miércoles, 29 de junio de 2016

Estampas invernales

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Un hombre que carga un bebé toca el timbre de una casa. Mira su reloj. Parece que lleva buen rato esperando que les abran la puerta. Es temprano en la mañana, hace frío, ha llovido durante horas, y aunque el bebé está bien abrigado, al hombre le preocupa que la espera a la intemperie lo pueda afectar.

Una mujer y una niña de unos seis años caminan de la mano por la calle. De repente se detienen. La mujer se agacha hasta quedar a la altura de la niña y le envuelve el cuello con una bufanda rosada con dibujos de ositos panda. Terminada la acción, se vuelven a tomar de la mano y siguen su camino.

Las calles están llenas de charcos por la lluvia que duró la noche entera. Un hombre avanza por una avenida principal. Va muy concentrado hablando por teléfono en tono algo airado mientras camina a paso ligero. Las personas que pasan a su costado deben hacerse a un lado para no chocar con él. Está tan concentrado en su conversación que no se da cuenta de dónde pisa y termina metiendo un pie en un enorme charco que hubiera visto de haber estado más atento a su entorno.

En la fila de pago del autoservicio, dos mujeres conversan animadamente. Parece que se contaran buenas noticias, pero la cercanía permite escuchar que están compartiendo historias de resfríos de parientes cercanos y hasta de mascotas. Parece una competencia de quién cuenta sobre la peor enfermedad.

jueves, 23 de junio de 2016

Recordando la celebración de San Juan

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Este relato sobre las costumbres del Día de San Juan en la selva del Perú me lo envió alguien que disfrutó esa celebración en su niñez y, con su permiso, lo publico.
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Todo estaba listo desde el día anterior. Estaban preparados los juanes, las yucas, los plátanos, la chicha en botellas, los ajíes charapillos, amén de platos, cubiertos y vasos. Todo en canastas bien acondicionadas y listas para el transporte.

Ese día, a media mañana, salía toda la familia, cerraban la puerta de la casa y partían a algún destino en las afueras del pueblo a celebrar la típica y tradicional festa de San Juan, el patrono de la Amazonía peruana.

Todavía tengo la foto. Gastada y desvaída, pero se puede distinguir bien. Ahí está mi abuelo, alto, delgado, con su sombrero de paja. A su lado, mi mamá y mi papá, mi tía y otras dos señoras. A los pies del grupo, sentados en cuclillas mi hermana y yo, al lado de mi tío, que curiosamente es apenas horas mayor que mi hermana.

El pueblo se quedaba vacío. Se juntaban familias o grupos de amigos que ya tenían algún destino a dónde ir, una chacra cercana, un fundo, o simplemente un ambiente amplio a las orillas de un río o una quebrada.

Los hombres se juntaban para conversar y tomar alguna cerveza, mientras las mujeres deshacían las canastas, acomodaban los juanes y demás alimentos preparados el día anterior.

El juane es un plato típico de la selva peruana, hecho a base de arroz y presas de gallina, envuelto en hojas que le dan color y sabor.

Llegaba la hora del almuerzo y todos se disponían a disfrutar de estas delicias. Ahí las señoras intercambiaban sus juanes y se contaban secretos de cocina.

Terminado el almuerzo, no faltaba algún músico aficionado que, guitarra en mano amenizaba, el momento y hasta hacía bailar a los asistentes. Ya entrada la tarde, comenzaba el regreso al pueblo.

Terminaba la fiesta pero quedaba la satisfacción de haber pasado un día lleno de alegría, de unión familiar y sana distracción.

Así se pasaba la fiesta de San Juan en un pueblo de la selva del Perú en aquellos tiempos. Han pasado muchos años, la fiesta se sigue celebrando, cada vez con mayor entusiasmo y el movimiento propio de esta época. Pero en mi memoria quedan esos días en que las costumbres y las personas eran más sencillas, más confiadas y disfrutaban con pequeños detalles de una fiesta tradicional que pintaba de color y sabor su rutina diaria.

miércoles, 15 de junio de 2016

Tramposo negocio seguro

En su versión más económica, este seguro no cubre absolutamente nada.
La indignación me lleva a escribir esta entrada.

Dicen que es mejor tener un seguro y no necesitarlo que necesitar un seguro y no tenerlo. Eso hace que simplemente todas las empresas aseguradoras sin excepción abusen y pasen todos los límites.

Hace algunas semanas, una persona muy cercana a mí recibió los documentos relativos a la renovación de un seguro oncológico que tiene contratado hace años y que ojalá nunca necesite. No pongo el nombre de la aseguradora solamente porque quien me contó la historia así me lo pidió.

Grande, enorme fue su sorpresa cuando vio que el monto que debía pagar era casi 30% mayor al del año anterior. Pero el colmo máximo fue cuando vio el cuadro comparativo de los diferentes programas de cobertura que ofrece este seguro. Su seguro de toda la vida era la modalidad más barata, porque siempre fue la que más le convenía por una serie de razones, y nunca tuvo motivos de queja.

Esta vez, sin embargo, vio que la columna que corresponde a su programa NO CUBRE NADA. Tal como se ve en la imagen que encabeza esta entrada, el programa que hubiera sido el elegido no sirve para absolutamente nada. Para los asegurados, claro, porque para la aseguradora sirve para forrarse los bolsillos sin tener la mínima obligación de reembolsar ni atender al asegurado ni retribuirlo de manera alguna.

Cuando vi este papel, mi indignación fue mayúscula. Mi primera reacción fue llamar a la propia aseguradora para decirles que su propuesta de renovación era una completa estafa, que pedían un cobro a cambio de nada. El hombre que me contestó el teléfono solamente me repetía como maquinita que para tener un plan con cobertura debería contratarse el programa ubicado en la segunda columna, cuya cobertura es de 100% en algunos casos y 70% en la gran mayoría. El plan que no cubre nada cuesta de S/2,100 (cerca de 650 dólares estadounidenses), el inmediato siguiente cuenta S/2,800 (cerca de 850 dólares).

Hubiera sido mejor que el hombre no me contestara nada, porque mi indignación se triplicó. "¿Por qué no dicen claramente que la escala económica ya no existe y que TODOS deben pasar a la inmediata siguiente?", dije sin dar ocasión a obtener repuesta, en inmediatamente seguí: "Lo dicen con una letrita mínima que ni se lee. Esto está hecho para que las personas renueven sin darse cuenta del engaño".

¿Se imaginan regalarle un solo centavo a la aseguradora? Porque eso termina siendo, una donación.

Después llamé a la entidad encargada de defender los derechos de los consumidores, y la expuse todo el caso al amable funcionario que me contestó. Me dijo que, si bien era una actitud indignante, no se podía calificar como engaño porque la empresa estaba informando de todo a sus clientes, tanto así que yo había podido darme cuenta de las nuevas condiciones.

Han pasado varios días, mi indignación no ha disminuido ni un poquito. Al contrario, regresa cada vez que me acuerdo de esto. Mientras tanto, la persona asegurada no sabe qué hacer.

Francamente, las empresas aseguradoras son un negocio más que seguro (para las propias empresas, claro) y la ley que las rige parece ser la ley del embudo.

domingo, 5 de junio de 2016

La bolsita de Cyrano

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Recordé esta entrada de Cyrano, que tomo prestada y vuelvo a publicar para que la conozcan mis lectores.
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El enigma de la bolsita

El otro día, estaba yo en casa viendo televisión una tarde cualquiera. De repente, sonó el timbre de la puerta principal de mi departamento. La amable niña que me asiste, como es lógico, fue a ver quién era y se demoró un poco más de lo usual.

Cuando finalmente se apareció, tenía una cara de alucinada que despertó mi curiosidad. Los ojos se le salían de las órbitas mientras me decía:
- Doctor, doctor, ¿tiene usted bolsitas de (y me dio el nombre de un autoservicio peruano conocido)?
- Claro que sí, sabes muy bien que es el lugar donde hago las compras de la casa. ¿Por qué?
- Es que afuera hay un joven que está ofreciendo por 10 soles (unos cuatro dólares) y una bolsa de cualquier tamaño de esta tienda un juego de cinco fiambreras bien bonitas.

Hago aquí un alto pues por no querer usar el anglicismo táper (de tupperware) he debido recurrir al diccionario para ver cómo se dice en castellano lo que en el Perú todo el mundo conoce como táper. Como se me ha hecho una mazamorra entre fiambrera, táper y tupper o recipiente con tapa, usen ustedes el término que quieran que para el caso es lo mismo.
- ¿Cómo has dicho? -le pregunté, con la convicción de haberle entendido mal.
- Afuera hay un chico que tiene en venta unos tápers lindísimos, muy elegantes, con todo y tapa, de colores. En una caja vienen cinco, cada uno con su tapa, de diferentes tamaños.

En el Perú, un solo táper mediano puede costar entre 7 y 10 soles. Aquí eran cinco por la tercera parte del precio. Además, ¡¿una bolsa?! Eso no tiene ningún costo, una vez que las traigo a casa, quedan para envolver y botar la basura, previamente clasificada para el respectivo reciclaje, que le dicen.
- A ver, trae los tápers para verlos.

Al cabo de dos minutos regresó con una caja de excelente presentación. La abrí, saqué los tápers uno por uno y comprobé que eran de buena calidad. El vidrio del que estaban hechos se veía bastante resistente, las tapas de plástico cerraban herméticamente y por ahí decían que se podían poner en el microondas. Mi cerebro comenzó a girar a la velocidad de la luz. No entendía el precio relativamente bajo comparado con la calidad del producto, y menos entendía el asunto de la bolsita. Así que dije para mis adentros: si encuentro exactamente un billete de 10 soles, lo compro. Si no, no.

Hurgué en el lugar donde guardo mis billetes y... ¡eureka! Había únicamente billetes de 10 soles. Saqué uno y mientras se lo entregaba a la muchacha, le dije en tono desafiante:
- Ahora pues, busca la bolsita.

Con un sonrisa, sacó su mano, escondida detrás de ella mientras decía triunfante:
- ¡Acá está!

Definitivamente, el cosmos me estaba diciendo algo. Así que me limité a decirle que fuera a pagar.

Al cabo de un minuto, se apareció con la cajita recién comprada y con una sorpresa: un adminículo para guardar zapatos, que se hacía como acordeón, elegantísimo, hecho de una tela gruesa y oscura que forraba algo como madera. Me dijo que el precio era igual: 10 soles y una bolsa del mismo autoservicio.
- ¡Vade retro! Si me sigues enseñando las cosas que vende este señor, me quedo sin plata... y sin bolsas.

Cosas que pasan un día cualquiera.