martes, 30 de octubre de 2012

Perlitas de aquí y de allá

Después de relatos de peines y zapatos con voluntad aparentemente propia, vuelven las perlitas. Las de esta entrada tienen meses en calidad de borradores. No sé por qué se me pasó publicarlas. Más vale tarde que nunca, así que ahí van.

Pues si, más perlitas, fuente inagotable de asombro.

El tobillo estaba tan ensangrentado que tuvieron que duplicar la palabra para darnos una idea mejor de la situación del pobre Cristiano.


Mmmm... ¿no sería más fácil balancear la vida nomás? No se compliquen con palabras que no existen y consejos raros.

A ver, ¿quién de los lectores es el primero que nota dónde falta una S en este cartel? Es el cartel de una institución pública, que con todo y el error está a la vista de todo aquel que pase por la céntrica avenida donde está ubicado. Lo más gracioso es que un poco más allá hay otro cartel con la palabra correctamente escrita. Además, ¿creerán que si ponen solamente "niños" las niñas van a creer que a ellas no las incluyen? ¿Y qué van a decir las adolescentas (palabra que sé que no existe, por si acaso)? ¿Que una vez que dejan de lado la niñez no tienen policía especializada? Ese lenguaje al que llamo inclusivo, tan de moda en estos tiempos, llama mucho mi atención. Y no precisamente para bien.

Todo sería muy fácil si supiéramos qué es un docigo.

Será que la postura es ambigua nomás, sin diéresis.
--------------

Ya se anunciaron los ganadores del Premio Nobel 2012. El día que alguien invente una licuadora que no haga ruido, deberían nominarlo para Premio Nobel de la Paz del año que fuera. Lo mismo para todo aquel que invente electrodomésticos que no hagan bulla. ¿Se imaginan una licuadora que funcione en silencio? ¿O una aspiradora? La paz total.

jueves, 25 de octubre de 2012

Zapatos perdidos

A propósito de mi entrada anterior, recordé un incidente con un par de zapatos que le ocurrió a mi mamá hace algunos años. Por cierto, el peine negro apareció en un cajón que se abre y se cierra todos los días, bien colocado encima de todo lo que hay ahí. Igualito que mi media.

Bueno, a los zapatos.

Una mañana de sábado de hace más de 10 años, fuimos a una misa con ocasión del primer mes de fallecimiento de mi abuela materna. Ahí estábamos todos los primos, los tíos, los sobrinos, los nietos, los bisnietos. Después, la gran mayoría procedería a la casa de una tía mía a almorzar.

Mi mamá estaba estrenando zapatos y, muy precavida, temiendo la incomodidad propia de los zapatos nuevos, llevó otro par más gastadito que dejó en la maletera del carro. Su idea era cambiarse de zapatos al llegar a la casa de su hermana, para quedar cómoda el resto de la tarde.

Así lo hizo: se sacó los incómodos zapatos nuevos, los metió en la bolsa donde había estado los usados, que se puso en ese momento. Dejó la bolsa en la maletera y se sumó al almuerzo, con el debido agradecimiento de sus pies por su previsión.

A la hora de llegar a casa, sacó la bolsa con los zapatos nuevos de la maletera y con todo y su bolsa, los metió en su clóset. Se olvidó del asunto durante algunas semanas, hasta la siguiente vez que necesitó ponerse esos zapatos, que aunque habían dejado de ser nuevos, no habían dejado de ser incómodos.

Buscó y buscó. Ni rastros de la bolsa. Ni rastros de los zapatos. Perdidos para siempre.

No se dio por vencida, pero estaba extrañadísima. Se le ocurrió preguntar a San Google. Me cuenta que buscó en una página web que contiene horóscopos y predicciones donde los usuarios pueden hacer preguntas. Así que preguntó por los zapatos. La respuesta fue "mira en la basura".

Han pasado más de 10 años. No hay ni rastro de los zapatos. Deben haberse colado por el mismo hueco que el peine negro. Quién sabe si en una próxima entrada pueda contar que aparecieron estos díscolos zapatos.

Y tal vez pronto me anime a contar la historia de unos lentes.

viernes, 19 de octubre de 2012

Se busca peine... y una media con voluntad propia

Los misterios domésticos son pan de cada día.

Primero fue un peine.

Cuenta mi mamá que estaba peinándose una mañana, antes de salir de la casa. Parada frente al espejo grande que tiene en el clóset de su cuarto, se pasaba el peine por la parte de atrás de la cabeza. Era su peine favorito, el que le provocaba menos tirones en el pelo, que era fácil de agarrar.

De repente, el peine salió volando de su mano con dirección desconocida. Al comienzo, trató de buscarlo, pero como no tenía mucho tiempo, agarró otro peine y terminó de arreglarse. Salió sin darle mucha importancia al peine perdido.

A su regreso, ya con calma, decidió buscar el huidizo artefacto. Dice que miró por debajo de la cama, por debajo de la mesa de noche, por debajo de la mesa donde está puesto su televisor. Nada. Entonces pensó en buscar de nuevo al día siguiente, a plena luz del día, pues como el peine es negro, podría estar confundiéndose con el color del piso. Lo buscó al día siguiente, sin éxito.

Sospecho que el peine ha decidido irse de vacaciones.

Hace algunas semanas, al ordenar la ropa recién lavada para regresarla a su sitio, noté que me faltaba una media. Una media color gris oscuro estaba en calidad de no habida.

Busqué en los lugares lógicos, y después pasé a buscarla en los lugares ilógicos. Sabido es que las medias suelen desaparecer así. Como dice Jerry Seinfeld, el día de lavado es el día de paseo para la ropa. Y las medias aprovechan el primer descuido para huir quién sabe por dónde y quién sabe en qué momento.

Como no era la primera vez que me pasaba algo así, guardé la media impar en una esquina del cajón correspondiente, dispuesta a esperar que la media fugitiva decidiera volver.

Pasaron varios días, más de una semana en verdad. Casi había olvidado a la media impar, cuando abrí el cajón donde guardo las medias. Encima de todas las demás medias estaba una media color gris oscuro. Un pensamiento cruzó mi mente, pero lo descarté, incrédula. Para confirmar si se trataba de la media obediente, que se había salido del lugar en donde la había encajado, metí la mano en ese rincón para verificar mis sospechas. La media obediente estaba en su lugar. La que había visto encima de las demás medias era la media fugitiva.

Ni hablar de preguntarle a dónde se había ido. Simplemente uní a los dos medias grises y volvió a formarse el par de siempre.

Creo que debo pedirle a la media que le diga al peine que vuelva, que será recibido con los brazos abiertos.

martes, 9 de octubre de 2012

Chiquilladas

Una mañana de un sábado cualquiera de verano de 1996.

Voy a ver a un pequeñito a su casa. Al entrar, pregunto por él y me dicen que el niño está en su cuarto. Así que hacia allá voy a buscarlo.

Cuando estoy a pocos pasos de la puerta del dormitorio, el pequeño sale corriendo hecho una exhalación hacia el baño, en dirección opuesta a mí. Lo escucho reír a todo pulmón. Entro al baño, lo encuentro sentadito en una esquina, riendo a más no poder, tapándose la cabeza con brazos y manos. Lo recuerdo como si lo estuviera viendo: sentado en el suelo, entre sonoras y traviesas carcajadas, vestido con un polo negro de manga corta y un pantalón corto amarillo. Levanta la cabeza, me mira y recién entonces me doy cuenta del detalle:
- Hey, ¡tu pelo! ¿Dónde está?
- Está cotado -responde, mientras se señala la cabeza.

Recién en ese momento se deja ver completamente.
----------------
Una mañana de un martes cualquiera de agosto de 2012.

Decido ir a almorzar con una pequeñita a su casa, pero sin decirle nada. Será una sorpresa para cuando llegue del colegio, lo que suele suceder cerca de la una de la tarde. Llego a su casa poco antes de esa hora.

A la 1:10 pm, suena el timbre. Desde el segundo piso, Tita abre las dos puertas de fierro del edificio mientras me anuncia la llegada de la niña. La señora de la movilidad la lleva de la mano hasta trasponer la primera de las dos puertas y la cierra. La niña sigue su camino solita, ya segura una vez en el interior, hasta pasar la segunda puerta, que ella misma cierra. Es una rutina conocida por todos los que participan en ella a diario. Mientras bajo las escaleras, la oigo hablar sin parar. Debe creer que los pasos que escucha son los habituales, los de su querida Tita, a quien le cuenta las incidencias de su día.

Cuando en eso, levanta la cabeza y me ve. Su alegre voz es reemplazada por un repentino y notorio silencio. Los ojos se le ponen como platos, abiertos de tanto asombro:
- ¡Oye! ¡¿Qué haces aquí?!
- He venido para almorzar contigo, ¿está bien?

Su respuesta es correr hacia mí y darme la mano para subir juntas la escalera.
-----------------

Quiero dar la bienvenida a este universo blogosférico a Mil rostros de la ciudad, que recientemente publicó su primera entrada. Desde acá los invito a leer este nuevo espacio que, ojalá, se quede en la blogósfera durante mucho tiempo.

martes, 2 de octubre de 2012

Lo que una entrada me trajo

Hace algunas semanas, contaba de una misión imposible con la que estaba lidiando: encontrar un gorro de baño. Algo tan simple, cotidiano y trivial como un gorro de baño, que a lo largo de mi vida he usado y reemplazado tantas veces, se me resistía. En cada tienda en que busqué, que fueron varias, no los tenían. No los vendían. Hasta casi me hicieron pensar que los que recordaba eran producto de mi imaginación.

Dentro de los comentarios que recibí en esa entrada, algunos lectores me ofrecieron hacerme llegar un gorro. Pues bien, pasados algunos días comenzaron a llegar sobres a mi buzón, a mi buzón de verdad, ese que se cierra con un candado de verdad y que se abre con una llave real. Sobres de los lugares más diversos, conteniendo la promesa hecha por esos lectores.

Y para que lo vean con sus propios ojos...

Más de un modelo para escoger.
A quienes se dieron el trabajo y el tiempo de hacerme llegar estos gorritos, les agradezco infinitamente. Me hicieron sentir como Elizabeth Lane, de la película Navidad en Connecticut, de 1945. Es una comedia de enredos, donde Lane es una columnista de consejos para el hogar que contaba que escribía sus columnas sentada en una mecedora. Una vez mencionó que la mecedora se le había roto... y la oficina de Correos cercana a su casa casi colapsa por la cantidad de mecedoras que le mandaron sus lectores para reemplazar la que había quedado inservible.

Después de esto, que nadie me diga que tener un blog no tiene sus recompensas.
--------------------
Hace algunas semanas, me inscribí en Postcrossing.com, un proyecto de intercambio de postales de todo el mundo. El servicio es muy fácil y si te gusta recibir correo real, como a mí, te va a encantar Gracias a Madame Web por la recomendación.