Imagen |
Como me suele suceder, y no creo ser la única, terminé comprando algunos artículos que no estaban en mi lista mental de compras. Uno de esos artículos no previstos fue una mantequilla. La única razón para comprarla fue que estaba de oferta, pues no era de la marca que siempre compro.
Con todos los artículos elegidos, fui a la caja. Pagué todo, y hasta recuerdo que la cajera me entregó la mantequilla en la mano. Metí las compras en una bolsa de tela que ahora llevo casi siempre para estos menesteres y me fui a casa. Así tengo la doble ventaja de no usar bolsas de plástico y de no cargar el peso en las manos sino en un hombro (igual se siente el peso, pero menos).
Llegué a la casa y guardé las cosas en su sitio. Luego me olvidé del asunto y me dispuse a disfrutar de mi sábado.
Esa noche, recordé la mantequilla que había comprado, pero estaba segura de no haberla visto cuando guardé las cosas al volver de la tienda. Busqué por todos los lugares imaginables, y después por los inimaginables, pero no la encontré.
"Tal vez al final no la compré", pensé, pero recordaba claramente que la cajera me había entregado la mantequilla en la mano en el último instante. Por casualidad, encontré el comprobante, lo revisé y ahí estaba la mantequilla, con su precio rebajado y todo. Casi sentí que la bendita mantequilla me sacaba la lengua, burlona, lo que solamente me molestó más de lo que ya estaba. Terminé botando el comprobante.
Me resigné a perder la mantequilla...
El lunes por la noche vi un rayito de luz al final de la bolsa de compras: "¿y si la había dejado olvidada en la caja?". Así que decidí ir al día siguiente a averiguar.
Fui directo a la recepción de clientes, donde siempre hay una atenta señorita dispuesta a ayudar. Debo anotar que es un autoservicio donde todos los trabajadores son amables, la atención que dan es excelente.
Le conté a la señorita todo el episodio, ella buscó en el cuaderno de olvidos (sí, existe, y la lista de olvidos es larguísima) y encontró que efectivamente ese sábado a esa hora, en la caja que le había dicho, se había quedado olvidada una mantequilla de la marca indicada. Entonces me preguntó si tenía la boleta; mi respuesta fue negativa. Pero le aclaré que había hecho la compra con la tarjeta de cliente frecuente, la que acumula puntos para descuentos y otras ofertas.
Apuntó mi nombre, mi teléfono, el número de mi tarjeta de cliente frecuente y me dijo que me llamaría en cuanto comprobara lo dicho.
Así pasó todo ese día, el siguiente y otro más hasta que se cumplió una semana del olvido. Regresé a la tienda a preguntar, me atendió otra señorita igual de amable y me dijo que seguramente no habían encontrado mi boleta "en el sistema"... ese inubicable y a la vez omnipresente sistema que nos gobierna.
Pasó otra semana más y decidí volver a preguntar. Esta vez me atendió una tercera señorita, que revisó su cuaderno, habló con alguien por una radio, volvió a revisar su cuaderno y me dijo: "adelante, vaya a tomar otra mantequilla de esa marca y vuelva por acá, por favor".
Obedecí sin demora, regresé a su puesto, firmé una conformidad de entrega y salí con mi mantequilla.
Esa es la historia de la mantequilla que perdí... y que encontré.