domingo, 14 de octubre de 2018

Piensa mal y acertarás

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Con mucha frecuencia, voy a un supermercado que queda relativamente cerca de mi casa. Siempre voy caminando, y dependiendo de la cantidad de cosas que compre, regreso también caminando o en taxi.

La tienda tiene acreditada un empresa de taxis cuyos vehículos se estacionan en ordenada fila en una calle lateral. Al salir con la compra, siempre hay un solícito taxista que se ofrece a llevar al cliente a su destino.

Lo he hecho innumerables veces, sin el más mínimo problema.

Ese sábado, compré varias cosas, así que el regreso debía hacerse forzosamente en uno de los taxis registrados de la tienda. Al salir, se me acercó un taxista no muy comunicativo, al que seguí. Entre los dos empezamos a guardar las bolsas en la maletera. Él tomó las bolsas más pesadas, yo las más chicas.

De repente, vi que con una rápida maniobra, el señor levantó algo que me pareció una alfombra que cubría la llanta de repuesto y que en el agujero de la llanta metió una bolsa a la volada. Una de las bolsas que contenían mi compra. Lo vi todo pero no dije nada, no sabía qué pensar de lo que acababa de ver.

El recorrido hasta a mi casa, en una mañana de sábado, toma de unos 15 minutos. Todo el recorrido, este señor se lo pasó hablando por teléfono con un niño de su casa. La voz infantil se notó claramente a través del teléfono cuando saludó al hombre con cariño. La voz del hombre, en cambio, fue siempre autoritaria, amenazadora, agresiva, pues el niño no encontraba algo que el hombre necesitaba. Sumado a que creía haber visto que el hombre intentaba quedarse con parte de mi compra, el taxista me empezó a generar cada vez más desagrado.

Al llegar a mi casa, él abrió la maletera y mis ojos se dirigieron inmediatamente al lugar en donde lo había visto meter una bolsa apresuradamente. Felizmente lo había hecho con prisa, pues una mínima parte de la bolsa sobresalía entre los pliegues de la tela con que cubría su llanta de repuesto.

Estiré la mano hacia ese indicio de bolsa que asomaba apenas e intenté jalarlo. Sin decir nada, el hombre levantó la alfombra o lo que fuera, y sacó una bolsa que contenía parte de los abarrotes que había ido a comprar.

No quise ni mirar al hombre. Me aseguré de que en la maletera no quedara nada mío, le pagué, le di las gracias con mucha frialdad y le di la espalda. Recién me di la vuelta cuando escuché que el auto partía.

Piensa mal y acertarás...

viernes, 5 de octubre de 2018

La misteriosa Queca

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La casa de mi niñez colindaba por atrás con otra casa misteriosa. Desde nuestro segundo piso, podíamos ver un gran patio que separaba la puerta principal de la casa con la casa propiamente. El misterio es que, en todos los años que viví en esa casa, jamás vi a nadie recorrer esa distancia. Nunca vi a nadie entrar ni salir de la casa, nunca vi que la puerta principal se abriera.

Aparentemente, era una casa sin vida. Casi ni siquiera se lograban oír los sonidos habituales que salen de una casa común y corriente.

Lo único que se escuchaba fuerte y claro era una voz de mujer que de vez en cuando gritaba como llamando: "!Queeeeeeeecaaaaaaa!", así, estirando las vocales a su máxima expresión.

Pero Queca jamás respondía.

Entonces la rutina continuaba durante largo rato. La voz de mujer llamaba a Queca con la misma pausada manera, con el mismo tono de voz todas las veces. De otro lado, a Queca jamás se le conoció la voz.

Hasta el día de hoy, no sé si Queca era una persona real o si habitaba en la imaginación de la mujer que llamaba. A estas alturas, tampoco lo sabré.

Una vez en que una tía muy querida pasó una larga temporada en la casa, quedó intrigada por ese misterioso llamado a la siempre silenciosa Queca. Al tercer día de su llegada, en cuanto oyó el ya famoso "!Queeeeeeeecaaaaaaa!", nuestra tía contestó:
- : "!Quiiiiiiiicaaaaaaa!", en el mismo tono y estirando las vocales tanto como en el llamado original.

Pues ni así logramos obtener respuesta alguna. Nunca, ningún otro sonido de la misteriosa casa. Solamente el insistente y nunca respondido "!Queeeeeeeecaaaaaaa!", que nunca cesó.

Tal vez siga hasta hoy.