Anoche soñé que volvía a Yonomás.
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De vez en cuando, sueño que estoy de paso en un país que se llama Yonomás. Felizmente, de paso solamente porque debe ser bien difícil vivir en un lugar como ese.
En Yonomás, la gente detiene taxis a mitad de cuadra, y a veces a media pista, sin importarle la recatafila de carros que vienen detrás y que muchas veces deben hacer maniobras para pasar por donde sea. Los bocinazos se escuchan desde lejos, incansables, mientras el taxista y el potencial pasajero acuerdan con total tranquilidad una tarifa de acuerdo a la distancia por recorrer. Todo demora más si el chofer no conoce el lugar y el potencial pasajero explica por dónde queda. Así es. Es que en Yonomás se pacta el precio por adelantado, y si es que se tiene la suerte de que el lugar quede en la zona de trabajo del chofer, se completa el trato. Porque también está el taxista que dice que "por ahí no va". Y arranca sin más.
En Yonomás, cuando el taxi llega a su destino, el pasajero recién saca el dinero para pagar y el chofer recién puede saber que no le alcanza para dar vuelto. Astutamente, el pasajero no ha dicho que no tiene sencillo hasta ese momento. Total, es cosa del chofer tener monedas para dar vuelto de un billete de 50 soles para una carrera pactada en 6 soles.
En Yonomás, la gente cruza las pistas y sobre todo las carreteras corriendo, sorteando carros, casi siempre por debajo de puentes peatonales. Los gobiernos locales gastan recursos para hacer puentes que solamente usan los yonomasianos tontos, porque los vivos y los apurados son muy sagaces y no se andan con tonterías de usar puentes peatonales. Eso es para los debiluchos.
En Yonomás, los peatones cruzan a pesar de que el semáforo indica con una claramente visible luz roja que hay que esperar. Encima, si un ingenuo chofer tiene la osadía de tocarle un bocinazo al peatón lo más probable es que reciba un malcriado grito de parte del imprudente.
En Yonomás, las empresas constructoras cierran calles para poder realizar sus obras y no son capaces de poner avisos o advertencias por lo menos a dos cuadras de distancia. Las personas deben darse cuenta del impedimento cuando llegan al lugar de los hechos y deben hacer maniobras para buscar rutas alternas, en medio de otros muchos carros que hacen lo mismo.
En Yonomás, los choferes de micros estacionan en las pistas, sin importarles las luces rojas ni verdes ni los reclamos de los pasajeros, con la finalidad de llamar a más pasajeros que, en muchos casos no tienen la menor intención de subirse a esa unidad de transporte público.
Felizmente, es apenas un sueño. Lo malo es que es un sueño recurrente y además es tan vívido que a veces hasta parece real.
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De vez en cuando, sueño que estoy de paso en un país que se llama Yonomás. Felizmente, de paso solamente porque debe ser bien difícil vivir en un lugar como ese.
En Yonomás, la gente detiene taxis a mitad de cuadra, y a veces a media pista, sin importarle la recatafila de carros que vienen detrás y que muchas veces deben hacer maniobras para pasar por donde sea. Los bocinazos se escuchan desde lejos, incansables, mientras el taxista y el potencial pasajero acuerdan con total tranquilidad una tarifa de acuerdo a la distancia por recorrer. Todo demora más si el chofer no conoce el lugar y el potencial pasajero explica por dónde queda. Así es. Es que en Yonomás se pacta el precio por adelantado, y si es que se tiene la suerte de que el lugar quede en la zona de trabajo del chofer, se completa el trato. Porque también está el taxista que dice que "por ahí no va". Y arranca sin más.
En Yonomás, cuando el taxi llega a su destino, el pasajero recién saca el dinero para pagar y el chofer recién puede saber que no le alcanza para dar vuelto. Astutamente, el pasajero no ha dicho que no tiene sencillo hasta ese momento. Total, es cosa del chofer tener monedas para dar vuelto de un billete de 50 soles para una carrera pactada en 6 soles.
En Yonomás, la gente cruza las pistas y sobre todo las carreteras corriendo, sorteando carros, casi siempre por debajo de puentes peatonales. Los gobiernos locales gastan recursos para hacer puentes que solamente usan los yonomasianos tontos, porque los vivos y los apurados son muy sagaces y no se andan con tonterías de usar puentes peatonales. Eso es para los debiluchos.
En Yonomás, los peatones cruzan a pesar de que el semáforo indica con una claramente visible luz roja que hay que esperar. Encima, si un ingenuo chofer tiene la osadía de tocarle un bocinazo al peatón lo más probable es que reciba un malcriado grito de parte del imprudente.
En Yonomás, las empresas constructoras cierran calles para poder realizar sus obras y no son capaces de poner avisos o advertencias por lo menos a dos cuadras de distancia. Las personas deben darse cuenta del impedimento cuando llegan al lugar de los hechos y deben hacer maniobras para buscar rutas alternas, en medio de otros muchos carros que hacen lo mismo.
En Yonomás, los choferes de micros estacionan en las pistas, sin importarles las luces rojas ni verdes ni los reclamos de los pasajeros, con la finalidad de llamar a más pasajeros que, en muchos casos no tienen la menor intención de subirse a esa unidad de transporte público.
Felizmente, es apenas un sueño. Lo malo es que es un sueño recurrente y además es tan vívido que a veces hasta parece real.