Todos los días, la niña se sienta a tomar desayuno con sus hermanos. Casi siempre los acompaña en el desayuno una tía a la que todos quieren mucho y que vive en su casa. Es su tía, pero no le dicen tía, la llaman por su nombre. A veces, dependiendo de la hora, su mamá y su papá también comparten la mesa, si es que no han salido ya a trabajar.
La niña observa lo que hace su tía. Le gusta ver cómo mezcla todo el huevo frito, cómo la yema cruda se junta con la clara frita, cómo todo queda amarillo por efecto de la yema y de la mostaza que pone la tía. Acto seguido, la tía abre el pan y mientras le saca toda la miga posible dice:
- No hay que comer la amiga del pan.
La niña observa, absorbe pero no dice nada. Nunca pregunta qué tiene de malo la amiga del pan, por qué hay que dejarla a un lado. No, se limita a observar y absorber.
Y así se limita a quedar intrigada. No entiende, porque a ella le gusta estar con sus amigas. Ya va al nido y tiene un grupo de amigas con la que juega y se ríe. Le gusta verlas en los cumpleaños, ya ha ido a varios en los últimos tiempos y lo mejor es jugar con las amigas. También con los amigos del nido. Se le hace raro verlos a todos con ropas elegantes y no el mandil plomo con el que van al nido.
Día tras día, desayuno tras desayuno, la niña ve a su tía sacar la miga del pan. Hasta aprendió a hacerlo ella también. Aprendió también a comer el huevo frito como lo hace su tía, aunque no le sale tan bien. Se le derrama por los costados del pan. No le importa, lo que le importa es el sabor.
Hasta que un día se animó y preguntó:
- ¿Por qué tengo que dejar al pan sin su amiga?
- ¿Su amiga? ¿Qué amiga? -preguntó la tía extrañada.
- Sí, tú siempre dices que no se come la amiga del pan.
- No -contestó la tía entre risas, casi sin poder hablar. Lo que no se come es la miga del pan.
Pasaron los años, y la niña ya no es niña. Hace tiempo que ya no va al nido. Pero todavía saca toda la miga del pan. Y todavía hace la misma mezcla con el huevo frito.
A mí me enseñó Ernesto a comer el pan con huevo así también, con su mostaza más. Deli!!! Solo que a mi me encanta la miga del pan. Se ha convertido en mi amiga.
ResponderEliminarEsas son buenas amistades. Tanto como quien enseña la forma más deliciosa de comer el huevo frito.
EliminarUna anecdota de lo más tierna... Esa niña, ya no tan niña, siempre asociará el huevo frito con esa anécdota cargada de sentimientos que muchas veces le hará sonreír al recordarla.
ResponderEliminarFeliz domingo y muchos besos de las dos
J&Y
No solamente la asocia con la anécdota, también sigue disfrutar el huevo frito así. Es que no hay otra manera de comerlo.
EliminarLa miga me gusta mucho. Un beso
ResponderEliminarLa miga es tu amiga, entonces.
EliminarEs lindo recordarlas tiernas historias de la infancia y repartir esas enseñanzas hasta el día de hoy. Me gustó mucho.
ResponderEliminarRepartir y repetir las enseñanzas es una manera de no olvidarlas.
EliminarEso del pan con huevo parece que es tradición pues mi mamá hacía lo mismo y luego yo reunía las migas y me las comía poniéndole leche condensada. Son recuerdos que quedan y por lo que veo la niña no olvida.
ResponderEliminarHabría que preguntarle a la niña si come así las migas sobrantes. Por lo menos yo prefiero la leche condensada pura...
Eliminar🙈🙈🙈
Pão com ovo, com ou sem "miga" me conduz à minha inância.
ResponderEliminarEl pan con huevo es una delicia universal.
Eliminaruna maravilla de texto Me has traido a la memoria lo que me decia mi abuela Vasca que la miga era lo peor del pan
ResponderEliminarabrazos desde Miami
Rico el huevo frito untando su yema, pero
ResponderEliminarsin miga, yo la quito no me gusta Gabriela.
Buen jueves. Cuídate.
Un abrazo.