jueves, 26 de abril de 2012

La niña musical

Me dieron a leer este texto, que yo copio sin ninguna autorización de parte de quien lo escribió. Espero que esté de acuerdo con verlo publicado.
Érase una niña que nació y pasó su infancia en un pequeño pueblo selvático donde no había electricidad, solamente un pequeño grupo electrógeno de la parroquia, que iluminaba tenuemente la Iglesia, la Plaza de Armas, el Palacio Municipal y algunas calles aledañas, de 7 a 10 de la noche. Durante esas horas, en el balcón del segundo piso de la municipalidad, colocaban un aparato que a todo volumen dejaba oír un fuerte ruido, palabras ininteligibles y sobre todo el sonido de la electricidad estática. Era la radio del pueblo. La niña conocía música. No en vano su madre le enseñaba a tocar piano. La niña, pues, podía leer música aunque renegaba de esas clases obligadas. Cuando ya estaba en la secundaria, la niña conoció la existencia de unos genios como Beethoven, Chopin, Liszt y otros más. En el libro del curso de Música describían algunas de sus obras maestras. Por eso conocía la historia de la sonata Claro de Luna: la compuso Beethoven, para dar gusto a una muchacha ciega que le confesó llorando que daría todo por ver una noche de luna. La niña quiso que le consiguieran la partitura para tocarla en piano, pero en casa había cosas más importantes que hacer. Un día le contó este deseo a una compañera que procedía de la capital, y que también tenía inquietudes musicales: ¿Tú has escuchado el Claro de Luna, cómo es? Y la respuesta fue: es como si cayeran gotitas de agua que van corriendo y se levantan y te llevan al cielo. 
La niña quería tener un aparato de radio, algunas personas en el pueblo lo tenían, pero en casa había cosas más importantes que comprar. Ya había electricidad en el pueblo, pero solo durante la noche. Así pues, la niña creció con el deseo no cumplido de tener una radio. 
Pasaron los años, la niña creció y ya vivía en la capital donde todo era fácil. Tuvo su radio y escuchó a Beethoven, Chopin y Liszt y otros más. Pero una radio no era suficiente, tenía varias, de distintos tamaños y colores, una en cada habitación de su casa. 
Alguien le preguntó: ¿por qué te gusta tener tantas radios? Ella pensó y dijo: quizá porque de chiquita me moría por tener una.
En mi casa siempre ha habido radio, desde que tengo uso de razón. Eran otros tiempos, otro lugar y, sobre todo, otras circunstancias. Felizmente la linda niña musical pudo cumplir sus anhelos de escuchar radio en todo momento. Bien por ella.
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martes, 17 de abril de 2012

Mañana de trámites

¿Me acompañas mañana a recoger mi brevete(*)?

Un breve mensaje de apenas una línea desbarata todos los planes que tenías para la mañana de un jueves cualquiera. Aceptas, claro. Sin dudarlo. Por supuesto que puedes, y si no pudieras, te las arreglarías para poder. Ese no es un nombre que veas con mucha frecuencia en tu bandeja de entrada, aunque no significa que no haya enorme cercanía con el remitente.

Al día siguiente, según lo acordado, exactamente a las 8:30 am estás en el punto de reunión. Lo ves a lo lejos, se saludan con la mano. Se juntan y parten al lugar de los brevetes.

Hay unas 15 personas esperando en fila no muy ordenada y ahí se ponen, al final de todos. Pero un ratito después ves que otros se han puesto detrás y que ya no son los últimos de la cola. Conversan de trivialidades, de cosas diversas, te cuenta cómo fue su examen de manejo apenas dos días antes, quién lo acompañó, quién lo llevó.

Por fin llegan a la puerta y le dices que lo esperas afuera. Solamente los propios interesados pueden entrar. Te pones en un lugar cercano, intentas buscar un lugar con sombra, pero no lo encuentras. Piensas con cierta impaciencia que ojalá se acabe de una vez el calor porque siempre extrañas y añoras el invierno. Algunos minutos después, sale y te dice que le falta una fotocopia de los documentos que tiene. Lo ves partir a la carrera y se te hace rarísimo comprobar que no existe una fotocopiadora más cercana, teniendo en cuenta que es un lugar de trámites. Definitivamente, esto es una excepción, te dices con extrañeza.

Al poco rato, regresa con su copia, vuelve a entrar ya sin hacer la cola de hace un rato. Divisas un lugar con sombra desde donde vas a poder verlo cuando salga. La realidad es que termina apareciendo por otro lado. Tengo que regresar en una hora, te anuncia.

¿Vamos a comer algo mientras esperamos?, sugieres. Caminan juntos, te va contando de sus planes para ese día, para el fin de semana. Van recordando episodios de tiempos no tan lejanos en verdad, pero que a veces sientes como si hubieran transcurrido en otra vida. Llegan, escogen lo que van a pedir, se sientan y comen con toda la calma del mundo.

Después de lo que parece ser un segundo, miras el reloj y ves que casi ha pasado el tiempo de la espera. Desandan lo andado y al llegar de nuevo al mismo lugar de los brevetes te dice que la entrega es por otra puerta. Entra solo, esperas de nuevo, pero esta vez la sombra está de tu lado, felizmente. Al cabo de un momento sale orgulloso, brevete en mano, con la cara iluminada por la sonrisa más linda que verás ese día:
- Gracias por acompañarme. Te debo una para cuando tengas que ir a votar por el decano de los abogados -dice a modo de despedida, mientras te abraza y se deja dar un beso.
- Al contrario, te he devuelto todas las veces que me acompañaste en tiempos pretéritos. Pero si este año quieres venir conmigo a la votación, acepto feliz -le respondes.

(*) Es como llamamos en el Perú a la licencia o permiso para manejar.
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jueves, 12 de abril de 2012

Taladros y martillos

¿Se acuerdan de los vecinos fantasmas de Javier Marías? Ha pasado tiempo desde que publiqué esa entrada, pero el tema siempre está vigente. Justamente dentro de esa rara predilección que tienen algunos vecinos, un colaborador anónimo me envió el texto que reproduzco a continuación con total autorización de su parte.
El taladro y el martillo 
Debe ser un placer, todo un encanto cuasi afrodisíaco para muchas personas utilizar el taladro. Y es que de vez en cuando, con más frecuencia de lo tolerable, se escucha ese ruido fuerte, ronco, retumbante, discordante y enervante que nadie sabe de dónde viene, pero que invade tu casa en forma plena, a cualquier hora del día, pero sobre todo de noche. 
También los golpes del martillo. A veces después del taladro, a veces así nomás, puro golpe de martillo. 
Hubo un tiempo en que todas las tardes a la misma hora, el martillero golpeaba fuerte y sin descanso por unos dos minutos contra la pared de mi cuarto, yo suponía que desde la casa colindante. Así que en uno de esos episodios golpeé yo también todo lo fuerte que pude, con mis puños, mientras gritaba: ¡basta!, ¡basta!, ¡basta! Y ¿pueden creerlo? Se acabaron los golpes del martillo, espero que para siempre.
Más de una persona me ha comentado con extrañeza que sus vecinos tienen especial predilección por mover pesados muebles a la medianoche... todos los días. Habría que poner en su conocimiento la solución que este anónimo encontró. Tal vez sirva igual para martilladores como para movedores de muebles y taladradores.
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lunes, 2 de abril de 2012

Otros triángulos

Ver los primeros triágulos acá.

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El protagonista. Ella. El antagonista.

Ella está acostumbrada a verse rodeada de muchachos, muchachos que la buscan porque cuando ella bate sus pestañas, sus ojos verdes brillan de manera especial. Son todos miembros de una estirpe que está casi a punto de extinguirse, pero el olor de la carne en las barbacoas no les permite darse cuenta de nada más que de los ojos verdes de ella. El antagonista es parte de esa estirpe a punto de extinguirse, pero es casi inmune a esos ojos color esmeralda.

El protagonista es un descreído, un tipo que vive dentro de sus propias reglas, que despierta escándalo por donde va. Casi se podría decir que es un adelantado a su época, que puede ver más allá de lo evidente, y es derecho, a pesar de que nadie lo entiende (bueno, hay dos personas que si lo entienden). Su sonrisa cínica, su bigote, su oscuro pasado lo hacen contradictoriamente atractivo y odioso a los ojos de ella.

Cuando su mundo se viene abajo, ella jura ante Dios que su familia jamás volverá a tener hambre. Y cumple ese juramento a costa de todo y de todos. Y en el camino pierde al único hombre que siempre la quiso. Cuando ella se da cuenta de eso, es muy tarde. Pregunta qué será de ella, pero al protagonista le importa un comino y, si bien mañana será otro día, lo más probable es que él no regrese.

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La protagonista. Él. La antagonista.

La protagonista y él se conocen en un crucero por el Mediterráneo. Ella ha decidido tomarse unas vacaciones y él está en su último viaje de soltero, a punto de casarse con la antagonista. Una cigarrera olvidada provoca que se conozcan: Por unas inolvidables noches a bordo de la Gabriela. No se confunda nadie, es el nombre de un yate.

Él baja en una pequeña isla del Mediterráneo a ver a una dama muy especial, y la invita a acompañarlo. La dama especial es su abuela. Pasan una tarde inolvidable los tres, con un piano y un chal blanco. Cuando la protagonista le dice a la abuela que quisiera quedarse con ella, la anciana le dice que no es el momento, que debe construir sus memorias primero.

El destino queda sellado para esos dos seres que han perdido la primavera de su vida y que no deben dejar que se pierda el otoño también. Nos vemos en seis meses en el último piso del edificio más emblemático de la ciudad más cosmopolita del mundo, y si uno no puede llegar... no, no, ahí estaremos los dos.

La protagonista no llega. Las llantas de un carro se lo impiden. Pero él no lo sabe y espera inútilmente durante horas. Creyéndose engañado, burlado o, peor aun, olvidado, deja todo y se dedica a pintar. Todos sus cuadros están a la venta, menos uno al que solamente se le ve el reverso. Deja a la antagonista, es un matrimonio que estaba terminado antes de empezar.

La protagonista y él se encuentran en Nochebuena. Desde donde está, él no puede ver las circunstancias de ella. Decide buscarla para pedirle explicaciones, pero la protagonista se muestra esquiva. No quiere que la quieran por lástima. Hasta que él ve un cuadro conocido, ese que no quería vender, ese que su representante le dijo que le dio a una muchacha que estaba, que estaba... vemos fugazmente el cuadro, donde están a la abuela con el chal y la protagonista.

La historia termina bien. Si él puede pintar, la protagonista podrá caminar y correr. Los dos tendrán algo para recordar.
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