miércoles, 30 de noviembre de 2016

GPS dixit

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Es un hecho que los avances tecnológicos llegaron para quedarse, y que nos alivian de muchas tareas cotidianas. Pero de ahí a dejar que la tecnología reemplace nuestro cerebro y sentido común hay un gran trecho.

Esta reflexión viene a colación por la omnipresencia del GPS, ese dispositivo que ayuda a los vehículos a encontrar los caminos más despejados y supuestamente más cortos entre dos puntos, entre otras funciones. Todo estaría muy bien si no fuera porque a veces el aparatito obliga a dar vueltas innecesarias.

Me pasó hace algunos días. Estaba en un taxi de los que se llama a través de una aplicación móvil. Observaba que el chofer seguía obedientemente los mandatos del GPS. Es una ruta que conozco muy bien pues iba a mi casa. Desde mi asiento, lograba ver el camino sugerido y si bien no era el que yo hubiera tomado, no le veía mayor objeción.

No dije nada hasta que llegamos a un punto en que lo lógico era voltear a la izquierda para llegar a mi casa, pero el chofer siguió de largo. Se lo dije así, y su respuesta fue "es lo que me indica el GPS". Esa opción nos alejaba del punto de destino. Para no aburrir a quienes no conocen las calles de Lima, digamos que de haber volteado a la izquierda, es decir, de haber seguido la lógica, solamente faltaba seguir de frente unas cuadras y volver a voltear a la izquierda para llegar al destino final.

Con el camino que tomó el chofer, llegó a una avenida paralela a cuatro cuadras de distancia, donde recién giró a la izquierda, avanzó unas cuadras y volvió a girar a la izquierda hasta que regresó a la misma avenida por la que debió haber pasado un rato antes. La ruta "sugerida" por el GPS significó recorrer innecesariamente cuatro cuadras de ida más las correspondientes cuatro de vuelta, tres semáforos (dos de los cuales nos tocaron en rojo) y unos diez minutos perdidos.

Se lo hice notar al chofer, y me repitió el argumento del GPS. Le insistí que debía hacerle caso a quien conoce la zona más que a un aparatito y su increíble respuesta fue que en la central de taxis les obligan a seguir la ruta que indica que GPS.

No discutí más, le pagué y me bajé.

Pocos días después, tomé otro taxi de la misma empresa y le pregunté al chofer si era cierto que los conductores estaban obligados a seguir lo que indica el GPS. Me dijo que no era cierto, que más bien les exhortan a aprender nuevas rutas, más aun si las indicaciones vienen de quien vive por la zona y conoce bien las calles.

Lo que más llama la atención es que ni siquiera lo hacen por cobrar más, pues estas empresas tienen tarifas fijas por el tramo recorrido, no cuenta la distancia ni el tiempo que tomar llegar de un punto a otro. Es decir, al subir al taxi el pasajero sabe lo que le va a costar ir de A a B, sin importar si el chofer rodea todo Lima antes de llegar a su destino. Entonces, queda descartado cualquier afán de cobrar más por un recorrido mayor.

Es simple pereza mental.

Otra persona me contó una historia parecida, al punto que ya no quiere tomar más taxis de ninguna empresa sino que prefiere recurrir solamente a los taxis que se toman en la calle. Con eso, el remedio termina siendo casi peor que la enfermedad.
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Acá mi último artículo para Global Voices.


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Bodas de arcilla

Y sin darme apenas cuenta, como por arte de magia, tal como dice la canción, este blog cumplió nueve años el domingo 20 de noviembre.

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Gracias por haberme acompañado en el camino hasta aquí. Veamos lo que se viene en adelante.

sábado, 12 de noviembre de 2016

El misterio de las dos esferas

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Quienes me conocen saben que me gustan los relojes. De pulsera, de pared, de mesa, los relojes en general. Es por eso que tengo muchos, de todos los tipos, clases y colores.

Resultó que casi al mismo tiempo, dos relojes de pared de la casa quedaron sin funcionar. Uno en mi cuarto y otro en la cocina. Nada que un par de pilas nuevas no pudiera solucionar, así que fue a la tienda que está al lado de casa y compré dos paquetito con dos pilas. Uno para los relojes, el otro de repuesto.

Procedí a cambiar la pila del primero de los relojes, pero no comenzó a andar de inmediato. Volteé la pila creyendo que la había puesto mal, pero nada, el reloj seguía parado. "Ya lo llevaré al relojero después", pensé.

Repetí la acción con el otro reloj y tuve el mismo resultado: con pila nueva, el reloj seguía sin funcionar. Lo sacudí creyendo que los días de inactividad lo podían haber afectado, pero nada.

Pensando que el problema eran las pilas, tomé el paquete de repuesto y volví a cambiar las pilas de ambos relojes. El resultado fue el mismo, los relojes no caminaban.

Agarré el reloj más grande y pesado, el de la cocina, y me fui caminando hasta el relojero que hace años se encarga de reparar mis relojes y de cambiarles las pilas. Son unas seis cuadras de distancia. El reloj pesa lo suyo, la distancia se me hizo un poco larga, pero todo valía con tal de recuperar el tiempo perdido.

Cuando llegué donde el relojero, le pedí que revisara el reloj pues le conté que no funcionaba a pesar de tener pila nueva. Al entregárselo, el relojero me miró y me dijo: "pero está caminando". Y era verdad, el reloj andaba sin problemas. El relojero lo puso a la hora y me lo entregó sin cobrarme nada, a la vez que me decía: "tal vez la caminata ha activado algo en el mecanismo".

"Será eso", pensé, mientras regresaba a la casa. Al llegar, lo puse en su sitio y me fui a ver el otro reloj. Nada, seguía parado. Lo sacudí, aplicando casi el mismo remedio que podría haber tenido resultado con el reloj de la cocina, pero no tuve éxito. Pensé en regresar otro día al relojero.

Pasaron varias horas y tras muchas idas y venidas de esa tarde, entré a mi cuarto y por instinto, como hago casi todos los días, levanté la vista hacia el reloj. No recordaba que no funcionaba, así que acepté la hora que marcaba como correcta.

En eso, recordé que el reloj se había negado a echarse a andar en la mañana. Volví a mirar y... el reloj no solamente estaba funcionando a la perfección, sino que marcaba la hora correcta. Tuve que acercarme para ver si no estaba presenciando ese dicho según el cual hasta un reloj malogrado da la hora correcta dos veces al día. No, el segundero avanzaba.

El reloj de mi cuarto marcaba la hora exacta, ni un minuto más ni un minuto menos.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Recuerdos del pueblo

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Estos recuerdos no son míos, me los mandó un habitual lector de este blog, con el pedido de publicarlos. Acá están.

Recuerdos de mi pueblo
Nací y pasé mi infancia en un pequeño pueblo de la Selva. Eran otros tiempos. Las puertas de las casas estaban abiertas todo el día, corríamos y jugábamos sin peligro alguno al aire libre.

Y algo muy propio de pueblos pequeños: casi nadie conocía el nombre de las calles. Nos ubicábamos por zonas o algo cercano: vive por La Loma, está por Moralillos, se ha ido por el puerto, está por el aeropuerto.

Un día llegó al pueblo un señor que se instaló en una casa grande y puso una tienda de artículos diversos. Encima de la puerta colocó un letrero que decía "GRAN REALIZACION".

Ese letrero permaneció ahí años de años aunque la tienda se cerró.

Muchos años después yo trabajaba en una oficina y atendía público. Por casualidad, llegó un señor y nos reconocimos de inmediato: era del mismo pueblo donde yo nací. Conversamos un momento y yo le pregunté, ¿dónde vivían ustedes? Y me dijo, en la calle Arica. Y luego precisó: "por la Gran Realización". Nos reímos con ganas porque esa simple frase nos recordó usos y costumbres de un pueblo en una época inolvidable e irrepetible.

Cuando ahora visito mi tierra, veo todo tan cambiado, tan diferente, que no la reconozco. Ha crecido, ha progresado. Mucho bullicio y movimiento en las calles. Nada queda de la placidez y tranquilidad de antes, de nuestros años felices.

Y es que la vida sigue aunque quedan los recuerdos.