Esta historia ocurrió hace muchas décadas en una cuidad pequeña de la selva peruana. Conocí a algunas personas que, voluntaria o involuntariamente, fueron parte de los hechos que voy a relatar.
Marita trabaja mucho desde niña para combatir las carencias familiares. Por eso, ya adulta, decide trabajar más para comprar una casita. Como es muy trabajadora, lo consigue en poco tiempo.
Es una casita pequeña que necesita arreglos, sobre todo arreglar el techo. Debe reemplazar las planchas de zinc. En esa zona llueve mucho y los techos deben ser de metal, Por cierto, el choque de las gotas de lluvia sobre esa superficie produce un sonido mágico e inolvidable.
Así fue que Marita se puso en marcha para comprar las planchas de zinc que necesitaba. Sacó las cuentas, determinó cuántas debía comprar y decidió comprarlas poco a poco. Aunque fuera de una en una, hasta conseguirlas todas.
Quienes la conocían sabían que lo lograría. Y empezó a comprarlas, una a la vez.
Tras varios meses de empezar, se le acercó el sobrino de uno de sus cuñados. Le ofreció tres planchas de zinc a precio menor que el de las tiendas. Cuando ella preguntó la razón del precio menor, el muchacho le dijo que le habían dado las planchas como parte de pago por un trabajo. Como necesitaba el dinero, decidió vender las planchas, aunque fuera con una pérdida.
Y Marita comenzó a comprar las planchas del muchacho, alternando con otras que compraba en la tienda. Hubiera preferido comprarlas todas con el precio barato, pero el sobrino no siempre tenía planchas. Plancha que compraba, plancha que guardaba en el fondo de su casa. Veía con gusto cómo aumentaban las planchas acumuladas.
Cuando Marita calculó que ya tendría la cantidad necesaria, empezó a planificar el arreglo definitivo del techo de su casita nueva. Fue a contar las planchas y notó que no, no estaban completas. Y no faltaba una ni dos, tenía como la mitad de lo que calculaba.
Se preocupó, sabía que no podía haberse equivocado tanto en la cuenta. Y en ese momento recordó lo que le había dicho su cuñado cuando le contó el trato que había hecho con el sobrino: "ten cuidado, ese sobrino mío es un pillo".
No tuvo ni tiempo de indignarse. Puso manos a la obra. Marcó todas sus planchas de zinc con pintura roja en un lugar poco visible.
Y se sentó a esperar.
Cuando el muchacho vino con tres planchas más "a buen precio, Marita", lo primero que ella hizo fue buscar las marcas. Y ahí estaban. Cada placa tenía su marca roja.
Pueblo chico, infierno grande. En menos de 24 horas, todos se enteraron de lo ocurrido. Todos se indignaron, algunos tomaron acciones concretas. El empleador del sobrino, por ejemplo, empezó a retener los pagos del muchacho y se los entregó a Marita hasta que el total de la estafa quedó saldado.
Poco tiempo después, todas las planchas de zinc se colocaron en su lugar. Como Marita tenía un corazón muy grande, para ese momento ya ni recordaba el incidente. Solamente quería disfrutar de la casa que con tanto esfuerzo había completado.
------------------
A todos mis lectores les hago llegar mis saludos por el nuevo año, con el deseo de que todos tengamos un año mejor que el que se fue. En muchos aspectos, de nosotros mismos depende que así sea.