Hace algunos días, tuve que ir a la sede gremial de los abogados de Lima para actualizar mis datos y sacar el nuevo carné, documento necesario para cualquier trámite relacionado con la profesión.
Previamente me había informado la fecha en que me correspondía ir, de acuerdo a la letra inicial de mi apellido paterno. El horario de atención era de 10 am a 2 pm y de 4 pm a 8 pm. Como dicen que al mal paso hay que darle prisa, decidí ir el primer día que me correspondía según el cronograma y a las diez de la mañana.
Llegué un poco antes de la hora que tenía previsto llegar, y encontré que ya había unos diez abogados antes que yo. Ni modo, a esperar nomás. De todas maneras, se veía que todo era ordenado y que la fila avanzaba rápido.
En menos de 20 minutos, ya estaba yo sentada frente a la atenta señorita que empezó a tomar mis datos: dirección, teléfono, correo electrónico, lo habitual. Eran tres muchachas las que hacían esa labor simultáneamente, éramos tres los abogados que absolvíamos las mismas preguntas al mismo tiempo, sentados casi codo con codo por lo estrecho del espacio.
En el instante en que la muchacha se alistaba para preparar la cámara con la que iba a tomarme la foto, etapa con la que el proceso quedaría completado, el sistema dejó de funcionar. Lo mismo ocurrió con las otras dos computadoras, así que ahí quedamos, tres abogados sentados frente a una camarita minúscula que desde su lente igualmente mínimo parecía sacarnos la lengua socarronamente como diciendo: "justo cuando creías que todo terminó, ja, ja".
En ese momento, ya era cerca de las 10:30 am. Las tres atentas muchachas empezaron a llamar por teléfono a un invisible y ausente señor Rolando, que les daba una serie de indicaciones que no surtían efecto alguno.
Cerca de las 10:45, entró una mujer dueña de una actitud desagradable desde el inicio. Metió la cabeza y a voz en cuello dijo: "a ver, yo tengo cita a las 11 am para actualizar mis datos y no tengo tiempo que perder". Faltaban aún 15 minutos, y como nadie le hizo caso, dijo con un tono de voz algunos decibeles más alto: "señorita, ya saqué cita para que me atendieran a las 11 am porque tengo cosas que hacer".
Para mí, primera noticia que la cosa era con cita y se lo pregunté a la chica que tenía en frente de mí. Me dijo que sí, que había opción de sacar cita de atención, pero que al final la atención terminaba siendo por orden de llegada.
Llegado este punto, ya eran varios los que alegaban tener cita a las 11 am, y la mujer prepotente volvió a intervenir: "yo he llegado primero, estoy muy apurada". Fue ahí que la miré bien por primera vez, y francamente no la vi con apariencia nada apurada: vestida con ropa deportiva que hasta manchas tenía, una cartera que más parecía de una universitaria desarreglada. Sí, tan apurada estaba que ni tiempo se dio de peinarse.
Volvió a hablar: "señorita, ¿falta mucho? Ya son prácticamente las 11 de la mañana". La mujer trató de explicarle lo de la falta de sistema, pero la prepotente interrumpió: "ese no es mi problema, yo no tengo tiempo que perder".
A ese punto, ya mi poca paciencia se había acabado:
- ¿Sabe qué, señora? Los tres estamos acá sentados desde hace 20 minutos esperando que regrese el sistema, que se fue a dos segundos de irnos, y no ve que ninguno de nosotros esté reclamando tanto.
- Ese no es mi problema, yo defiendo mis derechos y los de nadie más.
¿Y así es abogada, una que no defiende a nadie?, pensé. Supongo que lo mismo pensaron todos. Y ahí dije: "Pues acá somos 50 personas y TODAS defendemos los derechos propios y los de nadie más. Entre abogados te veas, ¿no?"
El abogado a mi costado le dijo: "Eso no es defender sus derechos ni los de nadie, señora. Lo suyo se llama prepotencia". Conciliadoramente, una de las chicas le aseguró a la mujer que sería la siguiente en ser atendida en cuanto volviera el sistema.
Como si fuera una palabra mágica, el sistema regresó en ese preciso instante. Los tres terminamos esa escena casi sacada de "El ángel exterminador" y nos fuimos. A la mujer la estaban atendiendo cuando miré por última vez.
Como siempre, una vez más los prepotentes, los tramposos y demás perlas se salieron con la suya.
Previamente me había informado la fecha en que me correspondía ir, de acuerdo a la letra inicial de mi apellido paterno. El horario de atención era de 10 am a 2 pm y de 4 pm a 8 pm. Como dicen que al mal paso hay que darle prisa, decidí ir el primer día que me correspondía según el cronograma y a las diez de la mañana.
Llegué un poco antes de la hora que tenía previsto llegar, y encontré que ya había unos diez abogados antes que yo. Ni modo, a esperar nomás. De todas maneras, se veía que todo era ordenado y que la fila avanzaba rápido.
En menos de 20 minutos, ya estaba yo sentada frente a la atenta señorita que empezó a tomar mis datos: dirección, teléfono, correo electrónico, lo habitual. Eran tres muchachas las que hacían esa labor simultáneamente, éramos tres los abogados que absolvíamos las mismas preguntas al mismo tiempo, sentados casi codo con codo por lo estrecho del espacio.
En el instante en que la muchacha se alistaba para preparar la cámara con la que iba a tomarme la foto, etapa con la que el proceso quedaría completado, el sistema dejó de funcionar. Lo mismo ocurrió con las otras dos computadoras, así que ahí quedamos, tres abogados sentados frente a una camarita minúscula que desde su lente igualmente mínimo parecía sacarnos la lengua socarronamente como diciendo: "justo cuando creías que todo terminó, ja, ja".
En ese momento, ya era cerca de las 10:30 am. Las tres atentas muchachas empezaron a llamar por teléfono a un invisible y ausente señor Rolando, que les daba una serie de indicaciones que no surtían efecto alguno.
Cerca de las 10:45, entró una mujer dueña de una actitud desagradable desde el inicio. Metió la cabeza y a voz en cuello dijo: "a ver, yo tengo cita a las 11 am para actualizar mis datos y no tengo tiempo que perder". Faltaban aún 15 minutos, y como nadie le hizo caso, dijo con un tono de voz algunos decibeles más alto: "señorita, ya saqué cita para que me atendieran a las 11 am porque tengo cosas que hacer".
Para mí, primera noticia que la cosa era con cita y se lo pregunté a la chica que tenía en frente de mí. Me dijo que sí, que había opción de sacar cita de atención, pero que al final la atención terminaba siendo por orden de llegada.
Llegado este punto, ya eran varios los que alegaban tener cita a las 11 am, y la mujer prepotente volvió a intervenir: "yo he llegado primero, estoy muy apurada". Fue ahí que la miré bien por primera vez, y francamente no la vi con apariencia nada apurada: vestida con ropa deportiva que hasta manchas tenía, una cartera que más parecía de una universitaria desarreglada. Sí, tan apurada estaba que ni tiempo se dio de peinarse.
Volvió a hablar: "señorita, ¿falta mucho? Ya son prácticamente las 11 de la mañana". La mujer trató de explicarle lo de la falta de sistema, pero la prepotente interrumpió: "ese no es mi problema, yo no tengo tiempo que perder".
A ese punto, ya mi poca paciencia se había acabado:
- ¿Sabe qué, señora? Los tres estamos acá sentados desde hace 20 minutos esperando que regrese el sistema, que se fue a dos segundos de irnos, y no ve que ninguno de nosotros esté reclamando tanto.
- Ese no es mi problema, yo defiendo mis derechos y los de nadie más.
¿Y así es abogada, una que no defiende a nadie?, pensé. Supongo que lo mismo pensaron todos. Y ahí dije: "Pues acá somos 50 personas y TODAS defendemos los derechos propios y los de nadie más. Entre abogados te veas, ¿no?"
El abogado a mi costado le dijo: "Eso no es defender sus derechos ni los de nadie, señora. Lo suyo se llama prepotencia". Conciliadoramente, una de las chicas le aseguró a la mujer que sería la siguiente en ser atendida en cuanto volviera el sistema.
Como si fuera una palabra mágica, el sistema regresó en ese preciso instante. Los tres terminamos esa escena casi sacada de "El ángel exterminador" y nos fuimos. A la mujer la estaban atendiendo cuando miré por última vez.
Como siempre, una vez más los prepotentes, los tramposos y demás perlas se salieron con la suya.