Los peruanos estamos muy orgullosos de nuestra comida. A veces demasiado. Tanto que hasta podemos llegar a ser antipáticos cuando le preguntamos a amigos que nos visitan del extranjero: "¿qué has probado de comida peruana?"
Más o menos algo así me imaginaba, y me esperaba, de los mexicanos en mi reciente viaje a México. Si bien los amigos que me acogieron no son mexicanos (Coco es peruano, Kari es dominicana), tienen diez años viviendo en ese país así que con seguridad algo de la famosa gastronomía de esas tierras iba a probar.
Casi ni bien llegué, dije como pensando en voz alta: "me gustaría probar los famosos chilaquiles". Recuérdese que en casa, en mi niñez, las novelas mexicanas eran prácticamente de visión obligada gracias a la tía Angelita. Así que tacos, pozoles, chilaquiles, carnitas y demás nombres eran viejos conocidos.
Pues fue decir y ver mi deseo cumplido, pues a la mañana siguiente me esperaban mis ansiados chilaquiles verdes. El veredicto fue uno solo, y es que son simplemente deliciosos. Ahí me enteré que los hay verdes y rojos, aunque estos últimos no llegué a probarlos. El plato consiste en una salsa, verde o roja, sobre la que se ponen totopos (parecidos a lo que llamamos nachos), coronados con algo que parece queso pero que no es queso. La combinación de crocante con suave es de lo mejor. También supe que es un plato para desayuno, aunque yo los comería a cualquier hora del día.
¿Se imaginan comer tacos en el mero México? Los comí a los dos días de mi llegada, probé tacos de alambre y tacos al pastor. Lamentablemente no los pude disfrutar plenamente pues no como nada de picante, no me gusta. Y eso es casi un pecado en la tierra de Pedro Infante: el chile, como llaman allá a nuestro ají, es un ingrediente prácticamente obligado. En el Perú también es ingrediente casi obligado, pero acá se suele poner aparte para que lo agregue el que quiera. Yo paso.
Así, durante los días que estuve de visita, desfilaron por mi paladar diferentes sabores, relacioné nombres tan familiares con olores y colores tan variados como deliciosos. Hasta probé la famosa agua fresca de jamaica que el Chavo del Ocho comercializaba en la vecindad, junto con las aguas frescas de limón y tamarindo. Aprendí que la jamaica es una flor con muchísimas propiedades. De las buenas, claro.
Probé los tamales mexicanos. Muchos tipos de tamales mexicanos, todos muy ricos. En el Perú también tenemos tamales, pero son un poco distintos. Los tamales mexicanos se me hicieron muy parecidos en textura y sabor a nuestras humitas.
Muchos de esos nombres escapan ahora a mi memoria. Lo que no escapa a mi memoria es que no vi ningún dulce, como si los postres no formaran parte de tan diversa selección de platos. Tal vez me equivoque o me faltó culturizarme un poco más.
A ver si en un próximo viaje...
Más o menos algo así me imaginaba, y me esperaba, de los mexicanos en mi reciente viaje a México. Si bien los amigos que me acogieron no son mexicanos (Coco es peruano, Kari es dominicana), tienen diez años viviendo en ese país así que con seguridad algo de la famosa gastronomía de esas tierras iba a probar.
Casi ni bien llegué, dije como pensando en voz alta: "me gustaría probar los famosos chilaquiles". Recuérdese que en casa, en mi niñez, las novelas mexicanas eran prácticamente de visión obligada gracias a la tía Angelita. Así que tacos, pozoles, chilaquiles, carnitas y demás nombres eran viejos conocidos.
Pues fue decir y ver mi deseo cumplido, pues a la mañana siguiente me esperaban mis ansiados chilaquiles verdes. El veredicto fue uno solo, y es que son simplemente deliciosos. Ahí me enteré que los hay verdes y rojos, aunque estos últimos no llegué a probarlos. El plato consiste en una salsa, verde o roja, sobre la que se ponen totopos (parecidos a lo que llamamos nachos), coronados con algo que parece queso pero que no es queso. La combinación de crocante con suave es de lo mejor. También supe que es un plato para desayuno, aunque yo los comería a cualquier hora del día.
¿Se imaginan comer tacos en el mero México? Los comí a los dos días de mi llegada, probé tacos de alambre y tacos al pastor. Lamentablemente no los pude disfrutar plenamente pues no como nada de picante, no me gusta. Y eso es casi un pecado en la tierra de Pedro Infante: el chile, como llaman allá a nuestro ají, es un ingrediente prácticamente obligado. En el Perú también es ingrediente casi obligado, pero acá se suele poner aparte para que lo agregue el que quiera. Yo paso.
Así, durante los días que estuve de visita, desfilaron por mi paladar diferentes sabores, relacioné nombres tan familiares con olores y colores tan variados como deliciosos. Hasta probé la famosa agua fresca de jamaica que el Chavo del Ocho comercializaba en la vecindad, junto con las aguas frescas de limón y tamarindo. Aprendí que la jamaica es una flor con muchísimas propiedades. De las buenas, claro.
Probé los tamales mexicanos. Muchos tipos de tamales mexicanos, todos muy ricos. En el Perú también tenemos tamales, pero son un poco distintos. Los tamales mexicanos se me hicieron muy parecidos en textura y sabor a nuestras humitas.
Muchos de esos nombres escapan ahora a mi memoria. Lo que no escapa a mi memoria es que no vi ningún dulce, como si los postres no formaran parte de tan diversa selección de platos. Tal vez me equivoque o me faltó culturizarme un poco más.
A ver si en un próximo viaje...