viernes, 21 de diciembre de 2007

Navidad, es Navidad... ¿toda la Tierra se alegra?

No estoy muy segura, realmente, de que toda la Tierra se alegre, como dice la canción de José Luis Perales.

Digo esto por una serie de razones, algunas bastantes trilladas, como por ejemplo, el aglutinamiento de personas por todos lados, el afán de buscar EL regalo para alguna persona especial (para nuestras personitas que unen, por ejemplo), con la consiguiente alarma al advertir que la plata no alcanza, entre otras.

Personalmente, Navidad equivale a diciembre, equivale a un año más que se termina, a la sensación de que una vez más, sin que nos hayamos dado cuenta, otro año se fue. Lo que nos lleva a preguntarnos si el año fue o no bueno. Época de calificaciones y de evaluaciones.

Es un momento en que las ausencias y las pérdidas golpean más que nunca. En que sentimos la enorme falta que nos hacen algunos que no están. Eso es inevitable.

Pero esa sensación de tristeza no tiene por qué ser la única. No se trata solamente sentir nostalgias ni de recapitular tristezas (¿para lograr qué?). Y en lugar de hacer un balance de lo que nos falta, debemos agradecer por lo que tenemos, por los que están a nuestro lado...

La Navidad puede ser descrita como "el mejor y el peor de los tiempos" (perdóname Dickens). Aunque creo que mejor nos quedamos con la primera parte de la frase. Celebremos al dueño del santo y dejémosle su sitio de invitado especial, pongamos a un lado las tensiones de las compras de último momento y las del "amigo secreto" (costumbre que, felizmente, no estoy obligada a observar).

Mejor miremos a nuestro alrededor. Con toda seguridad que hay (mucho) más de un motivo para celebrar.

Así que para todos ustedes: ¡FELIZ NAVIDAD!

PD: si alguna vez pudiera escoger cómo pasar la Navidad, diría que en invierno, en algún lugar que tenga clima frío en diciembre. Espero poder cumplir ese largamente ansiado anhelo.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Mensajeros

Era casi mediodía. Yo intentaba cruzar la esquina de Larco y 28 de Julio, en Miraflores. Estaba harta de todo, me sentía harta de muchas de las cosas que me rodeaban y estaba realmente fastidiada.

Dos o tres pasos delante de mí vi a una elegante señora que debía tener bastante más de 70 años, con el pelo perfectamente peinado y totalmente blanco, chompa roja, cartera negra que miraba con cierta desorientación a ambos lados de la pista.

Sin hacerle mayor caso, seguí avanzando hasta el borde de la vereda, para esperar a que la luz del semáforo me permitiera cruzar. Entonces, se me acercó la señora y me preguntó con una voz muy dulce: hijita, ¿vas a cruzar?

Le dije ¿quiere cruzar? Vamos. Se aferró a mi brazo y empezamos caminar juntas con paso firme y decidido. Llegamos a la berma central que divide ambos sentidos de la Av. 28 de Julio. Ahí esperamos al nuevo cambio de luz, porque este semáforo tiene un sistema diferente para cada sentido del tránsito.

En ese medio minuto de espera, volteé hacia la señora, quien con una sonrisa me dijo que mi chompa le parecía linda. Se lo agradecí, mientras pensaba que no había sido mi primera elección del día, sino que me había visto obligada a cambiarme antes de salir de la casa porque el clima del día resultó no ser el que yo esperaba (lo que hace que no me gusten estos días de indefinición climática tan limeños).

Cruzamos la segunda mitad de la avenida, y le pregunté hasta dónde se iba con la idea de ir con ella hasta donde me indicara. Pero me contestó que no me preocupara, que había quedado en encontrarse con su hijo en la puerta de la empresa de celulares que queda en esa esquina. Y al soltar mi brazo me dijo: "Dios te bendiga, hijita. Nunca hubiera podido cruzar sola".

Caminé dos pasos, y decidí voltearme a verla. Estaba segura de que ya no la vería, como pasa con los ángeles en las películas. Tenía la esperanza de no verla donde la había dejado.

Pero mi ángel mensajero, el que me alegró él día con una simple frase oída tantas veces, seguía parada en donde la había dejado. Buscaba con la mirada al hijo que no supe si se demoró en llegar. No volví a voltear. Creo que me dio miedo comprobar que esta vez ya no estuviera.

O tal vez seguiría ahí para despistarme, como si, a pesar de estar sin sus alas, no me hubiera dado yo cuenta de que era un ángel mensajero que me devolvió buena parte de la tranquilidad que me faltaba.


Update de mi post anterior: hoy sábado 8 de diciembre se llevó a cabo la segunda vuelta en las elecciones para decano del CAL. Si bien llegué cuando los miembros de mesa todavía no habían terminado de instalarla, todo se desarrolló con el mayor orden y rapidez, tanto así que a las 9:30 am ya había regresado a mi casa. Si así fuera cada último sábado de noviembre otro sería el cuento.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Personitas que unen

Un bebé, al nacer, trae consigo felicidad, miedo, angustia, alegría, noches de insomnio, ganas de aprender a usar una cámara digital, ojeras, fotologs... sin olvidarnos del pan(etón) bajo su brazo. No solamente los recién estrenados padres. Todos se agolpan, ejem, nos agolpamos, por verl@, cargarl@, darle de comer y hasta cambiarle el pañal.

Pero hay un detalle en el que nunca había reparado hasta la vez en que Gonzalo dijo "yo soy el nexo común de estas dos familias" refiriéndose a sus familias paterna y materna, y agregó que a él debíamos agradecerle que todos nos conociéramos y estuviéramos reunidos.

En un primer momento lo refuté, y le respondí que yo conocía a la mamama, al papapa y a todos sus tíos de la "otra parte" de su familia muchísimo antes de que él naciera. Y sin embargo, un bichito se quedó dándome vueltas.

Por eso, desde ahí me puse a pensar que, de alguna manera, es así. Siempre conociste a tus concuñados, aunque de una manera cordial y lejana. Pero de un momento a otro y muy rápido, eso cambia.

Comienzas a ver a l@s cuñad@s al menos una vez al año, en el cumpleaños del sobrin@ o del niet@, según sea el caso. Y la interrelación crece y crece, incluso sin que nos demos cuenta: te encuentras en la calle con la tía de tu cuñad@, a la que ves por segunda vez en tu vida, y al saludarla sientes como si fuera tu propia tía. O terminas siendo paciente de Sole, que es la hermana del cuñado de tu cuñada, y te sientes feliz cuando la oyes decir a las personas con las que trabaja que eres parte de "su familia". Y compartes esa misma sensación.

Todo trasciende y va más allá de la familia misma, porque están también los amigos de los papás del recién nacido (que en buena cuenta son la familia que uno elige), sus parejas, sus hijos. Pasan a ser tus amigos también, conversas con ellos como si hubieran pasado juntos todas las vacaciones escolares y hubieran estado a tu lado el día del examen de ingreso a la universidad. Y eso que muchas veces, al ser amig@s de tu propi@ herman@, tal vez los conozcas cordial y lejanamente.

Familias enteras unidas gracias a un pequeñísimo ser humano que vive totalmente ajeno al revuelo que causa... por lo menos, es ajeno a todo en sus primeros tiempos de vida.

Gonzalo tenía razón: habría que agradecerles porque, en un instante, hacen que la familia crezca, incluso desde antes del primer anuncio del nacimiento, desde antes de los primeros saludos y felicitaciones.

Son personitas que unen, que juntan, que reúnen. No tendría por qué ser de otra manera. En mi caso, esas personitas se llaman Gonzalo y Marcela. Por eso, desde acá, les agradezco.