domingo, 25 de octubre de 2015

La insoportable levedad del yo

Nunca entenderé por qué para algunas personas es tan difícil usar la palabra "yo" que terminan inventado fórmulas de lo más estrafalarias, por no decir huachafas.

Comencemos con "mi persona". Una afirmación que simplemente diría: "yo le dije a Fulano de Tal que hiciera tal cosa", estos seres dicen: "Mi persona le dijo a Fulano de Tal que hiciera tal cosa". ¿Quién es "su persona" con relación a la persona que habla? ¿Un alter ego con voluntad propia que actúa de manera separada de quien cuenta lo que "su persona" hizo?

En el colmo de la fórmula, una vez escuché en la radio el testimonio de una mujer que se quejaba de haber sido víctima de malos tratos por parte de la policía: "estábamos marchando pacíficamente un grupo, cuando los policías empezaron a atacarnos. A mi persona le cayó un golpe en la cabeza propinado por un policía, que no se dio cuenta de que mi persona está embarazada".

Lo dijo sin dudar, sin titubear. Su persona era la embarazada, no ella misma.

Otra manera es decir "nosotros", con los consiguientes posesivos en plural también, es decir, "nuestro". Entonces escuchamos despropósitos como "nosotros enviamos una carta en donde dejamos constancia de nuestra posición". ¿Cuántas personas firmaron la carta?¿Estaban de acuerdo todos los firmantes con cada punto expresado en la carta colectiva?

Finalmente, están los que dicen "quien les habla" cada vez que quieren decir yo. No tiene nada de malo escuchar una vez en un discurso algo así como "quien les habla empezó como humilde vendedor cuando mi persona apenas era un adolescente". Pero de ahí a que cada vez que esa persona deba referirse a sí mismo use "quien habla" llega a ser cansador y aburrido.

Casi como cuando se dice "niños y niñas", "peruanos y peruanas"... pero ese es otro asunto con el que se podría llenar blogs enteros, no solamente una entrada.

Para ver lo fácil que es decir simplemente "yo", tomemos los ejemplos citados:
1. A mí me cayó un golpe en la cabeza propinado por un policía, que no se dio cuenta de que estoy embarazada.
2. Yo envié una carta en donde dejé constancia de mi posición.
3. Yo envié una carta en donde dejaba constancia de mi posición.

Qué ganas de complicarse la vida en aras de una modestia sin sentido.

jueves, 15 de octubre de 2015

Contradicciones postales

Hace poco más de dos meses tuve que enviar unos documentos por vía postal al extranjero. Era imprescindible mandarlos físicamente, no era válido hacerlo virtualmente. Además, tenían que llegar lo antes posible pues debían regresar debidamente firmados.

Pregunté en la oficina del correo que queda cerca de mi casa y que es la que uso habitualmente si tenían algún servicio expreso. Me dijeron que sí, aunque costaba un poco más que el servicio común. Me pareció razonable el sobrecosto.

Todo iba bien hasta que la señora del correo me dijo: "como es un envío expreso, debe ir certificado. Eso quiere decir que lo debe recibir el propio destinatario y firmar la constancia de recepción, previa identificación con un documento. No lo puede firmar otra persona". Cuando le pregunté qué pasaba si el cartero iba cuando el destinatario no estaba, me dijo que regresaban al día siguiente y si de nuevo no estaba el destinatario, devolvían el sobre al remitente. O sea, a mí.

"Qué cosa más ilógica", contesté. Le aseguré que confiaba en el correo y que yo estaba segura de que el sobre iba a llegar a las manos correctas aunque el destinatario no firmara, aunque lo pasaran bajo la puerta de su casa. Es más, aseguré que estaba dispuesta a firmar una declaración que dejara constancia de mi renuncia a esa obligación, que me bastaba con que los documentos llegaran a la dirección indicada. La respuesta fue que no, que eran normas internacionales del país de destino, que ese era el procedimiento y que era inamovible.

Descarté el correo y consulté en una empresa de mensajería privada. El precio por el mismo envío era más de cien soles (más de treinta dólares), ¡por dos papeles que no pesan ni 50 gramos! Además, las condiciones eran las mismas: el destinatario debía firmar sí o sí, el mensajero iba dos veces y si a la segunda vez no estaba la persona que debía firmar, el sobre regresaba a mis manos. Tiempo y dinero al agua.

Hablé con el destinatario, me dijo que le era imposible estar "retenido" en su casa u oficina a la espera del cartero o el mensajero. Estuvimos de acuerdo en que es un requisito innecesario, así que la decisión final fue enviar los documentos por correo normal, común, sin certificar.

Como nunca antes, el envío demoró casi dos meses en llegar a su destino. Para mi buena suerte, otra persona conocida viajó a esa misma ciudad y me trajo el sobre de vuelta, con lo que me ahorré los dos meses de espera para la respuesta.

Realmente, no tiene sentido que el destinatario en persona deba firmar la constancia de entrega.

miércoles, 7 de octubre de 2015

¿Vamos al cine?

A continuación presento un relato enviado por alguien que lee este blog y comenta con frecuencia. Se animó a mandar este texto para que yo lo publique.
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Soy de la generación que vio la llegada de la televisión, en blanco y negro por supuesto. El cine era nuestra principal distracción, y a la sección del periódico que publicaba el listín de películas, cines y horarios, la llamábamos "la página cultural".

Vimos El Padrino con Marlon Brandon en la mezzanjne del cine Alcázar (hoy un moderno multicines) y La Novicia Rebelde en el cine Roma (hoy una oficina estatal). Recuerdo esos cines de barrio que ahora son templos evangélicos.

Cuando estrenaban una película de esas famosas y esperadas, íbamos a partir de las 11 de la mañana a hacer cola para conseguir las entradas, y ya volvíamos tranquilos a la hora de la función. Nadie se metía en la cola y todo el mundo respetaba asientos y horarios.

¿Por qué me vienen esos recuerdos que mi nieto consideraría prehistóricos? Porque la vida cambia día a día, y ahora todo es más fácil. Se acabaron las colas de las 11 de la mañana, ahora compras las entradas por internet, escoges tu asiento y llegas al cine a la hora señalada.

Lo bueno es que la televisión y los videos no han llegado a desplazar el inigualable placer de ir al cine. Cambiados, modernos, pero acogedores para entrar con la canchita saladita y crocante. Como ese inolvidable Cinema Paradiso, donde Alfredo enseñó a Totó a proyectar los rollos de esas entrañables películas en blanco y negro que ahora son verdaderas reliquias para los cinemeros. Y para escuchar esas frases célebres que alguien tuvo la excelente idea de escribir en las columnas de un gran complejo de cines ubicado frente al mar limeño.

¿Vamos al cine?

¡Vamos!