En este post pondré en práctica un ejercicio.
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Hace algunos años, alguien muy cercano a mí y a quien quiero muchísimo, enseñaba Redacción Periodística en la misma facultad en la que estudió, y en su curso tenía un interesante ejercicio para sus alumnos, que iban casi a la mitad de la carrera: redactar un texto en cinco párrafos, cada párrafo de una sola oración de más o menos cinco líneas cada uno y sin usar los verbos ser ni estar en ninguna de sus formas verbales.
Recuerdo que en esos tiempos leía con mucha curiosidad los trabajos de los alumnos de este curso, mientras me preguntaba si se me haría difícil redactar un texto con las exigencias ya mencionadas en el párrafo anterior, pero nunca pasé de imaginar un texto que empezaba con las frases: "el día amaneció bastante húmedo y nublado, cosa bastante habitual en Lima, sobre todo en los meses de frío".
Tal vez por pereza mental, tal vez por temor a no poder continuar o tal vez por incapacidad de admitir que las restricciones convertían la redacción en poco menos que imposible, nunca pasé de la frase puesta líneas arriba, que apenas llegaba a tener poco más de una línea, y me consolaba diciéndome: "estos muchachos estudian Periodismo, el curso se llama Redacción Periodística, mi formación profesional va por otro lado, consta de otras cosas".
Mis argumentos contenían esas y otras explicaciones por el estilo que, a decir verdad, no me consolaban para nada porque los abogados tenemos que escribir casi diariamente textos diversos con los cuales exponer nuestras ideas para defender nuestras posiciones de manera clara y concisa y, más importante todavía, convencer al lector de que lo que decimos contiene un 100% de verdad.
La idea rondó mi cabeza durante años, siempre como un fantasma al acecho que aparecía de vez en cuando, que me recordaba que tenía una tarea pendiente, una tarea pendiente que se alzaba como una montaña muy alta que había que cruzar para, al mirar atrás, ver que se había convertido en una colina, recorriendo el camino inverso al que recorrió Reginald Anson luego de su travesía.
Así que hoy me atrevo a poner en práctica este ejercicio, después de muchos años de no querer hacerlo, después de años no querer intentarlo siquiera, y me pongo en el pellejo y en los zapatos de aquellos estudiantes (hoy seguramente ya profesionales) que tenían que enfrentar un papel vacío, y creo que el resultado final recibiría la aprobación de quien este curso enseñaba y que no sé si se acuerde de esos días que parecen tan lejanos.
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Hace algunos años, alguien muy cercano a mí y a quien quiero muchísimo, enseñaba Redacción Periodística en la misma facultad en la que estudió, y en su curso tenía un interesante ejercicio para sus alumnos, que iban casi a la mitad de la carrera: redactar un texto en cinco párrafos, cada párrafo de una sola oración de más o menos cinco líneas cada uno y sin usar los verbos ser ni estar en ninguna de sus formas verbales.
Recuerdo que en esos tiempos leía con mucha curiosidad los trabajos de los alumnos de este curso, mientras me preguntaba si se me haría difícil redactar un texto con las exigencias ya mencionadas en el párrafo anterior, pero nunca pasé de imaginar un texto que empezaba con las frases: "el día amaneció bastante húmedo y nublado, cosa bastante habitual en Lima, sobre todo en los meses de frío".
Tal vez por pereza mental, tal vez por temor a no poder continuar o tal vez por incapacidad de admitir que las restricciones convertían la redacción en poco menos que imposible, nunca pasé de la frase puesta líneas arriba, que apenas llegaba a tener poco más de una línea, y me consolaba diciéndome: "estos muchachos estudian Periodismo, el curso se llama Redacción Periodística, mi formación profesional va por otro lado, consta de otras cosas".
Mis argumentos contenían esas y otras explicaciones por el estilo que, a decir verdad, no me consolaban para nada porque los abogados tenemos que escribir casi diariamente textos diversos con los cuales exponer nuestras ideas para defender nuestras posiciones de manera clara y concisa y, más importante todavía, convencer al lector de que lo que decimos contiene un 100% de verdad.
La idea rondó mi cabeza durante años, siempre como un fantasma al acecho que aparecía de vez en cuando, que me recordaba que tenía una tarea pendiente, una tarea pendiente que se alzaba como una montaña muy alta que había que cruzar para, al mirar atrás, ver que se había convertido en una colina, recorriendo el camino inverso al que recorrió Reginald Anson luego de su travesía.
Así que hoy me atrevo a poner en práctica este ejercicio, después de muchos años de no querer hacerlo, después de años no querer intentarlo siquiera, y me pongo en el pellejo y en los zapatos de aquellos estudiantes (hoy seguramente ya profesionales) que tenían que enfrentar un papel vacío, y creo que el resultado final recibiría la aprobación de quien este curso enseñaba y que no sé si se acuerde de esos días que parecen tan lejanos.