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La abuela felicitó a su nieto, su nieto mayor. Sabía que estaba esperando esa respuesta y se alegraba de saber que seguiría su brillante camino profesional.
Si había una abuela orgullosa y feliz ese día, era ella.
Faltaban tres meses para la partida del nieto, pero pasaron volando. Y dos días antes de la partida, el nieto fue a visitar a su abuela. Pasó buena parte de la tarde con ella riendo, contando historias y queriéndose mucho. Esas horas también pasaron volando.
El nieto se fue, llegó, se instaló. Varias veces al día se comunicaba con la familia, que quedó pendiente de sus noticias. Las llamadas y los mensajes iban y venían. La abuela sabía siempre cómo estaba el nieto. "Bendita sea la tecnología", se decía.
Una tarde cualquiera, sonó el timbre, La abuela recordó las visitas sorpresivas del nieto, cuando llegaba simplemente "porque estaba cerca".
"Ya volverán esas visitas", pensó, mientras iba a ver quién tocaba.
El intercomunicador le devolvió la voz de un hombre que preguntó por ella y le dijo que tenía un regalo para ella. La abuela salió y se encontró que le traían un enorme ramo de flores. Destacaban los girasoles entre flores más chicas. Recibió el pesado ramo, agradeció al hombre del reparto y entró rápido a su casa para ver la tarjeta.
Una furtiva lágrima le salto al leer la tarjeta: "Abu, te mando un motivo para sonreír. Te quiero mucho".
Misión cumplida, pensó mientras iba a buscar su teléfono.