Me dieron a leer este texto, que yo copio sin ninguna autorización de parte de quien lo escribió. Espero que esté de acuerdo con verlo publicado.
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Érase una niña que nació y pasó su infancia en un pequeño pueblo selvático donde no había electricidad, solamente un pequeño grupo electrógeno de la parroquia, que iluminaba tenuemente la Iglesia, la Plaza de Armas, el Palacio Municipal y algunas calles aledañas, de 7 a 10 de la noche. Durante esas horas, en el balcón del segundo piso de la municipalidad, colocaban un aparato que a todo volumen dejaba oír un fuerte ruido, palabras ininteligibles y sobre todo el sonido de la electricidad estática. Era la radio del pueblo. La niña conocía música. No en vano su madre le enseñaba a tocar piano. La niña, pues, podía leer música aunque renegaba de esas clases obligadas. Cuando ya estaba en la secundaria, la niña conoció la existencia de unos genios como Beethoven, Chopin, Liszt y otros más. En el libro del curso de Música describían algunas de sus obras maestras. Por eso conocía la historia de la sonata Claro de Luna: la compuso Beethoven, para dar gusto a una muchacha ciega que le confesó llorando que daría todo por ver una noche de luna. La niña quiso que le consiguieran la partitura para tocarla en piano, pero en casa había cosas más importantes que hacer. Un día le contó este deseo a una compañera que procedía de la capital, y que también tenía inquietudes musicales: ¿Tú has escuchado el Claro de Luna, cómo es? Y la respuesta fue: es como si cayeran gotitas de agua que van corriendo y se levantan y te llevan al cielo.
La niña quería tener un aparato de radio, algunas personas en el pueblo lo tenían, pero en casa había cosas más importantes que comprar. Ya había electricidad en el pueblo, pero solo durante la noche. Así pues, la niña creció con el deseo no cumplido de tener una radio.
Pasaron los años, la niña creció y ya vivía en la capital donde todo era fácil. Tuvo su radio y escuchó a Beethoven, Chopin y Liszt y otros más. Pero una radio no era suficiente, tenía varias, de distintos tamaños y colores, una en cada habitación de su casa.
Alguien le preguntó: ¿por qué te gusta tener tantas radios? Ella pensó y dijo: quizá porque de chiquita me moría por tener una.En mi casa siempre ha habido radio, desde que tengo uso de razón. Eran otros tiempos, otro lugar y, sobre todo, otras circunstancias. Felizmente la linda niña musical pudo cumplir sus anhelos de escuchar radio en todo momento. Bien por ella.
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