Había una vez un país como cualquiera. La gente entraba y salía, iba y venía, podía verse, abrazarse, besarse sin restricciones.
Y sin embargo, preferían relacionarse por medio de una ubicua pantallita de pocos centímetros cuadrados. No existía vida más allá de la dominante pantalla. Era tanta la fijación con la pantalla que hasta tenían accidentes al ir por la calle libremente por no ver dónde ponían el pie.
Curiosamente, cuando estaban frente a frente, las personas preferían pegarse a la pantallita y "relacionarse" con un tercero que no estaba ahí.
Hasta que llegó un enemigo extranjero. Llegó en medio de anuncios, con bombos y platillos. Se las arregló para mover todo un aparato de comunicaciones.
No faltó quienes lo tomaron a la ligera. Bromeaban, lo retaban "
parao y sin polo". Algunos, los más prudentes, comenzaron a tomar medidas para enfrentarlo. Dejaron de entrar y salir, de ir y venir, de verse, abrazarse y besarse.
Otros tuvieron actitudes incomprensibles, corrieron a tiendas, supermercados, abastos y se aprovisionaron de incomprensibles cantidades de artículos de primera necesidad. No importaba que los compraran en cantidades desmedidas que no podrían agotar ni en tres años. No importaba que dejaran sin esos suministros a otros. Se portaron como dignos habitantes de
Yonomás, al punto que casi podías creer que estabas ahí.
Mientras tanto, el enemigo avanzaba y avanzaba. Y ya fue obligatorio esconderse en casa, casi sin respirar para que el enemigo no se diera cuenta de que había personas escondidas. Para dejarlo pasar de largo.
De nuevo, no faltaron quienes lo tomaron a la ligera. Pero ya no era cosa de broma. Las autoridades empezaron a tomar medidas drásticas que fueron igualmente aplaudidas y criticadas.
Y la pantallita, antes tan imprescindible, comenzó a hastiar por obligatoria. Era una tabla de salvación, pero llegó el momento en que el contacto físico directo antes despreciado se volvió una ausencia pesadisima. Llegó también el momento en que todos añoraban hasta el sonido del timbre de casa. Con calles vacías, nadie visitaba a nadie.
Así pasó el peligro. El enemigo se agotó. La vida poco a poco volvió a la normalidad. Mejor dicho, a una nueva normalidad. Y casi todos se adaptaron. Y casi todos recordaban esos días de encierro y soledad.
Y si vencieron, fue porque hicieron caso y se quedaron en casa.
#YoMeQuedoEnCasa
Inspirado en el poema "Y la gente se quedó en casa".