domingo, 25 de marzo de 2018

De corvas y un libro fucsia

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Esta historia involucra un libro fucsia, un andén, una coincidencia y un recuerdo.

Estaba en primero de secundaria. El libro de Literatura que usamos ese año era de una editorial argentina. La carátula era de color fucsia.

Ese día, la miss Silvia leía la historia de un hombre que caminaba triste por un andén. La narración era de esas que dejan todo a la imaginación del lector, para que saque sus propias conclusiones a partir del relato. De las palabras del hombre, narrador en primera persona, se entendía que dejaba atrás recuerdos de un pasado reciente triste del que no quería saber nada. Se iba. Se iba lejos. Se iba lejos y sin pasaje de vuelta.

Paseaba el hombre ansioso en el andén, a la espera del tren que lo llevaría lejos de la situación de la que se quería alejar. Miraba el reloj casi a cada minuto. En su paseo por el andén, en su andar distraído y ansioso, la maleta le golpeaba las corvas.

"Las corvas son la parte de atrás de las rodillas", interrumpió miss Silvia su lectura para darnos una definición casi al vuelo, como quien no quiere la cosa. Sin más ceremonias, siguió leyendo.

Desde ese día, nunca olvidé que las corvas son la parte de atrás de la rodilla.

Años, muchos años después, en una de tantas conversaciones triviales con mi hermano, la palabra "corva" salió a relucir. Yo le dije, casi sin pensar, como un acto reflejo:
- Las corvas son la parte de atrás de las rodillas.
- Ajá. ¿Sabes dónde aprendí eso?

Y los dos dijimos a la vez: "en el libro fucsia de Literatura de primero de secundaria".

Cómo nos reímos ante esa coincidencia.

domingo, 11 de marzo de 2018

Incidente universitario

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Era día de entrega de exámenes parciales. El profesor lo había anunciado un rato antes, al final de la clase de ese día. Así que los alumnos se arremolinaron adelante, rodeando al profesor, que de no ser por su estatura, hubiera terminado tragado por esa jauría de universitarios ávidos de saber sus notas.

El gentío había ido disminuyendo a medida que la entrega de exámenes avanzaba.

Cuando quedaban poco más de diez personas, una alumna que estaba a centímetros del profesor le susurró a otra que estaba a su lado:
- Mírale los labios -en obvia alusión al catedrático que tenían delante. Este profesor sobresalía por su estatura, sus ojos azules, pero sobre todo por el color rojizo de su cabellera, por lo que su apodo era Erik el Rojo.

La segunda miró, pero no vio nada especial, así que volteó hacia la primera y le dijo, en voz igualmente baja:
- ¿Y qué?
- Que le mires los labios.
- Ya, ¿y qué?
- ¡Mírale los labios!

A esas alturas, las voces no susurraban.
- ¡Y que tienen!
- ¡Que tienen pecas!

No bien terminó la primera de gritar su respuesta cuando las dos se dieron cuenta de que el volumen de sus voces había alcanzado a todos los presentes, incluido el dueño de los labios pecosos. Como un reflejo, las dos levantaron la vista al profesor, que las miraba entre divertido y azorado. Evidentemente, sabía que hablaban de él.

Para rematar la escena, todo ocurrió en el preciso instante en que el profesor extendía la hoja de examen a la segunda alumna, que con las justas atinó a tomar el papel y salir sin mirar atrás. Ya afuera, arrancó a reír, y más cuando vio que tenía un honroso 19(*).

Seguía riendo cuando vio salir a su interlocutora, seguida del profesor, que las miró a ambas, les guiñó un ojo y bajó las escaleras.

(*)En el sistema educativo peruano, la máxima calificación es 20.