¡¿De verdad?! ¿De verdad nos vamos a Buenos Aires?
La niña no lo puede creer. Acaba de enterarse de que en menos de una semana va a pasar cuatro días en Buenos Aires. ¡Cuatro días en la ciudad de donde viene su programa favorito de televisión! Ese que no se pierde nunca. Ese cuyos capítulos ha visto tantas veces que casi se sabe de memoria.
No sabía, no podía saber que todo el viaje fue planeado durante casi dos meses en máximo secreto, con la complicidad de todas las personas que la quieren. Son muchas las personas que la quieren. Es una niña afortunada. Es una niña alegre. Es una niña feliz.
Cuando se lo dijeron, faltaba menos de una semana para el viaje. En esos dos meses, la llevaron a sacar su pasaporte. "Son papeles importantes que toda persona debe tener", le dijeron a manera de explicación que ella asumió sin darle más vueltas. Te hace reflexionar en cómo confían absolutamente los niños en las personas que quieren y que los quieren. Y en lo destestable que es todo aquel que traiciona esa confianza, pero ese es otro tema.
En esos dos meses, se hicieron los trámites simples que se necesitan para tener el permiso de viaje al exterior que deben mostrar todos los menores de edad al momento de pasar el control migratorio.
Con mucho sueño, luego de un vuelo nocturno, el trayecto del aeropuerto al hotel se hizo cuando el día despertaba en la capital argentina. Con ojitos semicerrados, trataba de absorber todo lo que podía por las ventanas del auto.
El primer día fue de compras. En una sola tienda, en una sola compra, se apertrechó de mochila, lonchera, cartucheras, útiles escolares y todo lo demás para el colegio. ¿Cómo se describe la felicidad que reflejan los ojos de un niño? La emoción era tanta que saltaba y corría por las calles, siempre con la atenta mirada de quienes iban con ella. Ahí iba, señalando todos los quioscos, preguntando si tenían los ejemplares de la revista que por una u otra razón no habían encontrado en Lima. Consiguió algunos, se resignó a no tener otros.
El segundo día fue el gran día. El plan era visitar una hacienda en las afueras de Buenos Aires, con gauchos, caballos, música, baile.
Dio un paseo a caballo, se llenó del polvo del camino, miró a los gauchos con los ojos muy abiertos. En especial a Cirilo, el gaucho que se notaba era el más experimentado de todos. El que manejaba la carreta en la que se subió para dar otra vuelta. Cirilo la hizo sentarse adelante, a su costado, para que tuviera una visión privilegiada de los verdes campos que la rodeaban.
Pasado el almuerzo, donde no faltó el baile ni las exhibiciones con sogas, vino el cierre de tan memorable jornada. Los gauchos hacen lo que para ellos es un juego, y que para los demás mortales es una hazaña imposible: tratan de enlazar un artilugio con una especie de lanza.
Así, los gauchos vienen montados en sus caballos a toda velocidad, lanza en ristre que pasan con una puntería asombrosa por un pequeño anillo de metal que cuelga de un arco de tres parantes. El anillo se queda en la lanza, y después se lo dan como ofrenda a alguien de la concurrencia. Obviamente, a una mujer. Galanteo puro, entre aplausos del respetable.
El broche de oro viene cuando Cirilo escoge a algunas privilegiadas a las que lleva a pasear en su caballo por una distancia muy corta, haciendo alarde de sus habilidades de avezado jinete. Después de llevar a dos chicas, Cirilo estiró la mano hacia la niña, invitándola a acompañarlo en ese breve recorrido. La había dejado para el final, fue la última a quien ofreció ese breve trayecto a lomos de caballo.
Ahí iban la niña y el gaucho. Ella bien agarrada, imposible pensar en una caída. Él muy concentrado en las órdenes que le daba al caballo. Luego, ella desmontó feliz, con una sonrisa de esas que no se olvidan ni con el paso de todos los años del mundo
Un viaje memorable, y no solamente para una niña de siete años que miraba fascinada todo lo que la rodeaba y que no paró un momento de expresar su felicidad, corriendo, saltando. Cuatro días que se pasaron volando, y quedaron para el recuerdo.
La felicidad era eso.
La niña no lo puede creer. Acaba de enterarse de que en menos de una semana va a pasar cuatro días en Buenos Aires. ¡Cuatro días en la ciudad de donde viene su programa favorito de televisión! Ese que no se pierde nunca. Ese cuyos capítulos ha visto tantas veces que casi se sabe de memoria.
No sabía, no podía saber que todo el viaje fue planeado durante casi dos meses en máximo secreto, con la complicidad de todas las personas que la quieren. Son muchas las personas que la quieren. Es una niña afortunada. Es una niña alegre. Es una niña feliz.
Cuando se lo dijeron, faltaba menos de una semana para el viaje. En esos dos meses, la llevaron a sacar su pasaporte. "Son papeles importantes que toda persona debe tener", le dijeron a manera de explicación que ella asumió sin darle más vueltas. Te hace reflexionar en cómo confían absolutamente los niños en las personas que quieren y que los quieren. Y en lo destestable que es todo aquel que traiciona esa confianza, pero ese es otro tema.
En esos dos meses, se hicieron los trámites simples que se necesitan para tener el permiso de viaje al exterior que deben mostrar todos los menores de edad al momento de pasar el control migratorio.
Con mucho sueño, luego de un vuelo nocturno, el trayecto del aeropuerto al hotel se hizo cuando el día despertaba en la capital argentina. Con ojitos semicerrados, trataba de absorber todo lo que podía por las ventanas del auto.
El primer día fue de compras. En una sola tienda, en una sola compra, se apertrechó de mochila, lonchera, cartucheras, útiles escolares y todo lo demás para el colegio. ¿Cómo se describe la felicidad que reflejan los ojos de un niño? La emoción era tanta que saltaba y corría por las calles, siempre con la atenta mirada de quienes iban con ella. Ahí iba, señalando todos los quioscos, preguntando si tenían los ejemplares de la revista que por una u otra razón no habían encontrado en Lima. Consiguió algunos, se resignó a no tener otros.
El segundo día fue el gran día. El plan era visitar una hacienda en las afueras de Buenos Aires, con gauchos, caballos, música, baile.
Dio un paseo a caballo, se llenó del polvo del camino, miró a los gauchos con los ojos muy abiertos. En especial a Cirilo, el gaucho que se notaba era el más experimentado de todos. El que manejaba la carreta en la que se subió para dar otra vuelta. Cirilo la hizo sentarse adelante, a su costado, para que tuviera una visión privilegiada de los verdes campos que la rodeaban.
Pasado el almuerzo, donde no faltó el baile ni las exhibiciones con sogas, vino el cierre de tan memorable jornada. Los gauchos hacen lo que para ellos es un juego, y que para los demás mortales es una hazaña imposible: tratan de enlazar un artilugio con una especie de lanza.
Así, los gauchos vienen montados en sus caballos a toda velocidad, lanza en ristre que pasan con una puntería asombrosa por un pequeño anillo de metal que cuelga de un arco de tres parantes. El anillo se queda en la lanza, y después se lo dan como ofrenda a alguien de la concurrencia. Obviamente, a una mujer. Galanteo puro, entre aplausos del respetable.
El broche de oro viene cuando Cirilo escoge a algunas privilegiadas a las que lleva a pasear en su caballo por una distancia muy corta, haciendo alarde de sus habilidades de avezado jinete. Después de llevar a dos chicas, Cirilo estiró la mano hacia la niña, invitándola a acompañarlo en ese breve recorrido. La había dejado para el final, fue la última a quien ofreció ese breve trayecto a lomos de caballo.
Ahí iban la niña y el gaucho. Ella bien agarrada, imposible pensar en una caída. Él muy concentrado en las órdenes que le daba al caballo. Luego, ella desmontó feliz, con una sonrisa de esas que no se olvidan ni con el paso de todos los años del mundo
Un viaje memorable, y no solamente para una niña de siete años que miraba fascinada todo lo que la rodeaba y que no paró un momento de expresar su felicidad, corriendo, saltando. Cuatro días que se pasaron volando, y quedaron para el recuerdo.
La felicidad era eso.
Este es el anillo de los gauchos |