miércoles, 28 de mayo de 2014

La tarjeta

Esta simple historia simple no es mía, me la mandó alguien que lee este blog con el debido permiso para publicarla.
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Como parte de mi trabajo, yo debía viajar a una ciudad del interior del país para organizar una actividad que iba a realizar la Gerencia General. Yo le había comentado esto a mi mamá, y precisamente en esos días ella conoció en una reunión a una señora que vivía en esa ciudad.

Mi mamá no perdió tiempo y le contó que yo, su hija, iba a viajar a ese lugar. La señora gentilmente le dio su tarjeta y le dijo que yo la buscara al llegar, porque ella también viajaría al día siguiente. Me lo contó, y yo no le hice el menor caso, al contrario, me fastidió que estuviera contando lo que yo iba a hacer, y así se lo dije.

Llegó el día de mi viaje y todo se complicó. Las dos personas que iban a ir conmigo tuvieron inconvenientes así que tuve que partir sola. El vuelo se retrasó, y llegué a la ciudad entrada la tarde. Un día perdido. No me quedó más que ir al hotel y esperar al día siguiente para contactar con el jefe de la sucursal de la empresa y empezar a trabajar. Me di cuenta de que estaba completamente sola, en una ciudad que no conocía y no sabía qué hacer. Me pesó no haberle hecho caso a mi mamá porque ni me acordaba el nombre de la señora que se ofreció para ayudarme.

En eso, en el fondo de mi cartera encontré ahí, escondidita, la tarjeta que mi mamá, madre al fin, había colocado sin hacer caso de mi pataleta. De inmediato llamé a la señora, que resultó ser una persona muy correcta y amable. Vino con su esposo a buscarme al hotel, me llevaron a conocer la ciudad, me invitaron a comer en un lugar muy bonito, y ya tarde me regresaron al hotel, en donde descansé para enfrentar la jornada siguiente con buen ánimo y corazón contento.

Mi mamá me recibió al regreso con esa sonrisa que tienen las madres cuando saben que han hecho felices a sus hijos, a pesar de sus protestas.

domingo, 18 de mayo de 2014

El gato techero

En la casa de mi niñez, era lo más normal ver gatos techeros paseándose sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Los oíamos caminar por los bordes de las paredes que separaban las casas, a veces maullaban y muchas veces se peleaban con unos gritos que hacían que se nos erizaran los pelos.

Recuerdo algunos incidentes relacionados con gatos. Una vez, uno de ellos se paseaba de lo más tranquilo dentro del armario que estaba en el dormitorio principal. ¿Se imaginan abrir la puerta para sacar la ropa del día y que un gato salte desde adentro?

Otro episodio fue cuando la tía Angelita preparó pasta para un almuerzo especial y la puso a secar toda la noche en una mesa en el pequeño patio que había al fondo de la casa. Grande y amarga fue su sorpresa cuando descubrió en la mañana que el almuerzo especial lo habían tenido los atrevidos gatos en horario nocturno. Esa vez sí que supieron actuar en silencio.

Sin embargo, hay un incidente que recuerdo mucho porque duró varios días, tal vez hasta semanas.

En una de tantas veces vimos pasar uno de esos gatos, mi papá no tuvo mejor idea que poner un platito con leche para el pobre gato hambriento que pasara por ahí. Ahí estaba un gato blanco con manchas marrones disfrutando de tan inesperado banquete. Lo disfrutó tanto que al día siguiente pidió repetición. Y al día siguiente, ahí estaba el gato regalando maullidos, exigiendo su ración láctea del día. Por supuesto, sin ningún éxito pues la oferta solamente fue válida por ese día.

El gato era insistente, o simplemente tenía mucha hambre, pues día tras día maullaba para exigir su leche hasta que se cansaba y nos dejaba tranquilos hasta el día siguiente.

Como no hay mal que dure cien años, la primera solución fue agarrar al gato y soltarlo a una cuadra de la casa. Pero no duró mucho la tranquilidad, pues al poquísimo tiempo, ahí estaba el gato de nuevo, gran conocedor del barrio, exigiendo su leche. Día, tras día, tras día.

Entonces la solución fue más radical. Tras una refriega que duró algunos minutos, se logró meter al gato en una bolsa de plástico. Todos subimos al auto de mi mamá, y mientras Fina hacía tremendos esfuerzos para contener al gato dentro de la bolsa, enrumbamos al mercado que estaba como a diez cuadra de la casa.

Una vez en la parte de venta de pescados, pudo Fina soltar a su presa, aunque por los arañones con los que terminó, no podría decir quién era la presa. El gato salió como una saeta de la bolsa, no lo dudó un segundo ni miró atrás, y en instantes desapareció entre los compradores del mercado, confundido entre ruidos de intercambios comerciales, bocinazos, altavoces, motores en marcha y megáfonos con ofertas de todo tipo.

Nunca más vimos al gato. Nunca más se le dio leche a ninguno de estos felinos, que siguieron paseando y haciendo de las suyas, dueños de esos techos que creíamos nuestros.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Reflexiones bajo la lluvia

En Lima, la lluvia es una curiosidad. Es cierto que cae agua del cielo durante horas a veces, sobre todo en los meses más fríos, pero no necesitamos paraguas ni estamos pendientes de la lluvia para que no malogre nuestros planes.

Por eso, llamó mi atención este relato enviado por alguien que vive en Lima desde hace mucho tiempo pero que nació y creció en una ciudad de la Selva peruana, donde la lluvia puede echar a perder perfectos días de actividades al aire libre.
LLUVIA
La lluvia caía sin misericordia (y algunos dicen que se acaba el agua en el mundo). La lluvia caía con fuerza en forma oblicua, como cuando mueves el cañito de la ducha hacia un lado. Pero no era un cañito, sino todo el cielo desparramando agua en forma lateral, como si se dirigiera hacia un lado, pero sin dejar de caer a chorros sobre toda la tierra. Pura y torrencial lluvia, un verdadero diluvio, acompañado además de un ventarrón de esos que levantan los techos de las casas y luego los dejan caer con fuerza al suelo. Y ahí, en el medio de ese aluvión, de esa tremenda fuerza de la naturaleza, estaba yo, en camino del colegio a mi casa. Y es que cuando recién salí del portal del colegio, estaba lloviendo sin mayor fuerza, pero en un instante se desató esa descomunal tormenta.

Como ya se habrán dado cuenta, estaba un pueblo de la Selva donde yo trabajaba como profesora. Si bien nací en ese lugar, hacía muchos años que había salido de mi tierra para estudiar en la capital. Y ya casi había olvidado su caprichosa naturaleza. Para mi descargo, hay que recordar que en Lima nunca llueve, salvo unas tenues garúas que no llegan a empapar las calles.

Precavidamente, las demás profesoras se habían puesto a buen recaudo (no en un buen recaudo como alguien dice por ahí), pero yo, ignorando las artimañas del clima selvático, salí así nomás, protegida solo por un paraguas que a esas alturas había salido volando como una cometa.

Sola, en el medio de una larga pared que formaba parte del edificio del colegio, no veía una puerta ni un techo donde guarecerme. El viento me arrastraba, y me empujaba la fuerza del agua que me había empapado hasta los huesos. Lo único que atiné a hacer fue agarrarme con fuerza a la pared para tratar de mantener el equilibrio y no caer en medio de los charcos formados en el suelo.

Sujeta a la pared como una garrapata, veía pasar cajas vacías, botellas, ramas de árboles, y hasta un zapato. ¿Así estaría el arca de Noé en medio del diluvio?

Luego de unos minutos que me parecieron horas, la lluvia amainó, el viento detuvo su fuerza y el agua siguió cayendo a torrentes, pero verticalmente.

Descubrí que podía caminar sin ser arrastrada, así que corrí lo más rápido que pude hasta un edificio que estaba a una cuadra, y a donde pude entrar a esperar que pasara la lluvia para regresar, por fin, a mi casa.

¡Ah! Lluvia. Hermosa, terrorífica, inolvidable lluvia que me empapó, me golpeó, me zarandeó sin misericordia. Nunca pude olvidarme de ese episodio que me hizo recordar que soy hija de esa tierra bendecida por la Naturaleza, franca, abierta, total, inconmensurable. Sin dobleces. Como su gente, como mi gente. Como debe ser la mano de Dios.
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Aprovecho esta entrada para saludar anticipadamente a las mamás lectoras de este blog, a las mamás de los lectores de este blog y a todas las mamás del mundo. Que este domingo 11 de mayo tengan un feliz Día de la Madre.