Era casi mediodía. Yo intentaba cruzar la esquina de Larco y 28 de Julio, en Miraflores. Estaba harta de todo, me sentía harta de muchas de las cosas que me rodeaban y estaba realmente fastidiada.
Dos o tres pasos delante de mí vi a una elegante señora que debía tener bastante más de 70 años, con el pelo perfectamente peinado y totalmente blanco, chompa roja, cartera negra que miraba con cierta desorientación a ambos lados de la pista.
Sin hacerle mayor caso, seguí avanzando hasta el borde de la vereda, para esperar a que la luz del semáforo me permitiera cruzar. Entonces, se me acercó la señora y me preguntó con una voz muy dulce: hijita, ¿vas a cruzar?
Le dije ¿quiere cruzar? Vamos. Se aferró a mi brazo y empezamos caminar juntas con paso firme y decidido. Llegamos a la berma central que divide ambos sentidos de la Av. 28 de Julio. Ahí esperamos al nuevo cambio de luz, porque este semáforo tiene un sistema diferente para cada sentido del tránsito.
En ese medio minuto de espera, volteé hacia la señora, quien con una sonrisa me dijo que mi chompa le parecía linda. Se lo agradecí, mientras pensaba que no había sido mi primera elección del día, sino que me había visto obligada a cambiarme antes de salir de la casa porque el clima del día resultó no ser el que yo esperaba (lo que hace que no me gusten estos días de indefinición climática tan limeños).
Cruzamos la segunda mitad de la avenida, y le pregunté hasta dónde se iba con la idea de ir con ella hasta donde me indicara. Pero me contestó que no me preocupara, que había quedado en encontrarse con su hijo en la puerta de la empresa de celulares que queda en esa esquina. Y al soltar mi brazo me dijo: "Dios te bendiga, hijita. Nunca hubiera podido cruzar sola".
Caminé dos pasos, y decidí voltearme a verla. Estaba segura de que ya no la vería, como pasa con los ángeles en las películas. Tenía la esperanza de no verla donde la había dejado.
Pero mi ángel mensajero, el que me alegró él día con una simple frase oída tantas veces, seguía parada en donde la había dejado. Buscaba con la mirada al hijo que no supe si se demoró en llegar. No volví a voltear. Creo que me dio miedo comprobar que esta vez ya no estuviera.
O tal vez seguiría ahí para despistarme, como si, a pesar de estar sin sus alas, no me hubiera dado yo cuenta de que era un ángel mensajero que me devolvió buena parte de la tranquilidad que me faltaba.
Update de mi post anterior: hoy sábado 8 de diciembre se llevó a cabo la segunda vuelta en las elecciones para decano del CAL. Si bien llegué cuando los miembros de mesa todavía no habían terminado de instalarla, todo se desarrolló con el mayor orden y rapidez, tanto así que a las 9:30 am ya había regresado a mi casa. Si así fuera cada último sábado de noviembre otro sería el cuento.
Felicitación
Hace 12 horas
Gaby,
ResponderEliminarExcelente relato ! Si lo hubiese leido desde fuera del pais, hubiera reconocido al instante esa esquina, y hubiera recordado la canción de Pedro Suarez ("cuando pienses en volver, aqui estàn tus amigos..."), y claro me hubiera puesto re-nostálgico.
También lei tu relato Viaje al pasado. Sorprendente.
SLds
A veces esas cosas que hacemos obligados por las circunstancias nos regalan algo muy especial, que de otra forma no hubiéramos experimentado. Saludos.
ResponderEliminar