miércoles, 30 de septiembre de 2015

Prepotencia

Hace algunos días, tuve que ir a la sede gremial de los abogados de Lima para actualizar mis datos y sacar el nuevo carné, documento necesario para cualquier trámite relacionado con la profesión.

Previamente me había informado la fecha en que me correspondía ir, de acuerdo a la letra inicial de mi apellido paterno. El horario de atención era de 10 am a 2 pm y de 4 pm a 8 pm. Como dicen que al mal paso hay que darle prisa, decidí ir el primer día que me correspondía según el cronograma y a las diez de la mañana.

Llegué un poco antes de la hora que tenía previsto llegar, y encontré que ya había unos diez abogados antes que yo.  Ni modo, a esperar nomás. De todas maneras, se veía que todo era ordenado y que la fila avanzaba rápido.

En menos de 20 minutos, ya estaba yo sentada frente a la atenta señorita que empezó a tomar mis datos: dirección, teléfono, correo electrónico, lo habitual. Eran tres muchachas las que hacían esa labor simultáneamente, éramos tres los abogados que absolvíamos las mismas preguntas al mismo tiempo, sentados casi codo con codo por lo estrecho del espacio.

En el instante en que la muchacha se alistaba para preparar la cámara con la que iba a tomarme la foto, etapa con la que el proceso quedaría completado, el sistema dejó de funcionar. Lo mismo ocurrió con las otras dos computadoras, así que ahí quedamos, tres abogados sentados frente a una camarita minúscula que desde su lente igualmente mínimo parecía sacarnos la lengua socarronamente como diciendo: "justo cuando creías que todo terminó, ja, ja".

En ese momento, ya era cerca de las 10:30 am. Las tres atentas muchachas empezaron a llamar por teléfono a un invisible y ausente señor Rolando, que les daba una serie de indicaciones que no surtían efecto alguno.

Cerca de las 10:45, entró una mujer dueña de una actitud desagradable desde el inicio. Metió la cabeza y a voz en cuello dijo: "a ver, yo tengo cita a las 11 am para actualizar mis datos y no tengo tiempo que perder". Faltaban aún 15 minutos, y como nadie le hizo caso, dijo con un tono de voz algunos decibeles más alto: "señorita, ya saqué cita para que me atendieran a las 11 am porque tengo cosas que hacer".

Para mí, primera noticia que la cosa era con cita y se lo pregunté a la chica que tenía en frente de mí. Me dijo que sí, que había opción de sacar cita de atención, pero que al final la atención terminaba siendo por orden de llegada.

Llegado este punto, ya eran varios los que alegaban tener cita a las 11 am, y la mujer prepotente volvió a intervenir: "yo he llegado primero, estoy muy apurada". Fue ahí que la miré bien por primera vez, y francamente no la vi con apariencia nada apurada: vestida con ropa deportiva que hasta manchas tenía, una cartera que más parecía de una universitaria desarreglada. Sí, tan apurada estaba que ni tiempo se dio de peinarse.

Volvió a hablar: "señorita, ¿falta mucho? Ya son prácticamente las 11 de la mañana". La mujer trató de explicarle lo de la falta de sistema, pero la prepotente interrumpió: "ese no es mi problema, yo no tengo tiempo que perder".

A ese punto, ya mi poca paciencia se había acabado:
- ¿Sabe qué, señora? Los tres estamos acá sentados desde hace 20 minutos esperando que regrese el sistema, que se fue a dos segundos de irnos, y no ve que ninguno de nosotros esté reclamando tanto.
- Ese no es mi problema, yo defiendo mis derechos y los de nadie más.

¿Y así es abogada, una que no defiende a nadie?, pensé. Supongo que lo mismo pensaron todos. Y ahí dije: "Pues acá somos 50 personas y TODAS defendemos los derechos propios y los de nadie más. Entre abogados te veas, ¿no?"

El abogado a mi costado le dijo: "Eso no es defender sus derechos ni los de nadie, señora. Lo suyo se llama prepotencia". Conciliadoramente, una de las chicas le aseguró a la mujer que sería la siguiente en ser atendida en cuanto volviera el sistema.

Como si fuera una palabra mágica, el sistema regresó en ese preciso instante. Los tres terminamos esa escena casi sacada de "El ángel exterminador" y nos fuimos. A la mujer la estaban atendiendo cuando miré por última vez.

Como siempre, una vez más los prepotentes, los tramposos y demás perlas se salieron con la suya.

martes, 15 de septiembre de 2015

La sombra atemorizante

Esta es otra historia real, que ocurrió hace algunos años.

La casa donde crecí tenía dos pisos. La ventana de una de las habitaciones del segundo piso daba a un techo de calamina que protegía una habitación que originalmente había sido jardín y que luego fue convertida en un pequeño cuarto de estar.

Por esa ventana también se veía el jardín de la casa que estaba detrás de la nuestra por donde ocasionalmente veíamos a lo lejos a diferentes personas pasar caminando. Desde nuestro segundo piso y desde su jardín, estábamos a buena distancia.

Por alguna razón ancestral traída quizás desde su Iquitos natal, la tía Angelita apoyaba un trozo de madera largo, como de medio metro de largo, en la pared de esa habitación y la calamina. La vara de madera quedaba entonces inclinada y al aire libre, apoyada en uno de sus lados en la pared, en el otro en la calamina. El uso que se le daba a la vara así inclinada era el de un tendedero improvisado de ropa muy chiquita, sobre todo toallas pequeñas.

Un día cualquiera, en un momento en que ya no es de día pero tampoco es de noche, cuando hay luz afuera pero dentro de las casas ya hay que tener la luz prendida, tuve la intención de entrar a ese cuarto para buscar algo. Era cosa de entrar y salir, no pensé en ningún momento en prender la luz pues sabía de memoria dónde estaba lo que necesitaba.

Cuando llegué a la puerta, noté que por la ventana, por esa misma ventana donde todos los días la tía Angelita colgaba y descolgaba sus toallitas y pañuelos había alguien al acecho. Desde mi posición lograba ver una sombra, estaba segura de que era una mujer pues tenía pelo largo que ondeaba al viento.

Me quedé petrificada de espanto. De mi boca no pudo salir sonido alguno. Mis pies se quedaron pegados al piso. Hasta el cerebro se me paralizó. No sabía qué hacer. Deben haber sido apenas dos segundos, pero se sintieron eternos.

Finalmente, sin emitir sonido, retrocedí sobre mis pasos y bajé al primer piso muerta de susto. Le conté a mi hermana y el impulso inicial fue no decir nada. Luego lo pensamos mejor, nos dimos cuenta de que no era muy lógico que hubiera una mujer agazapada sobre el techo de calamina. ¿Cómo podría haber llegado ahí sin que se la oyera? Además, ¿qué hacía mirando una habitación vacía sin luz? Con toda certeza, muy poco sería lo que podría ver.

Nos armamos de valor y subimos. Era un valor muy precario, porque al menos yo tenía el corazón latiendo a mil por hora.

Al llegar al mismo punto en que yo había visto a la mujer con el pelo al viento, vi que seguía ahí. Inmóvil, mirando. En un arranque de valor, alguna de las dos prendió la luz. La mujer misteriosa no hizo el más mínimo movimiento al verse atrapada.

Ya con la luz prendida, nos empezamos a acercar y del susto más grande pasamos a la carcajada más sonora. La misteriosa mujer agazapada, la sombra que acechaba, esa intrusa a punto de entrar a la casa por una ventana del segundo piso que se había trepado al techo de calamina de manera incomprensible era una de las tantas toallitas de la tía Angelita. El viento la había hecho volar, la había movido de su posición original hasta ponerla como peluca del palo diagonal.

Ahora que lo pienso, no sé qué hubiéramos hecho si realmente hubiera sido una mujer agazapada, una intrusa a punto de entrar a la casa.
----------------------
Feliz día de la independencia a mis amigos mexicanos, chilenos y costarricenses que en estos días celebran un nuevo aniversario nacional.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Permitido renegar

Esta es una entrada apta para renegones. Y ya que estamos en MI espacio virtual, me permitiré renegar con relación a algunas cosas que en la vida real debo dejar pasar en aras de la convivencia y la buena vecindad.

Son varias cosas las que no soporto, y encabezan la lista las quejas por el calor o el frío que hace, según sea la época del año. Lima tiene su cuota de frío, y aunque numéricamente los índices no son muy bajos, la humedad que impera hace que sienta más frío. Un invierno frío no llega más abajo de 13°C, que ya es extremo. Si el termómetro marca menos que eso, es noticia de primera plana. Claro, hablo de Lima, y como para muchos el mundo es Lima y el resto del Perú no existe, vemos titulares como "Lima soportó temperatura de 14°C". Cuando leo eso, lo primero que viene a la mente es el frío gélido con -14°C y hasta menos que mata personas en Puno. Pero no, lo que importa es que Lima soportó 14°C, sin el signo negativo adelante.

Entonces, se oye a mucha gente decir "pobres niños que deben esperar su movilidad escolar tempranito en la mañana con ESTE frío". Nadie piensa que los todos los niños de Puno deben caminar kilómetros enteros congelándose, no en un vehículo que los lleve al colegio, y sin ropa adecuada durante todo el año escolar, no durante algunas escasas semanas de todo nuestro invierno.

Y si la fuente del frío es el aire acondicionado y no el clima exterior, eso sí está bien, aunque el aparato marque una temperatura menor a la habitual de Lima. No, ahí nadie se queja, al contrario, piden que lo pongan más alto, es decir, más frío.

Algo similar pasa con el verano. Acá un verano caluroso puede estar entre 29 y 30°C, y de nuevo, la humedad hace que la sensación aumente dos o tres grados. No digo que sea poca cosa, pero tampoco es para tanto. Pero la gente se queda paralizada porque "con este calor, no provoca hacer nada". No claro, salvo ir a la playa a achicharrarse sin una gota de sombra en la cabeza. Eso sí provoca.

Y conforme se acerca marzo, el clamor cada vez más frecuente es "por Dios, ¿cómo pueden estudiar los chicos con ESTE calor?", refiriéndose al mismo calor anhelado para ir a la playa donde, como ya dije, ni un trocito de techo protege a los alegres concurrentes. Nuevamente olvidan que todo el año, no el escaso mes y medio que hay entre el inicio de clases y el fin del calor que tantas quejas despierta, los escolares de nuestra región amazónica deben ir al colegio todos los días de su vida escolar con temperaturas largamente superiores a 30°C. Pero como eso no es Lima, es casi como si no existiera. Ya anuncian Fenómeno de El Niño para este verano 2015-2016. La última vez que el majadero niño asomó por estas tierras, la temperatura en Lima llegó a 35°C, y a más de 40°C en el norte del Perú, que es donde más afecta.

Por favor, paren el mundo que me quiero bajar. O me voy a querer bajar los primeros meses de 2016.

De otro lado, las quejas del tráfico ya son lugar común. "Con este tráfico, no dan ganas de salir". O sea, ya tenemos que con el frío no dan ganas de hacer nada, que tampoco dan ganas de hacer nada con el calor... ¡y tampoco con el tráfico! Pero la cantidad de autos que hay en la calle, haga frío o haga calor, desmiente esto, obviamente.

Si la gente que tiene carro lo dejara estacionado de vez en cuando y caminara cuando la distancia no es larga, o si tomara un bus cuando no hay mucha prisa, otra sería la historia. Y que no me vengan con que "es que en Lima, el transporte público es terrible", porque bien que millones de limeños lo usan todos los días y ahí van. Además, de vez en cuando, no hace daño ser peatón y recibir una dosis de realidad.

Por último, último por esta vez porque la lista de lo que me hace renegar es mucho más larga, tenemos a la gente que va por la calle sin despegar los ojos de los 60 cm2 de la pantalla de su teléfono, que como va en su propio mundo, no sabe ni dónde pone el pie en el siguiente paso. Pero ¡ay de ti! si los chocas, ¿cómo no me has visto? Oye, si en vez de mirar obsesivamente ese rectangulito miraras por dónde vas, te evitarías problemas.

Y no me vengan con que es una nueva generación y hay que entenderla, porque esta conducta la veo en gente de todas las edades. Simplemente no puedo creer que haya personas tan, pero tan ocupadas que no pueden dejar de estar al tanto de lo que pasa en el ciberespacio ni un segundo. No creo que Barack Obama ni Ban Ki Moon vayan por ahí sin despegar los ojos de la pantalla de su teléfono "inteligente". No, no es característica generacional, es escasez neuronal.

Acá termino la racha de esta vez. Ha sido terapéutico descargar la mochila, y lo será más si consigo que alguien reflexione. Eso ya sería demasiado pedir, pero ¿por qué no?