jueves, 27 de agosto de 2009

Encuentros cercanos de cualquier tipo

Hasta ahora, nunca me ha pasado eso de no reconocer a alguien que se me acerca y me saluda. Debe ser una sensación bastante incómoda, más aun cuando el otro habla de personas y situaciones conocidas y ni por esas acertamos a saber quién es nuestro interlocutor. Lo mejor es cuando el otro lo nota y nos da una pista, pero de no ser así, yo no sabría qué hacer.
Lo que si me ha pasado es que me saluden amistosas personas al paso que van en carro mientras yo camino. Por cortesía respondo siempre el saludo, pero me ha pasado alguna veces que no tengo idea de quién sea esa persona.
La primera fue hace poco más de un año. Caminaba yo por la avenida Benavides, y desde el otro lado de la pista, en sentido contrario al mío, una chica gritó mi nombre a voz en cuello y me saludó con la mano. Era un saludo alegre y vigoroso. Definitivamente estaba contenta de verme. Yo creí que era D, amiga de colegio de mi hermana. Le devolví el saludo muy confiada y seguí caminando.
A los pocos días le pregunté a mi hermana si D tiene una camioneta guinda bastante nueva. Me dijo que no. Que la camioneta de D es ciertamente nueva, pero de color dorado. Le conté entonces lo que había pasado y nos matamos de risa. Pero no pudimos saber quién es la dueña de la misteriosa camioneta guinda.

Esta misma semana, fui a la notaría a la que suelo hacerle mis encargos legales y al salir decidí ir al supermercado que queda a dos cuadras de ahí. Iba caminando por esa avenida tan estrecha y transitada en la que queda la notaría cuando escuché una insistente bocina. Cuando me di cuenta, desde un carro que me hizo recordar al de Maxwell Smart, ese recordado temible operario del recontraespionaje, me saludaba alegre y enérgicamente con la mano un hombre al que no reconocí. Hasta ahora, por más que me he esforzado, no he logrado saber quién es.
Debo decir en mi defensa que no lo vi bien: la parte oscura que tienen todos los parabrisas estaba justo en su cara y él mismo estaba con lentes oscuros. No pude verlo bien. Además, como suele ser en estos casos, todo pasó en segundos.
Evidentemente, respondí el saludo con la misma alegría.
Otra que me pasó fue en una callecita de San Isidro. Iba caminando, para variar, mientras hablaba por teléfono, cuando me crucé con un hombre que también caminaba hablando por teléfono. Me saludó sonriente, sin que ninguno de los dos dejara de escuchar por teléfono. Aunque no estoy totalmente segura, creo saber quién es. Sin duda, de no haber estado escuchando por teléfono, hubiéramos conversado un ratito y por lo conversado, casi con certeza hubiera confirmado si era quien yo creía.
Pero creo que nunca lo sabré a ciencia cierta.
Por favor, si alguno de mis lectores sabe de alguien en Lima con un carro como el del Superagente 86, que me avise. O si alguno de mis lectores es el dueño del mencionado carro, que también me avise (y me disculpe por no haberlo reconocido). Tal vez así resolveré al menos una de las interrogantes que me acechan en este momento.

Actualización: de manera totalmente casual, supe quién es el dueño del carrito tipo Maxwell Smart. Me encontré hoy con un abogado amigo que no había leído este blog (al menos, no hasta ahora), y que me dijo algo así como "ese Mini Cooper con el que me viste el otro día".
Primer misterio resuelto. Falta la chica con la camioneta guinda/dorada.

jueves, 20 de agosto de 2009

Historias con libros

Qué duda cabe: los libros nos cuentan historias, nos trasladan en el tiempo y el espacio, nos llevan al pasado, al presente y al futuro, nos presentan personajes que admiramos o que detestamos. En mi caso y el de casi todos los que me rodean, son imprescindibles compañeros.
Pero además, a mí me han pasado historias con los libros.
Una de ellas fue hace cerca de dos años. Terminé de leer un libro salido de los talleres de una casa editora española. El libro me encantó, pero tenía un incómodo detalle: las escasas explicaciones, de esas que se marcan con un asterisco, estaban al final del libro y no al pie de la página respectiva. Como me parecía un formato incómodo y que hacía perder el hilo de la lectura, decidí hacerles saber eso a los responsables de la casa editora.
Entré a su página web y les dejé el comentario sin problemas. En eso, veo un aviso que decía algo así como "Participa y llévate gratis el libro XXX, nuestro más reciente lanzamiento". Lo único que había que hacer era dejar un comentario sobre algún libro editado por ellos. Los más ingeniosos ganarían un ejemplar del libro XXX.
Así que recorrí la lista de publicaciones y encontré un título leído recientemente. Omití el detalle de haberlo leído en un ejemplar de otra editorial. No lo creí relevante. Redacté mi comentario en tres líneas, consigné los datos que me pedían y apreté donde decía ENVIAR.
Olvidé el asunto...
Tres semanas más tarde encontré un mensaje en mi bandeja de entrada: "Felicitaciones: usted se ha hecho acreedora a un ejemplar del libro XXX. Por favor, indíquenos a qué dirección se lo hacemos llegar".
Oh, oh. Yo no estaba, no estoy, no he estado (todavía) en España. Temía que si decía eso me retirarían el premio. La reseña de XXX ya me había abierto el apetito literario. Así que me puse a pensar en quién podría recibirlo por mí y guardarlo hasta ver cómo llegaba a mis manos.
Fue así que luego de pensar y pensar, recordé a mi amiga Ula, sobrina de una buena amiga de la familia, que trabaja en Madrid. En verdad a Ula la había visto unas cuantas veces en nuestra niñez, poco más que eso. Pero su tía me dio su e-mail y me animó a escribirle.
Así lo hice. Ula me contestó muy acogedoramente, me dio la dirección de su trabajo pues en su departamento no suele haber nadie durante el día y el libro podría perderse en la puerta de su casa. Ni corta ni perezosa respondí a la editorial, les mandé la dirección del trabajo de Ula y les pedí que pusieran el nombre de Ula pues yo "estaba temporalmente fuera de Madrid". No era una mentira... bueno, tampoco era la verdad.
Menos de una semana después, me escribió Ula para contarme que ya tenía el libro. Que había llegado a mi nombre, y que la recepcionista ya lo estaba devolviendo por "destinatario desconocido", en el instante preciso en que Ula pasaba por la recepción, justo a tiempo de rescatar mi ejemplar de XXX.
¡Uff! Agradecí enormemente a Ula, y después a todos mis ángeles de la guarda. Ula me dijo que vendría a Lima la Navidad de ese año a pasarlo con su familia, y que a fines de año tendría mi libro. Faltaban más de tres meses para eso, pero no importaba. Eso si, me dijo Ula, lo leeré primero y prometo no contarte el final. Ningún problema, dije yo.
XXX llegó finalmente a mis manos. Gracias a este premio inesperado, leí una buena historia. Más impotante aun, rescaté la amistad de Ula, con quien me comunico de vez en cuando, que todavía viviendo y trabajando en Madrid. Y que lee este blog... al menos así lo espero.
Apelo a la comprensión de todos por no consignar el nombre del libro ni de la editorial. No vaya a ser que, por un pequeño e insignificante detalle geográfico, termine deshonrosamente despojada del ejemplar que gané (tan) limpiamente.

jueves, 13 de agosto de 2009

Carteras y billeteras

A raíz de un post de mi amigo Esteban (que espero que me perdone por tomarme su idea) estuve pensando en los varios significados que puede tener una misma palabra según el lugar en el que estemos. Y pensé específicamente en la palabra cartera.
En el Perú, cartera es un bolso de mujer, que es mi caso es minúscula hasta la risa y en muchos otros son verdaderos sacos llenos de sorpresas. En México, una cartera es un adminículo que sirve para poner billetes y monedas que se lleva en el bolsillo. Lo que acá llamamos billetera, que en México sería una dama que vende billetes de lotería como medio para ganarse la vida.
Del párrafo anterior puedo extraer además bolsillo, que en otras partes se llama bolsa.

Durante años no entendía cómo la Cenicienta podía haber perdido una zapatilla de cristal en el famoso baile en el que conoce al Príncipe. Peor todavía cuando veía las ilustraciones de un hermoso zapato con tacos. Aunque considero a las zapatillas como el calzado más cómodo del mundo no me parecen adecuadas como para una fiesta en ningún palacio. Menos en el del príncipe azul.

Después supe que en algunas partes de nuestro continente llaman zapatilla a lo que en el Perú llamamos zapatos con taco, y nuestras zapatillas son zapatos tenis o zapatos para hacer deporte.

Incluso dentro del Perú podemos encontrar esta clase de situaciones. Isabel, una buena amiga mía, es el del norte de nuestro país. Alguna vez me contó de su desconcierto en sus primeros tiempos en Lima, cuando nos escuchaba decir que poníamos la basura en el tacho. Es que en su tierra, un tacho es una tetera para hervir agua que nada tiene que ver con nuestros depósitos para la basura.
Y en este blog también pasó con un post anterior, en el que al menos en tres comentarios me preguntaron qué son los guindones, conocidos en otros países como ciruelas pasas.
Es la riqueza de nuestro idioma castellano, que no solamente es rico por la diversidad de sus términos sino, sobre todo, por la diversidad de sus hablantes.
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Desde aquí, un saludo muy especial en el Día Internacional de los Zurdos a todos aquellos que, como yo, tienen a la mano izquierda como su favorita.

jueves, 6 de agosto de 2009

Momentos

La vida está hecha de momentos, momentos que agarramos al vuelo o se nos pasan para siempre.
Como cuando te pruebas lentes nuevos y en el espejo no ves reflejada tu cara, sino otra, infinitamente querida y eternamente añorada. Entonces por primera vez en tu vida te das cuenta de que es cierto eso de ser igualita a él.

O como cuando retrocedes en el tiempo y ves esa carpeta amarilla, y ves sentada en ella a una pequeñita sembrando las semillas de los veintes(*) que después cosechaba por montones, que le valían ser recompensada con una cajita rosada de chocolates rellenos que no dudaba en invitar a todos a pesar de ser un preciado tesoro por el que había trabajado duramente el año entero.

O cuando ese quinceañero al que has visto crecer y que adoras con el alma entera te hace una brevísima llamada desde el otro lado de la línea ecuatorial, solamente para decirte que te quiere mucho.

O cuando una personita que no llega ni al metro de estatura y a la que has aprendido a adorar con el alma entera intenta decir tu nombre por primera vez, y lo dice mal y no te importa. Mejor aun cuando esa misma personita te llama a gritos para que vayas a jugar con ella.
O como cuando la mujer más admirable del mundo se anticipa a tus deseos bibliográficos y le pregunta al vecino si puede traerte un libro aprovechando que se va al otro lado del charco, ya que acá nadie conoce ese libro.
O cuando esa otra mujer igualmente admirable moviliza a muchas personas para que, nuevamente, tengas en tus manos un libro que no se encuentra en nuestras librerías por ser ajeno a nuestra historia.
O cuando escoges cuidadosamente el pan que compras prácticamente todos los días, que luego metes en una bolsa de papel marrón y que sabe mucho mejor cuando se comparte.
O como cuando te regalaron una taza hecha tan a tu medida que hasta tenía el asa por el otro lado para poder agarrarla con la mano izquierda. O el calendario también hecho especialmente para los que, como tú, pertenecen a esos pocos seres que prefieren la izquierda.
O como cuando llamas por teléfono a una persona amiga a la que no ves hace años porque vive en otro país, pero que reconoce tu voz inmediatamente, ni bien le dices "aló" y te hace sentir que tus charlas son cosa de todos los días y que ni la distancia ni el tiempo las interrumpieron.
Momentos...
(*) En el sistema educativo peruano, el 20 es la calificación más alta que puede obtener un estudiante.