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En un momento, debía salir a la autopista, avanzar un breve tramo y voltear a la derecha hacia la calle de su hermana. Había una reunión familiar a la que no quería ni podía dejar de ir.
Repitió la ruta que conocía bastante bien, salió a la autopista como siempre, y todo iba bien hasta que empezó a ir mal.
De repente, Lucía se dio cuenta de que se había pasado la entrada que la llevaría a su destino. Y se asustó. Estaba en una zona en plena expansión, no había casi casas, prácticamente no había letreros con nombres de calles, no había peatones casuales a quienes preguntar por dónde ir.
¿Qué puedo hacer?, se preguntaba Lucía, tratando de no entrar en pánico. No eran tiempos de celulares ni de aplicativos que enseñaran la ruta a seguir. Faltaban décadas para eso.
Empezaba a anochecer. Lucía ya había empezado a asustarse, pero seguía avanzando con su auto.
De la nada, a su lado vio una camioneta blanca. No se dio cuenta de dónde llegó, solamente la tuvo a su lado. El chofer era un hombre de edad incierta, un poco pasado de peso de cara amable y sonriente. En los asientos de atrás había varios niños que también la miraban sonrientes.
Lucía bajó la ventana y dijo:
- Me he perdido, yo debía voltear a la derecha en la primera entrada. Me distraje y ahora no sé por dónde ir.
- Me ha pasado lo mismo, pero no se preocupe. Sígame, yo también voy hacia allá -fue la respuesta del hombre.
En su alivio por haber encontrado literalmente una salida a la situación en la que estaba, Lucía no se detuvo pensar dónde era ese "allá" que el hombre mencionó. Solamente lo siguió.
Por la ventana trasera del auto, unas caritas sonrientes la saludaban. Ella solamente les sonreía sin soltar el timón. Así avanzaron por rutas que Lucía nunca había visto y que jamás hubiera encontrado sola. Durante varios minutos dieron vueltas por calles sin asfaltar donde se adivinaban los contornos de lo que serían casas en poco tiempo. No vio ni una sola persona, ni un solo auto.
En eso, el hombre detuvo su camioneta, bajó la ventana y le hizo señas a Lucía de que se pusiera a su altura. Ella lo hizo así y bajó su ventana también:
- Siga por esta calle de frente, avance unos cien metros, y de ahí voltea a la izquierda. Desde ahí ya estará en calles conocidas.
Y sin más, arrancó se fue. Al adelantar a Lucía, sacó la mano por la ventana y la despidió con un movimiento.
Las caritas infantiles hicieron lo mismo desde la ventana de atrás.
Lucía se quedó desconcertada, sin saber qué había pasado, sin saber de dónde había salido este auto, ese hombre, esos niños que la guiaron por calles desconocidas.:
- Pero... me dijo que también iba para allá. ¿A dónde va? ¿Cómo sabía cuál era mi "allá?
Desconcertada, siguió las indicaciones del hombre. Efectivamente, en menos de cinco minutos vio la silueta de la casa de su hermana.
Aún temblando, bajó del auto y tocó el timbre. Aún temblando, solamente atinó a dar gracias a sus angelitos guía de la camioneta.
Aún tiembla cuando recuerda el incidente.