miércoles, 26 de octubre de 2016

Algo gracioso sucedió en el teatro

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La semana pasada fui al teatro. La obra era una comedia, y estuvo bastante buena. Pero lo que voy a contar acá ocurrió antes de la función.

Llegué suficientemente temprano y me encontré ahí con las dos amigas con las que había quedado en días anteriores. Previsoramente, decidí ir al baño para disfrutar de la obra con toda tranquilidad.

Este es un teatro chico, por lo que tiene solamente dos baños, uno para mujeres y el otro para hombres. Cuando llegué, una mujer joven estaba esperando su turno, pero el baño se desocupó a los pocos segundos y ella entró.

Mientras mentalmente expresaba mi deseo de que no se tomara una eternidad, se puso en fila detrás de mí otra mujer, que se dispuso a esperar su turno, como debe hacerse civilizadamente en todas las filas del mundo. Grande fue mi sorpresa cuando la vi que empezaba a tocar insistentemente la puerta del baño, lo yo interpreté como una señal para que la persona que estaba dentro se apurara.

Me volteé y le dije:
- Casi acaba de entrar una chica- para que supiera que no se trataba de un uso abusivo del único baño de mujeres.
- Ya sé, es mi hermana la que está adentro y la quiero fastidiar- me contestó, con cara divertida.

Yo me reí simplemente. En ese preciso momento, se abrió la puerta del baño y emergió quien hasta ese momento lo estaba ocupando. Cuando me miró directamente a los ojos, yo dije levantando las manos a manera de defensa:
- ¡Yo no fui!- y no pude contener la risa.
- Ya sé- dijo mientras su mirada pasó a quien estaba atrás de mí-. Desde adentro reconocí tu voz.

Las tres nos reímos. Entonces, rápidamente entré al baño tratando de demorarme lo menos posible. No fuera que, en su afán de entrar, quien ahora era primera de la fila me tocara la puerta con la misma insistencia con que había tocado para apurar a su hermana momentos antes.

Salí sin contratiempos ni golpes inoportunos a la puerta y procedí a ubicar mi asiento en el teatro y a disfrutar de la obra dominical.

domingo, 16 de octubre de 2016

"Busca en la basura"

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Esta historia no me pasó a mí sino a alguien muy cercano y casi viví los acontecimientos a su lado. Para no revelar nombres, llamaremos a esta persona simplemente M.

La hija de M estaba próxima a casarse, y como suele pasar en ocasiones de ese tipo, la novia tenía muchas actividades que hacer antes de la gran fecha.

Para algún almuerzo familiar, pocos días antes del matrimonio, M se puso unos zapatos nuevos. Casi siempre, zapatos nuevos y zapatos incómodos son sinónimos, y esta vez no fue la excepción. Lo único que M quería era sacárselos y ponerse otros que no le causaran tanto dolor en los pies.

En cuanto acabó el almuerzo, partió a su casa con su hija. De ahí debían hacer otra diliegencia, pero decidieron cambiarse antes. M pudo así zafarse de su par de verdugos. Se cuidó mucho de poner los zapatos dentro de una bolsa especial antes de guardarlos en su clóset.

Salió con su hija, regresaron a su casa después de un rato y ni pensó más en los zapatos, a pesar del dolor de sus pies.

Pasados unos días, llegó el momento de otra comilona previa al matrimonio y decidió ponerse los mismos zapatos de la vez anterior. Tenía la esperanza de haberlos amansado la primera vez que se los puso y que esta vez no sufriría tanto.

Buscó en el clóset donde los había dejado un tiempo antes. Nada, no estaban.

Miró en el clóset de otro cuarto, a pesar de tener la certeza de que no los había puesto ahí. "Alguien puede haberlos cambiado de sitio", pensó. Fue por gusto, tampoco los encontró en ese segundo clóset.

Buscó debajo de su cama, debajo de las demás camas, debajo de todas las camas de la casa. No había zapatos. Preguntó, buscó por todos lados, hasta en los sitios más absurdos. Hasta miró dentro de la maletera de su auto pensando que tal vez los hubiera puesto ahí sin darse cuenta a su regreso del almuerzo.

Los zapatos eran historia antigua.

No podía perder más tiempo, se puso otros zapatos menos elegantes pero infinitamente más cómodos y partió a su compromiso sin dejar de pensar en el par que no quería dar por perdido. Estuvo pensando en todos los lugares donde no había mirado, y al regresar a su casa prácticamente volteó la casa, pero fue un esfuerzo inútil.

Ya cansada de estar jugando a las escondidas con su calzado, recurrió a internet. Buscó en Google: "encontrar zapatos perdidos", y después de una serie de lecturas de personas que contaban historias similares, vio un mensaje revelador: "si has mirado en todos sitios y no encuentras tus zapatos, busca en la basura".

M lo hizo, sabiendo por supuesto que si los hubiera echado a la basura, hace días que se hubieran ido en el camión que recoge los desperdicios puntualmente cada noche.

"Chau, zapatos, nuestra historia fue linda mientras duró".

Ciertamente, la de M y sus zapatos fue una historia muy linda, aunque sumamente breve.
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Les invito a leer mi más reciente artículo para Global Voices. Un regalo para los sentidos.

martes, 4 de octubre de 2016

Novela al paso

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Caminando estaba hace algunos días por una pequeña y poco transitada calle muy cerca de mi casa. Era casi la mitad de la mañana, un rato antes habían estado cayendo unas gotitas mínimas de agua que habían dado al ambiente una sensación de frío bastante agradable.

Iba yo sin prisa, venía de la quinta visita de las últimas dos semanas al operador móvil que dice que compartida la vida es más. Esas visitas no son placenteras, casi siempre terminan en disconformidad de mi parte, pero como reconozco que los servicios que brinda la empresa son un mal necesario, ya casi debo decir que me he acostumbrado a ese resultado.

Como fuera, estaba ya muy cerca de mi casa. Me quedaban pocos pasos para llegar a una casa que en una de sus ventanas exhibe un cartel con las palabras "Alquilo habitación", y un número de teléfono celular en la segunda línea. El cartel tiene ya un tiempo, no sabría decir cuánto exactamente, pero ya lo había notado antes.

En sentido contrario a mí venían caminando dos hombres. Era evidente que venían de hacer una compra menor en una de las tiendas del barrio, de esas que en el Perú llamamos bodegas. Eran dos hombres cuya edad fluctuaba entre los 50 y los 60 años. Hablaban por ratos, no era una conversación fluida. Simplemente caminaban juntos mientras hacían algún comentario.

Justamente cuando pasaba por la casa del cartel me crucé con ellos. No les hubiera prestado atención si no hubiera oído al paso lo que uno le dijo al otro:
- Ahí está. Arráncalo -mientras señalaba el cartel con el aviso de la renta.
- No, ¿para qué? -respondió el otro, y se encogió de hombros con la actitud de quien ha enfrentado batallas y ve que es inútil seguir insistiendo en algo que no va a lograr.

No oí más y seguí mi camino.

En ese momento, se formó la novela en mi cabeza: la esposa de uno de ellos está harta de que el hombre no trabaje. No era una deducción difícil, delante de mí tenía al motivo del dolor de cabeza de esta mujer, caminando con un amigo por la calle antes de mediodía de un día de semana. Es evidente que, al menos ese día, no había ido a trabajar. Habría que mencionar que su interlocutor estaba en la misma situación, pero esta novela se refiere al primero de estos cincuentones.

Volviendo a la novela, viendo la esposa que el hombre no trabaja y que no cuentan con recursos para mantenerse holgadamente, la mujer decidió alquilar una habitación de su casa. Están tan faltos de dinero que no puede darse el lujo de contratar un aviso en un periódico ni menos contratar un corredor de inmuebles. Se ha visto en la necesidad de recurrir a una hoja grande de papel y un plumón negro grueso para publicitar la habitación que ofrece.

Al hombre, que a pesar de no trabajar dice tener orgullo, le molesta la posibilidad de tener extraños en su casa. Aunque sean esos extraños quienes al final le den sustento, la idea le incomoda. Y pelea con la esposa por ese motivo.

Pelean varias veces, hasta que ella, harta de ver que el hombre se opone a la idea de tener huéspedes pero que tampoco ofrece una solución al problema económico que pasan, decide hacer el cartel y exhibirlo sin más trámite.

El amigo conoce toda la situación y, en broma y en serio a la vez, sugiere arrancar el cartel. Es una muestra de solidaridad con la dejadez del compañero, actitud que termina siendo tan irresponsable como la del amigo.

Hace un rato pasé por ahí. El cartel ya no está. O la señora logró alquilar la habitación o el hombre impuso su voluntad. O tal vez él encontró trabajo y ya no necesitan recurrir a alquilar a extraños para tener recursos.
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He aquí mi más reciente artículo en Global Voices.