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En el jardín de mi casa teníamos una tortuga. Ignoro cómo llegó ahí, no sé quién la llevó a la casa. Lo único que recuerdo es que era chiquita, que cabía fácilmente en la palma de una mano adulta y que era una mascota que no daba ningún trabajo. Supongo que alguien se encargaba de darle alguna que otra hojita, pero no era algo de lo que estuviera pendiente.
Recuerdo cómo la miraba avanzar, a paso de tortuga, literalmente. Se demoraba largos minutos para recorrer pequeños trechos, de vez en cuando se detenía y sacaba el cuello. Luego seguía con su lento avance, tan lento que quizá ni cuenta se daba de que estaba enfrascada en vueltas sin fin.
Curiosamente, no recuerdo si tenía nombre. De haberlo tenido, probablemente no hubiera sido nada ingenioso ni parecido a Burocracia, la tortuga de la genial Mafalda. Estaba ahí, y no se le sentía. Ni para recordar si tenía nombre.
Alguna vez leí que una tortuga puede morir si queda tendida sobre su caparazón. Desde ahí, vivía pendiente de que no le ocurriera nada parecido.
A veces, la tortuga no se dejaba ver, hasta que nos dimos cuenta de que se metía por un desnivel mínimo que había entre el fin del jardín y la pared de la casa. Tal vez ahí se sentía a gusto, se quedaba horas en ese refugio.
Un día, hubo obras en la casa. El jardincito del fondo desaparecería y daría paso a una habitación con piso de cemento que haría las veces de escritorio. Se le comenzó a llamar cuarto de estudios incluso antes de que empezara la construcción. El lugar se vio lleno de material y trajines de quienes se encargarían de llevar a cabo las obras, era un ir y venir constante que duró algunos días.
Cuando llegó el momento de retirar la tierra para echar el cemento, la tortuga no aparecía por ningún lado. Entre todos la buscamos, pero fue una misión imposible.
La tortuga desapareció, probablemente se había escondido en su refugio cuando comenzaron los trajines de las obras y ya pudo salir más.
Yo recuerdo que cuando chica mi abuelita decia que las tortugas viven hasta 50 años. Si eso es cierto, tu tortuguita estará explorando otros territorios.
ResponderEliminarUn abrazo.
Con tal de que encuentre algo de comer, todo bien.
EliminarEn un mundo cada vez más vertiginoso, Gabriela, las tortugas son de los pocos seres vivos que nos infunden calma.
ResponderEliminarY buena falta que hace una dosis de calma.
EliminarPobre tortuguita, ese fue su destino. Pero a lo mejor logró escapar por otro camino. Nunca se sabrá.
ResponderEliminarNo creo, lo único que la terminó rodeando fueron paredes, cemento y construcción.
EliminarQue pena, el final de la tortuguita. Me gustan los finales felices.
ResponderEliminarA mí también, pero parece que aquí no hubo.
EliminarSi no se estresó al estar envuelta en la construcción de tu escritorio puede vivir 100 o más años. Quizás algún día pase a visitarte.
ResponderEliminarBesos
A ver si nos reconocemos.
EliminarSi no la encontraste no se sabe qué pasó. Prefiero pensar eso a imaginar la tortuga morir emparedada, no entiendo, cómo es que te preocupaba que no se diera la vuelta y luego se te olvidó cuando la obra. Ainsss... Opino como Tania, me gustan los finales felices :(
ResponderEliminarQuizá no me preocupaba muchos porque todo esto ocurrió cuando tenía 7 años y a esa edad los intereses y preocupaciones son muy diferentes.
Eliminar¡Ay que penita, Gabriela! Queremos pensar que encontró otra salida...
ResponderEliminarBesos mil de las dos
J&Y
Sí, mucha penita,
EliminarMejor pensar que se lo olió y se escabulló de allí a buscar otro jardín.
ResponderEliminarBuen domingo.
Besos.
O tal vez alguno de los encargados de la obra se la llevó, porque se las olió.
EliminarOjalá haya sido así.