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Caminaba por la calle, una tarde de estas, sin mayor apuro que el de llegar a tiempo para la hora de salida de colegio de una persona muy especial. Iba con tiempo de sobra, sin ningún problema.
Por la acera del frente a la que caminaba, vi pasar un hombre que llevaba cerca de ocho perros con sus respectivas correas. Iban a buen paso, al mismo ritmo y velocidad, a pesar de que los perros eran de diferente tamaño y no todos iban mirando al frente. Aun así, el grupo avanzaba sin complicaciones.
De repente, desde otro lado, se escuchó el ladrido insistente de un perro. Era el inconfundible ladrido de un can pequeñito. Lo busqué con la mirada, y lo vi a pocos metros de la comitiva perruna, enfrentando desafiante y desde su lugar al paseador de perros y sus clientes de cuatro patas, que no le hacían el menor caso. Ellos seguían en lo suyo, ignorando totalmente al renegón. El perrito estaba empeñado en ladrarles a los que venían en grupo. Verlo en esa situación me provocó una mezcla de pena, risa y ternura.
En eso, desde una tercera fuente, empecé a oír ladridos de otro perro, acompañados del típico ruido de patitas que corren. Todo eso sumado a los llamados insistentes pero cariñosos de una mujer. Me volteé totalmente en 180 grados, y por la acera por la que yo también estaba caminando, venía a toda velocidad otro perro igualmente pequeñito, ladrando a su paso, arrastrando su correa por detrás de él. Pocos pasos más atrás, una mujer que era obviamente la dueña del perro corría cada vez más desesperada.
El perrito correlón cruzó la pista irreflexivamente. Un carro venía en sentido contrario. Lo siguiente fue un chillido de desesperación de la dueña. Hasta ahora logro escucharla gritar. Hasta ahora oigo el sonido del carro al frenar su marcha, que no era tan veloz. Me quedé petrificada, con temor de mirar al lugar preciso de los hechos. Alguna vez vi un perro atropellado, no querría volver a ver algo así.
En medio de la confusión donde se mezclaron los ladridos del primer perrito renegón, los gritos de la dueña del perrito que corría, el sonido del auto al frenar de golpe, todo en menos de un segundo, todo al mismo tiempo, logré ver que de debajo del carro salía el perrito correlón. Siguió corriendo hacia donde se había estado dirigiendo, como si nada hubiera pasado. Mejor dicho, como si nada hubiera estado a punto de pasar.
Con él no había sido la cosa, como decimos por acá.
Todo pasó en un instante, pero yo lo vi con todo detalle y en cámara lenta. Sentí como si todo hubiera tomado varios minutos. Me pareció que todo se detuvo, que nada se movía, que no había sonido alguno, salvo el perro y su alocada carrera.
Pasado el susto, una persona que también lo había visto todo logró sujetar la correa de la huidiza mascota. Ya con calma, se la entregó a la dueña en la mano. La mujer se lo agradeció sin voz. No podía hablar luego de tanto gritar, además del susto que sin duda había pasado.
Un incidente canino con final feliz.