancia, los auto pasan con algo de prisa, una mujer vende periódicos a transeúntes y choferes que se lo piden. El perrito no pierde detalle de nada.

Una mujer viene caminando sola. De pronto, se abre la puerta de la casa justo cuando ella está pasando. De la casa, sale un perro enorme que corre hacia la mujer. Ella se queda inmóvil, mirando fijamente al perro. El perro se queda inmóvil, mirando fijamente a la mujer. Los dos se miran como estudiándose. Parece un momento eterno, pero apenas han pasado dos segundos. Por la misma puerta por donde salió el perro aparece un señor, llama al perro de un grito, y este entra en la casa obedientemente. El hombre pide disculpas a la mujer, ella le dice que no hay problema. El hombre contesta asombrado ante la calma de la mujer. Su perro no es bravo, explica, pero por su tamaño infunde temor.
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Les invito a leer mi más reciente publicación en Global Voices, sobre un profesor realmente admirable y digno de todo elogio.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Otras frases memorables más

Acá va otro listado de frases que vale la pena destacar.
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Como sacerdote, todo es nuestro negocio. No hay ninguna parte del corazón humano que no sea nuestra responsabilidad.
Sidney Chambers en Grantchester.

No es mi gato, solamente vive conmigo y come en mi casa.
Brenda Leigh Johnson en The closer.

Es difícil preocuparse por quienes queremos. Siempre queremos protegerlos.
Maura Isles en Rizzoli & Isles.

Si querías un acuerdo vinculante, debimos haber jurado con nuestros meñiques.
Rick Castle en Castle.

El primer amor trae la amargura de lo más dulce.
Lady Jane Clarke en Mi semana con Marilyn.

No estar equivocado no es lo mismo que tener la razón.
Sharon Raydor en Major crimes.

Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima.
Leonardo en La novia.

El secreto de una vida feliz es saber cuándo parar, y luego avanzar ese poquito.
Inspector Endeavour Morse en Inspector Morse.

Vivir es lo máximo.
Abby Sciutto en NCIS.

domingo, 28 de agosto de 2016

Andar felino

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Más de una vez he oído la expresión andar felino, pero recién hace algunos días pude apreciar con mis ojos lo que significa.

Caminaba por la avenida Larco en Miraflores, que empieza en el muy conocido parque Kennedy. El parque se ha hecho conocido desde hace algunos años porque empezó a alojar a muchos gatos que algunas personas abandonaron. Con el tiempo, la población de mininos aumentó, por lo que es común ver gatos paseándose por la inmediaciones del parque y algunos llegan hasta los locales aledaños en la avenida Larco.

Es ya normal ver gatos paseándose entre los transeúntes, sentados perezosamente al pie de las bancas del parque, durmiendo entre los jardines y hasta diría que posando para las cámaras de todo aquel que quiere inmortalizar el momento.

Así que no me extrañó para nada ver un gato caminando a mi costado una mañana cualquiera. Iba muy altivo, lento con ese andar felino tan elegante y casi estudiado que caracteriza a estos animales. A pesar de no ser muy amante de los gatos, debo confesar que este en particular me encantó.

Supuse que está acostumbrado a transitar entre humanos pues en ningún momento dio muestras de temor al estar en medio de tanta gente que iba y venía a toda prisa, sin prestar atención al gato que seguía su marcha con una elegancia que ya quisieran algunas de las modelos más cotizadas.

En sentido contrario al que yo iba, venían tres personas, aparentemente era una familia compuesta de padre, madre e hija adolescente. Conversaban alegremente y en su andar ni se fijaron en el gato. Parece que el gato estaba más ocupado en los detalles de su paso, pues tampoco los vio.

Y entonces ocurrió lo que yo estaba previendo: la muchacha pisó una de las patas del gato. El gato lanzó un chillido desgarrador, la muchacha gritó aterrada, quienes la acompañaban se quedaron inmóviles del puro susto y seguro sin entender nada de lo que había pasado.

El gato salió disparado en medio de sus escalofriantes sonidos, se separó lo suficiente de la fuente de su dolor y en un instante recuperó la compostura. Se sentó salvaguardado por la distancia que lo separaba de la muchacha que lo había pisado y desde su lugar, mientras la familia se daba cuenta de todo, el gato les lanzó una mirada acusadora.

Era una mirada terrible.

Si me hubiera lanzado esa miraba a mí, me hubiera asustado. Y mucho. Los directamente involucrados siguieron su camino, sin reparar más en el gato y seguro a esas alturas ya habían olvidado el asunto.

Yo seguí avanzando en la misma dirección en que venía caminando. No me atreví a voltear para ver si el gato seguía sentado con su mirada acusadora o si había retomado su andar felino.
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No conocía esta versión de Querida cantada por Juan Gabriel a dúo con Juanes. Vale la pena verlos y oírlos juntos.

martes, 23 de agosto de 2016

Recordando misterios domésticos

Hace algunos años publiqué este texto con misterios que pasan en mi casa y que seguramente ocurren también en casi todas las casas.

Misterios domésticos
Más de una vez han pasado en mi casa las siguientes situaciones.
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1. Cucharitas que desaparecen: por lo general, los cubiertos vienen en juegos de 6, 8 y 12. No entiendo cómo ni por qué, al cabo de un tiempo solamente hay 5, 7 u 11 cucharitas. Con los cuchillos, tenedores y cucharas no pasa lo mismo, es solamente con las cucharitas. Tratando de encontrar una respuesta a ese misterio doméstico, se me ocurrió que podían irse por el desagüe al momento de lavar los cubiertos. Descubrí que es imposible por la sencilla razón de que no hay espacio para que pasen por ahí.

Todas las personas a las que les he contado esto me han dicho lo mismo: que en su casa también se les desaparecen las cucharitas.

2. Medias que faltan: al momento de guardar la ropa recién lavada, muchas veces descubría que faltaba una media. Una sola. Lo más gracioso es que la media "perdida", por lo general de nylon, aparecía al cabo de muchos meses en los lugares más insólitos, como bien encajada dentro de la manga de una chompa o en la pierna de un pantalón, en un rincón de la lavadora (después de haber mirado montones de veces) o hecha un trapo en un rincón del lugar de la casa en que se tiende la ropa mojada (nuevamente, después de haber mirado montones de veces).

Harta de esa situación, compré una bolsa con cierre hecha de una tela con muchos huequitos. Ahora las medias no se pierden entre secarlas y volver a guardarlas... se pierden en algún momento entre que me las saco y se lavan.

3. Ganchos de ropa que se multiplican: aparece de la nada en mi clóset, un gancho vacío colgado a plena vista, que horas antes no había estado ahí. Una cosa es que las cucharitas o medias desaparezcan, y otra muy diferente es que los artículos, ganchos de ropa en este caso, surjan de la nada, podríamos decir que por generación espontánea, y se planten por su cuenta en un lugar visto y revisto no sé cuántas veces. Por una parte mejor, porque me ahorran el trabajo de buscar uno cuando quiero guardar la ropa recién lavada.

4. Plumas: aparecen por toda la casa, plumas encajadas en las esquinas de todas las habitaciones: en la sala, la cocina, el baño, en los dormitorios. Sé que deben ser de las palomas que vuelan por todas partes, pero lo raro es que van a depositarse en los lugares más recónditos y refundidos, casi entre los zócalos y las paredes. Por lo menos yo, nunca he visto cómo llegan ni qué caminos recorren hasta los lugares en los que las encuentro. De repente miro hacia una esquina, y veo una pluma. Suelo guardarlas, encontrar esas plumas me hace sentir que soy la destinataria de un mensaje que debo descifrar.

5. Vecinos fantasmas: estos vecinos constituyen un misterio tan grande que les dediqué su propio post. De todas maneras, los menciono en este porque los considero uno de los más grandes misterios domésticos. A veces escucho taconeos a mitad de la noche, o el sonido de miles de canicas rodando y rebotando sobre el piso del departamento de arriba del mío y que viene a ser el techo de mi casa, o como si alguien estuviera jalando y arrastrando por todos lados los muebles más pesados del mundo sin llegar a decidirse dónde dejarlos. Además, siempre son sonidos nomás, nadie habla nunca. Aunque pensándolo bien, es mejor que nadie hable nunca.

Todas las imágenes han sido tomadas de Google Images.

lunes, 8 de agosto de 2016

¡Vaya cliente!

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Hace poco me invitaron a participar en el blog A translator's thoughts (Pensamientos de una traductora). A continuación, la traducción del primer texto que publiqué en ese sitio web.
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A mediados de junio de este año, recibí un mensaje por correo electrónico de un posible cliente. Una amiga me había recomendado para que tradujera un documento sobre formas de ahorrar energía en el sector hotelero.

El mensaje decía algo así: "Tengo un texto en inglés sobre métodos para ahorrar energía en la industria hotelera que necesito traducir al castellano. Es un archivo en PDF que le puedo hacer llegar en cuanto me lo indique. Por favor, envíeme su tarifa y tiempo estimado de entrega, pero tenga en cuenta que esto es verdaderamente urgente. Tengo que tenerlo traducido a más tardar a fines de junio".

Luego de leer el mensaje, comencé mi repuesta, que a grandes rasgos decía: "No hay problema, por favor, remítame el documento para que pueda revisarlo y calcular el precio de la traducción".

Menos de 15 minutos después, tenía el archivo en mi bandeja de entrada. Lo descargué y lo convertí en un documento de Word, así pude ver la cantidad total de palabras que contenía. Eran más de 10,000 palabras a traducir, Empecé a calcular un precio razonable, teniendo en cuenta muchos factores antes de decidir un monto final.

Estaba a punto de enviar la respuesta con la tarifa y el tiempo estimado de entrega cuando recibí otro mensaje del cliente instándome a responder el mensaje anterior "Esto es realmente muy urgente", me dije.

Me tomé unos cuantos segundos más hasta que finalmente envié el posible cliente una respuesta y el compromiso de hacer todo mi esfuerzo para que lo tuviera listo para finales de junio. Como mucho, me tomaría hasta la primera semana de julio tenerlo traducido y revisado dos veces.

Y entonces, esperé, y esperé, y esperé. No más correos electrónicos, no más palabras de urgencia exigiéndome una respuesta.

Nada. Solamente silencio.

Al día siguiente, recibí un nuevo mensaje muy escueto: "Le contesto hacia el 30 de junio". Aparentemente la traducción no era tan urgente como este cliente pensaba.

Trato con personas así todo el tiempo: me contactan con palabras de desesperación, casi llorando para que las ayude, me dicen más o menos que su vida depende de mi trabajo y de lo rápido que lo puedo entregar. Y toda esta urgencia, toda su necesidad termina repentinamente cuando les digo cuánto les va a costar.

¿Qué creen? ¿Que debía hacer la traducción gratis? Entonces, ¿para qué piden una tarifa? ¿Por qué no son francos y dicen simplemente "Solamente puedo pagar esta cantidad por la traducción, así que tómelo o déjelo"?

Entristecida por lo que sentía era una oportunidad de trabajo perdida. pero animada por la sensación de que me estaba librando de algo que seguramente se convertiría en una molestia o, peor aun, un trabajo no pagado, y aun conociendo la respuesta por anticipado, esperé hasta el 30 de junio para mandar un nuevo mensaje por correo electrónico: "Este es un recordatorio de que hoy es 30 de junio y quería saber si ya tiene una decisión referida a la traducción urgente".

Recibí una respuesta al día siguiente: "No, disculpe, ya no necesito la traducción".

miércoles, 27 de julio de 2016

Viviendo 28 de julio de lejos

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El jueves 28 y el viernes 29 de julio, el Perú vive sus Fiestas Patrias. Este año, en que celebramos 195 años de independencia, las fesrividades nacionales tiene un sabor diferente pues llegan con cambio de gobierno y deseos de nuevos aires. Aprovecho la ocasión para recordar una entrada publicada hace varios años con testimonios de algunos amigos que cuentan cómo viven estas fechas fuera del Perú.
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28 desde lejos
Estamos a pocos días del 28 de julio, Fiestas Patrias en el Perú. Como siempre lo he pasado "en casa", me animé a preguntarles a algunos amigos que viven fuera cómo se siente el 28 de lejos. He aquí sus respuestas, que publico con la debida autorización.

Verónica, que vive en Dallas, dijo:
Cuando se ha dado el chance (como el año pasado y este) - nos juntamos con amigos peruanos a comer "comida peruana", disfrutar y compartir. pero si no se da nada, es un día mas.

Feliz 28 para ti y todos por alla!
Desde Buenos Aires, Katia contó que:
Fiestas Patrias la verdad se vive extrañando el Perú más que todos los demás días, por suerte ahora que la comida peruana está de moda en el mundo, han abierto muchos restaurantes y algunos muy buenos, no queda otra que darse el gustito de comer algo rico, aunque jamás será como comer en Lima.

Eso si, mi esposo [argentino] desde temprano me pone a todo volumen música peruana criollaza, el himno y todo lo que puede jaja.
Coco, que vivió primero en Santo Domingo y ahora está en la ciudad de México, contó sus experiencias:
La primera vez fue casi traumático, porque como comprenderás 28 de Julio para el resto es un día normal y tuve que ir a TRABAJAR, nunca nos toca trabajar un 28 y ya de por sí esa era un tremendo cambio. Recuerdo que vivía en Santo Domingo y éramos 4 peruanos uno de ellos llegó con escarapelas y nos la entregó a cada uno, trabajamos sí, pero con escarapela en pecho durante ese día nos alivió la nostalgia.

Ya en los sucesivos, te vas acostumbrando y siempre hay reuniones o fiestas en los consulados/embajadas o las asociaciones de damas de los consulados, organizan fiestas, almuerzos, kermesses, etc. y sinceramente se ponen buenas, hasta diría mejor que en Perú porque la nostalgia de todos hace que nuestra peruanidad aflore mucho más.

Este año en México ya desde la semana pasada empezaron las celebraciones, este año se cumplía los 25 años de fallecimiento de Chabuca, y la hija que vive aquí junto con el consulado organizaron un concierto con Eva Ayllón, lamentablemente no pude ir pues era justo el día que Kari y los chicos viajaban, pero me contaron que salió bonito. Sinceramente las embajadas se esmeran, es la fecha de más trabajo para ellos creo que es la única que trabajan con verdadera dedicación, el resto de año bien gracias…

Afortunadamente, tengo un buen grupo de amigos peruanos aquí que siempre nos reunimos, algunos están en Lima aprovechando las vacaciones de verano de los chicos, pero los pocos que quedamos algo haremos el domingo…
Desde Pensilvania, Carolina cuenta:
Gracias por los saludos... y a ti y a tu familia también feliz 28!

Así es, nostalgia es la palabra correcta. Añoro ver por tele el desfile patriótico, y la melodía de la marcha que también me hace acordar nuestras 'marchitas' en el colegio. No puedo ver tampoco las banderas rojo y blanco en todas las casas, detalles que antes uno daba por hecho o poca importancia pero viviendo fuera como se extraña.

En fin, lo que haremos mañana (y también aprovechando el santo de Lyssie) es reunirnos unos cuantos peruanos, hacer parrillada, anticuchitos, tomar Inca Kola, chicha, ojala unos traguitos, vestirnos de blanco y rojo por supuesto.
Lyssie es su hija menor, que por coincidencia nació un 29 de julio. Imagino que eso le da cierta licencia para celebrar Fiestas Patrias.

Marianella, desde Florida, no podrá celebrar porque ha decidido retomar los estudios (lo que me hace admirarla tremendamente). De todas maneras, cuenta:
[Mi hermana] Mirtha y unas cuantas amigas peruanas se reunirán a tomar un brunch el 28, pero tengo que pasar porque el lunes tengo 2 exámenes.
Desde Calgary, Nacho vive así el 28 desde lejos:
La comunidad peruana en Calgary es muy pequeña, somos "censados" aprox.imadamente 150 peruanos. Sin embargo el grupo es muy unido y activo. Hoy día vamos a tener nuestra cena de Fiestas Patrias, presentación del grupo de taller de danzas folklóricas y hay algunas personas que elaboran platos típicos así que por hoy no va a faltar tamales, cebiche, lomo saltado e Inca Kola. A manera de anécdota yo participo como Pro-Tesorero.
Ahora la vez que más he sentido y extrañado Perú, fue luego del terremoto, fue muy emotivo pues toda la comunidad latina y canadiense organizó actividades para recaudar fondos y ayuda que enviamos y durante la actividad se mostraba videos y fotos del país.
Finalmente, Caty en Nueva York, echa de menos algunas cosas:
Gracias por el saludo. Así pues, un poco nostálgica, extrañando la comida, la familia, los amigos, ¡hasta el trafico!, en fin, ese sentimiento de estar en casa que cuando uno esta afuera lo extraña tanto.
Un saludo para ti y que pases lindas fiestas.
¡Que viva el Perú!
De una u otra manera, la fecha no pasa desapercibida. Confieso que se me haría un poco raro trabajar 28 de julio. Pero al final uno termina acostumbrándose a todo. Además, si vivimos fuera de nuestro país, está la ventaja de disfrutar del feriado por la fiesta nacional de ese país. Algo así como la ley de la compensación.

Para todos, ¡feliz 28!

domingo, 17 de julio de 2016

Compañeros por siempre

Se cumple un año más de habernos graduado del colegio. Es uno de esos aniversarios que termina en cero, de los que siempre vale la pena celebrar porque los sentimos como el inicio de una nueva etapa.

Más de doce meses de intensa preparación nos llevó a un resultado perfecto. La anticipación era tanta que uno hasta objetó la fecha: "el 16 de julio es día de semana". Hasta que alguien le dijo que era de 2016, no de 2015.

Las semanas previas fueron de intercambio de fotos, de imágenes de los tiempos en que contábamos los días para que llegara por fin esa última vez en que íbamos a ponernos el uniforme escolar. Casi fue volver a vivir esa emoción adolescente.

Los mensajes instantáneos daban cuenta de los que iban llegando desde sus puntos actuales de residencia, muchos de Estados Unidos, algunos de México, otros menos de Canadá.

La jornada empezó temprano, para recordar a los que compartieron aulas con nosotros y ya no están. Pocos fuimos los esforzados que nos levantamos ese sábado casi a la hora de un día de semana, pero qué más daba. Había que aprovechar el día al máximo.

De ahí, breve paso por el colegio. Todos coincidimos en algo: se veía más chico de lo que nuestros recuerdos indicaban. Encontramos muchos cambios, pero la estructura básica estaba ahí: este era el salón del profesor Tal, y acá estaba el cuartito con los mapas del salón de geografía, más allá el laboratorio de química. Hasta nos repartieron réplicas de las tarjetas de conducta, ese documento que debíamos llevar con nosotros en todo momento pues a la primera que nos portáramos mal, nos bajaban puntos de conducta, lo que se reflejaba a fin de bimestre en la libreta de notas. Dicen que ya no existe, que hace años la eliminaron.

Uno de los momentos cumbre, ya en el restaurante donde se dio la mejor parte de la celebración, fue cuando nos repartieron camisas a todos, para reproducir la costumbre de pintarrajearnos el uniforme el último último día de clases. Fue muy gracioso ver filas de cinco, seis personas firmando unos las camisas de los otros a la misma vez. Todo eso mientras en una pantalla desfilaban fotos de nosotros en diferentes etapas de nuestro tiempo escolar.

Música, bailes, risas, carcajadas y también lágrimas hasta pasada la medianoche en una celebración que nos transportó a otros tiempos.

Se podría escribir una enciclopedia completa con las anécdotas, los apodos, las historias de los que nos reunimos para celebrar ese aniversario terminado en cero. Compañeros por siempre.
Así quedó la camisa firmada

miércoles, 6 de julio de 2016

"Te espero a la salida"

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Me oigo decir una frase que normalmente sería amenazadora a quien me escucha al otro lado del teléfono: "mañana te espero a la salida".

Ha habido un cambio en la rutina diaria, así que debo estar a la una en punto de la tarde siguiente esperando la salida escolar de una adorable pequeña.

Llego diez minutos antes y no hay nadie, miro mi reloj pensando en que me he equivocado de hora, pero a los pocos segundos empiezan a aparecer otras personas con el mismo objetivo que yo. Exactamente a la 1:00 p. m. suena una campana, se abren las puertas y me dirijo al punto acordado para esperar. Veo salir multitud de niños alegres, sus voces se confunden en el patio. Pienso que cada uno de esos pequeños es especial y único en el mundo para alguien, que cada uno tiene gente que lo espera en casa.

Yo espero a mi niña especial.

Al poco rato, una carita alegre se acerca corriendo. Le escucho decir "¡Hala!", y emprendemos el camino hacia la calle y de ahí al paradero para esperar el bus que nos llevará a casa. Felizmente, la espera es muy corta, el bus está casi vacío así que escogemos un buen sitio hacia al fondo para poder bajar sin problemas.

Nos espera un trecho bastante corto, poco más de veinte cuadras, distancia que recorrí caminando en el trayecto de ida.

De repente oigo un canturreo en voz fuerte y clara:
Choco choco la la
Choco choco te te
Choco la
Choco te
Chocolaaate

Mi primer impulso es decirle que no siga, que está molestando a los otros pasajeros... pero algo me hace mirar a las demás personas. Nadie se ha inmutado, todos siguen en lo suyo. O el canturreo no les molesta o les gusta. Me alegra no haber dicho nada, ¿cuántas veces al día oye un niño la palabra "no"?

Me uno a su cantar con palmadas muy suavecitas, le digo que saldría bien con cualquier otra palabra de cuatro sílabas. Lo intentamos y sí, sale bien. Pasamos a otra canción. De repente me dice que tiene hambre, que no terminó de comer lo que tenía en su lonchera, así que la abre y veo que empieza a devorar frutita picada que tenía lista. Me ofrece un trozo, le digo que no. Cuando termina, pone todo de vuelta, en impecable orden.

Ya casi hemos llegado, le digo que se prepare para pararse. A una cuadra de nuestro destino, nos levantamos, le pregunto si quiere apretar el timbre para indicarle al chofer que debe parar. Es innecesario, igual va a parar en esa esquina, pero sé que le gusta hacerlo.

Bajamos y caminamos la distancia que nos separa de casa. En el recorrido, pasamos por una heladería nueva y le prometo regresar en otro momento para probar los sabores que no conocemos. "Si quieres, venimos más tarde". Me dice que no, que mejor otro día.

Llegamos a casa, aplaude de alegría cuando sabe que el almuerzo está lleno de las cosas que le gustan. Come sin prisa mientras cuenta de un programa de televisión que acaba de descubrir sobre un mago y las cosas increíbles que hace. Le prometo que lo veré con ella en una hora.

Así transcurrió esa tarde feliz.

miércoles, 29 de junio de 2016

Estampas invernales

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Un hombre que carga un bebé toca el timbre de una casa. Mira su reloj. Parece que lleva buen rato esperando que les abran la puerta. Es temprano en la mañana, hace frío, ha llovido durante horas, y aunque el bebé está bien abrigado, al hombre le preocupa que la espera a la intemperie lo pueda afectar.

Una mujer y una niña de unos seis años caminan de la mano por la calle. De repente se detienen. La mujer se agacha hasta quedar a la altura de la niña y le envuelve el cuello con una bufanda rosada con dibujos de ositos panda. Terminada la acción, se vuelven a tomar de la mano y siguen su camino.

Las calles están llenas de charcos por la lluvia que duró la noche entera. Un hombre avanza por una avenida principal. Va muy concentrado hablando por teléfono en tono algo airado mientras camina a paso ligero. Las personas que pasan a su costado deben hacerse a un lado para no chocar con él. Está tan concentrado en su conversación que no se da cuenta de dónde pisa y termina metiendo un pie en un enorme charco que hubiera visto de haber estado más atento a su entorno.

En la fila de pago del autoservicio, dos mujeres conversan animadamente. Parece que se contaran buenas noticias, pero la cercanía permite escuchar que están compartiendo historias de resfríos de parientes cercanos y hasta de mascotas. Parece una competencia de quién cuenta sobre la peor enfermedad.

jueves, 23 de junio de 2016

Recordando la celebración de San Juan

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Este relato sobre las costumbres del Día de San Juan en la selva del Perú me lo envió alguien que disfrutó esa celebración en su niñez y, con su permiso, lo publico.
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Todo estaba listo desde el día anterior. Estaban preparados los juanes, las yucas, los plátanos, la chicha en botellas, los ajíes charapillos, amén de platos, cubiertos y vasos. Todo en canastas bien acondicionadas y listas para el transporte.

Ese día, a media mañana, salía toda la familia, cerraban la puerta de la casa y partían a algún destino en las afueras del pueblo a celebrar la típica y tradicional festa de San Juan, el patrono de la Amazonía peruana.

Todavía tengo la foto. Gastada y desvaída, pero se puede distinguir bien. Ahí está mi abuelo, alto, delgado, con su sombrero de paja. A su lado, mi mamá y mi papá, mi tía y otras dos señoras. A los pies del grupo, sentados en cuclillas mi hermana y yo, al lado de mi tío, que curiosamente es apenas horas mayor que mi hermana.

El pueblo se quedaba vacío. Se juntaban familias o grupos de amigos que ya tenían algún destino a dónde ir, una chacra cercana, un fundo, o simplemente un ambiente amplio a las orillas de un río o una quebrada.

Los hombres se juntaban para conversar y tomar alguna cerveza, mientras las mujeres deshacían las canastas, acomodaban los juanes y demás alimentos preparados el día anterior.

El juane es un plato típico de la selva peruana, hecho a base de arroz y presas de gallina, envuelto en hojas que le dan color y sabor.

Llegaba la hora del almuerzo y todos se disponían a disfrutar de estas delicias. Ahí las señoras intercambiaban sus juanes y se contaban secretos de cocina.

Terminado el almuerzo, no faltaba algún músico aficionado que, guitarra en mano amenizaba, el momento y hasta hacía bailar a los asistentes. Ya entrada la tarde, comenzaba el regreso al pueblo.

Terminaba la fiesta pero quedaba la satisfacción de haber pasado un día lleno de alegría, de unión familiar y sana distracción.

Así se pasaba la fiesta de San Juan en un pueblo de la selva del Perú en aquellos tiempos. Han pasado muchos años, la fiesta se sigue celebrando, cada vez con mayor entusiasmo y el movimiento propio de esta época. Pero en mi memoria quedan esos días en que las costumbres y las personas eran más sencillas, más confiadas y disfrutaban con pequeños detalles de una fiesta tradicional que pintaba de color y sabor su rutina diaria.