En la casa de mi niñez, era lo más normal ver gatos techeros paseándose sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Los oíamos caminar por los bordes de las paredes que separaban las casas, a veces maullaban y muchas veces se peleaban con unos gritos que hacían que se nos erizaran los pelos.
Recuerdo algunos incidentes relacionados con gatos. Una vez, uno de ellos se paseaba de lo más tranquilo dentro del armario que estaba en el dormitorio principal. ¿Se imaginan abrir la puerta para sacar la ropa del día y que un gato salte desde adentro?
Otro episodio fue cuando la tía Angelita preparó pasta para un almuerzo especial y la puso a secar toda la noche en una mesa en el pequeño patio que había al fondo de la casa. Grande y amarga fue su sorpresa cuando descubrió en la mañana que el almuerzo especial lo habían tenido los atrevidos gatos en horario nocturno. Esa vez sí que supieron actuar en silencio.
Sin embargo, hay un incidente que recuerdo mucho porque duró varios días, tal vez hasta semanas.
En una de tantas veces vimos pasar uno de esos gatos, mi papá no tuvo mejor idea que poner un platito con leche para el pobre gato hambriento que pasara por ahí. Ahí estaba un gato blanco con manchas marrones disfrutando de tan inesperado banquete. Lo disfrutó tanto que al día siguiente pidió repetición. Y al día siguiente, ahí estaba el gato regalando maullidos, exigiendo su ración láctea del día. Por supuesto, sin ningún éxito pues la oferta solamente fue válida por ese día.
El gato era insistente, o simplemente tenía mucha hambre, pues día tras día maullaba para exigir su leche hasta que se cansaba y nos dejaba tranquilos hasta el día siguiente.
Como no hay mal que dure cien años, la primera solución fue agarrar al gato y soltarlo a una cuadra de la casa. Pero no duró mucho la tranquilidad, pues al poquísimo tiempo, ahí estaba el gato de nuevo, gran conocedor del barrio, exigiendo su leche. Día, tras día, tras día.
Entonces la solución fue más radical. Tras una refriega que duró algunos minutos, se logró meter al gato en una bolsa de plástico. Todos subimos al auto de mi mamá, y mientras Fina hacía tremendos esfuerzos para contener al gato dentro de la bolsa, enrumbamos al mercado que estaba como a diez cuadra de la casa.
Una vez en la parte de venta de pescados, pudo Fina soltar a su presa, aunque por los arañones con los que terminó, no podría decir quién era la presa. El gato salió como una saeta de la bolsa, no lo dudó un segundo ni miró atrás, y en instantes desapareció entre los compradores del mercado, confundido entre ruidos de intercambios comerciales, bocinazos, altavoces, motores en marcha y megáfonos con ofertas de todo tipo.
Nunca más vimos al gato. Nunca más se le dio leche a ninguno de estos felinos, que siguieron paseando y haciendo de las suyas, dueños de esos techos que creíamos nuestros.
Recuerdo algunos incidentes relacionados con gatos. Una vez, uno de ellos se paseaba de lo más tranquilo dentro del armario que estaba en el dormitorio principal. ¿Se imaginan abrir la puerta para sacar la ropa del día y que un gato salte desde adentro?
Otro episodio fue cuando la tía Angelita preparó pasta para un almuerzo especial y la puso a secar toda la noche en una mesa en el pequeño patio que había al fondo de la casa. Grande y amarga fue su sorpresa cuando descubrió en la mañana que el almuerzo especial lo habían tenido los atrevidos gatos en horario nocturno. Esa vez sí que supieron actuar en silencio.
Sin embargo, hay un incidente que recuerdo mucho porque duró varios días, tal vez hasta semanas.
En una de tantas veces vimos pasar uno de esos gatos, mi papá no tuvo mejor idea que poner un platito con leche para el pobre gato hambriento que pasara por ahí. Ahí estaba un gato blanco con manchas marrones disfrutando de tan inesperado banquete. Lo disfrutó tanto que al día siguiente pidió repetición. Y al día siguiente, ahí estaba el gato regalando maullidos, exigiendo su ración láctea del día. Por supuesto, sin ningún éxito pues la oferta solamente fue válida por ese día.
El gato era insistente, o simplemente tenía mucha hambre, pues día tras día maullaba para exigir su leche hasta que se cansaba y nos dejaba tranquilos hasta el día siguiente.
Como no hay mal que dure cien años, la primera solución fue agarrar al gato y soltarlo a una cuadra de la casa. Pero no duró mucho la tranquilidad, pues al poquísimo tiempo, ahí estaba el gato de nuevo, gran conocedor del barrio, exigiendo su leche. Día, tras día, tras día.
Entonces la solución fue más radical. Tras una refriega que duró algunos minutos, se logró meter al gato en una bolsa de plástico. Todos subimos al auto de mi mamá, y mientras Fina hacía tremendos esfuerzos para contener al gato dentro de la bolsa, enrumbamos al mercado que estaba como a diez cuadra de la casa.
Una vez en la parte de venta de pescados, pudo Fina soltar a su presa, aunque por los arañones con los que terminó, no podría decir quién era la presa. El gato salió como una saeta de la bolsa, no lo dudó un segundo ni miró atrás, y en instantes desapareció entre los compradores del mercado, confundido entre ruidos de intercambios comerciales, bocinazos, altavoces, motores en marcha y megáfonos con ofertas de todo tipo.
Nunca más vimos al gato. Nunca más se le dio leche a ninguno de estos felinos, que siguieron paseando y haciendo de las suyas, dueños de esos techos que creíamos nuestros.
Tengo que admitir que cuando leí que metieron al gato en una bolsa y lo llevaron a un mercado... era para otra cosa :)
ResponderEliminarFue mi idea al escribir, Coqui.
EliminarGracias por leer y comentar.
Supongo que el gato prefirió quedarse en el mercado porque encontró mejores alimentos que un simple platito de leche. Qué mal agradecido el tal gato.
ResponderEliminarLos agradecidos fuimos nosotros, que nos libramos de los insoportables maullidos del gato.
EliminarMuito bom o teu relato, Gabriela!
ResponderEliminarGatos são seres indomáveis e selvagens.
Não gosto de gatos.
Na minha perna direita tenho ainda as marcas do ataque de um gato, era eu menina pequena.
Boa semana.
Tampoco me gustan los gatos, Nina. Creo que esos visitantes ocasionales tienen la culpa de ese desagrado.
EliminarGabriela, NO me puedo imaginar que al abrir el armario, me salga un gato...
ResponderEliminarYo tampoco, Milena, creo que se me paralizaría el corazón del puro susto.
Eliminarjajajja Perdona pero me has hecho reis imaginándome a tu hermana con el gato metido en una bolsa plástica. :P
ResponderEliminarDar de comer a los animales callejeros es una mala opción. Aquí en mi casa hay gatoa a montones y si les das de ocmer se agarran la casa entera para ellos y luego vienn los problemas.
Lo del gato en el armario es para morirse del susto.
Besazo
Esa fue una lección aprendida a la mala, Dolega, todo por el buen corazón de mi papá.
EliminarFina no es mi hermana, es una prima de mi mamá que en ese tiempo vivía en la casa y que se ofreció para agarrar la bolsa. Debe haberse arrepentido.
Mi baja simpatía por los gatos, Gabriela, se ha visto en duda por el notable caso de aquel felino que salvó la vida de un niño al atacar valientemente a un perro que mordía al pequeño, como en los últimos días ha mostrado la televisión mundial. Ahora respeto al menos a ese heroico gato.
ResponderEliminarTampoco me gustan mucho, Esteban, pero la noticia que comentas también me llamó la atención. Bien por el muchacho rescatado.
EliminarYo les doy de vez en cuando a algunos del barrio y jamás me ha pasado eso con ninguno. Será que les dan comida en más sitios... No sé.
ResponderEliminarDesde luego el vuestro era un gato perseverante.
Un abrazo
Era perseverante o nadie nunca le dio ni media cucharada de leche, Marta. Pero la lección fue aprendida de manera inmediata.
EliminarCuando yo era chico, papá decía que los gatos se enamoraban en agosto, por eso maullaban toda la noche en forma peculiar. Claro que no dejaban dormir a nadie en la cuadra. Con el tiempo descubrí que estos amoríos no son solo de agosto, sino que todo el año es bueno para el amor gatuno.
ResponderEliminarAhora imagina esos ruidos al pie de tu ventana, provenientes de un gato que reclamaba una leche que creía haber ganado por derecho propio. Terrible.
EliminarAy si te contara de gatos Gabriela, hemos tenido por diez años uno que a mi hija cuando era recién nacido se le antojò durante unas vacaciones en Galicia. Acabamos trayéndolo en coche hasta Italia.
ResponderEliminarTu historia me ha divertido mucho y yo sì que he visto a mi gato, cuando era muy chiquitìn y después de buscarlo por todas partes, durmiendo tan pancho dentro de un cajòn del armario...
Muchos saludos hasta Lima :)
No es la primera vez que alguien me cuenta que se regresa a casa de vacaciones con un gato que encontró por ahí.
EliminarQué gracioso que también uses la expresión "tan pancho", creí que era exclusiva de estas zonas.
Está visto que no se puede invitar a un hambriento un día quiere repetir ;)
ResponderEliminarMe imagino los maullidos del pobre en el saco, aunque luego se vió recompensado con creces, ese no se volvió a mover del barrio del mercado
Buen miércoles.
Un beso
Maullidos acompañados de una desesperación por salir que no te imaginas, Laura. Se me pone la carne de gallina cuando lo recuerdo.
EliminarTampoco soy muy amante de los gatos y la verdad, también yo tengo que reconocer que cuando he leido lo de la bolsa, mi mente ha volado hacia soluciones más... drásticas. Pero mi conciencia ha quedado limpia al ver que la verdadera solución al problema me ha satisfecho.
ResponderEliminarPor aquí, la expresión "tan pancho" se utiliza un montón.
Besos
Una solución así de drástica hubiera significado un problema mayor, Laly: ¿qué hacer con el cuerpo del delito? Y sí, todos nos beneficiamos con esa solución.
Eliminarme asusté en un momento jaja soy amante delos gatos, y si el gato techero y lechero se perdió dentro de los confines del mercado fue para mejor; entro a un mundo lleno de alimento gratuito
ResponderEliminarTe doy la bienvenida, y por tu ícono, ya veo que eres amante de los gatos.
EliminarEl gato techero se convirtió en lechero, como decimos acá a los que tienen buena suerte. Espero que le haya ido bien.
Buen finde semana ;)
ResponderEliminarGracias Laura.
EliminarOlá, gosto de gatos, eu ficava muito feliz quando aparecia gatos lá em casa. Adorei seu pai, o meu fazia o mesmo largava longe e eles voltavam sempre. hahah Tadinho dos bichinhos.
ResponderEliminarMenina vou ai brilhar teus alumínio, hahaha e já conheço teu lindo país.
Bjos tenha um ótimo fim d e semana.
Ven cuando quieras, Anajá, o yo te llevo las piezas de aluminio y conozco esas tierras gaúchas que quisiera visitar.
EliminarMe dio un poco de pena por eso del gato en la bolsa, pobre gato hambriento. Ojala este bien...
ResponderEliminarBesos, feliz fin de semana!
Hace muchoas años de esta historia, Patricia, pero no dudo que haya estado bien, en buen lugar y que nunca le faltó comida.
EliminarHola amiga Gabriela, nunca fui amante de los gatos, la verdad es que no se porque, pero siempre recordaré cuando vine a vivir a la casa donde resido. Los gatos eran dueños de mi patio y me costo un triunfo hacerles ver que yo tenía que vivir en el y no ellos, una experiencia desagradable para ambos seguro.
ResponderEliminarAhora ellos conviven conmigo en la misma calle y todos amigos, ¿creo?
Para que todo siga así, Fernando, te sugiero que no trates de alimentarlos. Después creen que son huéspedes eternos de hotel en tu casa.
EliminarHola: Hace rato que no pasaba por acá a dejarte un comentario...te leo siempre pero desde lector de feeds no puedo comentar.
ResponderEliminarMuchas gracias por todas tus visitas y comentarios en mi blog.
Un saludo y un gran abrazo desde Colombia.
En mi barrio hay muchos gatos techeros...alguna vez también había uno medio vagabundo que se la pasaba por acá...menos mal a nadie se le ocurrió darle comida.
:D
No, ni le den comida, Madame Web. Tendrían un visitante infalible a cualquier hora del día.
EliminarJaja es que los gatos son unos frescos por naturaleza... y lo peor es que son interesados!!! Definitivamente soy una persona de "perros" no de gatos.
ResponderEliminarUn abrazo mi querida Gabriela
Aunque nunca hemos tenido mascota en casa, también soy más de perros que de gatos, Cheluca.
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