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Por fin ese sábado hubo ocasión de un gran almuerzo. No es necesario un motivo para esas reuniones, las ganas de verse son más que suficientes.
Sentados a la mesa, todos cuentan sus novedades. Las preguntas van y vienen. Son varios días los que hay que cubrir para estar actualizados con las noticias de todos. No faltan las risas, las miradas de complicidad que solamente entienden los autores de las miradas, las caras de asombro ante alguna proeza.
Pasado el almuerzo, la sobremesa y demás protocolos de un almuerzo sabatino, los invitados se van. Como quien dice, "comida hecha, amistad deshecha". La casa queda vacía, casi en silencio solamente interrumpido por las canciones de la radio que hasta hace un momento pasaba desapercibida entre tantas voces.
Con todo de vuelta a la normalidad, te acercas a la computadora para seguir con algo que dejaste a medias la última vez que la apagaste. Te sientas y, sin saber cómo, tus ojos se dirigen a una libreta de notas. Ves unos símbolos en el papel, a la distancia se ven muy tenues, pero es evidente que hay algo escrito.
Acercas la cara para verlo mejor y te das cuenta de que en el segundo papel dice algo. Levantas la primera hoja y ahí está, muy claro. Logras distinguir la letra infantil, la misma letra infantil que te "habla" desde cuadraditos amarillos pegados en lugares que siempre tienes a la vista. Te saluda con apenas cuatro letras, te dice HOLA. Al ver eso, te sientes la persona más afortunada del mundo de que en medio de toda la algarabía del almuerzo, la niña haya pensado en ti y haya dedicado un momento para dejarte esa sorpresa en un lugar donde sabía que tarde o temprano la ibas a encontrar.
Hola también