Mientras espero que me toque mi turno en las a veces interminables colas de las cajas de los autoservicios, me entretengo observando a las personas al momento en que las atienden.
Están los ordenados, o que tratan de serlo, que agrupan los productos y ponen los lácteos por un lado, por otro las carnes, más allá las frutas y verduras, por otro lado los productos para limpieza.
Yo estoy en este grupo, sobre todo cuando compro muchas cosas.
Luego están los que ponen las cosas como caigan, sin importar ninguna clase de orden. En este caso, pueden pasar dos cosas: que la cajera que atiende a este comprador sea ordenada y se tome la molestia de ordenar las compras, casi como en el caso anterior. O que la cajera sea tan desordenada como el comprador y que las compras terminen repartidas por todos lados.
Están también los que no pueden dejar de tocar SUS cosas, como si fueran objetos sagrados. Las ponen en la faja de la caja registradora, y después las arreglan, las vuelven a arreglar y las arreglan una vez más.
En este recuento, no se puede dejar de lado a los caballerosos.
Recuerdo un incidente que se produjo una vez cuando un señor con notorio acento de un país cercano al Perú dejó pasar a una chica en una cola de caja rápida. La chica tenía una sola bolsa de pan, por lo que el atento extranjero la hizo ponerse a la cabeza de la fila. No hubiera habido ningún problema, si es que el caballero hubiera estado inmediatamente antes que la señorita. Pero no, porque ella estaba a tres personas de distancia. Es decir, el hombre en su afán de ser amable atropelló a todas las personas que estaban antes que la chica.
Se armó tal alboroto que tuvo que intervenir un supervisor de la tienda. Al final, a la involuntaria causante del tumulto la atendieron rápida y discretamente en una caja vecina. Mientras tanto, el voluntario causante del tumulto se quedó dando gritos airados que decían que "en este país ya no hay caballeros". Lo más gracioso es que detrás de él todas eran mujeres.
Lo que hay que ver a veces.
Están los ordenados, o que tratan de serlo, que agrupan los productos y ponen los lácteos por un lado, por otro las carnes, más allá las frutas y verduras, por otro lado los productos para limpieza.
Yo estoy en este grupo, sobre todo cuando compro muchas cosas.
Luego están los que ponen las cosas como caigan, sin importar ninguna clase de orden. En este caso, pueden pasar dos cosas: que la cajera que atiende a este comprador sea ordenada y se tome la molestia de ordenar las compras, casi como en el caso anterior. O que la cajera sea tan desordenada como el comprador y que las compras terminen repartidas por todos lados.
Están también los que no pueden dejar de tocar SUS cosas, como si fueran objetos sagrados. Las ponen en la faja de la caja registradora, y después las arreglan, las vuelven a arreglar y las arreglan una vez más.
En este recuento, no se puede dejar de lado a los caballerosos.
Recuerdo un incidente que se produjo una vez cuando un señor con notorio acento de un país cercano al Perú dejó pasar a una chica en una cola de caja rápida. La chica tenía una sola bolsa de pan, por lo que el atento extranjero la hizo ponerse a la cabeza de la fila. No hubiera habido ningún problema, si es que el caballero hubiera estado inmediatamente antes que la señorita. Pero no, porque ella estaba a tres personas de distancia. Es decir, el hombre en su afán de ser amable atropelló a todas las personas que estaban antes que la chica.
Se armó tal alboroto que tuvo que intervenir un supervisor de la tienda. Al final, a la involuntaria causante del tumulto la atendieron rápida y discretamente en una caja vecina. Mientras tanto, el voluntario causante del tumulto se quedó dando gritos airados que decían que "en este país ya no hay caballeros". Lo más gracioso es que detrás de él todas eran mujeres.
Lo que hay que ver a veces.