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Cuando aparecerías se desataba la alegría. Ya sabíamos que esa mañana de zumba tendríamos a quién seguir los pasos. Le ponías una energía increíble a la música, parecías incansable.
Nos generaba una admiración increíble saber la distancia que recorrías las mañanas que llegabas al faro a una nueva sesión de zumba. De San Miguel a Miraflores y de vuelta, después de una hora de baile sin pausa. Diez kilómetros de ida, diez kilómetros de vuelta. De sacarse el sombrero.
Por eso entendíamos que tus visitas fueran esporádicas. Y la alegría que nos contagiabas era siempre bien recibida.
Hablo de ti en pasado, pero te tengo presente, siempre con esa sonrisa tan tuya. También te tiene presente todo ese grupo zumbero al que tan bien y tan rápido te integraste.
¡Vuela alto, Libertad!