jueves, 26 de mayo de 2011

De visita en Yonomás

Anoche soñé que volvía a Yonomás.
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De vez en cuando, sueño que estoy de paso en un país que se llama Yonomás. Felizmente, de paso solamente porque debe ser bien difícil vivir en un lugar como ese.

En Yonomás, la gente detiene taxis a mitad de cuadra, y a veces a media pista, sin importarle la recatafila de carros que vienen detrás y que muchas veces deben hacer maniobras para pasar por donde sea. Los bocinazos se escuchan desde lejos, incansables, mientras el taxista y el potencial pasajero acuerdan con total tranquilidad una tarifa de acuerdo a la distancia por recorrer. Todo demora más si el chofer no conoce el lugar y el potencial pasajero explica por dónde queda. Así es. Es que en Yonomás se pacta el precio por adelantado, y si es que se tiene la suerte de que el lugar quede en la zona de trabajo del chofer, se completa el trato. Porque también está el taxista que dice que "por ahí no va". Y arranca sin más.

En Yonomás, cuando el taxi llega a su destino, el pasajero recién saca el dinero para pagar y el chofer recién puede saber que no le alcanza para dar vuelto. Astutamente, el pasajero no ha dicho que no tiene sencillo hasta ese momento. Total, es cosa del chofer tener monedas para dar vuelto de un billete de 50 soles para una carrera pactada en 6 soles.

En Yonomás, la gente cruza las pistas y sobre todo las carreteras corriendo, sorteando carros, casi siempre por debajo de puentes peatonales. Los gobiernos locales gastan recursos para hacer puentes que solamente usan los yonomasianos tontos, porque los vivos y los apurados son muy sagaces y no se andan con tonterías de usar puentes peatonales. Eso es para los debiluchos.

En Yonomás, los peatones cruzan a pesar de que el semáforo indica con una claramente visible luz roja que hay que esperar. Encima, si un ingenuo chofer tiene la osadía de tocarle un bocinazo al peatón lo más probable es que reciba un malcriado grito de parte del imprudente.

En Yonomás, las empresas constructoras cierran calles para poder realizar sus obras y no son capaces de poner avisos o advertencias por lo menos a dos cuadras de distancia. Las personas deben darse cuenta del impedimento cuando llegan al lugar de los hechos y deben hacer maniobras para buscar rutas alternas, en medio de otros muchos carros que hacen lo mismo.

En Yonomás, los choferes de micros estacionan en las pistas, sin importarles las luces rojas ni verdes ni los reclamos de los pasajeros, con la finalidad de llamar a más pasajeros que, en muchos casos no tienen la menor intención de subirse a esa unidad de transporte público.

Felizmente, es apenas un sueño. Lo malo es que es un sueño recurrente y además es tan vívido que a veces hasta parece real.

jueves, 19 de mayo de 2011

Siete días

Tomo la idea del último post del blog de Estrella Azul, en el que se refiere a otro blog cuya autora a su vez sugiere que debemos darnos permiso, por lo menos de vez en cuando.

Esto fue lo que me permití la semana que pasó:

El viernes 13 me tomé unos minutos para caminar plácida y serena entre el ruido y la prisa, en un rincón escondido del que hablé hace algún tiempo. Tuve que ir por ahí para realizar un trámite rápido y gratificante.

El sábado 14, con Ana Cé, Claudia me regalé el placer de comer rico en un café. Las tres compartimos una deliciosa combinación de pollo y champiñones, rematado con un inolvidable postre lleno de mis absolutos favoritos: manjarblanco y helado (favoritos en ese orden).

El domingo 15 las tres recorrimos 10K en la carrera Lima42K. Llegamos a la meta las tres. Nos tomamos fotos, llegamos muy cansadas pero lo pasamos bien. Me permití darme el gusto de completar la carrera, aunque hice (hicimos) la mayor parte del recorrido caminando a paso ligero.

El lunes 16 tenía algo de dolor en las pantorrillas. Me regalé buenos trozos de chocolate que felizmente estaba a la mano. Y si el chocolate no hubiera estado a la mano, lo hubiera conseguido de alguna manera.

El martes 17 me permití volver a ver (por tercera vez) el cierre de temporada de White collar. Pude apreciar detalles que se me escaparon las dos primeras veces que vi ese capítulo. Ojalá el estreno de la próxima temporada llegue pronto.

El miércoles 18 aproveché que tenía que hacer un trámite en el Juzgado de Paz de Miraflores y me pasé al mercado que está cerca de ahí. Vale la pena visitar un lugar tan ordenado y tranquilo como ese mercado.

El jueves 19 me permito publicar este relato, para el que lo quiera leer.

jueves, 12 de mayo de 2011

Aventuras de una zurda

Blogger tuvo problemas el jueves 12 de mayo. Este post desapareció, pero logré publicarlo de nuevo con la fecha de publicación original, el mismo 12 de mayo. Los comentarios que había hasta ese momento los he debido copiar y pegar manualmente.
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O tal vez debería decir desventuras.

Hace algún tiempo, conté que yo vivo en el mundo de los zurdos. Esta vez volveré a tocar el tema que, sin duda, da para más.

Siento que las personas diestras creen que ser zurdo es simplemente escribir con la mano izquierda. La cosa es mucho más compleja.

Cuando recibo un vuelto, por ejemplo, de manos de la cajera de un autoservicio, inevitablemente me extenderán el dinero listo para ser tomado con la mano derecha. El cruce de manos que viene a continuación es digno de pelea de pulpos: yo extiendo la mano izquierda, la cajera debe girar su mano casi en 180°, recibo el dinero y lo guardo.

Si estando en un banco o en algún sitio con un mostrador tengo que firmar algún documento, inevitablemente me inclinarán el papel como para firmar con la derecha. Y, por supuesto, el lapicero estará dirigido a mi mano derecha. Nuevo cambio de inclinación del papel, nuevo cambio de quien me extiende el lapicero, que yo agarraré siempre con la izquierda.

Cuando me siento en la mesa, a menos que la mesa la haya puesto yo y haya dispuesto mis cubiertos en el lado correcto, todas las veces tengo que pasar los cubiertos de un lado al otro.

Parecen tonterías, pero es algo incómodo. Imaginen pasar por eso cada vez que les entregan un vuelto o que deben firmar un documento o que se sientan a la mesa.

Tengo que hacer malabares con las jarras medidoras, pues todas tienen las medidas puestas como para ser vistas cuando se agarra la jarra con la mano derecha. El mouse de las computadora está hecho para ser usado por personas diestras. Ya sé que se puede configurar para cambiarlo, pero la cosa no es fácil cuando la computadora es de uso compartido y cuando no hay otros zurdos que apoyen el cambio.

En el metro de Washington DC pasé por una situación que espero poder explicar de manera inteligible. Ahí se usa una tarjeta inteligente que hay que pasar por delante de una lectora que está en la parte de encima de unos postes que quedan más o menos al nivel de la cintura y que terminan en una valla. Se pasa la tarjeta, la lectora la aprueba, se prende una luz verde y durante unos segundos se abre la valla para permitir el paso del pasajero al lugar donde pasan los trenes. Después de eso, la luz verde se vuelve roja y no se puede pasar.

Parecía fácil. Con mi tarjeta en la mano izquierda, la pasé delante de la lectora que quedaba a mi izquierda, pero la valla no se movió. Cuando me di cuenta, la valla que se estaba abriendo era la de mi izquierda. Recién ahí me acordé de que debí haber pasado la tarjeta en la lectora que quedaba a mi derecha. Entre darme cuenta y cambiarme de sitio, se pasó el tiempo, se cerró la valla y se prendió la luz roja. La solución hubiera sido volver a hacer la operación pero con la lectora del lado derecho. La del otro costado.

Felizmente un supervisor lo había visto todo, y con una llave me dejó pasar sin necesidad de pasar de nuevo la tarjeta. Eso hubiera supuesto el pago adicional de un recorrido que, gracias a este atento servidor, no fue necesario.

Se lo agradecí con una sonrisa encogiéndome de hombros, a la vez que le decía: "lefty!" (zurda) a manera de explicación. O compartíamos la misma característica o había visto episodios similares más de una vez.

El de los zurdos es un mundo lleno de retos que no cambio por nada.

jueves, 5 de mayo de 2011

Hay gente que se pasa

Ciertamente, hay gente que se pasa. Esta es una reflexión a la que llegué después de dos experiencias vividas en los últimos días.

La primera fue en una ceremonia en el colegio de Gonzalo. Antes de que comenzara, el presentador habló por el micrófono para anunciar que en dos minutos empezaría la ceremonia. Y pidió dos cosas: que los asistentes apagaran sus celulares y que, por favor, no tomaran fotos ni videos.

A los pocos minutos, se apagaron las luces y todo comenzó.

Literalmente, todo comenzó. Porque los celulares empezaron a sonar sin parar. Y los padres de familia no paraban de tomar fotos y de grabar videos. Debo confesar que lo que más me molestaba eran los celulares. A fin de cuentas, las personas que tomaban fotos lo hacían desde sus asientos y sin hacer bulla.

Con los celulares, era otra la historia. No solamente porque la variedad y el volumen de timbrados era enorme, sino porque las personas reaccionaban al tercer o cuarto timbrado. Si a eso se le agrega lo que se demoran algunas en encontrar el aparatito en sus tremendas carterazas, ya tenemos asegurados mínimo unos seis timbrados. Debo rectificar y decir que el doble de timbrados, porque como no hay respuesta y la llamada se corta, el teléfono vuelve a perderse en esa dimensión desconocida que son algunas carteras... y 30 segundos después, el teléfono vuelve a sonar y la historia se repite.

Esto me hizo preguntarme: ¿y si hubieran dicho que dejaran los teléfonos prendidos y que tomaran todas las fotos y los videos que quisieran?

El otro incidente fue al día siguiente. Fui a un centro comercial al que no iba hace años, y lo encontré totalmente cambiado y en obras. Quise salir por la Av. Angamos, la que me resultaba más directa para regresar. Pregunté a varias personas y todas me señalaron en una dirección.

Al cabo de un rato, me di cuenta de que estaba entrando cada vez más a la zona de las obras y que se me hacía difícil pensar que encontraría una salida por donde me habían dicho. Entonces me acerqué a un policía que cuidaba un banco y le volví a preguntar por la salida a la Av. Angamos. Me contestó que estaba cerrada por las obras (!!!).

Le pedí que me indicara por dónde salía a la Av. Aviación, y me lo indicó muy claramente. Una vez afuera por el lado de la Av. Aviación, caminé hacia la Av. Angamos y regresé a casa.

Si no hubiera sido por ese orientado policía, creo que seguiría dando vueltas más perdida que Algernon en ese laberinto que resultó ser el centro comercial a causa de las obras.

Definitivamente, ¡hay gente que se pasa! Y eso que no menciono a los adultos mayores (y no tan mayores a veces) que se empeñan en ir a las cajas de atención preferente aunque en las otras cajas haya menos gente haciendo cola.