viernes, 29 de julio de 2022

Angustia estudiantil

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Era día de examen final. El curso era títulos valores. Había muchos nervios, como es de suponer. Estaban los seguros de lo que sabían, de lo que había estudiado y de lo que habían visto en sus prácticas preprofesionales.
Y también había de los otros, de los que no sabían nada, porque de esos nunca faltan.
En ese último grupo estaba mi amigo Alejandro. Meses antes, por los malos resultados de su examen parcial, pensó en abandonar el curso, dejar de ir a las clases, dejar que lo desaprobaran y volver a matricularse al ciclo siguiente. Era algo que hacía mucho, y a los demás nos parecía mal porque implicaba volver a pagar. Y no costaba poco. Así que lo convencimos de completar el curso, aunque fuera con la nota mínima.*
Llegado el día del examen final, Alejandro nos pidió que lo ayudáramos. "Yo iba a abandonar el curso, ustedes me convencieron de quedarme hasta el final. Hoy ayúdenme, por favor".
El compromiso estaba hecho.
Empezó el examen, que era un caso práctico sobre el cual debíamos responder una serie de preguntas. El profesor comenzó dictando el caso: "El 26 de mayo, la FECHOP giró una letra de cambio ...".
Entonces, la voz de Alejandro sonó susurrante, pero lastimera y desesperada: "por favor, por favor, díganme qué es la FECHOP, ¿¡qué es la FECHOP!? ¡¡¡DÍGANME QUÉ ES LA FECHOP!!! No se jueguen con la nota, no se jueguen con la nota".
Nadie le hizo caso. Yo pensaba que era una broma de las suyas, además estaba muy ocupada tomando nota de lo que el profesor dictaba. Finalmente, no era relevante qué era la FECHOP para continuar con el examen. Por cierto, es la Federación de Choferes del Perú, que agrupa a conductores de transporte público.
Alejandro siguió clamando y nos dimos cuenta de que no era broma. Y no era momento de discutir si el dato era relevante o no. Alguien le susurró tan alto como pudo: "es la Federación de Choferes del Perú".
Pasado ese tenso momento, la calma volvió. Dimos el examen. No recuerdo las notas de cada quien, pero lo importante es que Alejandro aprobó. Con 11, pero aprobó.
Y la anécdota es motivo de risa cada vez que nos reunimos.
De nada, Alejandro.

* La nota aprobatoria mínima en el Perú es de 11. La máxima es 20.

sábado, 16 de julio de 2022

Advertencia ignorada

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Alguna vez que fui al cine, hace algunos años ya, fui testigo de un incidente en la fila, antes del inicio de la película.
Estábamos afuera, ya con las entradas compradas y esperando que empezáramos a entrar a la sala. La fila empezaba a crecer ordenadamente.
Algunas personas detrás de mí estaban un señor con su hijo, de unos 12 años. El chico tenía un vaso en una mano y su canchita en la otra.
En un momento de la espera, el chico puso la canchita encima de uno de los tantos parantes que se usan para ordenar y separar las filas. El papá le dijo que mejor no lo pusiera ahí.
- ¿Por qué? -quiso saber el chico.
- Porque alguien te lo puede botar de un codazo al pasar. Hay bastante gente y poco espacio.
- No, no seas exagerado. Yo de acá lo cuido.
El hombre hizo un gesto de desinterés. En mis adentros, pensé que ojalá los hechos no le dieran la razón al padre.
Pero no fue así.
Al rato, la fila empezó a avanzar, y en el tumulto, de un codazo, la cancha se fue al piso. Cada grano salió volando a una esquina diferente del lugar. El muchacho miró todo con asombro e incredulidad, sin poder hacer nada para evitar el derrame de su salado manjar.
Volteó a mirar al padre con ojos casi llorosos. El hombre se limitó a encogerse de hombros y le dijo "yo te avisé". Y entró a la sala de cine sin decir más. Al chico no le quedó más que seguir a su papá.
Vaya dura manera de aprender una lección.

domingo, 3 de julio de 2022

Un extraño viaje

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A raíz de la historia del ángel inesperado, me enviaron una historia con autorización para publicarla. Gracias a quien me la envió.
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A veces ocurren cosas inexplicables como esta que voy a relatar
Iba yo manejando mi auto a un lugar ubicado al inicio de la Carretera Central. Estaba muy preocupada por un problema familiar y en un descuido seguí de largo cuando debía entrar a la derecha. Lo hice en la siguiente entrada pensando que por ahí podía dar una vuelta y llegar a mi destino, pero solo era una vía en construcción y había salida.
Bajé del auto para ver qué podía hacer, cuando vi llegar otro auto que se detuvo a mi lado, en el asiento posterior estaban tres niñitos muy sonrientes. El chofer, un señor de rostro amable, me preguntó qué pasaba. Le dije que sin querer me había pasado de largo cuando debía entrar. Él me dijo que iba al mismo sitio y también se pasó, pero que sabía cómo llegar.
Sígame, me dijo.
Subimos a los autos, volvimos a la carretera, yo lo seguía y los niñitos me miraban todo el tiempo. Avanzamos un buen trecho, luego salimos a la derecha, dimos la vuelta por un puente encima de la carretera, regresamos y llegamos a una zona ya conocida por mí. Al pasar por el lugar donde debía entrar para llegar a mi destino, el señor que iba adelante me hizo señas con el brazo y siguió de largo. Yo entré a la derecha y de pronto recordé que él me había dicho que iba al mismo sitio que yo.
Entonces, ¿por qué siguió de largo?
Me quedé mirando el auto que se alejaba por la carretera y los niñitos se despedían agitando los bracitos.
¿Qué fue eso? ¿De dónde apareció esa persona para sacarme del apuro? ¿Se dio esa gran vuelta en el auto y perdió su tiempo solo para indicarme el camino? ¿Los niñitos estaban ahí para inspirarme confianza?
Son preguntas que siempre me hago para las que no encuentro respuesta.
Solo quiero creer que mi Ángel de la Guarda se me apareció en la Carretera Central para ayudarme y después de hacer su trabajo, se fue.
Muchas gracias, Ángel. Hasta la próxima.
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