martes, 24 de noviembre de 2015

Crónicas de viaje: Comiendo mexicano en el mero México

Los peruanos estamos muy orgullosos de nuestra comida. A veces demasiado. Tanto que hasta podemos llegar a ser antipáticos cuando le preguntamos a amigos que nos visitan del extranjero: "¿qué has probado de comida peruana?"

Más o menos algo así me imaginaba, y me esperaba, de los mexicanos en mi reciente viaje a México. Si bien los amigos que me acogieron no son mexicanos (Coco es peruano, Kari es dominicana), tienen diez años viviendo en ese país así que con seguridad algo de la famosa gastronomía de esas tierras iba a probar.

Casi ni bien llegué, dije como pensando en voz alta: "me gustaría probar los famosos chilaquiles". Recuérdese que en casa, en mi niñez, las novelas mexicanas eran prácticamente de visión obligada gracias a la tía Angelita. Así que tacos, pozoles, chilaquiles, carnitas y demás nombres eran viejos conocidos.

Pues fue decir y ver mi deseo cumplido, pues a la mañana siguiente me esperaban mis ansiados chilaquiles verdes. El veredicto fue uno solo, y es que son simplemente deliciosos. Ahí me enteré que los hay verdes y rojos, aunque estos últimos no llegué a probarlos. El plato consiste en una salsa, verde o roja, sobre la que se ponen totopos (parecidos a lo que llamamos nachos), coronados con algo que parece queso pero que no es queso. La combinación de crocante con suave es de lo mejor. También supe que es un plato para desayuno, aunque yo los comería a cualquier hora del día.

¿Se imaginan comer tacos en el mero México? Los comí a los dos días de mi llegada, probé tacos de alambre y tacos al pastor. Lamentablemente no los pude disfrutar plenamente pues no como nada de picante, no me gusta. Y eso es casi un pecado en la tierra de Pedro Infante: el chile, como llaman allá a nuestro ají, es un ingrediente prácticamente obligado. En el Perú también es ingrediente casi obligado, pero acá se suele poner aparte para que lo agregue el que quiera. Yo paso.

Así, durante los días que estuve de visita, desfilaron por mi paladar diferentes sabores, relacioné nombres tan familiares con olores y colores tan variados como deliciosos. Hasta probé la famosa agua fresca de jamaica que el Chavo del Ocho comercializaba en la vecindad, junto con las aguas frescas de limón y tamarindo. Aprendí que la jamaica es una flor con muchísimas propiedades. De las buenas, claro.

Probé los tamales mexicanos. Muchos tipos de tamales mexicanos, todos muy ricos. En el Perú también tenemos tamales, pero son un poco distintos. Los tamales mexicanos se me hicieron muy parecidos en textura y sabor a nuestras humitas.

Muchos de esos nombres escapan ahora a mi memoria. Lo que no escapa a mi memoria es que no vi ningún dulce, como si los postres no formaran parte de tan diversa selección de platos. Tal vez me equivoque o me faltó culturizarme un poco más.

A ver si en un próximo viaje...

lunes, 16 de noviembre de 2015

Crónicas de viaje: Celebrando Día de Muertos en México

Desde hacía tiempo tenía curiosidad por ver cómo se celebraba el conocido Día de Muertos en México. Y soy lo suficientemente afortunada como para que mis buenos amigos Coco y Kari, que viven en la capital mexicana, me abrieran las puertas de su casa con todo el cariño del mundo para que yo pudiera ver las celebraciones en vivo y en directo.

Había leído algunas cosas sueltas sobre el Día de Muertos en México, que es una festividad muy propia y muy especial, que celebran la fecha que en el calendario figura como el 2 de noviembre de manera particular. Pero otra cosa es verla y vivirla en el lugar de los hechos.

Llegué a Ciudad de México el miércoles anterior a la fecha señalada. Después de largas colas y esperas en el Aeropuerto Benito Juárez que no vale la pena ni recordar ni mencionar, iba al lado de Kari en su auto directo a su casa. En el camino nos agarró una lluvia que para la limeña que esto escribe era una gran lluvia, pero me dijeron que era apenas una lluvia menor. Es que el mundo es ancho y ajeno y lleno de novedades, realmente.

Desde las ventanas del auto veía por todas partes unas flores anaranjadas, a la venta, y también colocadas en jardines públicos, en casi todas las bermas de las enormes avenidas de esta ciudad que me recibió lloviendo. Las flores se llaman zempazuchitl y realmente son omnipresentes. Hasta vi más de un camión que las transportaba, seguramente a tiendas y otros lugares para su comercialización.

Si así están las cosas cinco días antes de la fecha, ¿cómo será todo el mismo 2 de noviembre?, me preguntaba.

Dos días más tarde, Coco tuvo la gentileza de llevarme a la empresa en la que trabaja para mostrarme los altares que habían armado en cada piso. Los altares son ofrendas simbólicas hechas en en honor de los muertos de la familia donde se pone la comida favorita del difunto, velas, flores y objetos de su uso cotidiano. Coco me contó que cada año los trabajadores hacen competencias de altares de muertos, que un jurado calificador los evalúa y al final decide cuál es el mejor. Los trabajadores del piso o departamento que representa reciben premios diversos. Abajo de esta entrada hay algunas de las fotos de esa visita.

Al día siguiente, fuimos a Coyoacán, que estaba todo vestido de fiesta. Nos informaron que el tránsito de las calles del centro estaban cerradas al tránsito vehicular para facilitar recorrido de las personas. La plaza central del lugar estaba llena de altares. De todos los que vi, me impresionaron los que honraban a los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y el que contenía las fotos de los 49 pequeños que murieron en el incendio de la guardería ABC en 2009 en Hermosillo.

Flores anaranjadas y calaveras por todos lados. Era una fiesta. Tan diferente a la concepción tradicional de la muerte, algo de lo que no se habla, que es sinónimo de tristeza. No digo que quienes celebran el Día de Muertos no lamenten ni extrañan a los que partieron, sino que su concepto es diferente, es alegre, integran la muerte y a sus muertos a su vida diaria sin drama. Como parte de la vida.

El lunes 2 de noviembre fue el día central, día no laborable. A diferencia del Perú, el 1 de noviembre no es feriado. Erradamente creía yo que en los calendarios mexicanos, los dos primeros días de noviembre eran festivos, pero no es así. Solamente paran sus actividades el 2 de noviembre. Celebran a sus muertos, no a sus santos.

En Lima, es normal ver decoraciones navideñas desde octubre y a veces desde septiembre. En México, antes de las decoraciones navideñas, los lugares se inundan de flores anaranjadas, calaveras, catrinas en una celebración a los muertos que está llena de color y de vida. Algo digno de verse.


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París y Beirut, dos ciudades lejanas una de la otra, azotadas por el mismo horror sin sentido con apenas horas de diferencia. Desde aquí, y para lo que pueda servir, rindo un simple homenaje a quienes caen víctimas de violencia, sin importar de dónde venga.

martes, 10 de noviembre de 2015

Crónicas de viaje: Sobre los aeropuertos

Luego de una reciente vista a México, y antes de compartir las crónicas de ese viaje, vuelvo a publicar una entrada escrita con ocasión de un viaje hecho años atrás.
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Los aeropuertos son lugares llenos de emociones, de gente que llega, de gente que parte, de gente que se saluda, de gente que se despide, de gente que llora, de gente que ríe, de gente que va sola, de gente que va acompañada, de gente que va sola que preferiría ir acompañada, de gente que va acompañada que preferiría ir sola.

Los aeropuertos son lugares de comienzos, de finales, de decisiones definitivas, de decisiones momentáneamente definitivas, de decisiones definitivamente no definitivas.

Los aeropuertos son lugares donde se inician aventuras, expediciones, travesías. Los aeropuertos son lugares de inicios de descubrir nuevos nombres, nuevas imágenes, nuevas costumbres. Los aeropuertos son lugares donde terminan viajes, aventuras y donde empiezan los recuerdos.

Los aeropuertos son lugares de millas, de kilómetros, de horas de llegada, de horas de partida, de retrasos, de puntualidades, de equipaje, de alegrías, de tristezas, de sonrisas, de lágrimas, de risas, de ansiedades, de tranquilidades, de miedos, de calmas, de amabilidades, de torpezas.

Por donde se les mire, los aeropuertos son puntos de partida y de llegada.