Se cumple un año más de habernos graduado del colegio. Es uno de esos aniversarios que termina en cero, de los que siempre vale la pena celebrar porque los sentimos como el inicio de una nueva etapa.
Más de doce meses de intensa preparación nos llevó a un resultado perfecto. La anticipación era tanta que uno hasta objetó la fecha: "el 16 de julio es día de semana". Hasta que alguien le dijo que era de 2016, no de 2015.
Las semanas previas fueron de intercambio de fotos, de imágenes de los tiempos en que contábamos los días para que llegara por fin esa última vez en que íbamos a ponernos el uniforme escolar. Casi fue volver a vivir esa emoción adolescente.
Los mensajes instantáneos daban cuenta de los que iban llegando desde sus puntos actuales de residencia, muchos de Estados Unidos, algunos de México, otros menos de Canadá.
La jornada empezó temprano, para recordar a los que compartieron aulas con nosotros y ya no están. Pocos fuimos los esforzados que nos levantamos ese sábado casi a la hora de un día de semana, pero qué más daba. Había que aprovechar el día al máximo.
De ahí, breve paso por el colegio. Todos coincidimos en algo: se veía más chico de lo que nuestros recuerdos indicaban. Encontramos muchos cambios, pero la estructura básica estaba ahí: este era el salón del profesor Tal, y acá estaba el cuartito con los mapas del salón de geografía, más allá el laboratorio de química. Hasta nos repartieron réplicas de las tarjetas de conducta, ese documento que debíamos llevar con nosotros en todo momento pues a la primera que nos portáramos mal, nos bajaban puntos de conducta, lo que se reflejaba a fin de bimestre en la libreta de notas. Dicen que ya no existe, que hace años la eliminaron.
Uno de los momentos cumbre, ya en el restaurante donde se dio la mejor parte de la celebración, fue cuando nos repartieron camisas a todos, para reproducir la costumbre de pintarrajearnos el uniforme el último último día de clases. Fue muy gracioso ver filas de cinco, seis personas firmando unos las camisas de los otros a la misma vez. Todo eso mientras en una pantalla desfilaban fotos de nosotros en diferentes etapas de nuestro tiempo escolar.
Música, bailes, risas, carcajadas y también lágrimas hasta pasada la medianoche en una celebración que nos transportó a otros tiempos.
Se podría escribir una enciclopedia completa con las anécdotas, los apodos, las historias de los que nos reunimos para celebrar ese aniversario terminado en cero. Compañeros por siempre.
Más de doce meses de intensa preparación nos llevó a un resultado perfecto. La anticipación era tanta que uno hasta objetó la fecha: "el 16 de julio es día de semana". Hasta que alguien le dijo que era de 2016, no de 2015.
Las semanas previas fueron de intercambio de fotos, de imágenes de los tiempos en que contábamos los días para que llegara por fin esa última vez en que íbamos a ponernos el uniforme escolar. Casi fue volver a vivir esa emoción adolescente.
Los mensajes instantáneos daban cuenta de los que iban llegando desde sus puntos actuales de residencia, muchos de Estados Unidos, algunos de México, otros menos de Canadá.
La jornada empezó temprano, para recordar a los que compartieron aulas con nosotros y ya no están. Pocos fuimos los esforzados que nos levantamos ese sábado casi a la hora de un día de semana, pero qué más daba. Había que aprovechar el día al máximo.
De ahí, breve paso por el colegio. Todos coincidimos en algo: se veía más chico de lo que nuestros recuerdos indicaban. Encontramos muchos cambios, pero la estructura básica estaba ahí: este era el salón del profesor Tal, y acá estaba el cuartito con los mapas del salón de geografía, más allá el laboratorio de química. Hasta nos repartieron réplicas de las tarjetas de conducta, ese documento que debíamos llevar con nosotros en todo momento pues a la primera que nos portáramos mal, nos bajaban puntos de conducta, lo que se reflejaba a fin de bimestre en la libreta de notas. Dicen que ya no existe, que hace años la eliminaron.
Uno de los momentos cumbre, ya en el restaurante donde se dio la mejor parte de la celebración, fue cuando nos repartieron camisas a todos, para reproducir la costumbre de pintarrajearnos el uniforme el último último día de clases. Fue muy gracioso ver filas de cinco, seis personas firmando unos las camisas de los otros a la misma vez. Todo eso mientras en una pantalla desfilaban fotos de nosotros en diferentes etapas de nuestro tiempo escolar.
Música, bailes, risas, carcajadas y también lágrimas hasta pasada la medianoche en una celebración que nos transportó a otros tiempos.
Se podría escribir una enciclopedia completa con las anécdotas, los apodos, las historias de los que nos reunimos para celebrar ese aniversario terminado en cero. Compañeros por siempre.
Así quedó la camisa firmada |
Nosotras también hemos celebrado hace poco un aniversario similar con nuestros compañeros de cole, Gabriela. Y con tu relato nos has hecho rememorar el reencuentro, las risas, las anécdotas... Eso si, por aquí no existe la costumbre de pintar los uniformes, aunque la idea nos ha encantado. Esa camiseta dedicada será siempre fiel testigo de una fiesta muy especial.
ResponderEliminarMuchos besos de las dos
J&Y
Ya está bien guardada y debidamente protegida con plástico para que la humedad de Lima no la afecte tanto.
EliminarSão momentos imperdíveis. Eu sempre compareço a esses encontros.
ResponderEliminarBeijo
Se siente como haber vuelto a los tiempos del colegio, Nina.
EliminarQué bonita celebración, sin duda llena de recuerdos y emociones. Son años de compartir vivencias con amigos que crecieron juntos. Felicidades!
ResponderEliminarVivencias que seguimos compartiendo, porque ahí estamos todavía, compañeros por siempre.
EliminarMe gustó saber que pasaste lindos momentos encontrandote con amigas que te trajeron miles de recuerdos, realmente esas reuniones no tienen precio pues te llenan el corazón y te hace sentir que esas épocas valieron la pena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tantos meses de espera, al final el día se nos hizo cortísimo. Fueron más de 15 horas que se pasaron volando.
EliminarBienvenida, Elisabete. Claro que visitaré tu espacio.
ResponderEliminar:D
Qué bueno. Esos encuentros dejan una huella especial. Feliz semana guapa. :)
ResponderEliminarY ya quedamos listos para celebrar otra vez dentro de 10 años.
EliminarMe gusto eso de compañeros por siempre. Al tenor de tu entrada Gabriela, se nota que es verdad.
ResponderEliminarEs absolutamente cierto, Esteban. El compañerismo que se sentía era el mismo de los tiempos escolares.
EliminarAdoro esses encontro e comemorações, é tão bom rever as pessoas e suas vidas.
ResponderEliminarBjos
Sí, sobre todo cuando formaron parte de nuestras vidas tanto tiempo, Anajá.
EliminarQué día tan emocionante! Me llegó tanto que me imaginé en mi colegio...
ResponderEliminarMe alegra saber que este texto lograra emocionarte así, Milena.
Eliminar¡Wow! Se nota que fue un gran día.
ResponderEliminarUn besito
Vaya que lo fue, Marta, en grande.
EliminarEncuentros inolvidables.Buenos momentos para recordarlos siempre.
ResponderEliminarUn beso
Tan inolvidables como esos años de colegio, Laura.
EliminarHOLA GABY, QUÉ AGRADABLES RECUERDOS DE AQUELLA ETAPA ESCOLAR EN LA QUE TODO SE VE Y PIENSA CON MUCHA EXPECTATIVA, ANHELO E ILUSIÓN.
ResponderEliminarLO IMPORTANTE ES REMEMORARLOS, Y CONSERVAR ESA AMISTAD PERDURABLE A TRAVÉS DE LOS AÑOS.
HAY QUIENES NUNCA JAMÁS HAN VUELTO A SABER NI VER A NINGUNO DE LOS COMPAÑEROS ESCOLARES NI UNIVERSITARIOS.
SUERTE Y SALUDOS.
GRACIAS POR TU ENVÍO, NO DEJAS DE HACERME SENTIR TAN PLÁCIDO AL LEER SU CONTENIDO.
Ese encuentro fue muy especial, y semanas después de todo, siguen llegando los comentarios sobre ese día.
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