miércoles, 28 de agosto de 2013

Rebelión adolescente

Si yo fuera adolescente en estos días, definitivamente estaría más que furiosa con los guionistas de los programas que ellos consideran son para ese público, es decir, para adolescentes.

Primero, había un programa de hechura latinoamericana de cuyo nombre es mejor olvidarse que transcurría en un colegio. Supuestamente, eran las vivencias de un grupo de estudiantes de secundaria de un colegio que, asumo yo, ellos creen que es muy normal. Todos los chicos que actuaban ahí eran sobreactuados. En verdad, eran sobreactuadísimos hasta el hartazgo, con gestos y caras que yo jamás he visto en seres humanos comunes y corrientes. Además de eso, todos iban al colegio con unos uniformes escolares que más parecían ropa para un desfile de moda que prendas para ir al colegio. No tenían nada que ver con los grises uniformes que todos los escolares peruanos usamos durante muchos años hasta hace pocos años.

Eso no es todo. He dejado la parte más picante para el final. Los alumnos de ese colegio usaban conjuros de brujería para lograr sus fines. Y como por arte de magia (nunca mejor dicho), los personajes dejaban su forma original y pasaban a ser sapos, perros, lagartijas o alguna alimaña igualmente simpática.

Hablo en pasado sobre el programete este porque espero que su ausencia de las pantallas de televisión sea definitiva y que no se trate simplemente de un receso entre temporadas.

Ayer vi otro programa etiquetado también como juvenil. Venía este de una cadena estadounidense, debidamente doblado al castellano, donde lo único que quieren los chicos cuyas vidas ficticias se retratan acá es salir en televisión. Ese es su máximo logro y cometido y para eso son firmes creyentes y practicantes de que el fin justifica los medios.

Entre unos y otros se ponen unas trampas tremendas para lograr que otros y unos no cumplan con las citaciones que reciben para pasar las diferentes pruebas que determinarán si salen o no en televisión.

Antes de que alguien se pregunte por qué razón me dedico a ver estos bodrios televisivos, diré que del primer programa veía muy de vez en cuando sus dos minutos finales, mientras esperaba el programa que venía a continuación. El otro lo vi hace pocos días de casualidad, mientras escogíamos con Marcela algo para ver juntas. Menos de dos minutos más tarde simplemente cambié de canal.

Francamente, qué paupérrimo concepto tienen algunos de la mente adolescente. Ojalá dejaran de alimentarlos con programas como estos lamentables ejemplos que menciono. Tal vez ese supuesto público objetivo debería rebelarse de alguna manera ante tan grande subestimación a su capacidad intelectual.

jueves, 22 de agosto de 2013

Nueces

A raíz de la última entrada, recordé una publicada hace algún tiempo y que a continuación reproduzco.
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El gerente de la tienda había notado últimamente que las cantidades de chocolates en las estanterías no coincidían con el inventario. Faltaban muchos chocolates, sobre todo de los más caros. De los que tenían avellanas y nueces enteras dentro. Era evidente que alguien se estaba robando los chocolates.

Decidió averiguar quién.
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Sus pequeños hijos le habían pedido nueces. Nueces en cualquiera de sus formas. Lo que fuera: castañas, pecanas, avellanas. Con tal de que fueran nueces, lo demás era lo de menos.

Así pasaron varios días de desesperación para esta pobre madre. Sus pequeños le reclamaban nueces, y ella no sabía de dónde sacarlas. Lo peor es que ella misma hubiera agradecido un puñado de esos frutos. Pero se le hacía tan difícil encontrar nueces... y todo era más difícil todavía sabiendo que sus hijos querían esas nueces con tanta desesperación.

De repente, algo llegó en forma de inspiración. Si hacía un esfuerzo podría encontrar nueces. Era algo arriesgado, pero era tanta su desesperación que estaba dispuesta a correr el riesgo.

Esperó a que fuera de noche. Cuando la afluencia de gente disminuyó, asomó la cabeza por la ventana entreabierta y entró. Un aterrizaje perfecto. Miró a ambos lados y empezó a correr ágilmente entre los pasadizos. Guiada por su olfato y casi sin ver, pues las luces estaban apagadas, llegó al estante de las nueces. En verdad, eran nueces dentro de chocolates, pero no importaba. Sacó todos los que pudo, dejó botados muchos más de los que pudo sacar.

Satisfecha con su botín, llegó hasta donde estaban sus hijos. Les mostró las nueces, les hizo ver que dentro de los chocolates había nueces. Muchas nueces. Suficientes nueces. Estaban felices.

Cuando se acabaron las nueces, repitió la operación. Y así lo hizo, varias veces.

Hasta que llegó el día en que, en medio de su operativo de aprovisionamiento, unas luces le dieron de lleno en los ojos. No sería posible saber quién estaba más sorprendido: el vigilante de la tienda, que sujetaba una enorme linterna encendida en la mano. O la pequeña ardilla que durante semanas había estado llevándole a sus crías las nueces que estaban dentro de los chocolates.

jueves, 15 de agosto de 2013

Compras en tiempos de realidad virtual

Un día de semana cualquiera vas paseando por una avenida muy comercial. De verdad, vas paseando y mirando, sin las prisas propias con las que la vida diaria nos ha acostumbrado a movernos.

En eso, te ves en la entrada de una gran tienda de ropa. Un cartel enorme en la puerta dice "GRAN REALIZACIÓN - HASTA 50% DE DESCUENTO". Sabes que no necesitas nada, pero la tentación es más fuerte y entras con la idea de mirar solamente.

Miras acá, ves más allá, algunas cosas te llaman la atención, otras no merecen ni una segunda mirada. Hasta que en un estante una casaca, chaqueta o chamarra llama tu atención. Te gusta, pero no para ti, sino para alguien que quieres mucho. Te gusta el diseño a cuadros, la tela es gruesa y la prenda es abrigadora. Ves que hay tres combinaciones de colores en un tejido tipo escocés: negro con rayas guindas y toques plomos, plomo oscuro con rayas azules y toques celestes y marrón con rayas anaranjadas y toques mostaza. Te gusta la que tiene azul, pero como no es para ti, decides llamar al verdadero destinatario de la compra.

Luego de los saludos de rigor, describes la casaca, dices que tiene capucha, dos bolsillos para mantener las manos abrigadas y cierre. Cuentas cómo son los colores hasta que te das cuenta de algo y dices:
- ¿Sabes qué? Mejor le tomo una foto a las tres combinaciones y me dices cuál prefieres.

Procedes con la foto, la mandas a través de una aplicación mágica que has aprendido a usar. Cuando ves las dos marquitas verdes que indican que el destinatario ya vio tu mensaje, vuelves a llamar y viene la pregunta:
- ¿No hay así, igual, pero de un solo color? Me gustaría marrón, si se puede.

Miras alrededor y sí, hay de color entero. Hay tres tonos de marrón. Con un solo color es fácil que con las telas estampadas, porque con dos palabras el color se describe solo. No crees mucho en los colores con nombres como camote, camello, caramelo. Vas a lo básico: marrón oscuro, marrón claro, marrón chocolate, etc.

Ya sin foto, convienen en el marrón elegido. Sales con la compra en una bolsa roja, diciéndote que vivimos tiempos inimaginables, en que una compra se puede decidir instantáneamente gracias a una cámara que tienes en el teléfono que llevas en el bolsillo.

jueves, 8 de agosto de 2013

Cuestión de talla

Entre las muchas cosas que no entiendo hay una que amerita especial atención pues mi incomprensión al respecto es tremenda.

No entiendo cuáles son los parámetros de los confeccionistas de ropa, sobre todo de ropa de mujer, al momento de fijar las tallas de la prendas. Estoy convencida de que usan a niñas bajitas de 12 años o menos para determinar las medidas de las tallas S, M y L para adultas.

En parámetros normales, me basta con ropa de talla mediana. Nunca tengo problemas cuando elijo esa talla en prendas hechas con medidas razonables. Debo confesar que son muy pocas las veces que encuentro ropa con medidas razonables.

En realidad, no me molesta mucho. Simplemente reniego un poco de esta característica de mucha ropa que venden por acá, sobre todo en las tiendas por departamentos que tenemos en esta ciudad, y opto por tallas más grandes.

Lo que me genera más de una molestia es pensar en mujeres con baja autoestima, que se sienten mal por estar pasadas de peso. Recordemos que en los tiempos actuales, a las mujeres no se les perdona ser gordas, tener canas ni tener arrugas. Son tres cosas que, a pesar de ser un mandato no escrito, prácticamente todo el mundo evita tener.

Esas mujeres, preocupadas por su exceso de peso, ¿qué sentirán cuando ni la ropa XXL les queda bien? Estoy segura de que son muy pocas las que saben o se dan cuenta de que el problema no está tanto en ellas, aunque tienen su aporte por los kilos extra, sino en las tallas hechas para mujeres con dimensiones que no existen en la realidad. Por lo menos, en la realidad circundante.

El caso se agrava cuando la afectada es una quinceañera insegura de su aspecto porque sabe que tiene sobrepeso. Uno de sus peores temores hecho realidad, pues no encuentra nada que le quede bien. Es muy poco probable que culpe a esta incomprensible escala de tallas de ropa. En un momento de la vida en que los seres humanos enfrentan sus peores inseguridades, casi con certeza su ánimo se va a ir al suelo.

Más allá de expresar mis ideas en este blog, no se me ocurre ninguna solución práctica o útil. Ni siquiera la manera de hacerlas llegar a las instancias respectivas, es decir, a los confeccionistas de ropa de mujer para saber de sus razones.

jueves, 1 de agosto de 2013

Un lindo gesto

Hace algunos días fui al banco de siempre, pero a una oficina distinta a la de siempre. No había mucha gente, es más, ni siquiera tuve que hacer cola pues en cuanto llegué, una de las cajeras me llamó para atenderme.

Mi operación era muy simple: cambiar un billete grande en otros más chicos. Saludé a la señorita, le entregué el billete y mientras ella buscaba en su cajón la cantidad exacta que debía entregarme, vi un cartel escrito a mano al lado del cartel habitual que nos pide que contemos el dinero antes de retirarnos.

El cartel decía en letras azules muy grandes: "Gracias a Dios y a mis padres, hoy puedo decir que soy una profesional titulada".

Al momento que me entregaba los billetes, felicité a la cajera por su logro profesional. Me contó que había terminado sus estudios algunos meses antes, pero que recién la semana anterior le habían entregado su título. Se le notaba la alegría en los ojos al contarlo.

Le pregunté qué había estudiado y me contestó que Administración Bancaria. También me dijo que debió haber incluido al propio banco en su agradecimiento, pues le habían dado todas las facilidades necesarias para poder trabajar mientras estudiaba.

Volví a felicitarla, consciente de que no es nada fácil llevar adelante una carrera sin dejar de lado las responsabilidades laborales. Le agradecí el cambio de los billetes y me fui.

Sin conocer a esta cajera, sin siquiera saber su nombre, su sencillo gesto me pareció digno de ser contado en Seis de enero.