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Había que celebrar.
Y a celebrar se fue.
Un grupo grande de amigos de toda la vida se vio las caras en la casa del que siempre era el anfitrión. La invitación fue muy simple: "nos vemos en la casa de siempre, que cada quien lleve lo que quiera comer y, sobre todo, lo que quiera tomar".
Así que el hombre fue rápido a apertrecharse de provisiones. Después, se apresuró a la casa ya tan conocida dispuesto a divertirse.
Dispuesto a celebrar.
Casi sin que se diera cuenta, se pasó la noche. Casi sin que se diera cuenta, casi era de día. En ese momento lamentó no haberse percatado de la hora antes pues tenía que ir a trabajar.
No tuvo más remedio que regresar a su casa a la carrera, darse un baño rápido, ponerse ropa limpia y casi con las justas salió a trabajar.
El día ya daba muestras del habitual trajín matutino.
En su camino al trabajo, al pasar con su auto por el puente a dos cuadras de su casa, vio pasar un elefante... ¿un elefante? Se frotó los ojos, los cerró fuerte. Los volvió a abrir con la idea de que su visión hubiera desaparecido.
Pero no. Cuando abrió los ojos, el elefante aún estaba ahí.
"Así no puedo ir a trabajar", se dijo. Dio media vuelta a su auto y regresó a su casa. Llamó al trabajo a avisar que estaba enfermo, que no podría ir ese día.
Y durmió todas las horas que no había dormido la noche previa.
Al día siguiente se despertó repuesto, se sentía nuevo. El elefante era cosa del pasado.
Mientras se preparaba para salir al trabajo, mientras veía las noticias en televisión, se quedó petrificado cuando el locutor leyó que ya habían encontrado al elefante que se había escapado del circo instalado cerca de su casa.