sábado, 26 de enero de 2019

Los niños de la camioneta

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Lucía manejaba su auto por unas calles casi sin urbanizar de su ciudad. A pesar de que casi no había carteles que le indicaran el camino, conocía bien la ruta a seguir pues iba a casa de su hermana en un trayecto que había recorrido muchas veces en los años previos.

En un momento, debía salir a la autopista, avanzar un breve tramo y voltear a la derecha hacia la calle de su hermana. Había una reunión familiar a la que no quería ni podía dejar de ir.

Repitió la ruta que conocía bastante bien, salió a la autopista como siempre, y todo iba bien hasta que empezó a ir mal.

De repente, Lucía se dio cuenta de que se había pasado la entrada que la llevaría a su destino. Y se asustó. Estaba en una zona en plena expansión, no había casi casas, prácticamente no había letreros con nombres de calles, no había peatones casuales a quienes preguntar por dónde ir.

¿Qué puedo hacer?, se preguntaba Lucía, tratando de no entrar en pánico. No eran tiempos de celulares ni de aplicativos que enseñaran la ruta a seguir. Faltaban décadas para eso.

Empezaba a anochecer. Lucía ya había empezado a asustarse, pero seguía avanzando con su auto.

De la nada, a su lado vio una camioneta blanca. No se dio cuenta de dónde llegó, solamente la tuvo a su lado. El chofer era un hombre de edad incierta, un poco pasado de peso de cara amable y sonriente. En los asientos de atrás había varios niños que también la miraban sonrientes.

Lucía bajó la ventana y dijo:
- Me he perdido, yo debía voltear a la derecha en la primera entrada. Me distraje y ahora no sé por dónde ir.
- Me ha pasado lo mismo, pero no se preocupe. Sígame, yo también voy hacia allá -fue la respuesta del hombre.

En su alivio por haber encontrado literalmente una salida a la situación en la que estaba, Lucía no se detuvo pensar dónde era ese "allá" que el hombre mencionó. Solamente lo siguió.

Por la ventana trasera del auto, unas caritas sonrientes la saludaban. Ella solamente les sonreía sin soltar el timón. Así avanzaron por rutas que Lucía nunca había visto y que jamás hubiera encontrado sola. Durante varios minutos dieron vueltas por calles sin asfaltar donde se adivinaban los contornos de lo que serían casas en poco tiempo. No vio ni una sola persona, ni un solo auto.

En eso, el hombre detuvo su camioneta, bajó la ventana y le hizo señas a Lucía de que se pusiera a su altura. Ella lo hizo así y bajó su ventana también:
- Siga por esta calle de frente, avance unos cien metros, y de ahí voltea a la izquierda. Desde ahí ya estará en calles conocidas.

Y sin más, arrancó se fue. Al adelantar a Lucía, sacó la mano por la ventana y la despidió con un movimiento.

Las caritas infantiles hicieron lo mismo desde la ventana de atrás.

Lucía se quedó desconcertada, sin saber qué había pasado, sin saber de dónde había salido este auto, ese hombre, esos niños que la guiaron por calles desconocidas.:
- Pero... me dijo que también iba para allá. ¿A dónde va? ¿Cómo sabía cuál era mi "allá?

Desconcertada, siguió las indicaciones del hombre. Efectivamente, en menos de cinco minutos vio la silueta de la casa de su hermana.

Aún temblando, bajó del auto y tocó el timbre. Aún temblando, solamente atinó a dar gracias a sus angelitos guía de la camioneta.

Aún tiembla cuando recuerda el incidente.

miércoles, 16 de enero de 2019

La radio de la funda anaranjada

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Había una vez una radio que tenía una funda de tela anaranjada. Era una radio antigua, a pilas, portátil, que su dueña tenía desde tiempos inmemoriales. Sería imposible determinar cuándo fue que su dueña la compró, lo que sí es más que posible es recordarla atenta a su radio todos los días.

La funda anaranjada era obviamente hecha a mano. Las costuras eran firmes y casi perfectas. Su dueña cubría cariñosamente la radio todas las noches y en todo momento en que no la usaba.

A la luz de los tiempos pasados, es evidente que la radio de la funda anaranjada era un objeto valioso y querido por su dueña.

Por las mañanas muy temprano, la sintonizaba en volumen muy bajo para no molestar a nadie. No era para estar al tanto de las noticias, no. Era para no perderse las recomendaciones de un programa diario lleno de consejos para el buen cuidado del hogar que duraba hasta bien entrada la mañana. De ahí al mediodía, las radionovelas reinaban.

Después, la radio de la funda anaranjada descansaba prácticamente toda la tarde. Su dueña se enganchaba a la televisión y sus infaltables e inolvidables telenovelas destronaban a todos los demás programas.

Hacia las cinco de la tarde, la radio de la funda anaranjada volvía a ser protagonista absoluta de la atención de su dueña. Era la hora sagrada de su rosario, que seguía con un ojo abierto y el otro cerrado... aunque la verdad es que casi todo el rato los dos ojos estaban cerrados. De todas maneras, la cita diaria con el rezo del rosario era impostergable.

Hubo muchas noches, de esas que no nos gusta recordar, cuando la oscuridad y el miedo se cernían sobre la ciudad, en que la radio de la funda anaranjada se volvía centro de inesperada atención. Eran otros tiempos, felizmente ya pasados, en que los teléfonos eran escasos, sobre todo en esas noches de oscuridad. Entonces la radio de la funda anaranjada servía para acompañar esos momentos hasta que la luz volvía.

Las personas llamaban a la radio de noticias para que sus familias supieran que estaban bien. El conductor del programa dejaba de lado su transmisión habitual y se convertía en mensajero de noticias de la intrahistoria de la sociedad de esos tiempos.

Hasta que llegó ese sábado que todos recordamos con mucha pena. La dueña de la radio de funda anaranjada nos dejó, repentina e inesperadamente. Nos dejó con un legado enorme de historias, de esas que se cuentan con sonrisas acompañadas de lágrimas, de esas que nos dejan moviendo la cabeza con una mezcla de admiración, asombro y nostalgia eterna.

Por más que pienso, no recuerdo qué fue de la radio de la funda anaranjada después de ese día.

lunes, 7 de enero de 2019

El jirón de la Unión

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El jirón de la Unión es una calle emblemática de Lima. Aparece en muchos libros que transcurren en esta tres veces coronada villa y, sin duda, ha sido testigo de innumerables acontecimientos históricos. El texto a continuación no es mío, me lo mandó alguien que leyó una crónica del escritor y cronista peruano Eloy Jáuregui que le produjo una impresión positiva. Hay alguna referencias y nombres conocidos de los peruanos que tal vez no sean tan familiares en otros lares, pero hay enlaces con información para todas esas referencias.
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EL JIRÓN DE LA UNIÓN

Leo un articulo de Eloy Jauregui, a quien solo conozco de letras. Es sobre el Jirón de la Unión, pasado y presente. Y, ¿sabes qué? Doy fe. Puedo decir como Augusto Ferrando: "yo lo descubrí".

Lo descubrí cuando, recién bajaditas*, mi papá nos llevó a mi hermana y a mí a conocer el centro de Lima. Quizás te sea difícil entender lo que se siente al ver de frente y en todas sus dimensiones, los edificios, las calles, las plazuelas, todo lo que solo conocías por los libros de Historia del Perú de Pons Muzzo y las "Tradiciones peruanas" de Ricardo Palma.

(Bueno, debe ser como ver en vivo y en directo la Fontana de Trevi, o más ambicioso aún, la Mona Lisa).

El Jirón de la Unión era una larga extensión de calles con nombres diferentes. En las galerías Boza estaba el Crem Rica, donde años después nos reuníamos a tomar helados y subir y bajar por la famosa escalera eléctrica, la primera que hubo en Lima. Veíamos al pasar el local de La Prensa y Última Hora, la iglesia La Merced con el milagrosísimo san Hilarión, y al frente la tienda Monterrey junto al edificio del Banco Internacional. Más abajo la Botica Inglesa, donde atendía la jovencita Chabuca Granda que desde ahí veía pasar a una rumbosa y coqueta Flor de la Canela, del Puente a la Alameda, con jazmines en el pelo y rosas en la cara.

Cuántas películas vimos en los cines Excélsior, Biarritz, Bijou, Adán y Eva. Cuántas empanadas comimos en la pastelería Hinojosa. Los fotógrafos esperaban el paso de dos amigas o una pareja, tomados del brazo, para tomar la foto que luego llevarían a la casa, cuya dirección se daba sin temor alguno. Si no querías comprarla, la fotografía aparecía rota y en pedazos en la puerta de la casa. El jirón de la Unión era sinónimo de elegancia y pituquería. Se dice que las limeñas, vestidas con sus mejores galas, sacaban paquetes guardados para caminar por esas calles como si hubieran salido de compras.

En una época trabajé en una oficina en la cuadra 5, calle Espaderos en ese tiempo. La oficina estaba en el segundo piso, y la puerta de la calle se abría directamente a la escalera. Ahí ocurrió lo que el diario popular Ultima Hora tituló una mañana de invierno: "Cajerita asaltada en el jirón de la Unión ".

El incidente sucedió durante un desfile de las candidatas a Miss Perú, que pasaban por las calles saludando al público desde carros descubiertos y arreglados para la ocasión. Mientras todos veíamos el desfile desde la escalera del local, alguien cometió el asalto a la cajera en el segundo piso. Pero esa es otra historia. ¡Ah! El jirón de la Unión. Lo era todo. Tiendas, cines, paseos, cafés, heladerías, encuentros con amigos. En cierta forma, y salvando las distancias, me recuerda un poco a la avenida Larco de hoy. Salvando las distancias, claro.

Hace mucho tiempo, muchos años, que no he vuelto al jirón de la Unión. No quiero hacerlo. Sería como ver una joya destrozada en pedacitos, me ganaría la tristeza, el saudade, el nunca más. Tanta gente con zapatillas de marca y ofertas en la mano, gritando: ¡tatuajes, tatuajes! 

Prefiero recordarlo con su sencilla elegancia de antes, como cuando lo descubrí, recién bajadita, deslumbrada de Lima y sus historias.

Pero nada vuelve atrás. La vida sigue.
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* Así se les dice a los provincianos en Lima. Como la capital está en la costa, por lo general, los peruanos del interior del país bajan cuando migran a Lima.

martes, 1 de enero de 2019

¡Bienvenido 2019!

Espero que hayan recibido 2019 en buena forma. Que este año venga mejor que el anterior y lleno de historias para contar y comentar.

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