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El hombre estaba feliz. Por fin tenía su oficina propia, después de años de usar un pequeño espacio en la oficina de un colega.
Tenía su primera oficina de abogado.
Ya había llevado varias cosas a la oficina nueva, entre libros, expedientes, documentos diversos. Tuvo especial cuidado con el diploma que lo reconocía como abogado. Tendría un lugar de honor en una pared, bien visible para que fuera lo primero que vieran sus clientes.
Hizo un último repaso mental antes de tomar lo que faltaba. Ese rectángulo de vidrio que lo había acompañado desde hacía años. Le tenía gran cariño a ese vidrio grueso para el escritorio que su padre le regaló el día que recibió su título profesional. Debajo había dispuesto fotos de la familia, para sentirse siempre bien acompañado.
Puso las cajas en el auto y dejó espacio para el querido vidrio. Lo dejó medio de lado porque no quedaba mucho sitio libre, y se aseguró de que quedara bien seguro.
Dio una última mirada antes de cerrar las puertas y partir hacia su oficina.
Arrancó y partió.
Cuando estaba a medio camino terminó metido en un bache. Fue un golpe fuerte, el cuello le quedó adolorido.
Pero eso no fue lo que más lo asustó. Sintió un sonido a vidrio... su vidrio.
Se puso a un lado de la pista, abrió la puerta y varios trozos de vidrio cayeron a sus pies.
"Es solo un vidrio", se dijo. Y mientras decía eso, sintió que una lágrima recorría su mejilla.