Siempre habías visto los árboles de mora en tus habituales caminatas por las calles del barrio. Los puntos negros oscuros delatores en el suelo, vistos a la volada, habían hecho prometerte más de una vez que vendrías a recoger algunas para hacer mermelada.
Una promesa largamente incumplida.
Hasta que llegó ese domingo, uno que era especial a pesar de todo, y tuviste la idea de por fin recoger las moras. Esta vez tenías compañía, alguien que sabías que iría feliz contigo.
Le propusiste la idea y con esa forma de ser tan propia de sus seis años te respondió alegremente que sí. Así que le diste una pequeña bolsa de plástico, tomaste otra igual para ti y salieron a buscar esas oscuras frutitas que se han hecho famosas por haber dado nombre a un aparato lleno de teclas diminutas que parecen cabezas de alfiler, imprescindible para muchos.
Caminado en sentido contrario al habitual, le enseñas que en esa casa color turquesa vivió hace muchos años un escritor muy famoso que siempre cuenta historias de cuando vivía en ese mismo barrio por el que ahora pasean. Cuando le dices cómo se llama el escritor, te dice que su mamá está leyendo algo con ese nombre.
Hasta que por fin ves las frutas tiradas en el piso y comienzan a recogerlas y meterlas en las bolsas que llevaron. Forman un buen montón, dos buenos montones, cada uno en su respectiva bolsa. Caminan hasta el siguiente árbol y repiten la operación. En esa cuadra no hay más, así que siguen avanzando. Tienes la certeza de que hay más árboles de mora por ahí cerca, pero no los encuentras.
Encuentran otro árbol, con menos moras que los primeros, pero igual todas van a las bolsas. Siguen caminando, pero ya dando la vuelta como para regresar. Descartas el pedido infantil de volver en taxi, dices que están muy cerca de casa.
Regresan por la misma calle por donde empezaron la travesía, que se te hizo muy breve. Cuando preguntas a tu acompañante si sabe dónde por dónde están caminando, te dice que sí. Luego señala un martillo que ve en un jardín, "como el de Thor" lo describe. Te dice que su papá tiene un libro con historias antiguas. Tú le cuentas que esos antiguos decían que con su martillo, Thor provocaba los truenos que se escuchan en esas tormentas que en Lima no hay.
Se lleva feliz las dos bolsas de moras a su casa. Al día siguiente llamas por teléfono y te cuenta feliz que ya se acabaron la mermelada que hicieron, que quedó muy rica. Le prometes que otro día van a volver a recoger moras.
Y tú te prometes buscar dónde están los árboles que no encontraste esta primera vez. Esta promesa no se quedará incumplida.
Una promesa largamente incumplida.
Hasta que llegó ese domingo, uno que era especial a pesar de todo, y tuviste la idea de por fin recoger las moras. Esta vez tenías compañía, alguien que sabías que iría feliz contigo.
Le propusiste la idea y con esa forma de ser tan propia de sus seis años te respondió alegremente que sí. Así que le diste una pequeña bolsa de plástico, tomaste otra igual para ti y salieron a buscar esas oscuras frutitas que se han hecho famosas por haber dado nombre a un aparato lleno de teclas diminutas que parecen cabezas de alfiler, imprescindible para muchos.
Caminado en sentido contrario al habitual, le enseñas que en esa casa color turquesa vivió hace muchos años un escritor muy famoso que siempre cuenta historias de cuando vivía en ese mismo barrio por el que ahora pasean. Cuando le dices cómo se llama el escritor, te dice que su mamá está leyendo algo con ese nombre.
Hasta que por fin ves las frutas tiradas en el piso y comienzan a recogerlas y meterlas en las bolsas que llevaron. Forman un buen montón, dos buenos montones, cada uno en su respectiva bolsa. Caminan hasta el siguiente árbol y repiten la operación. En esa cuadra no hay más, así que siguen avanzando. Tienes la certeza de que hay más árboles de mora por ahí cerca, pero no los encuentras.
Encuentran otro árbol, con menos moras que los primeros, pero igual todas van a las bolsas. Siguen caminando, pero ya dando la vuelta como para regresar. Descartas el pedido infantil de volver en taxi, dices que están muy cerca de casa.
Regresan por la misma calle por donde empezaron la travesía, que se te hizo muy breve. Cuando preguntas a tu acompañante si sabe dónde por dónde están caminando, te dice que sí. Luego señala un martillo que ve en un jardín, "como el de Thor" lo describe. Te dice que su papá tiene un libro con historias antiguas. Tú le cuentas que esos antiguos decían que con su martillo, Thor provocaba los truenos que se escuchan en esas tormentas que en Lima no hay.
Se lleva feliz las dos bolsas de moras a su casa. Al día siguiente llamas por teléfono y te cuenta feliz que ya se acabaron la mermelada que hicieron, que quedó muy rica. Le prometes que otro día van a volver a recoger moras.
Y tú te prometes buscar dónde están los árboles que no encontraste esta primera vez. Esta promesa no se quedará incumplida.