Relativamente cerca de mi casa, hay un autoservicio bastante grande al que suelo ir a hacer compras. Voy caminando y si las compras no son muy pesadas, regreso caminando también. Pero a veces la carga es mucha y ahí amerita tomar un taxi.
Felizmente, a la entrada siempre hay siempre una fila de taxis registrados en la tienda con los que se puede regresar a casa con seguridad. Las tarifas que cobran son bastante razonables.
Una de tantas veces que tomé un taxi de regreso a casa, me tocó un conductor bastante conversador. Aunque ese día hubiera preferido un viaje silencioso, el tono amable del chofer me hizo seguirle la charla fácilmente.
Pocas cuadras después de haber partido, le cambió la voz. Me di cuenta de que lo que seguía era más serio que sus opiniones sobre el clima y el estado de las pistas:
- ¿Sabe qué me pasó el otro día?
- ...
- Se acercó una señora a mi taxi, igualito como hizo usted ahorita, y me preguntó cuánto le cobraba por llevarla a su casa.
En Lima, con los taxis que uno toma en la calle y no a través de una agencia, el trato del precio del recorrido se hace entre chofer y pasajero antes de subir al auto. En casos como los taxis registrados en los autoservicios, las tarifas son fijas y no cabe discutir al respecto.
Entonces, me siguió contando:
- La única compra de la señora era un televisor. Grande, mínimo 32 pulgadas. La caja nuevecita, se veía la marca. Cuando me dijo dónde vivía, le dije la tarifa y su respuesta fue: "muy caro, señor".
A pesar de que el taxista le dijo que la tarifa ya estaba fijada, la señora insistió en una rebaja. Como la respuesta siguió siendo negativa, la señora se fue de manera bastante altanera y tomó un taxi de la calle. El primero que le dio la tarifa que ella esperaba pagar, sin duda.
Dice el taxista que menos de cinco minutos después, vio que la señora regresaba, casi corriendo con el rostro desencajado. Dando gritos, prácticamente se lanzó sobre el taxista, que no entendía nada hasta que logró sacar en claro que la señora había sido víctima de un robo. El taxista en cuyo auto se había ido la señora la obligó a bajarse en la siguiente cuadra y arrancó raudamente con el televisor nuevo en su caja intacta.
- ¿Se imagina? Por ahorrar uno o dos soles, la señora terminó perdiendo su televisor nuevo recién comprado. Se fue a acusarme con el administrador del autoservicio, que con mucha educación le dijo que la responsabilidad era de ella por no tomar el taxi de la tienda. Muerta de cólera, la señora se fue. Supongo que esta tienda perdió una clienta ese día.
- Una clienta que no necesitan, señor.
- Tiene usted toda la razón.
Este es mi más reciente artículo para Global Voices:
Santa Rosa de Lima: Santidad a con modernidad.