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Cuando sus hermanos mayores y ella regresaban del colegio, después de almorzar y cambiarse, se iba a su carpeta amarilla sin que nadie tuviera que decirle nada. Se pasaba horas haciendo las tareas. Muy ocasionalmente, cuando no entendía algo, pedía ayuda a su hermano mayor, que le explicaba todo con mucho cariño y paciencia. Eso no ocurría con mucha frecuencia porque ella lo entendía casi todo casi siempre sin ayuda.
Al final de la tarde, con todos sus deberes hechos, se disponía a ver televisión.
Y así transcurrían sus días en época escolar.
Los 20(*) eran comunes entre sus cuadernos y trabajos. Por ahí aparecía de vez en cuando un 19, un 18. Casi nunca menos. En sus primeros años de primaria, la nota llegaba acompañada de una estrella, de una carita feliz.
Cada fin de año, en cada ceremonia de clausura escolar, era habitual oír su nombre por los micrófonos y verla caminar desde el lugar asignado a su clase hasta el escenario a recibir el diploma que acreditaba que había logrado el primer puesto en "aprovechamiento y conducta".
Y cuando llegaba a casa con el diploma en la mano, llamaba a su mamá al trabajo para contarle que había obtenido el primer puesto. La mamá fingía sorpresa y le preguntaba: "¿qué quieres de regalo por ese primer puesto?". Desde el otro lado del teléfono, una voz ronquita contestaba: "Los bombones surtidos".
La madre entonces sacaba de su cajón una cajita rosada que envolvía con papel marrón y metía en su cartera. La niña no imaginaba que su mamá veía esa caja rosada cada vez que abría su cajón desde semanas antes del fin de año escolar.
Es que no eran bombones cualquiera, había que pedirlos especialmente a otra ciudad porque en ese tiempo no se encontraban en otro sitio. Felizmente, la mamá trabajaba en un banco con oficinas en todo el país y desde tiempo antes tomaba la precaución de encargar el preciado regalo que ya sabía que debía entregar a fines de año.
La cajita rosada quedaba guardada en el cajón. La mamá sonreía por dentro al ver la caja e imaginar el momento de la entrega.
Al llegar a casa esa tarde de clausura de año escolar, la mamá sacaba de su cartera el preciado paquete marrón que contenía la cajita rosada. Alzaba el tesoro logrado tras meses enteros de arduo trabajo y que, sin una pizca de egoísmo, la niña compartía con todos.
Año tras año, cajita rosada tras cajita rosada. Veinte tras veinte.
(*)El 20 es la máxima nota del sistema de calificaciones peruano.
Nadie logrará nunca un 20 aquí en Chile, porque la cifra máxima posible es apenas un 7. Suena espectacular con 2 cifras.
ResponderEliminarGran confianza debe haber tenido esa abnegada madre para con su hija, para adelantar la compra del regalo por el éxito.Lo bueno es que ella nunca la defraudó.
Veía el esfuerzo desplegado todo el año, sabía que el resultado solamente podía ser uno. Y no se equivocaba nunca.
EliminarQué lindo recuerdo de una infancia feliz y tan prometedora para esa niña que, pasados los años, continúa con su afán de perfección en su vida y su trabajo. Bien por ella.
ResponderEliminarBien por ella. Ya no son veintes lo que cosecha, pero los éxitos siguen llegando.
EliminarUna historia preciosa y muy tierna, Gabriela... La pequeña, tan responsable y trabajadora y la madre, tan consciente del esfuerzo que cada día realizaba la niña por superarse y dar lo mejor de si misma.
ResponderEliminarMuchos besos de las dos
J&Y
Y aunque parezca increíble, esa chiquitita también era muy consciente del esfuerzo de su extraordinaria madre. Sigue siéndolo.
EliminarCreo saber quién es, aunque no estoy segura.
ResponderEliminarCreo que tu intuición no falla.
EliminarSuerte la de esa niña, que tenía al lado a una hermana mayor ejemplar. (Mejor tía, dice una aquí a mi lado.) Siempre juntas.
ResponderEliminarSuerte compartida, y sí, siempre juntas. O como decía uno que ya no es nada pequeño: "cuntos, cuntos".
EliminarYa me imagino la alegría de esa niñita cuando recibía la cajita rosada. Sé de "alguien" que la llamaba "mi camotito". Éxitos para la niñita tan responsable y aplausos para la mamá tan abnegada.
ResponderEliminarTambién recuerdo ese saludo con "camotito" incluido.
EliminarQué bonitas y tiernas historias. Lindo leerte Gabriela!
ResponderEliminarTe felicito por tu blog.
Gracias, María, y bienvenida.
EliminarUma história repleta de ternura. Muito bonita.
ResponderEliminar(A menina eras tu?)
Beijo
Ternura por todos lados. Y no, no soy yo.
Eliminar:D
Buenos recuerdos de una infancia feliz.
ResponderEliminarEsa ñiña hoy será y una gran mujer que habrá conseguido sus deseos.
Linda historia.
Un abrazo.
Es una gran mujer, sigue cosechando éxitos, aunque ya no se miden en escala vigesimal.
EliminarBonita historia, me ha gustado leerte. Un saludo
ResponderEliminarGracias, Trini Altea, me alegra que te haya gustado.
EliminarPreciosa y tierna historia. Da la sensación de ser una vivencia muy cercana a ti.
ResponderEliminarPuede ser...
EliminarQue bonito imaginarla en su carpeta amarilla haciendo sus deberes con tanto esmero. Muy merecida la preciada cajita rosada.
ResponderEliminarUn abrazo!
No tengo la menor duda de que la mamá era la más feliz con toda la historia de la cajita rosada.
EliminarBuen miércoles 😉
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, buen sábado.
EliminarGabriela
ResponderEliminarRecordações de infância são presentes da vida. Linda história :)
Regiane
Ojalá todos los recuerdos de infancia fueran buenos.
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