Esta simple historia simple no es mía, me la mandó alguien que lee este blog con el debido permiso para publicarla.
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Como parte de mi trabajo, yo debía viajar a una ciudad del interior del país para organizar una actividad que iba a realizar la Gerencia General. Yo le había comentado esto a mi mamá, y precisamente en esos días ella conoció en una reunión a una señora que vivía en esa ciudad.
Mi mamá no perdió tiempo y le contó que yo, su hija, iba a viajar a ese lugar. La señora gentilmente le dio su tarjeta y le dijo que yo la buscara al llegar, porque ella también viajaría al día siguiente. Me lo contó, y yo no le hice el menor caso, al contrario, me fastidió que estuviera contando lo que yo iba a hacer, y así se lo dije.
Llegó el día de mi viaje y todo se complicó. Las dos personas que iban a ir conmigo tuvieron inconvenientes así que tuve que partir sola. El vuelo se retrasó, y llegué a la ciudad entrada la tarde. Un día perdido. No me quedó más que ir al hotel y esperar al día siguiente para contactar con el jefe de la sucursal de la empresa y empezar a trabajar. Me di cuenta de que estaba completamente sola, en una ciudad que no conocía y no sabía qué hacer. Me pesó no haberle hecho caso a mi mamá porque ni me acordaba el nombre de la señora que se ofreció para ayudarme.
En eso, en el fondo de mi cartera encontré ahí, escondidita, la tarjeta que mi mamá, madre al fin, había colocado sin hacer caso de mi pataleta. De inmediato llamé a la señora, que resultó ser una persona muy correcta y amable. Vino con su esposo a buscarme al hotel, me llevaron a conocer la ciudad, me invitaron a comer en un lugar muy bonito, y ya tarde me regresaron al hotel, en donde descansé para enfrentar la jornada siguiente con buen ánimo y corazón contento.
Mi mamá me recibió al regreso con esa sonrisa que tienen las madres cuando saben que han hecho felices a sus hijos, a pesar de sus protestas.
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Como parte de mi trabajo, yo debía viajar a una ciudad del interior del país para organizar una actividad que iba a realizar la Gerencia General. Yo le había comentado esto a mi mamá, y precisamente en esos días ella conoció en una reunión a una señora que vivía en esa ciudad.
Mi mamá no perdió tiempo y le contó que yo, su hija, iba a viajar a ese lugar. La señora gentilmente le dio su tarjeta y le dijo que yo la buscara al llegar, porque ella también viajaría al día siguiente. Me lo contó, y yo no le hice el menor caso, al contrario, me fastidió que estuviera contando lo que yo iba a hacer, y así se lo dije.
Llegó el día de mi viaje y todo se complicó. Las dos personas que iban a ir conmigo tuvieron inconvenientes así que tuve que partir sola. El vuelo se retrasó, y llegué a la ciudad entrada la tarde. Un día perdido. No me quedó más que ir al hotel y esperar al día siguiente para contactar con el jefe de la sucursal de la empresa y empezar a trabajar. Me di cuenta de que estaba completamente sola, en una ciudad que no conocía y no sabía qué hacer. Me pesó no haberle hecho caso a mi mamá porque ni me acordaba el nombre de la señora que se ofreció para ayudarme.
En eso, en el fondo de mi cartera encontré ahí, escondidita, la tarjeta que mi mamá, madre al fin, había colocado sin hacer caso de mi pataleta. De inmediato llamé a la señora, que resultó ser una persona muy correcta y amable. Vino con su esposo a buscarme al hotel, me llevaron a conocer la ciudad, me invitaron a comer en un lugar muy bonito, y ya tarde me regresaron al hotel, en donde descansé para enfrentar la jornada siguiente con buen ánimo y corazón contento.
Mi mamá me recibió al regreso con esa sonrisa que tienen las madres cuando saben que han hecho felices a sus hijos, a pesar de sus protestas.