Lo que voy a narrar sucedió una tarde verano en Lima, un verano que, como todos, se presenta interminable.
Quienes conocen Lima, saben que el sistema de transporte público recibe más críticas que elogios, pero que aun así tiene espacio para sorpresas. De las buenas, claro.
El cobrador es un personaje que ocupa un lugar preferente en nuestro transporte público. Además de ejercer la labor que su nombre indica, es quien anuncia a viva voz la ruta en cada paradero, quien le indica al chofer si puede hacer tal o cual maniobra y quien responde las preguntas de los pasajeros. Muchas veces, es también quien le indica a un pasajero no familiarizado con la ruta dónde debe bajar. Hay que tener en cuenta que no es precisamente un personaje con mucha educación. A pesar de ser constantemente vapuleados por su labor, reconozco y admiro a estas personas que deben ir todo el rato de pie, gritando la ruta al límite de la voz y a veces enfrentándose violentamente con pasajeros que no quieren pagar.
El cobrador del relato era un hombre al que le calculo poco más de 30 años, muy animado, que gritaba la ruta con fuerte voz sonora y respondía con mucha amabilidad a los potenciales pasajeros cuando preguntaban si los llevaba a tal o cual sitio.
Yo iba a un lugar a unos veinte minutos de donde me subí. Conozco la ruta bastante bien, no tenía nada que consultar.
Un poco más adelante, se subió un hombre de unos 50 años a quien nada delataba como extranjero. En realidad, bien pasaba como un limeño más. Preguntó con un marcado acento de no hispanoparlante si ese bus llegaba a una determinada avenida y el cobrador le dijo que sí. El hombre subió.
Una vez dentro, el cobrador le dijo en perfecto inglés que le iba a tomar poco menos de media hora llegar hasta allá y que él le iba a avisar dónde debía bajar. Yo me quedé muy intrigada de oír a un cobrador con un inglés tan bueno... sobre todo porque me pareció mejor que su castellano.
El misterio quedó resuelto cuando el pasajero le preguntó cómo era que hablaba inglés tan bien. El cobrador le dijo que había vivido varios años en Boston. Después entablaron un diálogo, todo en inglés, que más o menos fue así:
- ¿Y usted de qué parte de Estados Unidos es? -preguntó el cobrador.
- No, yo soy de Europa.
- Ah, ¿de dónde?
- De Grecia.
- Griego, ya veo.
Unos cuantos paraderos más adelante, el pasajero dijo "por favor, no se vaya a olvidar de mí", a lo que el cobrador le respondió que no se preocupara, que todavía faltaba un buen trecho y que no podía perderse porque hay un puente muy grande en esa avenida.
Yo bajé un poco más adelante, pensando en qué posibilidades había de que un griego que hablaba muy poco castellano y que casi no conoce Lima subiera a una unidad de nuestro inefable transporte público donde el cobrador hablar inglés y lo pudiera guiar sin problemas.
Muy pocas posibilidades, sin duda. Pero yo lo vi y lo oí, y me pareció asombroso, digno de ser contado.