Por Navidad, mi mamá me regaló el libro titulado "El fabuloso libro de las leyendas urbanas: demasiado bueno para ser cierto" de Jan Harold Brunvand. Contiene prácticamente todas las leyendas urbanas que en el mundo han sido, y yo lo estoy leyendo de a pocos, riéndome de algunas, dudando con otras y disfrutándolas todas.
El autor define las leyendas urbanas como:
[...] historias demasiado buenas para ser verdad. Estas fábulas populares describen acontecimientos presuntamente reales (si bien raros) que le han pasado a un amigo de un amigo. Y generalmente las cuenta una persona fiable que las relata en un estilo creíble, porque generalmente se las cree. Las localizaciones y los hechos que se describen son ciertos y conocidos (casas, oficinas, hoteles, centros comerciales, autopistas, etcétera) y sus personajes humanos, personas muy normales. Sin embargo, los incidentes cómicos, chocantes u horripilantes que les ocurren a estas personas llegan demasiado lejos para ser creíbles.[...]
¿Quién no ha escuchado alguna vez una de estas leyendas urbanas?
Recuerdo una que escuché toda mi vida. Érase una mujer que tenía un peinado alto, de esos que solamente pueden hacerse en las peluquerías. Para no tener que ir a peinarse a cada rato, y tal por evitar gastar más de lo necesario, esta mujer evitaba despeinarse y deshacerse el peinado. Entonces se rascaba la cabeza, que obviamente no se lavaba nunca, con un lápíz o algun objeto similar que le permitiera alcanzar el lugar exacto de la comezón sin deshacerse el peinado.
Hasta que un día la mujer cayó muerta. Su frondoso peinado había resultado ser el hogar perfecto para una familia de arañas, que se había instalado cómodamente por varias generaciones. Hasta que en algún momento penetraron su cráneo y horadaron su cerebro.
Como siempre, la historia la cuenta alguien que se la escuchó a un tercero, nunca se sabe el nombre de la mujer ni dónde ocurrió. Además, siempre queda una especie de moraleja, que en este caso es: "¡no seas pretenciosa, sé más aseada!"
Hace poco vi un programa en el que explicaban que eso es imposible porque ninguna araña (ni ninguna otra alimaña) estaría cómoda en un ambiente como la cabeza, que se mueve tanto. No podría poner sus huevos ahí, por muy acogedor que pareciera.
Desde entonces dejé de imaginar la exagerada cabellera de Amy Winehouse como la guarida de varias generaciones de arácnidos.
Otra leyenda que he escuchado mucho es la de la niña cuyo largo pelo queda enredado en los pasos de una escalera mecánica, pues estaba jugando en una tienda por departamentos, desobedeciendo a su mamá, que a su vez la desatendió por estar comprando quién sabe qué.
Nuevamente, nadie sabe el nombre de las protagonistas de este acontecimiento ni cuál es la tienda por departamentos. Y la admonición es doble. Para la madre es una especie de "es lo que te pasa por desatender a tu hija para ir a comprar". Para la hija, y en general para todos los niños, sería "obedece a tus padres".
En los últimos años circula por Internet en esos mails en cadena una historia de alguien (a veces un hombre, a veces una mujer) que va a una fiesta en donde no conoce a nadie. En algún momento, después de tomar un trago, pierde el sentido. Despierta horas o días más tarde en una tina llena de hielo, con un dolor intenso en los costados y una nota que dice: "Gracias por tu riñón. Anda al hospital más cercano lo más rápidamente que puedas".
La moraleja: "no salgas de juerga de manera irreflexiva; mejor aun, no salgas de juerga".
Esas, entre muchas otras, son las que se me vienen fácilmente a la mente cuando pienso en leyendas urbanas. Con toda seguridad, más de un lector conoce alguna que tal vez quiera compartir.