miércoles, 26 de octubre de 2011

Más retazos

Un hombre y un niño no mayor de dos años entran a la tienda del barrio. Compran unas cuantas cosas y salen juntos. Justo antes de cruzar la salida de la tienda, el niño divisa a lo lejos a la Virgen de Fátima a cuyos pies los clientes de la tienda encienden velitas. Hay tres velas prendidas. Al verlas, el niño celebra y tararea la melodía de la conocida canción "Feliz cumpleaños" mientras la señala con su mano. El hombre sonríe, aplaude y tararea junto con el niño.

Un muchacho está parado en la puerta de su casa. A su lado, su tremendo perro mira para todos lados. De repente, el perro se arranca a correr y cruza la estrecha pista en dos zancadas. Cuando el muchacho se da cuenta, el perro está prácticamente al costado de una mujer que camina por la acera del frente. El muchacho teme que el perro le haga algo, espera lo peor y se desespera mientras alcanza corriendo al perro llamándolo a gritos por su nombre. El perro parece no escuchar la voz del amo. La mujer lo ha visto todo, y aparentemente no tiene ni pizca de miedo. Sigue caminando, confiada, mirando al perro de frente. El perro es realmente muy grande, verlo venir corriendo es temible. De repente, el perro detiene su loca carrera. Han pasado apenas unos cuantos segundos. El muchacho llega por fin a donde el perro está parado, mirando a la mujer de frente. El muchacho pide disculpas, la mujer le responde que no se preocupe pues nunca sintió que el perro le haría daño. El muchacho se extraña y se lo dice a la mujer: es la primera vez que alguien reacciona con esa calma.

Es día de partido de la selección nacional de fútbol. Hay ambiente de expectativa en todas partes. Un muchacho con la bicolor camiseta de la selección, con la franja diagonal, pasea por la calle. Tiene enchufados unos audífonos en el oído. Parece estar en su propio mundo. Un hombre en su carro pasa al lado del muchacho. Sus miradas se cruzan. El hombre le hace el símbolo de la victoria, el muchacho responde levantando los dos pulgares. Un fugaz instante de complicidad entre dos extraños.

Una mujer y una niña van por la calle. La mujer agarra de la mano a la niña, que camina confiada a su lado. De repente la mujer dice: me gusta ir así contigo, me gusta ver que nos agarramos de la mano las dos, y no que yo te jalo tomándote fuertemente por el puño. Caminamos juntas, ¿no? La niña hace un enfático movimiento afirmativo con la cabeza. Las dos se miran, se sonríen, siguen caminando juntas, tomadas de la mano. Sus voces y sus pasos se pierden a la distancia.
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miércoles, 19 de octubre de 2011

Desayuno con vista al mar

Con palta y todo...
Lima tiene el privilegio de estar pegada al Océano Pacífico. Y yo tengo el privilegio de vivir a dos cuadras del malecón limeño que mira al Océano Pacífico.

Nunca he visto la nieve en vivo y en directo, solamente en fotos, películas, postales, y por ahí alguna vez muy a lo lejos. Me encantaría verla y tenerla en mis manos, frente a mis ojos. Imagino que mis deseos de conocer la nieve se pueden comparar con la curiosidad que tienen otras personas por conocer el mar.

Cerca de mi casa hay muchos lugares que ofrecen desayuno, con el atractivo adicional de tener vista al mar. Y en más de una ocasión he tenido el gusto de tomar desayuno con vista al mar.

Es una aventura que recomiendo, desayunar alguna vez con vista al mar.

Veo el mar inmenso, infinito, que llega más allá de donde llegan los ojos a verlo. Pienso en cuántas personas a lo largo de los siglos habrán estado en embarcaciones de todo tipo, viendo esta misma costa que me acoge, llenas de emociones de todo tipo. Escucho los sonidos que me rodean, y casi siempre, por no decir siempre, hay sonidos en otros idiomas. Me da gusto comprobar que los de fuera también disfrutan de esta aventura de desayunar con vista al mar.

No voy a detallar las delicias que se pueden disfrutar en un desayuno con vista al mar, por consideración a los que por ahora no pueden probarlas. Pero si les llegara la oportunidad, con gusto haré las recomendaciones del caso.

Lima tiene el privilegio de estar al lado del mar. Y yo tengo el privilegio de vivir muy cerca de ese mar inmenso, infinito, frío y a la vez cálido.

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sábado, 8 de octubre de 2011

Cosas que no entiendo

Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía.
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No soy Hamlet ni estamos en Elsinor, y ciertamente hay demasiadas cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña mi filosofía. Acá enumero apenas algunas de las cosas para las que no encuentro explicación.

No entiendo por qué la ropa deportiva, lo que en el Perú llamamos buzos, y especialmente la de mujer, no tiene bolsillos o tiene unos bolsillos incómodos y muy inseguros de los que las cosas se caen fácilmente. ¿Dónde sugieren los fabricantes que guardemos nuestras llaves y celulares?

No entiendo por qué la ropa de bebé es más cara que la ropa de adulto, si dado su reducido tamaño, se usa mucho menos material en su confección.

No entiendo por qué en los teléfonos, el número 1 está en la esquina de ARRIBA a la izquierda y en los teclados de la computadora y en las calculadoras el mismo número 1 está en la esquina de ABAJO a la izquierda.

No entiendo por qué en los talleres de los zapateros remendones hay siempre montañas de zapatos que nadie recoge o que nadie echa en falta. Lo mismo observo en los talleres de reparaciones eléctricas, con montones de televisores, radios, hornos microondas, DVD, equipos de sonido. ¿Es que la gente los deja y luego los olvida?

No entiendo por qué desde hace algunos días muchos de mis lectores están teniendo problemas para dejar sus comentarios. Algunos me dicen que lo intentan varias veces sin éxito. Para contrarrestar esto, he insertado un botón rojo en la esquina superior derecha del blog que dice E-MAIL ME! Quien tenga problemas para dejar un comentario, puede usar esa vía y yo me encargaré de hacer que el comentario aparezca en su debido lugar.

No entiendo por qué casi toda la gente que maneja sufre de lo que yo llamo "el síndrome de Bill Cosby", que consiste en querer estacionarse en la puerta del lugar al que quieren ir, o lo más cerca de la puerta que sea posible. ¿No es más fácil estacionar un poquito más lejos y caminar una breve distancia, en lugar de pasarse largos ratos dando vueltas y más vueltas?
Debo aclarar que el nombre del síndrome es invención mía, a raíz de un artículo que leí, escrito por el famoso cómico estadounidense, donde hacía una graciosa crítica sobre esta característica de muchos conductores, incluido él mismo.

Realmente, son cosas del Orinoco que usted no las sabe y yo tampoco.